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sábado, 5 de julio de 2014

¿Somos egoístas o buscamos el bien común? Sobre el origen del pensamiento político conservador y progresista

¿Está en la naturaleza del ser humano la búsqueda del bien común, o en cambio somos seres egoístas? Este debate tan actual ya se producía en la Grecia clásica, hace 2.500 años. Entonces se enfrentaban los partidarios de la democracia contra los seguidores de la aristocracia. Esta lucha iba más allá de la simple pelea por un tipo de gobierno. Estaba en juego la interpretación de la misma esencia de la existencia humana, un conflicto que hoy sigue abierto.  

El profesor de filosofía George H. Sabine reflexionó sobre el comportamiento político del ser humano. Lo hizo en su famoso libro “Historia de la teoría política” (publicado en 1937) y para ello se remontó unos 2.500 años al pasado, a la Grecia del S. V a.C. Era un mundo muy diferente al nuestro, con unas categorías de pensamiento que seguramente no comprenderíamos hoy en día pero en el que ya se abordaban cuestiones básicas sobre el comportamiento político que todavía siguen abiertas al debate en el presente.

Sabine definió la clave del pensamiento político griego como la búsqueda de la “armonía de la vida en común” y que solamente podía realizarse en la ciudad-estado (la polis) y respetando la libertad del individuo. En este punto hay que ser cauteloso desde nuestro punto de vista actual, ya que el concepto de libertad entonces era diferente, como recordó el profesor. Libertad para un griego del S. V. a.C. era, ante todo, “la libertad de comprender, de discutir y de contribuir con arreglo a su innata capacidad y su mérito, no con arreglo a su rango o a su riqueza. El fin de todo ello consiste en producir una vida en común que sea para el individuo la mejor escuela que le permita desarrollar sus facultades naturales y que aporte a la comunidad la ventaja de una vida civilizada”.     

Es decir, la libertad del ciudadano de una polis se daba si podía desarrollar “sus facultades naturales” dentro de su comunidad y “en una vida en común”. Surge aquí la cuestión, ¿cuáles eran esas facultades naturales?


La naturaleza del ser humano

Sabine recordó que esta cuestión provocó un debate muy amplio entre los griegos del S. V. a.C. En un mundo en el que cada comunidad humana era muy diferente en sus culturas, lenguas y tradiciones, los griegos se preguntaban si ¿existe una naturaleza común a todos los humanos más allá de las leyes específicas de cada comunidad política? O por el contrario, ¿los seres humanos son diferentes en su naturaleza como lo son las leyes de cada ciudad o reino?   

Este debate lo ganaron los defensores de la existencia de una ley natural innata a todo ser humano más allá de las leyes locales. Como escribió Sabine: “Salvo para los escépticos, que acabaron por declarar, por cansancio, que una cosa es tan natural como otra y que el uso y la costumbre son literalmente ‘señores de todo’, los demás autores estaban de acuerdo en que algo es natural. Es decir, existe alguna ley que, de ser comprendida, explicaría por qué obran los hombres como lo hacen y por qué creen que algunos modos de obrar son honorables y buenos y otros bajos y malos”.

Por lo tanto se impuso la idea de que todas las personas comparten una naturaleza común que dicta su comportamiento. Nació así el concepto de Derecho Natural y de la existencia de leyes que son comunes a todos los seres humanos porque representan la naturaleza de las personas. Pero nació así una nueva cuestión: ¿Cómo es la naturaleza del ser humano?

Surgieron aquí otra vez dos corrientes enfrentadas. Según Sabine, por un lado estaban los que concebían la naturaleza como “una ley de justicia y rectitud inherente a los seres humanos y al mundo. Esta opinión se apoyaba necesariamente en el supuesto de que el orden es inteligente y benéfico”. Pero por el otro lado, existía otra corriente que “concebía a la naturaleza como no moral y creía que se manifestaba en los seres humanos como autoafirmación o egoísmo, deseo de placer o de poder”.


La lucha entre democracia y aristocracia

En la Grecia del S.V. a.C. este debate creó un conflicto dentro de la comunidad de cada polis y también entre ellas mismas. Un combate que los propios griegos denominaron Stasis (entre otras muchas acepciones): la lucha entre los que defendían un modelo político democrático y los que defendían uno aristocrático.

No era solamente la lucha entre dos modelos de gobierno, sino entre dos visiones enfrentadas sobre la manera de alcanzar el objetivo vital de cada ciudadano griego, es decir, “la armonía de la vida en común” que decía Sabine, ya que esa armonía solamente se podía alcanzar respetando la libertad (dentro de la comunidad, no nuestro concepto de libertad individual actual). Y esa libertad dentro de la comunidad, a su vez, solamente se alcanzaba si se respetaban las “facultades de la naturaleza humana”.

Así pues, la lucha por el modelo político era también la lucha por crear el marco en el que cada griego podía realizarse como persona.

