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sábado, 14 de septiembre de 2013

PRECARIEDAD LABORAL, LO QUE QUEDARÁ DE LA CRISIS

Un buen día en el futuro el Gobierno, los actores sociales (sobre todo los empresarios) y los medios de comunicación decidirán que la crisis ha terminado. Lo harán basándose en los datos del paro de ese momento, más bajos que los actuales. Dirán que se ha creado de nuevo empleo y que la maquinaria económica vuelve a tirar porque la gente podrá volver a consumir. La rueda volverá a moverse, pero, ¿a qué precio? Y ¿qué tipo de empleo nos espera? - Publicado en MBC Times

El pasado 3 de septiembre el Ministerio de Empleo y Seguridad Social publicó los datos del paro registrado del mes de agosto de 2013: Por primera vez en 13 años bajó el desempleo en ese mes – ¡aunque sólo en 31 personas a nivel nacional! -, siguiendo una tendencia que también se dio en julio. El paro está bajando. Según los últimos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del segundo trimestre de 2013, la tasa de paro es ya del 26,26%, con casi 6 millones de desempleados, más de 200.000 menos que en el primer trimestre del año.

El Gobierno de Mariano Rajoy no esconde su entusiasmo. La secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, insistió repetidas veces en rueda de prensa que se trata del “mejor mes de agosto desde el año 2000”. “Todos los meses han sido mejores que los meses del año 2012 y si las cosas siguen así, al final el año que viene tendrá un comportamiento mejor en términos de desempleo", aseguró. El paro baja en España, pero, como matizó el Instituto Nacional de Estadística (INE) a finales de julio, se trata exclusivamente por las contrataciones temporales propias del turismo y de los trabajos agrícolas, el llamado “efecto verano”. Así pues, ¿qué trabajo se está creando?

Según los mismos datos del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, de los 1.043.166 contratos de trabajo firmados en agosto, sólo 62.454 lo fueron por tiempo indefinido. O dicho de otra manera, 980.712 contratos firmados fueron temporales, de ellos 343.565 temporales a tiempo parcial, es decir, los más precarios de los precarios. El pasado mes de julio fue parecido: De los 1.507.341 contratos firmados en ese mes, sólo 96.338 fueron a indefinidos, y el resto, 1.411.003, lo fueron temporales.


Los sindicatos advierten sobre los efectos reales de estos datos en el mercado laboral. Se está creando empleo, pero al precio de empeorar drásticamente las condiciones de trabajo. En un comunicado publicado a finales de julio para valorar los datos de la EPA del segundo trimestre, UGT mostró su “preocupación por la fuerte reducción de la población activa que se está produciendo (349.100 personas en el último año), lo que a medio plazo supondrá una pérdida en la capacidad productiva de nuestro país; y porque el empleo que se crea es íntegramente temporal, destruyéndose de manera masiva empleo indefinido (se han perdido 434.900, en el último año)”. Asimismo, el sindicato destacó que “todo el empleo que se está destruyendo es a tiempo completo, que se está transformando parte del que se mantiene en empleo a tiempo parcial y que se está consolidando el porcentaje de desempleo de larga duración (solo 3.500 personas salieron del paro de larga duración en el segundo trimestre de 2013)”.

La crisis está empezando a entrar en su siguiente fase. De la destrucción masiva de empleo se está pasando a la creación –lenta e insegura- de puestos de trabajo. Pero se trata de empleo precario y temporal, con condiciones mucho peores para los trabajadores. La mayoría han perdido poder adquisitivo al rebajarse sus sueldos, también entre los que no han perdido sus empleos, y trabajan más horas que antes. Horas extras sin cobrar, sueldos mínimos, trabajo gratis, explotación laboral. Un reportaje del diario El País publicado el pasado 25 de agosto contaba la historia de una camarera de 42 años que había encontrado un empleo tras medio año en el paro. Cobraba 500 euros al mes y triplicaba las 20 horas semanales estipuladas en su contrato.

Sólo es uno de miles de casos de explotación en los que el Estatuto de los Trabajadores es simplemente ignorado. Semanas seguidas trabajando sin librar con contratos a tiempo parcial (y sueldos a tiempo parcial). También se han multiplicado los contratos por obra y servicio, en los que el trabajador sólo cobra por servicio prestado. Es decir, si cae enfermo no cobra.

Todo esto lo ha hecho posible la reforma laboral aprobada por el Gobierno de Rajoy en febrero de 2012, que permite lo que los empresarios llaman “flexibilizar” el mercado de trabajo. Se facilita el despido rebajando sustancialmente (o incluso eliminando) las indemnizaciones y se permite la contratación temporal casi sin restricciones. Se ha creado así un contexto perfecto a la medida de las necesidades de la patronal y del empresariado con la excusa de que hay que crear empleo a toda costa, aunque sea destruyendo los derechos de los trabajadores, que viven atemorizados por la amenaza constante a perder su empleo, o por el terror que implica no encontrar uno.

Trabajar por menos
Este miedo hace que también se acepte trabajar por menos. De acuerdo con los datos del INE, entre 2010 y 2012, los costes laborales unitarios han caído casi un 7%. En lo referido al coste laboral total por trabajador y mes, en el cuarto trimestre del año pasado bajó el 3,2%. Y entre enero y marzo de 2013 se ha reducido un 1,4% hasta los 2.480,22 euros.  Por su parte, el Banco de España en su boletín económico de julio-agosto, subraya que en términos de los indicadores más amplios de coste laboral, ha habido una “notable moderación salarial”. Finalmente, según los datos de Eurostat, el coste laboral en España es uno de los que más ha bajado, con Portugal e Irlanda, de Europa. En concreto ha caído 5,1 puntos entre 2010 y 2012, frente al incremento de 4,8 puntos de la UE-27.

Esto ha provocado un incremento muy notable de las diferencias sociales. Según un estudio de la Fundación 1º de Mayo (ligada al sindicato CCOO) publicado a principios de junio, se denuncia que España es el segundo país de la Unión Europea que presenta mayores desigualdades sociales, sólo superada por Letonia. Según datos de Eurostat (la agencia de estadística europea), el índice de la desigualdad (el índice de Gini) aumentó en España 2,1 puntos (del 31,8% al 33,9%) entre 2005 y 2010, mientras que la media de la Unión se redujo en una décima pasando del 30,6% al 30,5%. Esta diferencia está vinculada a la evolución de la desigualdad de los ingresos. Según estos datos, en España la relación entre el 20% de la población que más ingresa y el 20% que menos ingresa ha variado de un índice de 5,5 al 6,9 entre 2005 y 2010, mientras que en el resto de la UE ha permanecido en el 5. 

