En
las últimas semanas el país árabe más poblado del mundo ha sufrido una serie de
acontecimientos que lo han colocado al borde de la guerra civil y prácticamente
han borrado del mapa los cambios producidos hace dos años por la primavera
árabe: el ejército ha vuelto al poder, los islamistas vuelven a ser perseguidos
y el ex dictador Mubarak ha salido de la cárcel. Sin embargo hay a quien esto
le interesa: Egipto vuelve a ser el socio estratégico fiable de Occidente e
Israel después de un año de impredecible gobierno islamista.
Hace casi dos meses que
el presidente egipcio, el islamista Mohamed Morsi, ha sido depuesto por los militares en un golpe de estado. El ejército se justifica afirmando que los islamistas de
los Hermanos Musulmanes trataron durante su breve gobierno de un año poner los
fundamentos de un nuevo régimen basado en principios religiosos, atentando así
contra los derechos de la mitad del país que no les había votado. Por su parte,
los islamistas se han lanzado a la calle para exigir su vuelta al poder
conseguido por las urnas, lo que a su vez está siendo reprimido de manera
sangrienta por los militares causando ya más de un millar de muertes.
El ejército utiliza
estos disturbios para legitimarse en el poder no sólo de cara al interior sino
también del exterior. Dice estar luchando contra “terroristas” que quieren
desestabilizar el país y contra radicales. Pero son precisamente sus acciones
represivas las que están provocando la aparición y la acción de esos radicales
que aspiran a sustituir a los Hermanos Musulmanes al frente del islamismo
egipcio. Es la puesta en práctica de la clásica fórmula
acción-represión-acción, en la que ambas partes se retroalimentan para
justificar sus acciones.
El discurso “antiterrorista”
está siendo utilizado para justificar la detención de los líderes de los
Hermanos Musulmanes, el desmantelamiento y futura prohibición de su
organización, y para revertir todos los cambios políticos producidos en Egipto
desde febrero de 2011. Dos años y medio después de los sucesos de la Plaza de
Tahir, el ex dictador Mubarak ha salido de la cárcel –aunque sigue alejado del
poder-, ha vuelto el estado de sitio, la oposición vuelve a estar proscrita y
el ejército vuelve a ser prácticamente el único gobernante después de que la
mayoría de las fuerzas políticas laicas le hayan dado la espalda. Es como si la
primavera árabe egipcia no se hubiera producido.
Y es que, en realidad, como escribe el periodista Javier Martín,
el ejército nunca dejó realmente el poder que ahora trata de afianzar frente a
unos islamistas que amenazaban con cambiar las cosas. Los islamistas, que no
fueron precisamente los más activos durante la primavera árabe, se ganaron
muchos enemigos porque el Gobierno Morsi ponía en riesgo el estatus quo de la zona del Canal de Suez
y las relaciones con Israel, y también ponía en peligro los privilegios de los
militares tras más de 60 años. La consecuencia fue el golpe.
El
ejército y la lucha contra el islamismo
El ejército egipcio se
considera el guardián de los valores de modernización y progreso del país. Esto
es así desde los años 50 cuando un grupo de oficiales expulsó al último rey e
impuso una república que, al mando del carismático coronel Nasser, se alineó en
la órbita de la URSS en plena guerra fría enfrentándose así a su pasado como
colonia británica. Egipto no era el único país árabe que apostó por esta vía:
Siria, Libia, Argelia, Yemen o Irak también estuvieron –o como en el caso sirio
sigue estándolo aunque en plena guerra civil- gobernados por regímenes
republicanos laicos que contrastaban con las monarquías absolutas y muy
conservadoras que apoyaron y apoyan a EEUU (Arabia Saudí, Jordania, las
monarquías del Golfo, Marruecos, etc…).
El mundo árabe estaba
dividido entre los dos grandes bloques de la guerra fría, pero todos tenían un
enemigo común: Israel. Se lucharon hasta cuatro guerras entre árabes e
israelíes entre 1948 y 1973. En todas ellas Egipto jugó un papel de liderazgo
árabe, asumiendo Nasser el papel de abanderado del panarabismo socialista –la
idea de unificación árabe- y de principal enemigo de Israel, el socio
fundamental de los EEUU en la región y pilar de Washington en la zona.
