El
7 de octubre de 2001, hace ya once años, los EEUU y sus aliados invadieron Afganistán
y dieron comienzo a un nuevo capítulo de la guerra que lleva asolando el país
desde 1979. Iban a derrocar a un gobierno fundamentalista, apresar a Bin Laden y
a reconstruir uno de los estados más pobres y peligroso del planeta. Sin
embargo, Afganistán ha derivado en una guerra de guerrillas, emboscadas y
recuentos de cadáveres, especialmente de civiles y de soldados de la OTAN. Es
una victoria imposible que ya tiene fecha de caducidad en 2014 y que
a la opinión pública no le interesa.
En 2010 el periodista estadounidense
Sebastian Junger publicó el libro “War” (Guerra) en el que describía su
experiencia junto a una unidad del ejército de los EEUU en un recóndito valle
afgano. Entre junio de 2007 y junio de 2008 Junger acompañó a los soldados en
sus misiones en el Valle del Korengal, en la frontera con Pakistán. Allí no se
construían escuelas ni carreteras.
Un soldado en el valle del Korengal. |
Mientras el mundo
miraba hacia Irak y a la resistencia contra la ocupación de los EEUU, en
Afganistán se mataba y se moría. Pero lejos del foco de la mirada de la opinión
pública. El propio Junger cuenta que este vacío informativo no era por la censura.
De hecho, no fue censurado mientras recogía material y escribía su libro. El
ejército norteamericano tiene sus mecanismos de control y sus oficinas de prensa, como todas
las instituciones públicas y empresas privadas, pero al parecer no ejercieron
presión alguna sobre Junger.
La imagen que se nos
está dando, o intentando dar, sobre la misión que los soldados llevan a cabo
allí poco o nada tiene que ver con la realidad. La misión de la OTAN, bautizada
como ISAF (International Security Assistance Force) –en la que España colabora
actualmente con 1481 soldados- comenzó como un clásico caso de Peacebuilding,
las misiones que hasta ese momento llevaban a cabo los cascos azules y las
agencias de la ONU en lugares asolados por la guerra con el objetivo de “construir
la paz”: básicamente crear la infraestructura económica, política y social
necesaria para construir un estado viable, a la par que se derrotaba a las
fuerzas que se oponían a ese esfuerzo.
Una contradicción demasiado
fuerte
Pero con el tiempo esta
misión se fue topando con cada vez más resistencias. Y es que la contradicción
entre construir una escuela mientras se apunta con un fusil a los padres de los
alumnos es demasiado fuerte.
Habitantes del valle del Korengal. |
Cuenta Junger en su
libro cómo durante una operación a gran escala del ejército de los EEUU en el Valle
del Korengal, un comandante estadounidense trataba de convencer a los
dirigentes locales para que dejaran de apoyar a la insurgencia talibán y se
convirtieran en aliados. Les explicó que los
norteamericanos tenían la “orden” y la “voluntad” de llevarles el progreso a
sus casas. Carreteras, canalizaciones, electricidad, escuelas, etc. En cambio,
los talibanes solamente les ofrecían cinco dólares a sus hijos para que se
jugaran la vida atacando a los soldados estadounidenses. Los talibanes ofrecían
una miseria por sus vidas.
El argumento era bueno
y el comandante confiaba en sus posibilidades. Sin embargo, cuando los
dirigentes locales se reunieron de nuevo para discutir sus opciones una vez escuchado
al oficial, le declararon la yihad a
los estadounidenses. ¿Qué había pasado? Mientras el oficial estaba hablando, se
había entablado un duro combate en el exterior que acabó con el bombardeo de
una zona del valle que provocó 15 muertos.
Los EEUU no pueden
ganar esa guerra porque no pueden vencer su gran contradicción. La guerrilla
les obliga a actuar armados todo el tiempo, lo que les resta credibilidad en
sus esfuerzos de construcción de la paz. Además, cada baja de los EEUU es un
argumento en contra de la guerra así como el enorme coste que supone mantener a
miles de soldados a miles de kilómetros.
Enseguida surge la
inevitable comparación con Vietnam. Sin embargo, existen importantes diferencias
entre los soldados norteamericanos de entonces y de ahora y entre la percepción
que se tiene de ellos en su patria. Ya no son reclutas obligados a servir en el
ejército y empujados a la selva. Ahora son profesionales que acuden a la guerra
conscientemente, aunque es cierto que en muchos casos empujados por la falta de
alternativas reales para ganarse la vida. Es decir, no existe el argumento de
la injusticia que supone mandar a tus hijos a una guerra absurda. Ahora van
mercenarios.
¿Una sociedad desinformada o
apática?
Es el caso también de
los soldados de los ejércitos europeos que sirven en Afganistán. Por ejemplo, en la
sociedad española apenas existe conciencia sobre la presencia de
soldados españoles en esa guerra y de su participación en la misma. También es
cierto que apenas existe información publicada que explique realmente lo que
está sucediendo en esas tierras tan lejanas.
Esta información en España solamente
llega de manera esporádica y generalmente cuando se ha producido alguna muerte
en combate. Y en esos casos siempre la fuente de información es el Ejército.
Los medios de comunicación no envían a reporteros y los free lance no van a
Afganistán. ¿Miedo, autocensura, falta de interés? De todo un poco. Siempre es
más fácil -y barato- utilizar la nota de prensa facilitada por la ISAF y sus
imágenes. De hecho, la ISAF cuenta con una potente oficina de prensa que incluso
ofrece puestos vacantes para periodistas civiles interesados.
Algo absolutamente
impensable en la Guerra de Vietnam, después de la cual el ejército de los EEUU
culpó a la prensa por su derrota con el argumento de que iban ganando la guerra
hasta que las noticias sesgadas (sin censura) en la televisión pusieron en
contra al pueblo americano y se forzó la retirada. Una excusa, sin duda, pero
que ha mutado en los últimos años en una estrecha colaboración entre los medios
y el ejército –lo peor para una información libre y objetiva.
Al final la OTAN
perderá la guerra de Afganistán y se tendrá que retirar sin cumplir sus
objetivos y con la opinión pública en contra. Según el Pew Research Center, un think tank de estadounidense que investiga los estados de opinión en el mundo, con respecto a Afganistán en octubre de 2011, un 68% de alemanes se posicionaba en contra de la participación de su país y un 70% creía que la guerra estaba perdida, una percepción que aumentaba hasta el 71% entre los británicos, de los que el 57% quería que sus soldados regrsaran inmediatamente al Reino Unido. El mismo porcentaje se daba entre los ciudadanos de EEUU que también creían que sus soldados deben volver a casa.
Pero la gran aliada de los talibán no es la oposición a la guerra de
los votantes, es la crisis económica. Entre 2002 y 2013 la guerra solamente en
Afganistán –no contar la de Irak- le habrá costado a los EEUU más de 641
billones de dólares según una estimación del CSIS (Center for Strategic & International Studies). Demasiado dinero para no alcanzar ningún resultado.
Así, por ejemplo, en abril de 2010, tras años de defensa, millones de dólares gastados en munición y 42 muertos, los soldados de los EEUU abandonaron el Valle del Korengal. Los talibanes ocuparon inmediatamente sus antiguas posiciones que se habían mantenido para nada (ver video).
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