Traducido al mundo real, un empleado español con un suelo medio necesita trabajar ininterrumpidamente siete días para ganar lo mismo que recibe el director general de su empresa en sólo una hora, según un estudio publicado por la revista The Economist también el pasado mes de junio. Y si el empleado se encuentra en el tramo de salarios más bajos, la diferencia se dispara: tendrá que emplearse a fondo durante tres semanas seguidas para ingresar la cantidad que recibe su máximo jefe en apenas sesenta minutos.

Sin embargo, y a pesar de que han bajado los costes laborales (véase los sueldos) en los últimos años y se ha “flexibilizado” el mercado de trabajo (véase la reforma laboral), el Fondo Monetario Internacional (FMI) pidió a España a principios del pasado mes de agosto mayores esfuerzos, con una bajada adicional de los sueldos del 10% y una subida del IVA. Esta receta fue secundada con entusiasmo por el vicepresidente económico de la Comisión Europea, Olli Rehn, que en su blog personal llegó a advertir incluso que “aquellos actores que lo rechacen frontalmente cargarían sobre sus hombros con la enorme responsabilidad de los costes sociales y humanos". ¿Por qué piden el FMI y Ollie Rehn que sigan bajando los sueldos y además se suban los impuestos?

La receta neoliberal para salir de la crisis
Muchos expertos y economistas han escrito kilómetros de líneas sobre los orígenes de la crisis y de las maneras que hay para combatirla. José V. Sevilla, ex Secretario de Estado de Hacienda en el primer gobierno socialista en 1982, cuenta en su libro “El declive de la socialdemocracia” que hay dos maneras de combatir la crisis. Resumiendo, viene a decir que se puede invertir en modernizar las empresas para mejorar su valor añadido y su competitividad, o se puede rebajar sus costes de producción para que puedan ser más competitivas, tocando fundamentalmente los sueldos de los trabajadores a la baja.


La primera opción es más segura en sus resultados, es la que, por ejemplo, se llevó a cabo en Alemania en los últimos años 90 y principios de la década del 2000. Así las empresas alemanas mantuvieron su liderazgo mundial en exportaciones, lo que le permite a Alemania hoy seguir siendo el gigante económico europeo, aunque también se tocaron bastante los sueldos y los derechos laborales para bajar los costes de producción. El inconveniente de esta vía es que es lenta y hace falta capital para invertir.

En España se ha escogido la segunda vía. Los bancos –profundamente afectados por la crisis del ladrillo- no tienen dinero que prestar, a pesar de los miles de millones de euros de dinero público. Y también porque la bajada de costes de producción tiene unos efectos más rápidos en el tiempo, pero a costa de mantener a las empresas anticuadas y con el único factor competitivo en el precio, y no en la calidad del producto, lo que a la larga provocará otra vez su desfase y falta de competitividad en el mercado internacional. Un ejemplo de esta tendencia cortoplacista: España se encuentra hoy en el puesto número 18 de Europa en inversión I+D+I con un 0,8% del PIB, lejos del 2% que gasta la media de la Unión Europea.

Para poder llevar a cabo la bajada de los costes de producción hacen falta una serie de factores fundamentales, entre los que destacan el apoyo político e ideológico a este camino, en este caso del Gobierno del Partido Popular, que ha diseñado y puesto en funcionamiento una reforma laboral que crea un marco legal que precisamente permite la bajada de los sueldos y el empeoramiento de las condiciones de los trabajadores. Así se bajan los costes mientras se aumentan las horas de producción. Es decir, se produce más por menos, o lo que es lo mismo, se trabaja más por menos.


Sin embargo, para poder aplicar este empeoramiento de las condiciones de trabajo, es fundamental haber debilitado previamente la posición de los sindicatos. Esta es una labor que los neoliberales y la derecha política han ido llevando a cabo en los últimos años con notable éxito social dañando la imagen de los sindicatos entre los trabajadores. Así, desde que comenzó la crisis en 2008, en España hay medio millón menos de afiliados a la UGT y a CC OO. Según un informe de la “Fundación 1 de Mayo” de CCOO fechado en mayo de 2012, en España sólo el 19% de los trabajadores está afiliado a algún sindicato. De cara al futuro el horizonte parece todavía más negro, ya que entre los jóvenes menores de 30 años la afiliación es de menos del 10%, mientras que se mantiene en cotas también bajas de entorno al 20% entre los mayores de 45 años.

A los sindicatos débiles se suma una tasa de paro muy alta, de más del 26%, lo que pone en ventaja al empresario a la hora de elegir a los trabajadores e imponer las condiciones. El enorme número de parados interesa a la patronal. Es lo que Karl Marx denominó en “El Capital” como el “ejército de reserva” de trabajadores siempre disponibles y sumisos a las condiciones de los patronos, lo que mantiene los sueldos bajos y las condiciones de trabajo precarias, es decir, los costes de producción bajos. Este es el camino elegido para sacar a España de la crisis y el señalado por el FMI.

La guerra contra la socialdemocracia
No es casualidad que se haya elegido este camino. Desde los años 80 los neoliberales y la derecha política llevan desempeñando una lucha sin cuartel contra el modelo socialdemócrata que imperaba en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, y gracias al cual se consiguió el crecimiento económico y la mejora del nivel de vida más espectacular en la historia del continente. Esa mejora del nivel de vida benefició sobre todo a la clase trabajadora, ya que el crecimiento se gestionó basándose en criterios redistributivos de la riqueza.

Esa redistribución se realizó creando el Estado del Bienestar, que proporcionaba servicios públicos a toda la población, ya sea fomentando la igualdad de oportunidades mediante una educación pública o la igualdad en la atención en la sanidad. Pero sobre todo, el Estado del Bienestar proporcionaba por primera vez a todos los ciudadanos un sistema de pensiones públicos que hacía posible el concepto de jubilación, y una seguridad de cara al desempleo mediante un sistema de prestaciones.

Este entramado social se financiaba vía impuestos, y aquí era donde radicaba esencialmente el concepto de redistribución de la renta. La base del sistema socialdemócrata está en un sistema fiscal basado en la proporcionalidad de la renta, es decir, se paga en función de la riqueza de cada cual. Ese principio lleva siendo golpeado por los neoliberales desde hace más de 30 años. Ellos defienden la recaudación a través de impuestos indirectos, por ejemplo el IVA, una tasa fija que se pone sobre el precio de un producto. Todos sus consumidores lo pagan igual, sean ricos o pobres. Un millonario paga el mismo IVA que un desempleado de larga duración, por ejemplo.

El FMI o la Comisión Europea, baluartes del neoliberalismo, defienden siempre la subida del IVA y no del IRPF. Así es como se explica que el FMI pida la subida de este impuesto mientras a la vez pide la bajada del 10% de los sueldos: Para compensar los ingresos fiscales que el Estado deja de percibir vía IRPF, ya que si los contribuyentes cobran menos sueldo, pagan menos IRPF.

