Barack Obama y el rey Abdulah de Arabia Saudí. |
Los
Estados Unidos y Arabia Saudí mantienen una relación de amistad y dependencia
mutua que ha configurado el mapa político de la segunda mitad del S. XX y en la
actualidad. Aunque esta relación le está costando cara a los EEUU, ambos se
necesitan y se protegen. ¿Por qué?
El pasado mes de junio
Venezuela e Irán pidieron una reunión urgente de la OPEP (Organización de
Países Exportadores de Petróleo) para coordinar una menor producción y
exportación de crudo y provocar así una subida del precio del barril. Esta
medida habría supuesto un ingreso adicional de millones de dólares para los
países miembros de este organismo, pero habría supuesto un golpe muy duro para
el resto de las economías, en especial la de EEUU y la UE.
Sin embargo, y a pesar
de que habría ganado con ello mucho más dinero, Arabia Saudí, la mayor potencia
exportadora de petróleo, reaccionó aumentando su producción y beneficiando con ello sobre todo a los EEUU. Al final no hubo guerra de precios e Irán y
Venezuela prescindieron de convocar a la OPEP a finales de julio pasado al
subir el precio hasta los 100 dólares, considerado un “precio justo” por ambos
países.
Teniendo en cuenta que la
OPEP fue fundada en 1960 por los principales países exportadores de petróleo
del mundo para defenderse del abuso que imponían en sus relaciones bilaterales
las economías de Occidente, ¿por qué Arabia Saudí ha frenado una operación que
económicamente podía beneficiarle? Para encontrar la respuesta hay que remontarse
al año 1945.
Reunión el día de los
enamorados
Franklin D. Roosevelt y el rey Abdulaziz. |
El 14 de febrero de
1945, Día de San Valentín, el entonces presidente de los EEUU Franklin D. Roosevelty el rey Abdulaziz de la dinastía Saudí se reunieron en la cubierta del navío
de guerra USS Quincy tomar una serie
de decisiones con consecuencias hasta nuestros días. Aunque no se han publicado
notas oficiales sobre el encuentro, hoy se sabe que ambos llegaron a un
acuerdo: los EEUU garantizarían la seguridad y continuidad del rey y de su
dinastía en el trono de Arabia, y los saudíes garantizarían el suministro de
petróleo crucial para la economía norteamericana.
Este acuerdo fue la
conclusión de un largo proceso de acercamiento y de consolidación en la zona
que comenzó en 1933 cuando el rey Abdulaziz, conocido en el mundo angloparlante
como Ibn Saud, concedió a la empresa Standard Oil la prospección de yacimientos
petrolíferos en los territorios que controlaba. El descubrimiento fue
asombroso: las mayores reservas del mundo. La reacción norteamericana fue
rápida, ya que ese mismo año reconocieron al rey y enviaron a un embajador. La
cuestión no era baladí, ya que el rey Abdulaziz era entonces solamente uno más
de los reyes beduinos que pugnaban por el control de la Península Arábiga, una
zona pobre y desértica en la periferia de la política mundial hasta el descubrimiento
de sus pozos petrolíferos.
Abdulaziz tuvo que
enfrentarse primero con la dinastía Hachemí, apoyada por los británicos tras la
Primera Guerra Mundial. Éstos le prometieron el control de Arabia y de Siria si
les apoyaba contra los turcos otomanos en la guerra. Esta familia, que se decía
descendiente del profeta Mahoma, apoyó a los aliados –contando con la exótica
ayuda de Lawrence de Arabia- pero vio como se le fue hurtando poco a poco los
territorios que le habían prometido: Siria caería en manos francesas, Jordania
y Mesopotamia serían protectorados británicos –aunque acabarían reinando allí-
y el Hiyaz, la tierra santa islámica donde se encuentran Medina y Meca, fue
conquistada por Abdulaziz y la dinastía Saudí, que poco a poco fue haciéndose
con el poder en casi toda la península.
Desde 1945 el apoyo
norteamericano puso fin a toda discusión sobre quién dominaba Arabia. Así, los
EEUU proporcionan a los saudíes la ayuda exterior que necesitaban para ser
reconocidos en el mundo, pero también los medios para mantenerse en el poder en
casa. Esta es la razón por la que Arabia Saudí se encuentra entre unos de los
mayores compradores de armas a los EEUU, adquiridas con el dinero que los EEUU
gastan en comprar el petróleo saudí.
