Cada 11 de septiembre
los nacionalistas catalanes celebran la Diada. Rinden homenaje a los caídos en
la defensa de Barcelona contra las tropas del rey Felipe V de Borbón en 1714
que murieron defendiendo la “independencia” de Cataluña contra un rey “invasor”
que conquistó su tierra para imponer su voluntad, o eso es lo que cuentan. - Publicado en MBC Times.
Desde la Transición, la
Diada ha sido la fecha tradicional de reivindicación de un nacionalismo que, a
diferencia de por ejemplo el vasco, siempre mantuvo una línea de cooperación
con el Estado español a pesar del discurso “invasor-invadido” de su fiesta. La
Diada era un ritual que el nacionalismo catalán celebraba cada año con más o
menos entusiasmo. No solía congregar a más que unos cientos de habituales y se
había convertido en una rutina. Sin embargo, en la Diada del año pasado, el 11
de septiembre de 2012, se escenificó un ritual diferente. No sólo se
presentaron las habituales representaciones de la élite nacionalista. Decenas
de miles de personas colapsaron las calles de Barcelona al grito de
independencia y contra la permanencia catalana en España.
El ambiente se ha
radicalizado, ha traspasado el umbral de lo minoritario a lo masivo. Según el
último barómetro del CIS del pasado mes de mayo, un tercio de los catalanes
apoya la independencia, mientras que sólo un 12,1% entiende Cataluña como una
región española. De pronto, la independencia de Cataluña se ha convertido en
una idea respetada y apoyada por muchos. ¿Qué ha pasado?
El
nuevo rumbo de CiU
El nacionalismo catalán
tradicional, conservador y mayoritario representado por CiU se ha embarcado en
un viaje que es nuevo para él. Tradicionalmente, la burguesía catalana ha
estado plenamente integrada en la economía y en la política española. En época
del presidente Jordi Pujol se decía que el objetivo del nacionalismo catalán
era presionar para conseguir privilegios y poder con los cuales influir en la
política de España en su conjunto. No se aspiraba a nada más. La independencia
era folclore.
Era una diferencia
nítida con respecto al otro nacionalismo periférico poderoso de España, el
nacionalismo vasco, que nunca aceptó en ninguna de sus versiones (conservadora
del PNV o radical de la Izquierda Abertzale) ni el Estatuto de Autonomía vasco
ni la Constitución. Es cierto que de manera diferente y utilizando métodos en
absoluto comparables, ya que el PNV siempre optó por la vía institucional y
pacífica frente al terrorismo de ETA. Sin embargo, el nacionalismo vasco
siempre mantuvo una equidistancia con respecto al Estado Español que el
nacionalismo catalán nunca ha compartido, hasta ahora.
El presidente de la
Generalitat Artur Mas ha desafiado al Estado Español anunciando su
determinación de consultar a los catalanes sobre la permanencia o no de
Cataluña en España invocando el derecho de autodeterminación. Se justifica en
el actual contexto de crisis económica argumentando que Cataluña no recibe nada
de una España que la explota, que pertenecer a este país es un lastre, … y una
imposición histórica que data de la derrota en 1714. Es un discurso
independentista puro y duro.
La principal crítica
que se le hace a este llamado “plan soberanista” es que se trata de una
coartada. Según esta crítica, Mas y CiU se encontraron tras su victoria
electoral de 2010 con un contexto de crisis económica en el que aplicaron
recetas neoliberales de gestión. Estas medidas, como la privatización
sanitaria, el copago, los recortes sociales, etc., se toparon con una gran
resistencia popular que podía poner en peligro el liderazgo político de CiU
poco después de volver al poder tras una década de oposición. La respuesta ha
sido tapar esos problemas con un gran manto nacionalista que invoque la unidad
nacional frente al “otro”.
Todos los partidos
catalanes (excepto el PP y Ciutatans) aceptan este discurso y no denuncian esa
presunta estratagema a pesar de que les perjudica, ya que mantiene en el poder a
CiU. No tienen más remedio, ya que ellos mismos han experimentado una
transformación catalanista que va más allá del regionalismo o autonomismo que
habían defendido hasta hace poco.