Por lo tanto, se va eliminando el concepto de redistribución socialdemócrata vía impuestos que se sustituye por el auge de los impuestos indirectos y tasas que pagan todos por igual aprovechando la debilidad (ideológica y política) de los partidos socialistas, lo que también tiene consecuencias fundamentales en la financiación de los servicios públicos y del Estado del Bienestar.

El catedrático de Sociología Ignacio Sotelo explica en su libro “El Estado Social” que el Estado del Bienestar sólo se puede financiar con el pleno empleo. Las pensiones, las prestaciones de los parados, la sanidad, la educación, etc…, necesitan dinero y ese llega vía impuestos. Con una tasa de paro alta los desempleados pagan menos impuestos y se convierten en receptores de dinero público. El sistema público cuenta con menos medios y más demanda, y acaba por sufrir las consecuencias. En España el 26% de parados está sirviendo al PP como excusa para pasar a la privatización de los servicios públicos, como la sanidad en Madrid, o para empezar a reformar el sistema de pensiones que algunos “expertos” ya están señalando como “insostenible”. También está sirviendo de excusa para debilitar a los sindicatos y eliminar así derechos laborales y bajar los salarios.


Es decir, la alta tasa de paro sirve para legitimar el marco legal necesario que permite a la derecha neoliberal desmantelar el sistema de protección social de origen socialdemócrata, y a los grandes empresarios aumentar sus beneficios a costa de sus trabajadores. Por lo tanto, en el futuro y si no se remedia, cuando los efectos de la crisis vayan disminuyendo en intensidad, seguramente se mantendrá una tasa de paro alta durante años. Será una cifra que permita a la economía funcionar de nuevo y reactivar el consumo, pero a la vez mantener la tensión entre los trabajadores, que ante el miedo al desempleo aceptarán un mercado laboral precarizado de sueldos bajos y largas horas de trabajo para mantener la competitividad de a sus empresas y los beneficios altos de sus jefes.  

Publicado en MBC Times

miércoles, 24 de julio de 2013

LOS SINDICATOS EN HORAS BAJAS

Los sindicatos están en horas bajas. Caen las cifras de afiliación mientras la confianza en ellos se desploma: según los datos del barómetro del CIS del pasado mes de abril sacaron la tercera peor nota por parte de los ciudadanos españoles, sólo por delante de los partidos políticos y del Gobierno. Sin embargo, mientras esto sucede, el paro alcanza cotas históricas y empeoran las condiciones laborales cambiando las relaciones entre trabajador y empresario en detrimento del primero. Es un escenario en el que los sindicatos deberían seguir gozando de la confianza que históricamente han depositado en ellos los trabajadores para que les defiendan ante el abuso, pero sucede lo contrario. Los sindicatos son percibidos como “inútiles” o como “cómplices” de este deterioro de las condiciones de los trabajadores. Surge pues la pregunta, ¿siguen representando los sindicatos a los trabajadores? - Publicado en MBC Times. 

La Constitución de 1978 garantiza el papel de los sindicatos (art. 7. “los sindicatos de trabajadores y las asociaciones empresariales contribuyen a la defensa y promoción de los intereses económicos y sociales que les son propios”) y el derecho a la huelga (art. 28.2. “Se reconoce el derecho a la huelga de los trabajadores para la defensa de sus intereses”). Este reconocimiento legal es consecuencia de una larga lucha de más de un siglo en el que los sindicatos han sufrido represión, persecución y prohibición, y en el que han conseguido convertir en derechos las principales reivindicaciones de los trabajadores, como por ejemplo, la limitación de las jornadas de trabajo, la representación sindical en la empresa, la indemnización por despido y su justificación, en definitiva, la protección de los trabajadores ante el capricho y la libre voluntad de los empresarios.

Sin embargo, hoy en día el peligro que corren los sindicatos no es que vayan a ser prohibidos o proscritos. El peligro es que se vacíe de contenido su labor y los trabajadores no puedan ser representados por ellos de hecho.


La huelga, ¿un derecho herido de muerte?
Comenzamos por el derecho a la huelga, un derecho constitucional y una de las armas más importantes de los sindicatos a la hora de presionar para conseguir sus objetivos en una negociación. Es un instrumento totalmente normalizado en una sociedad democrática –a diferencia de sus primeros tiempos a finales del siglo XIX y durante las dictaduras totalitarias del siglo XX, incluida la soviética- y seguramente que todo/as hemos participado en alguna. Sin embargo, su utilidad real últimamente se está poniendo en entredicho. ¿Ha muerto la huelga como instrumento de presión?

Las huelgas con mayor impacto y que afectan a más personas suelen ser hoy por hoy aquellas convocadas en los servicios públicos. Es la culminación de las medidas de presión ideadas por los sindicatos para negociar con la administración pública, contando con que el desgaste que sufre el gobierno de turno ante los electores le obligará a actuar rápidamente y de manera favorable a sus intereses. Sin embargo, algunas de las huelgas y protestas más intensas desarrolladas en España en los últimos años, como por ejemplo las que han tenido lugar en la Comunidad de Madrid, se han mostrado como un fracaso a la hora de conseguir algún beneficio para los trabajadores. Es más, han terminado desgastando a los sindicatos antes que al Gobierno regional del Partido Popular, que además consiguió salir reforzado.

Por ejemplo, en las navidades de 2007 los sindicatos de los servicios de limpieza del metro convocaron una huelga, lo que provocó que las estaciones del interurbano estuvieran llenas de basura durante días. Pero lejos de querer negociar y de temer algún perjuicio a su imagen por mantener el metro sucio en Navidad, la entonces presidenta regional Esperanza Aguirre contraatacó culpabilizando a los sindicatos y endureciendo el clima de la negociación haciendo imposible llegar a un acuerdo. Consiguió darle la vuelta al problema siendo entonces los sindicatos los que tuvieron que mantener la huelga para no salir derrotados, con el consiguiente desgaste de su imagen y discurso, y con la dificultad añadida de que los trabajadores no cobraban las jornadas de protesta. Al final ganó Aguirre.

Otro ejemplo. A finales de junio de 2010 los trabajadores otra vez de Metro de Madrid  convocaron una huelga sin respetar los servicios mínimos para protestar por los recortes aprobados por el Gobierno de Aguirre ignorando el convenio colectivo. Los hechos fueron muy parecidos a los señalados arriba. La ciudad de Madrid se paralizó durante días. Aguirre estuvo más ágil y se adueñó de la iniciativa mediática desde el primer momento al calificar la huelga de “salvaje” y de restar razón y legitimidad a los sindicatos.

