viernes, 23 de agosto de 2013

EGIPTO AL BORDE DEL DESASTRE



En las últimas semanas el país árabe más poblado del mundo ha sufrido una serie de acontecimientos que lo han colocado al borde de la guerra civil y prácticamente han borrado del mapa los cambios producidos hace dos años por la primavera árabe: el ejército ha vuelto al poder, los islamistas vuelven a ser perseguidos y el ex dictador Mubarak ha salido de la cárcel. Sin embargo hay a quien esto le interesa: Egipto vuelve a ser el socio estratégico fiable de Occidente e Israel después de un año de impredecible gobierno islamista.



Hace casi dos meses que el presidente egipcio, el islamista Mohamed Morsi, ha sido depuesto por los militares en un golpe de estado. El ejército se justifica afirmando que los islamistas de los Hermanos Musulmanes trataron durante su breve gobierno de un año poner los fundamentos de un nuevo régimen basado en principios religiosos, atentando así contra los derechos de la mitad del país que no les había votado. Por su parte, los islamistas se han lanzado a la calle para exigir su vuelta al poder conseguido por las urnas, lo que a su vez está siendo reprimido de manera sangrienta por los militares causando ya más de un millar de muertes.


El ejército utiliza estos disturbios para legitimarse en el poder no sólo de cara al interior sino también del exterior. Dice estar luchando contra “terroristas” que quieren desestabilizar el país y contra radicales. Pero son precisamente sus acciones represivas las que están provocando la aparición y la acción de esos radicales que aspiran a sustituir a los Hermanos Musulmanes al frente del islamismo egipcio. Es la puesta en práctica de la clásica fórmula acción-represión-acción, en la que ambas partes se retroalimentan para justificar sus acciones.


El discurso “antiterrorista” está siendo utilizado para justificar la detención de los líderes de los Hermanos Musulmanes, el desmantelamiento y futura prohibición de su organización, y para revertir todos los cambios políticos producidos en Egipto desde febrero de 2011. Dos años y medio después de los sucesos de la Plaza de Tahir, el ex dictador Mubarak ha salido de la cárcel –aunque sigue alejado del poder-, ha vuelto el estado de sitio, la oposición vuelve a estar proscrita y el ejército vuelve a ser prácticamente el único gobernante después de que la mayoría de las fuerzas políticas laicas le hayan dado la espalda. Es como si la primavera árabe egipcia no se hubiera producido. 

Y es que, en realidad, como escribe el periodista Javier Martín, el ejército nunca dejó realmente el poder que ahora trata de afianzar frente a unos islamistas que amenazaban con cambiar las cosas. Los islamistas, que no fueron precisamente los más activos durante la primavera árabe, se ganaron muchos enemigos porque el Gobierno Morsi ponía en riesgo el estatus quo de la zona del Canal de Suez y las relaciones con Israel, y también ponía en peligro los privilegios de los militares tras más de 60 años. La consecuencia fue el golpe.

El ejército y la lucha contra el islamismo


El ejército egipcio se considera el guardián de los valores de modernización y progreso del país. Esto es así desde los años 50 cuando un grupo de oficiales expulsó al último rey e impuso una república que, al mando del carismático coronel Nasser, se alineó en la órbita de la URSS en plena guerra fría enfrentándose así a su pasado como colonia británica. Egipto no era el único país árabe que apostó por esta vía: Siria, Libia, Argelia, Yemen o Irak también estuvieron –o como en el caso sirio sigue estándolo aunque en plena guerra civil- gobernados por regímenes republicanos laicos que contrastaban con las monarquías absolutas y muy conservadoras que apoyaron y apoyan a EEUU (Arabia Saudí, Jordania, las monarquías del Golfo, Marruecos, etc…).

El mundo árabe estaba dividido entre los dos grandes bloques de la guerra fría, pero todos tenían un enemigo común: Israel. Se lucharon hasta cuatro guerras entre árabes e israelíes entre 1948 y 1973. En todas ellas Egipto jugó un papel de liderazgo árabe, asumiendo Nasser el papel de abanderado del panarabismo socialista –la idea de unificación árabe- y de principal enemigo de Israel, el socio fundamental de los EEUU en la región y pilar de Washington en la zona.