El
nacionalismo atrapó al Tripartito
Es el caso de los
partidos de izquierda integrantes del antiguo Tripartito, la coalición de
gobierno de Cataluña entre 2003 y 2010, que incluía a los socialistas del PSC,
a Iniciativa per Catalunya Verds (los herederos del comunismo catalán) y a los
independentistas de Esquerra Republicana. Era una coalición muy complicada, con
más diferencias que cosas en común. Por ejemplo, los socialistas representan tradicionalmente
un proyecto amplio, con vocación de mayoría y representativo entre amplios
sectores sociales. Por otro lado, Esquerra Republicana aspira a la independencia
de Cataluña. Son dos discursos absolutamente incompatibles.
Entonces se explicó que
la sensibilidad social era predominante en los programas de todos los partidos
gobernantes y que esta faceta iba a ser la que guiara su gestión. Se pensaba
que el independentismo de Esquerra iba a atenuarse con el paso del tiempo e
incluso a ceder ante la “Realpolitik” de la gestión. Sin embargo, una década
después los partidos del antiguo Tripartito compiten por presentarse como el
más nacionalista, o al menos aspiran a ser aceptados en la comunidad
nacionalista como uno más.
Esto ha provocado
graves desgarros internos y externos en el PSC. Obligado a adoptar un discurso
nacionalista que no le es propio, se encuentra enfrentado con el PSOE a nivel
nacional y dividido en su seno. No en vano el PSC ha sido el partido que
representaba a las amplias capas sociales de emigrantes de otros lugares de
España que marcharon a trabajar a Cataluña en los años 60 y 70 y sin ninguna
tradición nacionalista catalana. Sin embargo, con el tiempo esa generación ha
dado paso a sus hijos, ya catalanoparlantes y estrechamente vinculados
emocionalmente a Cataluña.
¿A quién representa el
PSC? ¿A los “nuevos catalanes”? ¿A sus padres de Extremadura o Andalucía? Esta
disyuntiva ha metido a los socialistas en un laberinto que le obliga a apoyar
la estrategia soberanista de Mas para no perder credibilidad entre el electorado
recientemente “catalanizado”. Sin embargo, lo hace a costa de enfrentarse con
los intereses del PSOE que no puede apoyar esa deriva si no es a costa de
graves daños en su imagen que no está dispuesto a sufrir. Por eso el PSC ha
optado por defender la tesis federalista del PSOE para no tener que romper con
su matriz. La consecuencia es que el PSC ni es nacionalista ni deja de serlo, o
lo que es lo mismo, está perdiendo la carrera por situarse en el podio
nacionalista catalán, lo que tiene como consecuencia un grave castigo en las
urnas.
El socio minoritario
del antiguo Tripartito, Iniciativa per Catalunya Verds, también ha apostado por
el discurso nacionalista profundamente autonomista. Ha hecho suya la exigencia
de celebrar una consulta popular sobre el derecho de autodeterminación y se
postula como un partido cada vez más nacionalista en el que el discurso social
y medioambiental juega un papel cada vez menos relevante.
¿Cómo es posible que
tanto el PSC como Iniciativa, que partían como sólidos adalides de la defensa
del discurso de izquierdas en el Tripartito, hayan asumido el discurso
nacionalista a remolque de su entonces socio minoritario de Esquerra
Republicana? La respuesta está en la evolución de esta formación en las últimas
dos décadas, que corre paralela al crecimiento de la importancia del discurso
soberanista en Cataluña.
Esquerra
Republicana, de paria a protagonista
Hace veinte años ERC
era una formación marginal que vivía de glorias pasadas de la época de la
Guerra Civil y de la mítica presidencia de Lluís Companys. En las elecciones
generales de 1993, hace ahora dos décadas, ERC consiguió 189.632 votos, el 5,1%
del total, y consiguió ser la quinta fuerza política en Cataluña. El despegue
comenzó una década después. En las elecciones autonómicas de 2003 y bajo el
liderazgo de Carod Rovira, consiguió 544.324 votos, el 16,5% del total,
catapultando a ERC al tercer puesto entre los partidos más votados en Cataluña.