El Gobierno regional ofreció a los ciudadanos enfadados un culpable escapándose a su vez de jugar ese papel. Por mucho que los sindicatos y la izquierda trataran de responsabilizar a Aguirre, ella ya había ganado la batalla mediática y los sindicatos se vieron acorralados: si desconvocaban la huelga sin conseguir nada a cambio perderían apoyos entre los trabajadores; en cambio si la mantenían, sufrirían un duro desgaste social y por cada día que pasaba sin resultados, también perderían apoyos en Metro, ya que muchos trabajadores no podían permitirse pasar un número indefinido de días sin cobrar. Al final, también ganó Aguirre.

Más ejemplos. La comunidad educativa (profesores, padres y alumnos) encadenó en 2011-2012 protestas y huelgas contra los recortes educativos del Gobierno madrileño en lo que mediáticamente se denominó “marea verde”. Las jornadas de huelga y de manifestaciones se sucedieron, pero al igual que en los ejemplos anteriores, Aguirre no tomó ninguna medida excepto la de dar la batalla mediática tratando de desgastar a sus contrarios con ayuda del tiempo.

Al final llegaron los exámenes y el verano y las protestas se desmovilizaron hasta el curso siguiente, pero sin  poder repetir la fuerza y el empuje inicial y sin que Aguirre hubiera estado obligada a tomar ninguna de las medidas reivindicadas. Fue una nueva victoria para la presidenta madrileña con consecuencias nefastas para el movimiento sindical en el ámbito educativo, ya que muchos docentes perdieron la confianza.

Estos ejemplos se circunscriben a la Comunidad de Madrid y son pioneros con respecto a lo que vendría después en el resto de España. Y es que tienen como protagonista a la ex presidenta madrileña Esperanza Aguirre, que tanto disfruta comparándose con Margaret Thatcher, la “Dama de Hierro” que también ganó el pulso a los sindicatos británicos en los años 80 poniendo fin a su influencia y posibilitando así la aplicación de sus políticas neoliberales en el Reino Unido. Aguirre y sus sucesores en el PP encarnan en España la nueva voluntad de la derecha a nivel global de no pactar con los defensores del Estado social. De hecho, miembros de este grupo incluso han pedido públicamente la limitación del derecho a la huelga y a la manifestación, como por ejemplo el actual presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, o la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes.


La reforma laboral: ataque directo al Estado de Bienestar
Esta voluntad de hierro de los conservadores españoles está inspirada en la revolución neoconservadora iniciada en los años 80 en EEUU y el Reino Unido. Hoy cabalga alimentada por la crisis y los discursos neoliberales mientras se desmantela poco a poco el carácter redistributivo y social de la administración pública. Es decir, se aprovecha la crisis para destruir el maltrecho Estado del Bienestar y cambiar las relaciones laborales que lo sustentan basado en un sistema de seguridad y bienestar social público.

Este cambio de las relaciones laborales tiene nombre: la reforma laboral. La crisis ha impulsado en España dos reformas laborales en los últimos tres años que facilitan el despido fijando en mínimos la indemnización para los trabajadores, entre otros aspectos. Dicen que así se eliminan costes salariales para las empresas y se aumenta su competitividad. Pero también es el inicio de un cambio en las relaciones laborales en este país que instala definitivamente la precariedad y la brecha salarial entre una minoría con sueldos altos y una gran mayoría con sueldos prácticamente de subsistencia que apenas cotiza a la Seguridad Social.

Por ejemplo, y según un estudio publicado recientemente por la revista británica The Economist, España es el cuarto país europeo con la mayor brecha salarial. “Un empleado español con un suelo medio necesita trabajar ininterrumpidamente siete días para ganar lo mismo que recibe el director general de su empresa en sólo una hora. Y si el empleado se encuentra en el tramo de salarios más bajos, la diferencia se dispara: tendrá que emplearse a fondo durante tres semanas seguidas para ingresar la cantidad que recibe su máximo jefe en apenas sesenta minutos”, según se cita en infolibre.es.

Con millones de personas que no cotizan o que lo hacen muy poco, el futuro es previsible: la incapacidad de la administración pública de recaudar suficiente como para financiar los servicios públicos y un auge de los servicios privados (educativos, sanitarios y de pensiones).

Todo ello viene acompañado por unos índices de desempleo alarmantes en España que según la OCDE pueden llegar a una tasa del 28% a pesar de breves episodios de recuperación parcial debido a fenómenos estacionarios. Un alto índice de paro es el mejor escenario para los empresarios, ya que son ellos los que dictan las condiciones y los sueldos. Hay que recordar que para la construcción del Estado del Bienestar en Europa occidental después de la Segunda Guerra Mundial era fundamental el pleno empleo. Los sindicatos pudieron entonces presionar a los patronos para imponer mejores condiciones y sueldos, con los que el estado pudo financiar los servicios públicos vía impuestos. Ahora llegan los minijobs con sueldos de hasta 500 euros al mes, una realidad que por ejemplo en Alemania ya afecta al 22% de los trabajadores. 

La siguiente consecuencia previsible es la de la individualización de las relaciones laborales entre trabajador y empresa poniendo fin a los convenios colectivos, debilitando así muy significativamente la capacidad negociadora del trabajador y sus derechos. No es casualidad que los convenios estén en el punto de mira de los empresarios: destruirían la presencia sindical, o al menos la vaciarían de contenido.

Ante esta situación los sindicatos respondieron con tres huelgas generales en España: el 29 de septiembre de 2010, y el 29 de marzo y el 14 de noviembre de 2012. Aunque el seguimiento de las huelgas es una cuestión de interpretaciones, el caso es que ninguna tuvo éxito, ya que la reforma laboral sigue ahí. No pasó lo mismo en junio de 2002, cuando otra huelga general pudo impedir que prosperara el “decretazo” de la reforma laboral impulsada por el Gobierno de José María Aznar.  

Tampoco han podido cambiar nada las infinitas movilizaciones y huelgas sectoriales en los servicios públicos en todo el país. Se puede decir, por tanto, que la paulatina pérdida de eficacia de la huelga es un síntoma de las horas bajas de los sindicatos.


Bajada masiva de la afiliación sindical
Los sindicatos españoles mantienen los mismos principios y sistemas de protesta y de movilización de las últimas décadas, y eso a pesar de que la sociedad y el mundo laboral han cambiado radicalmente. Como hemos visto, la relación entre capital y trabajo ya no es la misma. La consecuencia es que, desde que comenzó la crisis financiera en 2008, en España hay medio millón menos de afiliados a la UGT y a CC OO.

De cara al futuro el horizonte parece todavía más negro, ya que entre los jóvenes menores de 30 años la afiliación es de menos del 10%, mientras que se mantiene en cotas también bajas de entorno al 20% entre los mayores de 45 años.