Es una relación
contradictoria, sobre todo por parte saudí, ya que ésta se legitima en el mundo
musulmán como guardiana de los lugares sagrados del Islam revistiéndose de una
versión extremista de esta religión, el wahabismo, que impone la versión más radical de la sharia y desprecia la presencia
de “infieles”. Es decir, para mantener esa misma legitimidad no puede reconocer
su dependencia de un poder extranjero, algo muy peligroso para la seguridad y
continuidad de la casa real.
El precio de la amistad: 11-S, Afganistán,
Irak e Irán
Es exactamente lo que
ocurrió tras la Segunda Guerra del Golfo en 1991. La vecina Irak invadió y
conquistó a la pequeña Kuwait y amenazó a Arabia Saudí. Los EEUU rápidamente organizaron
una coalición bajo bandera de la ONU y desembarcaron centenares de miles de
soldados en el desierto saudí para, primero, defender a los saudíes de una
posible continuación de la ofensiva iraquí, y, segundo, para expulsar a los
invasores de Kuwait.
Tras la victoria, los
EEUU mantuvieron soldados en Arabia Saudí, lo que provocó que Osama Bin Laden y
su organización Al Queda le declarara la guerra a los norteamericanos y a la
casa real saudí por permitir la presencia de “infieles” en el territorio más
sagrado del Islam. Años más tarde esta amenaza se materializó en los atentados
del 11-S llevados a cabo, en su mayoría, por fanáticos saudíes partidarios de
Bin Laden. La paradoja es que estos atentados fueron planeados por fanáticos
religiosos reclutados y pagados por Arabia Saudí durante la guerra de
Afganistán contra la URSS a petición de los EEUU. Ahora los soldados
norteamericanos luchan contra estos guerrilleros y sus sucesores en las mismas
montañas afganas que los soviéticos hace treinta años.
Estos atentados
sirvieron de ‘excusa’ al entonces presidente de los EEUU George W. Bush –hijo del
presidente que en 1991 intervino en Kuwait y empresario petrolero- para invadir
y conquistar Irak, ya que, según él y su equipo, estos atentados eran demasiado
complejos para unos terroristas y las supuestas armas de destrucción masiva
iraquíes podrían ser usadas contra civiles norteamericanos. No existían tales
armas y la falta de planificación convirtió la posguerra iraquí en un caos de
violencia. Pero Sadam Hussein, el gran enemigo y amenaza de la monarquía saudí,
había caído y las bases de EEUU en Arabia Saudí fueron reemplazadas por bases
en Irak.
Roosevelt nunca habría
imaginado que, a cambio de garantizar el flujo de petróleo, los EEUU se verían
envueltos en una maraña de conflictos y juegos de equilibrio en Oriente Próximo
y Medio. Así, además del conflicto con Irak y la trampa de Afganistán, los EEUU
están en guerra fría con Irán que amenaza en convertirse en caliente en
cualquier momento.
La revolución Islámica
de 1979 llevó al poder en Teherán a un régimen clerical radical chií, enemigo histórico
del Islam suní. Arabia Saudí, como guardiana de Medina y Meca y como sociedad
wahabita, se enfrentó directamente con Teherán implicando a los EEUU en ese conflicto.
Aunque fueron los iraquíes los que primero pagaron con su sangre entre 1980 y
1988 la guerra suní contra los persas chiíes, ésta fue financiada con los
petrodólares de Arabia Saudí.
Más de 30 años después
de la revolución islámica el régimen clerical sigue vivo y, una vez más, Arabia
Saudí se encuentra entre los máximos enemigos de Teherán junto a Israel. Otra
gran contradicción del régimen saudí. Sin embargo ambos temen a Irán y a su
programa nuclear, lo que provoca que EEUU amenace y sancione a los iraníes para
tratar de frenarlo, aunque en principio parece reacio a entrar en guerra
directamente, entre otras cuestiones porque el Fondo Monetario Internacional alerta
de que se incrementaría el precio del petróleo en un 30%.
En febrero de 1945 los
EEUU sellaron un pacto por el que garantizaron el flujo de petróleo necesario
para mantener su primacía económica en el mundo, pero esa garantía ha salido
cara. Guerras, atentados, invasiones, etc. La presencia de EEUU en Oriente
Medio y Próximo depende del petróleo, y esa dependencia, aunque había disminuido en los
últimos años, vuelve a crecer (ver gráfico).
Solamente el uso de energías
nuevas, al margen del petróleo, podrían alejar a las economías occidentales y a
los EEUU de la dependencia de Arabia Saudí, una relación que está saliendo cara
a los norteamericanos. Mientras tanto, los saudíes siguen cumpliendo su parte.
Hoy el precio del barril de Brent es de 109,50 dólares.
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