El cénit se alcanzó un año después, en las elecciones generales de 2004 cuando
alcanzó 652.196 votos, el 15,89% del total.
En las elecciones de
2004 ERC consiguió el máximo número de votos de su historia. Coincidió con el
cambio de Gobierno del PP al PSOE tras ocho años de gobierno de José María
Aznar, una época que se caracterizó por “fabricar nacionalistas”, como señaló
una diputada de Esquerra en una conversación privada en 2003. El discurso
centralista y nacionalista español del PP, sus ataques a los nacionalismos
periféricos en su segundo mandato entre 2000 y 2004, tuvo como consecuencia que
miles de personas que apoyaban el regionalismo o el autonomismo pasaran a
considerarse atacadas y a abrazar opciones nacionalistas más radicales, lo que
en Cataluña redundó en beneficio de Esquerra Republicana.
ERC entró pues en el
Tripartito como el socio menor, susceptible de ser asimilado por sus socios
mayoritarios, pero al final el que acabó asimilando a los demás fue Esquerra
que en todo momento mantuvo una posición independiente e independentista. Por
ejemplo, en el debate sobre la reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña
celebrado en 2006, auspiciado por el PSOE a nivel nacional y el PSC a nivel
regional, ERC dijo “no” por considerarlo insuficiente para sus aspiraciones
independentistas. Mantuvo su coherencia a pesar de ser miembro del Tripartito.
Esquerra ha sobrevivido
así a una década de gobierno Tripartito imponiendo su discurso nacionalista y
saliendo muy fortalecida. Y eso tiene premio. Ahora es quien sostiene el nuevo gobierno
conservador de CiU tras las elecciones del pasado mes de noviembre de 2012 en
las que consiguió ascender a la segunda posición de partido más votado. Fueron unas elecciones marcadas por una
competición por ver quién era el más nacionalista, influidas por la convocatoria
de la consulta popular sobre el futuro de Cataluña. Es decir, un escenario en
el que ERC se encuentra no sólo muy cómodo, sino que lo tiene todo para ganar
porque es la única formación política que defiende la independencia y el discurso
soberanista desde el principio. Y eso le otorga una credibilidad ante el
electorado de la que carecen los demás partidos.
El
nacionalismo como medio y como fin
En resumen, se plantea
si el nacionalismo catalán es un sentimiento o una estratagema. La respuesta es
complicada y depende de a qué actor político se le plantea. Sin duda, para la mayoría
de los partidos, incluido CiU, se trata de una estrategia para captar o
mantener votos en un contexto cada vez más receptivo al discurso nacionalista
radical y a las aspiraciones independentistas. Así es como PSC o Iniciativa per
Catalunya no han tenido más remedio que entrar a saco en la carrera
nacionalista, aunque con escasa credibilidad lo que se manifiesta en los
resultados electorales, sobre todo en el caso del PSC que, además, sufre
desgarros internos y en su relación con el PSOE.
Por otro lado, CiU y el
presidente Artur Mas han optado por una deriva soberanista impropia de su
discurso tradicional y culpan a España de todos los males de Cataluña y
sugieren que la solución es la independencia. Es decir, es un ejemplo del uso
del nacionalismo catalán como estratagema que, además, aviva los sentimientos.
Pero esa estratagema
sólo ha tenido éxito porque previamente se ha experimentado una explosión del
sentimiento nacionalista catalán durante la última década que ha impuesto su
discurso a la agenda política catalana. Esa explosión ha sido como una ola que
ha ido creciendo y en cuya cresta se ha situado ERC que ha ido evolucionando de
ser un paria hace dos décadas, a ser la segunda fuerza política más votada en
Cataluña.
Es decir, el
nacionalismo catalán es una estratagema para camuflar otros fines políticos,
como por ejemplo la supervivencia política de Artur Mas. Pero esa estratagema
sólo es factible porque previamente se han desbordado los sentimientos. Cabe
preguntarse si esos sentimientos se contentarán con la situación actual o, como
sentimientos que son, desarrollarán una fuerza irracional que intente romper el
actual marco político y nacional de Cataluña y España.
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