Según un informe de la “Fundación 1 de Mayo” de CCOO fechado en mayo de 2012, en España sólo el 19% de los trabajadores está afiliado a algún sindicato. En el resto de países europeos, sorprendentemente Francia es el que cuenta con menos porcentaje de afiliación (8%), aunque sus sindicatos son capaces de movilizar masivamente a los trabajadores.

Los que más porcentaje de afiliación tienen son los países nórdicos (Suecia, Finlandia y Dinamarca) en torno al 80%. Estos países cuentan con una larga y sólida tradición de Estado del Bienestar y la vinculación de los sindicatos con él es crucial, ya que, por ejemplo, el cobro de las prestaciones por desempleo se hace a través de las centrales sindicales. Pero estas son sólo excepciones. Lo normal es que solamente uno de cada cuatro trabajadores europeos esté sindicado, como muestra la media de la UE del 23%, y con tendencia a la baja.


Necesidad urgente de adaptación
Los sindicatos no han sabido adaptarse a la precariedad laboral, a la llegada de la inmigración en la época anterior a la crisis -y a la ocupación de los puestos de trabajo sin cualificación por esta mano de obra-, a la bajada de los salarios, y en los últimos años, al aumento masivo del desempleo.

Es decir, el actual marco laboral inestable, precario e individualizado pone en riesgo la existencia misma de los sindicatos, que no están diseñados para esta realidad sino para representar a trabajadores con empleos estables como se da por ejemplo en la función pública entre los funcionarios, pero cada vez menos. Es por ello que el único bastión que les queda a las centrales sindicales son los trabajadores de los servicios públicos.

Esto se debe a la actual tendencia de cambio en las relaciones entre capital y trabajo, ya que como se ha indicado arriba, se individualizan las relaciones laborales, las condiciones y el status, barriendo los convenios colectivos haciendo imposible una representación de los trabajadores en masa. Se impone el “divide y vencerás”, y allí los sindicatos poco pueden hacer si el empresario impone condiciones individuales a cada empleado.   


Los sindicatos, a pesar de todo, siguen siendo las únicas organizaciones con legitimidad legal e histórica para representar a los trabajadores. Sin embargo, tienen que reaccionar y replantear su diseño y organización para adecuarse a la nueva realidad del mundo laboral, atomizada e individualizada. Cuanto antes se pongan en práctica métodos de movilización y de protesta más eficaces, antes se podrá presionar mejor para tratar de frenar el constante recorte del Estado social y de su calidad. Para ello hace falta discurso, recursos y capacidad de innovación, algo muy difícil para unas centrales sindicales altamente burocratizadas pero que deben afrontar si no quieren que los hechos les vacíen de contenido. 

miércoles, 17 de julio de 2013

ESPAÑA, ¿secuestrada por la Unión Europea?

España está inmersa en una dinámica peligrosa. Para poder pagar la enorme deuda privada contraída por el sector financiero español a raíz de la burbuja inmobiliaria, se han inyectado miles de millones de euros de dinero público a los bancos y cajas de ahorro en peligro de quiebra. La alternativa era la posible pérdida de los ahorros de millones de personas, pero ese dinero inyectado en los bancos ha puesto en aprietos las cuentas públicas antes saneadas. Los países de la Unión Europea de la zona euro han acudido en ayuda de esas cuentas con otros miles de millones de euros, pero al precio de imponer una serie de condiciones que solamente se pueden cumplir a cambio de enormes sacrificios sociales. Estos sacrificios, a su vez,  están provocando una bajada espectacular del nivel de renta en España y abriendo una brecha de desigualdad social que hacía bastante tiempo se daba por superada. España depende ahora de las exigencias de Bruselas. ¿Está ‘secuestrada’ por la Unión Europea? - Publicado en MBC Times.

Mariano Rajoy ahora, y José Luis Rodríguez Zapatero antes que él, tenían un objetivo claro: evitar el rescate de España y de sus cuentas públicas para no tener que aceptar las condiciones draconianas de la Troika (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI) como las que está imponiendo en Grecia y en Portugal. A cambio sí se inyectó dinero público para la recapitalización de la banca española, sobre todo las cajas de ahorro que han quedado muy tocadas por la crisis del ladrillo. Y es que el problema original en esta crisis no son las cuentas públicas españolas. En 2008, año de inicio de la crisis, la administración pública no estaba en quiebra ni tenía números rojos como sí tenía, por ejemplo, Grecia. El problema estaba y sigue estando en el sistema financiero español y en el pinchazo de la enorme burbuja inmobiliaria y de millones de hipotecas desde 2008.

La crisis que afecta a España es fundamentalmente una crisis provocada por la deuda privada, como por otro lado ha advertido el FMI. A finales de 2012 el 77% de la deuda total de la economía española había sido generada por agentes privados: empresas, bancos y hogares, mientras que únicamente el 23% restante era deuda adquirida por las diferentes administraciones públicas, según datos del Banco de España.


Es decir, el problema principal al que se enfrenta España es la insolvencia y la falta de credibilidad de su sistema financiero, lo que está lastrando a todos los demás sectores. Simplificando mucho, es una rueda que gira con una dinámica propia: los bancos no dan créditos, sin créditos los negocios se hunden, por lo que la gente va al paro, no pueden pagar sus deudas, los bancos no recuperan su dinero y no se fían por lo que no dan créditos, y vuelta a empezar.

Por esta razón al comenzar la crisis en 2008, el Gobierno aceptó inyectar dinero en el sistema financiero con el objetivo de romper ese círculo vicioso. Y eso ha costado muy caro. Según publicó el Servicio de Estudios de La Caixa el pasado mes de enero, las inyecciones de capital público en las entidades sumaron 55.752 millones de euros hasta ese momento. Este dinero sí computa como deuda pública, ya que se ha contraído con los recursos del Estado. Es así como se ha puesto en marcha una dinámica que ha provocado que en el primer trimestre de 2013 la deuda pública española sea de más de 923.000 millones de euros, alrededor del 88% del PIB nacional según datos del Gobierno, lo que aún así sigue siendo menos que la media del 90,7% de la zona euro.

Un dinero que sale caro
A principios de este mes de junio los representantes de la Troika estuvieron en Madrid para verificar las necesidades del sector financiero español, que tiene una línea de crédito disponible de hasta 100.000 millones de euros por parte de Bruselas para hacer frente a las necesidades financieras más urgentes. Por el momento se ha dicho que “sólo” se necesitan unos 40.000 millones. Sin embargo, tanto la Troika como el Gobierno español sospechan que esa cantidad en realidad se queda corta. Y ahí es donde comienzan las exigencias de austeridad de Bruselas a España, para que los países acreedores tengan la certeza de que España devolverá el dinero que le han prestado para dárselo a la banca. 

