En
plena globalización las personas de distintas partes del mundo están más
interconectadas que nunca. Una de las consecuencias de esta cercanía es que, en
teoría, es posible superar las limitaciones físicas y culturales impuestas
tradicionalmente por los estados-nación que estarían en decadencia, en pleno
proceso de lenta pero imparable desaparición de las fronteras. Este proceso afectaría
también a nuestra identidad, que dejaría de ser estrictamente nacional. Sin
embargo, según el profesor Michael Billig, la globalización no está haciendo
que la nación esté desapareciendo como la principal identidad del individuo. De
hecho, el uso de la identidad nacional estaría presente en todas partes.
Estaríamos ante un tipo de “nacionalismo banal”, más vivo que nunca.
Un día cualquiera en la
Plaza de Cibeles, en pleno centro neurálgico de Madrid. La estatua de la
antigua diosa romana se encuentra rodeada de mástiles, todos ellos con una
bandera de España ondeando al viento. Sin ser un día especial o sin que se
produzca ningún tipo de celebración nacional, es posible contar hasta 14
banderas rojigualdas desplegadas en torno a la Cibeles, más otras enseñas de
España ondeando en las fachadas de los edificios oficiales que rodean la plaza.
Otro ejemplo. Subiendo por el Paseo de Recoletos, a unos cuantos cientos de
metros de distancia de Cibeles, una enorme bandera de España domina el cielo en
la Plaza de Colón, mientras que otras decenas de edificios presentan más
banderas sin que exista un motivo especial aparente.
Son solamente algunos
ejemplos de la multitud de banderas españolas con las que cualquier ciudadano
nos encontramos a diario en Madrid o en cualquier otra ciudad del país, aunque
raras veces nos damos cuenta realmente de que están ahí. Entonces, ¿por qué y
para qué sirven tantas banderas?
El profesor Michael Billig defiende en su libro “Nacionalismo banal” que no solamente en los
lugares en pugna por crear un estado-nación, sino también “en las naciones
consolidadas, la nacionalidad se “enarbola” o recuerda de forma continua. Las
naciones consolidadas son aquellos Estados que tienen confianza en su propia
continuidad y que, concretamente, forman parte de lo que convencionalmente se
califica como ‘Occidente’”. Si estos estados ya se han consolidado como
estados-nación, ¿por qué insisten en visibilizar los símbolos de esa nación que
aparentemente no corre peligro y que cuenta con un apoyo y una legitimación
mayoritaria?
Según Billig, esto es
así porque “la nacionalidad suministra un telón de fondo continuo a sus
discursos políticos, a sus productos nacionales e, incluso, a la estructuración
de los periódicos. De sutiles e innumerables formas se recuerda diariamente a
la ciudadanía cuál es su lugar nacional en el mundo de las naciones. Sin
embargo, la forma de recordarlo resulta tan familiar, tan constante, que no se
registra de manera consciente como un recordatorio. La imagen metonímica del
nacionalismo banal no es la de una bandera agitada conscientemente con
ferviente pasión, es la de la bandera que vemos colgada en un edificio público
y pasa desapercibida”.
Es decir, a diferencia
de aquellos lugares en los que el estado-nación se encuentra en plena
construcción o todavía en lucha por nacer, en los estados-nación consolidados
no es necesario un despliegue agresivo de nacionalismo. Debe ser sutil. De
hecho, aparece en nuestras rutinas prácticamente sin darnos cuenta. Como
explica Billig, “la identidad nacional se encuentra en las costumbres
encarnadas en la vida social. Entre ese tipo de costumbres se encuentran las
del pensamiento y las de la utilización del lenguaje. Tener una identidad
nacional es poseer formas de hablar de la nacionalidad”.
Billig quiere decir que
“las nociones de nacionalidad están profundamente arraigadas en las formas de
pensar contemporáneas”, que se trata de “una ideología que es tan familiar que
apenas parece perceptible”. Por ejemplo, sin darnos cuenta identificamos a las
personas que provienen de un lugar geográfico diferente al nuestro en primer lugar
por su nacionalidad antes que por cualquier otro rasgo personal. También
tendemos a identificar otros elementos cotidianos, como por ejemplo la comida
(tortilla española), los coches (alemán, japonés), etc., por su ‘nacionalidad’.
Ocurre porque, afirma
Billig, “la nacionalidad no es algo remoto en la vida contemporánea, sino que
está presente en ‘nuestras’ pequeñas palabras, en los discursos familiares que
damos por sentados”. Casi nadie pone en duda la nacionalidad como elemento de
identidad propio y hacia los demás, a pesar de que se trata de un fenómeno de
apenas dos siglos de antigüedad.