Estas repúblicas árabes laicas, además de su antisionismo, se caracterizaban por reprimir duramente cualquier tipo de oposición islamista que comenzó a surgir a partir de los años 70 y sobre todo los 80. En Egipto, que desde la Edad Media ha sido cuna de pensamiento teológico islámico, los Hermanos Musulmanes –islamistas moderados- fueron cuanto menos reprimidos y controlados, mientras que otras corrientes islamistas más radicales eran abiertamente combatidas y perseguidas. La lucha contra los islamistas radicales se había convertido en la principal fuente de legitimidad de la dictadura militar egipcia, sobre todo después de que miembros de la Yihad Islámica consiguieran asesinar en 1981 al presidente Sadat, al que acusaron de traidor por firmar la paz con Israel en 1979.

EEUU, Israel y el Canal de Suez

La Paz de Camp David fue precisamente el viraje diplomático fundamental de Egipto y un acontecimiento clave en Oriente Próximo. Una vez fallecido Nasser y con el apoyo de los EEUU, Egipto dejó de ser un cliente de la URSS y se pasó al bando occidental. A cambio, firmó la paz con Israel, recuperó la Península del Sinaí (perdida en la guerra contra Israel de 1967) y aceptó recibir ayuda militar estadounidense por valor multimillonario hasta convertirse en uno de los mayores receptores del mundo, sólo después de Israel. Así, desde 1998 Egipto ha recibido más de 20.000 millones de dólares para su ejército. Un precio muy alto para los EEUU a cambio de comprar la paz de Egipto con su socio israelí y para garantizar el acceso por el Canal de Suez.

Firma de la Paz de Camp David e 1979.
El Canal de Suez es un punto estratégico geopolítico de primer orden que Washington desea mantener bajo control. Unos 58 barcos lo usan a diario porque permite recortar en miles de kilómetros las rutas entre el Golfo Pérsico y Europa y América. Estas rutas son cruciales para los petroleros con destino a Occidente y para el paso de la flota de combate estadounidense a las zonas de riesgo. Y ese riesgo se llama Irán, el gran enemigo estratégico de los EEUU en la zona. Precisamente el gobierno depuesto de Morsi permitió en 2012 el paso de barcos de guerra iraníes por el Canal, así como el paso de petróleo iraní, un gesto de claro desafío a los intereses de los EEUU e Israel.

En resumen: EEUU necesita en Egipto un régimen amigo que le garantice el paso sin problemas por el Canal de Suez de sus barcos y recursos, y que mantenga la paz con Israel. Ese estatus quo que funcionó durante más de veinte años se puso en riesgo tras la primavera árabe. El gobierno islamista de Morsi no garantizaba mantener la paz con Israel ya que no escondía su apoyo a Hamás en la franja de Gaza, y no había garantía de que no fuera a utilizar el Canal de Suez como prenda para futuras negociaciones sobre otras cuestiones estratégicas, sobre todo con respecto al conflicto con Irán. Después del golpe de estado este escenario ha desaparecido. El primer ministro israelí Netanhayu, agradecido, ya ha pedido el apoyo internacional al gobierno provisional de El Cairo. Sin embargo, los militares tienen un grave problema de legitimidad internacional.

Portaaviones de EEUU en el Canal de Suez.
El año 2013 no es 1979, no hay guerra fría y las democracias occidentales sufren un fuerte desgaste de imagen política interna desde el inicio de la crisis económica. La represión sangrienta de los militares en Egipto ha provocado consternación en la opinión pública occidental, lo que condiciona la acción de sus gobiernos. La Unión Europea ya ha anunciado que limitará la exportación de armas a Egipto y estudia congelar la ayuda al desarrollo. Los EEUU, por su parte, estudian no enviar los 1.300 millones de dólares de ayuda militar correspondientes a este año, aunque la administración Obama sigue sin definir lo que pasa como golpe de estado, ya que si lo hiciera, tendría que retirar la ayuda automáticamente. Es decir, Europa y los EEUU se distancian públicamente de los militares.