¿Por qué insiste Bruselas en la austeridad? La actitud de Alemania es fundamental. El Gobierno alemán, presidido por la conservadora Angela Merkel, quiere imponer su modelo económico partidista basado en la austeridad al resto de Europa. Es un modelo de gasto que no sólo se explica desde un punto de vista ideológico. Alemania es el país que más dinero pone sobre la mesa. No sólo para España. Fundamentalmente también para Grecia y Portugal, dos administraciones públicas intervenidas o rescatadas directamente por la UE. En Alemania el elector medio está convencido de que en el resto de Europa le están tomando el pelo y eso tiene una influencia enorme en la política de ese país. El discurso más popular alentado por la derecha dice que los alemanes pagan mientras el resto holgazanea. Es una percepción que se expresa políticamente en que desde Berlín se exigen contraprestaciones a los países que reciben su ayuda, al menos hasta las elecciones previstas el próximo mes de septiembre.    

El dinero que llega de Europa es un dinero que no le sale gratis a España ni a los españoles. Hace dos semanas la Comisión Europea pidió a España que suba el IVA y baje las pensiones. Eso sí, a cambio de aumentar al 6,5% el límite del déficit español. Por lo tanto, Bruselas quiere que el Estado recaude más y gaste menos, aunque eso sea a costa de esquilmar el poder adquisitivo medio y los servicios sociales, por otra parte más demandados que nunca debido a la crisis.

Es de nuevo otro círculo vicioso con consecuencias terribles en un escenario con 6,2 millones de parados, una tasa del 27,16% según los últimos datos de la EPA: mientras más parados, más gastos para el Estado (las prestaciones de desempleo) y menos ingresos (los impuestos de la renta que dejan de pagar los desempleados). También sube la demanda de los servicios públicos como la sanidad y la educación, ya que muchas familias en paro ya no pueden permitirse la educación y sanidad privada, por lo que sube la demanda pública pero con menos ingresos por parte del Estado. Pero la respuesta de la UE y del Gobierno de Rajoy es recortar, no invertir más en estos sectores, lo que castiga aún más a los ciudadanos.

¿Cuáles son las consecuencias sociales? Esta situación crea un caldo de cultivo perfecto para la injusticia social. Según un estudio de la Fundación 1º de Mayo (ligada al sindicato CCOO) publicado a principios de junio, se denuncia que España es el segundo país de la Unión Europea que presenta mayores desigualdades sociales sólo superada por Letonia. Según datos de Eurostat (la agencia de estadística europea), el índice de la desigualdad (el índice de Gini) aumentó en España 2,1 puntos (del 31,8% al 33,9%) entre 2005 y 2010, mientras que la media de la Unión se redujo en una décima pasando del 30,6% al 30,5%. Esta diferencia está vinculada a la evolución de la desigualdad de los ingresos.

Según estos datos, en España la relación entre el 20% de la población que más ingresa y el 20% que menos ingresa ha variado de un índice de 5,5 al 6,9 entre 2005 y 2010, mientras que en el resto de la UE ha permanecido en el 5. Estas cifras son consecuencia directa de las políticas de recortes impuestas por la Unión Europea y aplicadas con más o menos entusiasmo por el Gobierno de España.


Aumenta la desafección hacia la Unión Europea
¿Qué consecuencias políticas pueden tener los recortes? Las medias de los países de la zona euro se traducen no sólo en un crecimiento de las desigualdades y en cifras macroeconómicas que afectan muy negativamente en la vida real de los ciudadanos. También incide muy negativamente en la percepción política que se tiene de la UE como institución e incluso como idea. Según una encuesta publicada el pasado 13 de mayo de 2013 por el Pew Research Center, sólo un 46% de los españoles ve a la UE de manera favorable. Son 14 puntos menos que hace un año, en el que un 60% de españoles consideraba a la UE como algo positivo. En 2007, justo antes de que estallara la crisis, dos tercios de los españoles confiaban en las instituciones europeas.


Es decir, en seis años, la Unión Europea ha pasado de ser una suma de instituciones muy valorada y apoyada por los españoles, a ser percibido más como un problema que como una solución para salir de la crisis. Lo mismo puede decirse de otros países del “sur” europeo, como por ejemplo Grecia que sufre las directrices más descarnadas de la Troika contra el Estado social. Así, sólo un tercio de los ciudadanos griegos es favorable a las instituciones europeas, el porcentaje más bajo entre los encuestados por el Pew Research Center.    
  
Sin embargo, la imagen de la Unión Europea no sólo se resiente en los países en crisis y que dependen de las recetas económicas y sociales impuestas por Bruselas. La percepción se está empezando a tornar también negativa en los países que controlan las instituciones europeas e imponen sus políticas desde hace años como por ejemplo el llamado eje franco-alemán. Así, en Alemania la percepción favorable de la UE es del 60%, bastante alto en comparación con otros países, pero un 8% menos que hace un año. Pero en Francia es de menos de la mitad de la población, ya que sólo un 41% ve a la UE con buenos ojos, menos incluso que en España. Son 19 puntos menos que hace un año, la mayor caída de la confianza de todos los países europeos encuestados. En resumen, son malos tiempos para la idea de Europa.

Estos datos harían reflexionar a cualquiera y harían saltar las alarmas entre los europeístas. Sin embargo, las autoridades de Bruselas se mantienen impertérritas. ¿Qué está haciendo la Unión Europea? ¿Por qué insiste en una política de austeridad que ataca directamente el nivel de vida de los ciudadanos? ¿Por qué insiste en esta vía mientras los ciudadanos se alejan cada vez más de la idea de Europa y de sus instituciones?


Llegan los minijobs
La respuesta podría estar en los datos del último mes de mayo del Paro registrado en España. Bajó en casi 100.000 personas con respecto al mes anterior, pero solo 7,49 de cada 100 contratos firmados en mayo fueron indefinidos, lo que supone la relación más baja para un mes de mayo desde 1997. Además, más de 60.000 de los contratos firmados ese mes lo fueron en el sector de la hostelería. Es decir, la precariedad avanza a pasos agigantados. España está en la senda de convertirse en el “país de camareros” que, con el mayor de los respetos hacia esa profesión, se decía medio en serio medio en broma para describir el mercado laboral nacional.

Es el fenómeno de los llamados “Minijobs” como se les llama en Alemania, el país de referencia económica y principal potencia política de la Unión Europea. Según un reportaje del semanario alemán “Der Spiegel” publicado a principios de junio, un 22% de los trabajadores alemanes tiene un Minijob, es decir, un empleo precario de pocas horas diarias con un sueldo de una media de 11 euros la hora. La consecuencia es previsible: al igual que España, en Alemania también se está produciendo una enorme brecha salarial entre los que más tienen y los que menos.