Estas repúblicas árabes
laicas, además de su antisionismo, se caracterizaban por reprimir duramente
cualquier tipo de oposición islamista que comenzó a surgir a partir de los años
70 y sobre todo los 80. En Egipto, que desde la Edad Media ha sido cuna de
pensamiento teológico islámico, los Hermanos Musulmanes –islamistas moderados-
fueron cuanto menos reprimidos y controlados, mientras que otras corrientes
islamistas más radicales eran abiertamente combatidas y perseguidas. La lucha
contra los islamistas radicales se había convertido en la principal fuente de
legitimidad de la dictadura militar egipcia, sobre todo después de que miembros
de la Yihad Islámica consiguieran asesinar en 1981 al presidente Sadat, al que
acusaron de traidor por firmar la paz con Israel en 1979.
EEUU,
Israel y el Canal de Suez
La Paz de Camp David fue precisamente el viraje diplomático fundamental de Egipto y un
acontecimiento clave en Oriente Próximo. Una vez fallecido Nasser y con el
apoyo de los EEUU, Egipto dejó de ser un cliente de la URSS y se pasó al bando
occidental. A cambio, firmó la paz con Israel, recuperó la Península del Sinaí
(perdida en la guerra contra Israel de 1967) y aceptó recibir ayuda militar
estadounidense por valor multimillonario hasta convertirse en uno de los
mayores receptores del mundo, sólo después de Israel. Así, desde 1998 Egipto ha
recibido más de 20.000 millones de dólares para su ejército. Un precio muy alto
para los EEUU a cambio de comprar la paz de Egipto con su socio israelí y para
garantizar el acceso por el Canal de Suez.
Firma de la Paz de Camp David e 1979. |
El Canal de Suez es un
punto estratégico geopolítico de primer orden que Washington desea mantener
bajo control. Unos 58 barcos lo usan a diario porque permite recortar en miles
de kilómetros las rutas entre el Golfo Pérsico y Europa y América. Estas rutas
son cruciales para los petroleros con destino a Occidente y para el paso de la
flota de combate estadounidense a las zonas de riesgo. Y ese riesgo se llama
Irán, el gran enemigo estratégico de los EEUU en la zona. Precisamente el
gobierno depuesto de Morsi permitió en 2012 el paso de barcos de guerra iraníes por el Canal, así como el paso de petróleo iraní, un gesto de claro desafío a
los intereses de los EEUU e Israel.
En resumen: EEUU
necesita en Egipto un régimen amigo que le garantice el paso sin problemas por
el Canal de Suez de sus barcos y recursos, y que mantenga la paz con Israel.
Ese estatus quo que funcionó durante
más de veinte años se puso en riesgo tras la primavera árabe. El gobierno
islamista de Morsi no garantizaba mantener la paz con Israel ya que no escondía
su apoyo a Hamás en la franja de Gaza, y no había garantía de que no fuera a
utilizar el Canal de Suez como prenda para futuras negociaciones sobre otras
cuestiones estratégicas, sobre todo con respecto al conflicto con Irán. Después
del golpe de estado este escenario ha desaparecido. El primer ministro israelí Netanhayu, agradecido, ya ha pedido el apoyo internacional al gobierno
provisional de El Cairo. Sin embargo, los militares tienen un grave problema de
legitimidad internacional.
Portaaviones de EEUU en el Canal de Suez. |
El año 2013 no es 1979,
no hay guerra fría y las democracias occidentales sufren un fuerte desgaste de
imagen política interna desde el inicio de la crisis económica. La represión
sangrienta de los militares en Egipto ha provocado consternación en la opinión
pública occidental, lo que condiciona la acción de sus gobiernos. La Unión Europea ya ha anunciado que limitará la exportación de armas a Egipto y estudia
congelar la ayuda al desarrollo. Los EEUU, por su parte, estudian no enviar los
1.300 millones de dólares de ayuda militar correspondientes a este año, aunque
la administración Obama sigue sin definir lo que pasa como golpe de estado, ya
que si lo hiciera, tendría que retirar la ayuda automáticamente. Es decir,
Europa y los EEUU se distancian públicamente de los militares.
