La crisis ha dividido
Europa. Si siempre han existido diferencias entre países ricos y pobres, esta
división ahora supone para sus ciudadanos la diferencia entre una existencia
desahogada y relativamente segura por un lado y la incertidumbre y el miedo por
el futuro por el otro. Estos sentimientos están claramente definidos en el mapa
y nítidamente separados por las fronteras que Europa, se supone, había
desmantelado.
Existe un centro-norte europeo
económicamente próspero y por tanto políticamente poderoso capitaneado por
Alemania, y un cinturón de países del sur, mediterráneos y católicos (excepto
Grecia) que están siendo arrollados por la crisis. España está en este último grupo
y ya ha perdido el último y ficticio resquicio de soberanía y orgullo nacional
al admitir la necesidad de un rescate de su economía, aunque Rajoy se empeñe en
no llamarlo así y en tratar de no admitir la realidad.
El presidente español sabe
que reconocer el rescate de la economía española supondría un duro golpe a su
gestión política y a su continuidad en La Moncloa. Por lo tanto los 100.000
millones de euros concedidos por el Eurogrupo no irán directamente al Estado
español sino que llegarán por un desvío: los bancos y cajas, que a cambio
tendrán que conceder créditos.
Rajoy y el Gobierno
usan este argumento para negar que Europa haya rescatado a la administración
española y, por tanto, que su Gobierno necesite ayuda. Según este relato -en el
que insistió Rajoy en su comparecencia ante los periodistas- los malos gestores
habrían sido los bancos y las cajas (que no dejan de ser bancos públicos) y
deberán ser ellos los que acarreen con el rescate y con sus consecuencias, y no
el Estado y mucho menos los ciudadanos.
Sin embargo, los medios
de comunicación europeos, en concreto los de aquellos países de los que
provendrán los 100.000 millones de euros, sobre todo Alemania, no cuentan lo
mismo. El semanario alemán Der Spiegel explicó en su edición digital que ha
sido Europa la que ha impuesto el rescate a España –Rajoy por su parte afirmó
que nadie le había presionado- y que serán España y los españoles los que se
responsabilicen de la devolución de este dineral, y no los bancos ni las cajas
como ha dicho Rajoy.
100.000 millones ¿para qué a
cambio de qué?
Los españoles no saben
si ese dinero servirá para recuperar su economía y, sobre todo, ignoran la
hipoteca que tendrán que pagar por este préstamo. Por otro lado, los
contribuyentes de los países prósperos no saben para qué exactamente se usará
el dinero de sus impuestos y, sobre
todo, si tendrá efecto alguno.
Según una encuesta
publicada por el diario alemán Bild am Sonntag, un 66% de los encuestados se
muestra contrario a que su dinero sea utilizado para capitalizar los bancos
españoles. Por otro lado, según una encuesta de Metroscopia publicada por el
Diario El País, un 74% de los encuestados considera que la actuación de
Alemania en la crisis es negativa. Dos puntos de vista procedentes de ambos
lados de la crisis.
Estas encuestas
reflejan perfectamente el principal problema que se está creando con esta
crisis: la desconfianza y animadversión entre los propios ciudadanos europeos,
al margen ya de sus élites políticas.
El ciudadano alemán
medio se siente estafado. Ha gastado mucho dinero. Después de haber sufrido una
serie de reformas muy duras hace una década que recortaron su confortable
estado del bienestar, después de haber pagado millones cada año para reflotar
la mitad oriental del país tras la caída del muro y después de ser desde
siempre el país que aporta dinero a Europa sin recibir ni un céntimo, su
paciencia está a punto de acabarse.
El ciudadano español
también se siente estafado. Por la clase política y los bancos, los que hace
unos años le dijeron que podía endeudarse sin problemas, que podía comprarse un
piso carísimo por la especulación –y no por ello de buena calidad-, un coche
nuevo e irse de vacaciones a lugares cada vez más lejanos y exóticos a pesar de
tener uno de los sueldos más bajos de Europa. Fueron estos políticos y
empresarios los mismos que decían que España era el milagro económico de Europa
y un modelo a seguir, hasta que la burbuja estalló y la gente no podía seguir
pagando su nivel de vida.
Los alemanes no
entienden que tengan que pagar de su bolsillo las deudas españolas, y los
españoles no entienden que los alemanes les quieran poner condiciones para
sacarles de un fuego del que no se sienten responsables. Son las dos caras de
la misma crisis, pero también son dos voces de un mismo proyecto político ahora
gravemente dañado: Europa.
El contribuyente alemán
tiene que aprender que sus fronteras no acaban en el Rin o el Oder, sino en
Tarifa y los Cárpatos, y el español –en concreto su clase política y
empresarial- tienen que aprender que Europa no es la ‘vaca lechera’ que se
puede ordeñar sin límite para financiar cualquier gasto. Europa es algo más, pero
para que así sea sus ciudadanos tienen que madurarlo y dar el siguiente paso.
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