Hay teorías económicas que dicen que en un contexto global la Unión Europea, en concreto la zona Euro, solamente seguirá siendo competitiva en la economía global si baja sus costes de producción a cotas social y políticamente inaceptables para el estándar occidental. Es decir, para poder competir con la mano de obra china, india, brasileña, etc. de las economías emergentes, es necesario bajar sueldos, flexibilizar despidos y empeorar las condiciones laborales.

En España está ocurriendo, y en Alemania (mucho más fuerte económicamente) también. La sociedad en su conjunto lo acepta tácitamente. No le queda más remedio al estar agobiada por la enorme deuda privada a la que hacía referencia al principio. Hay que pagar la hipoteca y hacer frente a los cada vez más elevados costes de día a día como consecuencia de los recortes sociales (educación, sanidad). La enorme cantidad de parados (un 27,2% que llegaría a más del 28% según la OCDE) crea lo que Marx llamó un “ejército de reserva de trabajadores” dispuestos a aceptar cualquier empleo, sean las condiciones laborales las que sean.

España atrapada en un círculo vicioso
En resumen, España está atrapada en un círculo vicioso muy peligroso arrastrada por la deuda privada, fundamentalmente de su sector financiero debido al pinchazo de la especulación urbanística. Para evitar que los bancos quiebren el Estado se está endeudando cada vez más, y a cambio debe aceptar unas condiciones draconianas impuestas por la Unión Europea que apuesta por la austeridad en las cuentas, sobre todo sacrificando el gasto social, nada extraño por cierto teniendo en cuenta que los países más poderosos de la zona euro están siendo gobernados por partidos conservadores.

Los miles de millones del dinero público español inyectados en la banca y los más de 40.000 millones de euros recibidos por la UE se devuelven en forma de recortes sociales y aumento de impuestos que ahogan cada vez más la ya maltrecha economía española y ahondan en la brecha salarial haciendo desaparecer poco a poco a la clase media. La consecuencia es una creciente desafección ciudadana hacia Europa y la destrucción del modelo social y laboral que ha funcionado en el occidente europeo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y el abaratamiento de los costes laborales frente a las economías emergentes.

España está en medio de esta dinámica y no tiene salida. La vuelta a la peseta hundiría la ya exigua capacidad exportadora española y dejaría a su maltrecha economía a la intemperie del mercado global sin contar con un factor competitivo al que agarrarse. Negarse a pagar la deuda cerraría el grifo de futuros préstamos necesarios para toda economía, esté en crisis o no. La única manera es que en la Unión Europea cambien el objetivo y la austeridad de paso a políticas que permitan un endeudamiento moderado. Hay que recordar que la media de la deuda en la zona euro es todavía mayor que la española. Pero el principal problema de España sigue siendo la deuda privada. El precio de las hipotecas de los pisos vendidos en época de la especulación urbanística está saliendo muy caro.


        

miércoles, 26 de junio de 2013

DOS DÉCADAS DE CORRUPCIÓN EN ESPAÑA: ¿Saqueo sistemático o expresión mediática de la lucha por el poder?


Los españoles conviven diariamente con los escándalos de corrupción en los medios de comunicación. El caso Bárcenas sólo es el último de una larga lista de escándalos que comenzó su deriva mediática hace veinte años con el caso Roldán. El número de casos que actualmente copan las páginas de los periódicos y los minutos en las radios y televisiones es preocupantemente largo: el caso Noos que implica a la Familia Real española, el caso Gürtel –emparentado con el caso Bárcenas-, el caso Palma Arena, el caso Pallerols, los ERE de Andalucía, etc. Estos casos, entre otros, son noticia hoy. Ayer fueron otros y antes de ayer otros.  - Publicado en MBC Times.


Desde hace veinte años la política española está siendo sacudida por una tormenta de escándalos de corrupción prácticamente diarios. Es un bombardeo y la sensación que dejan en la opinión pública es que la corrupción se ha apoderado del país, por lo que la confianza de los ciudadanos en sus instituciones y en sus políticos está sufriendo un durísimo golpe. 

No es un escenario que pudiera o debería considerarse normal. Por ello cabe preguntarse si estas oleadas de corrupción son reales, si realmente existe este problema en nuestro país o si se trata de un espejismo mediático, una expresión de la sociedad del espectáculo en la que vivimos. ¿Están saqueando el país o se trata de una realidad publicada en los medios? Existen dos teorías que no tiene por qué ser excluyentes y que explico a continuación. 


La corrupción como un saqueo institucionalizado 

El catedrático de Derecho Administrativo, Alejandro Nieto, es autor de un libro titulado “La corrupción en la España democrática”. Explica que la corrupción es sistemática, una cuestión que responde al mismo diseño institucional y al mecanismo de funcionamiento del Estado desde la Transición que sería intrínsecamente corrupto.

Su tesis se resume en que los grandes partidos son los que controlan el Estado, un sistema de gobierno que llama “partitocracia”. Todos los miembros de los diferentes poderes y órganos estatales pertenecen a alguno de los grandes partidos que aprovechan las estructuras estatales para alimentarse de ellas. Es decir, el partido que gana las elecciones automáticamente se hace con el control de los recursos y estructuras públicas a través del nombramiento de los responsables de la administración. 

Se trata de centenares de personas que son puestas “a dedo” al frente de organismos o departamentos administrativos y controlan presupuestos y políticas públicas. Estas personas no son funcionarios, es decir, no han pasado un examen. Por ello su lealtad se debe a su partido que le ha puesto en ese lugar, no al Estado al que sirve. Esa lealtad se traduce en que, a cambio de las prebendas y sueldos relacionados con sus cargos en la administración, hacen lo que el partido les pide. 

Esto implica todos los niveles administrativos (local, autonómico y central), y los poderes del Estado (legislativo, ejecutivo y judicial). Es decir, se implica también a jueces y a funcionarios. El propio Alejandro Nieto lo explicó así en una entrevista en 2009 en el blog Fuerteventura Limpia: “Legalmente se les encomienda que vigilen, pero hay mecanismos de presión para evitar que cumplan con su deber. El sistema más sencillo es comprarlos, se les paga más de lo que se debe. A los buenos, a los dóciles, por unos caminos u otros se les aumenta el sueldo. Pero hay otro mecanismo que es más importante, que es la desmoralización: sus vetos, sus reparos, no se cumplen”. 

De hecho, los propios instrumentos fiscalizadores de la misma administración, como por ejemplo los tribunales de cuentas, tampoco sirven porque sus miembros son nombrados a dedo por los partidos políticos. 