Pero ya han salido
voces que anuncian que, a pesar de los anuncios occidentales, los militares
egipcios no sufrirán verdaderas consecuencias económicas: Arabia Saudí, el
principal aliado árabe de los EEUU y dependiente del Canal de Suez para sus
exportaciones de petróleo, dice que enviará ayudas para compensar lo que Egipto deje de percibir y evitar así que el régimen de El Cairo se quede sin ayudas.
Obama no puede invertir dinero en el régimen militar sin exponerse a duras
críticas y destrozar su imagen de líder democrático mundial. Por lo tanto surge
la pregunta: ¿juega Arabia Saudí el papel de intermediario de EEUU? ¿Seguirán
pagando así los EEUU de manera indirecta el precio del Canal de Suez y la paz
con Israel?
Un
momento propicio para los islamistas radicales
Una variable que puede
poner en peligro el objetivo de estabilidad perseguido por el golpe en Egipto
es el resurgimiento del islamismo radical como oposición al ejército. Los
Hermanos Musulmanes apostaron por la vía democrática para llegar al poder y
transformar el país siguiendo sus preceptos religiosos. Sin embargo, tras el
golpe militar sus líderes están siendo detenidos y su organización perseguida,
por lo que el islamismo egipcio fácilmente puede caer bajo control de los extremistas una vez demostrado que la vía pacífica de los Hermanos Musulmanes no es factible.
Es el momento de los
radicales y en Egipto existe una larga presencia de islamismo radical que ya se
enfrentó con las armas a la dictadura de Mubarak. Decenas de turistas
occidentales fueron asesinados en la década de los 90 víctimas de atentados
terroristas, y miles de islamistas radicales fueron encarcelados y ejecutados.
Existía una verdadera base radical, de la que el máximo exponente es el actual
líder de Al Queda y antiguo número dos de Bin Laden, el egipcio Al Zawahiri,
que huyó de Egipto para unirse a la Yihad mundial.
A pesar de la muerte de
Bin Laden hace ya más de dos años, Al Queda se ha hecho fuerte en lugares en
los que falla el control estatal y militar, como en el desierto del Sáhara y el
Sahel en África, o aprovechando los huecos que dejan los conflictos armados,
como pasó en Irak y ocurre ahora en Siria. El desierto de Libia, lugar de
retirada de los combatientes de Al Queda expulsados de Malí a principios de
este año, hace frontera con Egipto. No sería complicado hacer pasar armas y
combatientes por el desierto al país del Nilo para luchar contra el ejército
egipcio y comenzar una guerra civil como ya ocurrió en Argelia en 1992.
Muchos analistas
destacan la similitud entre la situación de Argelia hace dos décadas y el actual conflicto en Egipto. En ambos casos el ejército contaba con una larga
tradición de dictadura laica frente a un islamismo que ganó las primeras
elecciones libres tras una transición democrática. Y en ambos casos el ejército
intervino para expulsar a los islamistas del poder legítimo con el pretexto de
salvar la democracia de elementos radicales y “terroristas”. También en ambos
casos existen amplios intereses geoestratégicos occidentales (en Argelia el gas
y su relación con Francia). En Argelia el golpe desembocó en una sangrienta
guerra civil, y en Egipto ese paso está todavía por producirse.
Es cierto que, como dice Miguel Ángel Bastenier, el
terreno de Egipto, llano y con la vida básicamente restringida al valle del
Nilo, es menos propicio para una guerra de guerrillas como la argelina, donde
el terreno es montañoso y difícil. Sin embargo, ya se están dando los primeros
casos de golpes de mano y emboscadas propios de una guerra civil. Por ejemplo,
hace unos días 24 policías egipcios fueron asesinados por un comando islamista en la Península del Sinaí, un territorio justo entre el Canal de Suez e Israel,
precisamente las dos piezas del tablero mundial que están determinando el
destino de Egipto.
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