Los que creían que la naturaleza humana era, ante todo, la búsqueda del bien común, eran partidarios de la democracia. Generalmente eran las clases menos pudientes, que defendían que sólo el poder de la comunidad completa de ciudadanos de una polis representaba el marco necesario en el que se podría desarrollar la naturaleza humana y por lo tanto era el único sistema en el que se podría alcanzar la armonía de la vida en común.

En cambio, para los partidarios de la idea de que la naturaleza humana es egoísta, generalmente las clases más pudientes, la mejor forma de gobierno era la aristocracia, el gobierno de los mejores. Solamente de esa manera, gobernando los que habían demostrado ser los más aptos, se podría desarrollar la naturaleza del ser humano y por lo tanto alcanzar la armonía en la comunidad.

Este conflicto no tenía posibilidad de llegar a un consenso ya que no se podía negociar la naturaleza humana: o es egoísta o busca el bien común. Ambas visiones tan incompatibles acabaron desembocando en lo inevitable. La Grecia del S. V a.C. fue escenario de una terrible guerra, la Guerra del Peloponeso, que en esencia (aunque también fue una guerra por el poder geopolítico) significó la lucha entre las ciudades partidarias de la democracia, lideradas por Atenas, contra las que defendían el gobierno aristocrático lideradas por Esparta. Esta lucha también se produjo entre las propias polis. Se debilitaron tanto en esta lucha fratricida que, tras años de guerras fueron engullidas por sus vecinos macedonios y más tarde por los romanos, lo que puso fin al concepto de polis y, con ello, a la búsqueda de la armonía de la vida en común.


Progresistas y conservadores en el mundo contemporáneo

Sin embargo, el debate sobre la naturaleza de ser humano sigue abierto, aunque es cierto que tras siglos de evolución y de adaptación al pensamiento político contemporáneo basado en el concepto de libertad individual, y no en el de libertad como parte de una comunidad como el que poseían los griegos (una diferencia sustancial que tan magistralmente señaló Benjamin Constant en su clásico “La libertad de los antiguos comparada con la de los modernos”).

¿Somos seres que buscan el bien común? Esto es lo que en su esencia defiende el pensamiento político progresista actual. Según esta visión, las leyes del Estado deben adaptarse a la naturaleza humana ayudando a los más débiles de la sociedad a alcanzar sus metas a través de políticas de redistribución de la riqueza. Hoy en día se expresa en que hace falta una sanidad y una educación de acceso universal, un sistema de seguro de desempleo y de pensiones público, etc. sufragado mediante un sistema de impuestos indirecto, en el que cada miembro de la comunidad paga en concordancia a su nivel de ingreso. Es decir, la igualdad sería el medio para adaptar la sociedad a la naturaleza humana y de hacer avanzar a la sociedad.

En cambio, los conservadores defienden el bienestar individual como la esencia de la naturaleza humana. Consideran que las leyes del Estado deben, ante todo, preservar el bienestar individual y defender la propiedad privada, así como crear un espacio en el que cada uno puede desarrollar sus intereses egoístas sin ser molestado, pero respetando la convivencia. Por ello hacen hincapié en la necesidad de que el Estado tenga poca presencia en la sociedad excepto para proteger al individuo y a sus propiedades. Creen en el libre mercado y en la libre competencia como la base de la economía y del crecimiento de la sociedad. En definitiva, la desigualdad sería el motor que haría avanzar a la sociedad y que mejor se adaptaría a la naturaleza del ser humano.

¿Buscamos el bien común o el individual? 2.500 años después el debate sigue abierto.  

lunes, 13 de febrero de 2012

20 AÑOS DESPUÉS DE MAASTRICHT, ¿SE ESTÁ MURIENDO EUROPA?

El pasado 7 de febrero se cumplieron 20 años de la firma del Tratado de Maastricht. Ese día nació la Unión Europea, fue el fin de las fronteras entre los estados miembros y el principio de una nueva moneda, el Euro. Dos décadas después, las calles de Atenas se encuentran en llamas tras las protestas de los griegos contra las medidas draconianas que la UE y Francia y Alemania les quieren imponer para evitar la quiebra de su país. 20 años después el Euro está en peligro y el propio proyecto de Europa no tiene asegurado su futuro.

Cuando el 7 de febrero de 1992 los jefes de Gobierno de los entonces 12 estados miembros de la Comunidad Económica Europea (CEE) firmaron el Tratado de Maastricht, el futuro parecía brillante. Tan sólo un par de años antes había caído el impresionante telón de acero como lo había llamado Winston Churchill. Aunque todos los analistas y políticos occidentales sabían que la economía del bloque oriental estaba en quiebra, nadie pudo prever que el imperio comunista de la URSS caería tan deprisa y con (relativa) falta de violencia. Europa dejaba de estar dividida por barreras ideológicas y militares, y el futuro del continente parecía próspero y prometedor.   