¿La
globalización significa el fin de la nación?
Por otro lado, en los
últimos años se multiplican los análisis que prevén la desaparición del
estado-nación y la subsiguiente muerte de la nación como principal elemento de de
identidad y de identificación de las personas. La causa sería la globalización
y el impresionante fortalecimiento de la interdependencia e interconexión entre
las personas independientemente de sus naciones, y que amenazan con convertir
las fronteras en vestigios del pasado: “El resultado es que la soberanía del
estado-nación se desmorona bajo la presión de fuerzas globales y locales. Las
necesidades económicas obligan a los estados a ceder parte de su soberanía a
organizaciones supranacionales”.
Michael Billig |
“Las tesis posmodernas
sugieren que la vida en el mundo contemporáneo viene marcada por una
globalización banal. A diario se enarbola la ‘aldea global’ y la globalización
banal está suplantando las condiciones del nacionalismo banal”, explica Billig
que, sin embargo, enseguida puntualiza que la globalización no significa la
creación de una nueva identidad global: “Las fuerzas de la globalización no
están produciendo homogeneidad cultural absoluta. Tal vez estén erosionando
diferencias entre culturas nacionales, pero también están multiplicando las
diferencias en el interior de las naciones”.
Es decir, según el
profesor Billig, la globalización efectivamente está erosionando al
estado-nación clásico, pero no por ello está poniendo en peligro a la nación
como identidad: “La percepción de la importancia de una patria con fronteras y
la distinción entre ‘nosotros’ y ‘los extranjeros’ no han desaparecido. Es más,
esos hábitos de pensamiento persisten no como vestigios de una era pasada que
haya sobrevivido a su función, sino que hunden sus raíces en formas de vida en
una era en la que el Estado tal vez esté cambiando, pero todavía no ha
desaparecido”.
Así pues, Billig afirma
que el Estado puede estar cambiando, pero no por ello las personas dejan de
sentirse identificadas con una nación, ya sea una consolidada en forma de Estado
o en búsqueda de uno nuevo, como son los casos escocés o catalán en Europa.
Muchos escoceses rechazan ser británicos y muchos catalanes rechazan ser españoles,
pero no por ello dejan de identificarse con una nación que, según sus
aspiraciones, debería ser también un Estado. Pero no son los únicos que
apuestan por la nación.
En el conjunto de la
Unión Europea, prácticamente todos sus ciudadanos se identifican en primer
lugar con su nación antes que con ‘Europa’ u otros conceptos supranacionales. Pero
no son las mismas naciones que las que conocieron nuestros abuelos. Las mezclas
culturales y étnicas tras años de oleadas de inmigración han hecho pedazos el
aspecto más homogéneo que presentaban esas naciones en el pasado. Ahora la
mayoría de los estados-nación europeos presentan una gran diversidad, lo que
está produciendo en muchos casos conflictos de integración. Pero no se trata de
conflictos porque los nuevos europeos quieran crear una nueva identidad o una
nueva nación en el seno de las antiguas. Su objetivo es participar e integrarse
en sus lugares de acogida y convertirlos en sus propias identidades, aspiración
que provoca rechazo entre algunos de los ‘viejos’ nacionales.
En este sentido, Billig
afirma que “aunque el multiculturalismo podría poner en peligro viejas
hegemonías que afirmaban hablar por la totalidad de la nación, y aunque podría
prometer una igualdad de identidades, sigue estando ordinariamente constreñido
en el seno de la noción de nacionalidad. (…) acepta el mundo de naciones en el
que la nacionalidad es algo aceptado como algo importante y digno de
definirse”.
Por ello, la conclusión
a la que llega Michael Billig es que, a pesar de la globalización, la nación
sigue siendo la identidad más importante para la mayoría de las personas,
aunque eso no signifique que sean unos nacionalistas furibundos y agresivos. El
hecho de que la mayoría sigamos pensando en términos de nacionalidad se debe a
las influencias diarias a las que estamos sometidos por el nacionalismo banal y
su “bajo y discreto tono”. “En las prácticas rutinarias y los discursos
cotidianos, en especial los de los medios de comunicación, se enarbola de forma
habitual la idea de nacionalidad. Hasta el pronóstico diario del tiempo lo
hace. Mediante este tipo de enarbolamientos, las naciones consolidadas se
reproducen como naciones, donde se recuerda sin alharacas a la ciudadanía cuál
es su identidad nacional”.
Para que no se nos
olvide.
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