Esto mismo ocurre con los jueces, que pertenecen a un poder supuestamente autónomo y que debería fiscalizar la acción administrativa. El problema reside en que sus máximos representantes también son nombrados por los partidos. Nieto explicó en esa misma entrevista que “el poder judicial no es independiente. Todos los días hay peleas políticas para nombrar a tal o cual juez, en el Supremo, en el Consejo General del Poder Judicial... quien tiene al juez, tiene la sentencia”. 

Esto impide que exista un poder controlador neutral que impida el saqueo de la administración. Como el propio Nieto aseguró en una entrevista a ABC el pasado 11 de diciembre de 2012, los jueces “tienen una responsabilidad enorme. Son los que tienen la última palabra y podrían hacer mucho más: atender los expedientes y sumarios en lugar de dejarlos dormir. Que la corrupción no se persiga correctamente se debe en gran parte a que los magistrados se atienen a los consejos de los políticos”.

Es decir, el problema de la corrupción en España reside en el control que ejercen los principales partidos sobre la estructura administrativa y estatal en su conjunto, impidiendo que existan resquicios que escapen a su influencia y que puedan servir para controlar sus actividades. 

Como afirmó Nieto en la entrevista antes mencionada en ABC: “Todos están corruptos hasta el tuétano. Cada partido tiene su área de corrupción y la ejerce donde, cuando y como puede. El que gobierna, que da las licencias y contrata, puede incurrir en ella. Cuando se descubre un escándalo, las demás formaciones no tienen ningún interés en que se continúe investigando porque pueden apuntarles a ellos. Por eso, el único modo de evitar que la población salga a la calle es callarse”. 

Sin embargo, existen otras teorías. La corrupción también puede ser un arma política muy poderosa utilizada en el campo de batalla moderno en la guerra entre los partidos en su lucha por el poder: los medios de comunicación. 



La corrupción como expresión de la lucha política en los medios 

El catedrático de sociología Manuel Castells explica que los medios de comunicación han sustituido al parlamento o la plaza pública como el lugar del debate político. Como dice en su libro “Comunicación y poder”: “Los medios de comunicación son el espacio donde se crea el poder”. La consecuencia de la política mediática es la adaptación de la política a las necesidades de los medios. Estos necesitan contar historias atractivas y “entretenidas”, y eso se hace mejor con un rostro humano que con las siglas de un partido. Así pues, la consecuencia es la personalización de la política.

Los electores buscan líderes de los que se puedan fiar, por lo que la (imagen de) honradez se convierte en uno de los pilares fundamentales para cualquier carrera política. O al revés, destruir la (imagen de) honradez del rival se convierte así en una de las prioridades de los contendientes políticos en su lucha por el poder. Aquí entran en juego los medios de comunicación, fundamentales para llevar a cabo el ataque decisivo entre políticos y difundirlo entre sus electores: el escándalo. 

El problema es que este enfrentamiento basado en el escándalo se ha generalizado de tal manera que ya es lo habitual. Como dice Castells, “la política del escándalo es una forma de lucha por el poder más enraizada y típica que el desarrollo ordenado de la competencia política de acuerdo con las leyes del estado”. 

Es decir, el escándalo de corrupción es parte de la munición habitual en la lucha diaria por el poder, un hábito que en España comenzó a partir de 1993 cuando el socialista Felipe González ganó las elecciones contra todo pronóstico y el PP comenzó a usar los escándalos para hacer caer su gobierno (casos Roldán, Filesa, GAL, Mariano Rubio, etc.). 


El escándalo político en España es pues un arma que se utiliza de manera indiscriminada y abusiva, sin tener en cuenta las consecuencias. Existen y son muy peligrosas, ya que como explica Castells, “Parece haber una conexión, si bien mediada y compleja, entre la política mediática, la política del escándalo y la disminución de la confianza en las instituciones políticas”. 


Teniendo en cuenta el constante bombardeo al que están expuestos, no es casualidad que los españoles confíen cada vez menos en sus representantes públicos. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, “Los políticos en general, los partidos políticos y la política” son considerados por los encuestados el tercer problema más importante de España desde octubre de 2009.


La percepción de la política como un problema está aumentando. Así, si hace tres años y medio lo pensaba un 13,3% de los encuestados, en febrero de este año lo consideran así el 30,3%. En comparación, en septiembre de 1993 –el año de la última victoria electoral de Felipe González- sólo el 2,8% de los encuestados identificaron a los políticos como un problema. En cambio, en marzo de 1996, el mes de la primera victoria electoral del PP en una generales tras los escándalos que salpicaron al PSOE, un 14,7% de los encuestados desconfiaba de la política. ¿Casualidad o fruto de un proceso mediático basado en la política del escándalo? 


Los medios de comunicación son, por lo tanto, fundamentales en las luchas por el poder de las organizaciones políticas y cómplices necesarios para la puesta en práctica de la política del escándalo. Sin embargo, los medios deben tener cuidado ya que juegan con fuego. Manuel Castells afirma que “lo irónico es que como los medios de comunicación desempeñan un papel en la propagación de los escándalos y la deslegitimación de las instituciones, corren el riesgo de perder su propia legitimidad ante su audiencia”. Es lo que el profesor David Fan llama el mensajero suicida.


Los medios de comunicación se han convertido en el lugar central en el que se desarrolla la lucha política. Eso tiene la ventaja de que así se aseguran una audiencia millonaria y que se convierten en actores con una gran influencia. Sin embargo, arrastran el mismo desgaste que sus cómplices. 


Según una encuesta del Instituto Gallup publicada en septiembre de 2012, un 60% de los estadounidenses –país en el que la política del escándalo es una constante- desconfía de los medios de comunicación de masas. En España la cifra de los que no confían en los medios de masas es del 50%, según el último “Trustbarometer” de la consultora Edelman publicado el pasado 20 de enero. 


La corrupción, ¿causa o consecuencia?

En resumen, ambas tesis explican la oleada de escándalos de corrupción en España de los últimos veinte años como una causa o como una consecuencia. Como causa de un diseño de la organización del estado desde la Transición que propicia el saqueo de los recursos públicos por la llamada “partitocracia”, como la llama Alejandro Nieto. O como consecuencia de una estrategia mediática de lucha política enfocada a desprestigiar al rival en la (legítima) lucha por el poder, como explica Manuel Castells. 


En todo caso sea causa o consecuencia del funcionamiento del sistema político, el prestigio de dicho sistema está por los suelos y la desconfianza en las antiguas formas de hacer política crece cada día más. Tanto si la corrupción, o mejor dicho su percepción en la opinión pública, es una causa o una consecuencia de la labor de los partidos políticos tradicionales, éstos están obligados a diseñar nuevas formas de relacionarse con la sociedad que descarten los escándalos de corrupción para siempre. Si quieren conservar su legitimidad como representantes de la ciudadanía y del propio sistema democrático parlamentario, claro.