Pero ya han salido voces que anuncian que, a pesar de los anuncios occidentales, los militares egipcios no sufrirán verdaderas consecuencias económicas: Arabia Saudí, el principal aliado árabe de los EEUU y dependiente del Canal de Suez para sus exportaciones de petróleo, dice que enviará ayudas para compensar lo que Egipto deje de percibir y evitar así que el régimen de El Cairo se quede sin ayudas. Obama no puede invertir dinero en el régimen militar sin exponerse a duras críticas y destrozar su imagen de líder democrático mundial. Por lo tanto surge la pregunta: ¿juega Arabia Saudí el papel de intermediario de EEUU? ¿Seguirán pagando así los EEUU de manera indirecta el precio del Canal de Suez y la paz con Israel?     

Un momento propicio para los islamistas radicales

Una variable que puede poner en peligro el objetivo de estabilidad perseguido por el golpe en Egipto es el resurgimiento del islamismo radical como oposición al ejército. Los Hermanos Musulmanes apostaron por la vía democrática para llegar al poder y transformar el país siguiendo sus preceptos religiosos. Sin embargo, tras el golpe militar sus líderes están siendo detenidos y su organización perseguida, por lo que el islamismo egipcio fácilmente puede caer bajo control de los extremistas una vez demostrado que la vía pacífica de los Hermanos Musulmanes no es factible.


Es el momento de los radicales y en Egipto existe una larga presencia de islamismo radical que ya se enfrentó con las armas a la dictadura de Mubarak. Decenas de turistas occidentales fueron asesinados en la década de los 90 víctimas de atentados terroristas, y miles de islamistas radicales fueron encarcelados y ejecutados. Existía una verdadera base radical, de la que el máximo exponente es el actual líder de Al Queda y antiguo número dos de Bin Laden, el egipcio Al Zawahiri, que huyó de Egipto para unirse a la Yihad mundial.

A pesar de la muerte de Bin Laden hace ya más de dos años, Al Queda se ha hecho fuerte en lugares en los que falla el control estatal y militar, como en el desierto del Sáhara y el Sahel en África, o aprovechando los huecos que dejan los conflictos armados, como pasó en Irak y ocurre ahora en Siria. El desierto de Libia, lugar de retirada de los combatientes de Al Queda expulsados de Malí a principios de este año, hace frontera con Egipto. No sería complicado hacer pasar armas y combatientes por el desierto al país del Nilo para luchar contra el ejército egipcio y comenzar una guerra civil como ya ocurrió en Argelia en 1992.

Muchos analistas destacan la similitud entre la situación de Argelia hace dos décadas y el actual conflicto en Egipto. En ambos casos el ejército contaba con una larga tradición de dictadura laica frente a un islamismo que ganó las primeras elecciones libres tras una transición democrática. Y en ambos casos el ejército intervino para expulsar a los islamistas del poder legítimo con el pretexto de salvar la democracia de elementos radicales y “terroristas”. También en ambos casos existen amplios intereses geoestratégicos occidentales (en Argelia el gas y su relación con Francia). En Argelia el golpe desembocó en una sangrienta guerra civil, y en Egipto ese paso está todavía por producirse.


Es cierto que, como dice Miguel Ángel Bastenier, el terreno de Egipto, llano y con la vida básicamente restringida al valle del Nilo, es menos propicio para una guerra de guerrillas como la argelina, donde el terreno es montañoso y difícil. Sin embargo, ya se están dando los primeros casos de golpes de mano y emboscadas propios de una guerra civil. Por ejemplo, hace unos días 24 policías egipcios fueron asesinados por un comando islamista en la Península del Sinaí, un territorio justo entre el Canal de Suez e Israel, precisamente las dos piezas del tablero mundial que están determinando el destino de Egipto.   

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