En el caso de Alemania la caída del Muro de Berlín supuso la recuperación de los territorios de la antigua República Democrática, con más de 16 millones de habitantes e importantes ciudades y centros industriales. Pero su estado era tan lamentable que necesitaban rehabilitación e incluso su reconstrucción. Fábricas, carreteras, edificios, e incluso las infraestructuras sociales y educativas tuvieron que ser recuperadas. Alemania estaba otra vez unificada pero a un coste tremendo. La reconstrucción del este de Alemania costó dinero, mucho dinero. Se estima en un estudio de la Universidad Libre de Berlín que entre 1,3 y 1,6 billones de euros. Pero también tuvo otros costes para el Gobierno alemán.

El Euro a cambio de la reunificación
Como reveló en octubre de 2010 el semanario alemán Der Spiegel,  el Euro nació realmente el día de la unificación alemana y no con la firma del Tratado de Maastricht. La moneda única fue el pago del Gobierno alemán para conseguir el visto bueno de sus vecinos a la reunificación, en concreto de Francia. Los franceses recelaban de las consecuencias de la reunificación y del enorme poder económico (y político) que Alemania alcanzaría, rompiendo así la preponderancia francesa en el eje franco-alemán.

Los jefes de Gobierno de la CEE en 1992.
El presidente francés François Mitterrand temía que el socio menor se convirtiera en el principal, y, sobre todo, que basara su poder en una moneda altamente solvente y fuerte, el Marco. París aceptó la reunificación alemana a cambio de matar el Marco y sustituirlo por el Euro, asegurándose así poder seguir participando en la toma de decisiones financieras de Europa y mantener su papel en la élite política europea.

Dos décadas después los temores franceses se han materializado. Francia es claramente el socio menor del eje franco-alemán, pero ha conseguido algo que en 1992 no se podía ni imaginar: la Alemania reacia a crear una moneda única europea es ahora su principal defensora, incluso a costa de un tremendo coste de imagen exterior.

Europa, un proyecto ante todo económico
La Unión Europea de 2012 no es la pequeña CEE de 1992. Si entonces eran 12 estados miembros, ahora son 27 miembros de todos los tamaños y con economías en muy diferentes estados de desarrollo. Si en 1992 era posible el mantenimiento y el desarrollo de economías más modestas por parte de las economías más pudientes de la Unión, dos décadas después esta ‘subvención’ es la causa del mayor riesgo que ha sufrido el proyecto europeo desde su creación.

Europa es un continente territorialmente pequeño pero cultural y étnicamente muy diverso. La idea de la unión europea se formó a principios del S. XX entre las élites intelectuales europeas y alcanzó cierto prestigio tras la Primera Guerra Mundial. Pero no fue hasta después de la II Guerra Mundial que el proyecto de unidad europeo comenzó a materializarse, sobre todo para poner fin al enfrentamiento secular entre Francia y Alemania. El proyecto de unidad tenía entonces, sobre todo, un enfoque económico. El Tratado de Roma de 1957 supuso la paulatina retirada de aranceles y facilitó el intercambio comercial entre los estados miembros.

Con el tiempo la CEE fue sinónimo de riqueza, por lo que se convirtió en un proyecto muy atractivo para los países más humildes, entre ellos España, Portugal y Grecia, y después de 1992, los antiguos satélites de la URSS en Europa del este. La UE se había convertido en una especie de gran benefactor mediante el cual se protegía la agricultura y se recibía fondos para la construcción y modernización de infraestructuras. En una palabra, Europa era sinónimo de dinero a falta de crear otra identidad común. Y eso tiene su precio.

El fracaso de la UE
Dos décadas después de la firma del Tratado de Maastricht, la Unión Europea ha fracasado como organización regional en la que impera la igualdad en la toma de decisiones, ya que éstas se toman más en Berlín y París, y sus instituciones están gravemente heridas. El Parlamento Europeo no existe en las tomas de decisiones que afectan directamente al futuro de millones de personas. La Comisión Europea se ha retirado a sus despachos en Bruselas, y las instituciones de la Unión Europea como la Presidencia del Consejo y el Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de hecho han cedido sus funciones a Alemania y Francia.

Disturbios en Atenas.
Por otro lado, la UE ya no puede subvencionar generosamente a sus estados miembros y, de hecho, ahora exige medidas drásticas en las economías con problemas para que éstas continúen recibiendo fondos, ahora más necesarios que nunca. Miles de personas salieron a la calle en Atenas para protestar contra estas medidas draconianas, que golpearán el bienestar de los ciudadanos griegos y posiblemente de millones de personas en otros países con economías igual de frágiles. Por lo tanto, Europa también ha fracasado como proyecto de nivelación de los desequilibrios económicos.

El de hoy es un escenario muy lejano de aquel de hace 20 años. Han cambiado las reglas y los actores. En definitiva, el proyecto político y económico de la UE ya no es el de 1992. El proyecto que nació en Maastricht puede que haya muerto. ¿Qué lo sustituirá?