¿Está
en la naturaleza del ser humano la búsqueda del bien común, o en cambio somos
seres egoístas? Este debate tan actual ya se producía en la Grecia clásica,
hace 2.500 años. Entonces se enfrentaban los partidarios de la democracia
contra los seguidores de la aristocracia. Esta lucha iba más allá de la simple
pelea por un tipo de gobierno. Estaba en juego la interpretación de la misma esencia
de la existencia humana, un conflicto que hoy sigue abierto.
El profesor de
filosofía George H. Sabine reflexionó sobre el comportamiento político del ser
humano. Lo hizo en su famoso libro “Historia de la teoría política” (publicado en 1937) y para ello se remontó unos
2.500 años al pasado, a la Grecia del S. V a.C. Era un mundo muy diferente al
nuestro, con unas categorías de pensamiento que seguramente no comprenderíamos
hoy en día pero en el que ya se abordaban cuestiones básicas sobre el comportamiento
político que todavía siguen abiertas al debate en el presente.
Sabine definió la clave del pensamiento político griego
como la búsqueda de la “armonía de la vida en común” y que
solamente podía realizarse en la ciudad-estado (la polis) y respetando la libertad
del individuo. En este punto hay que ser cauteloso desde nuestro punto de vista
actual, ya que el concepto de libertad entonces era diferente, como recordó el
profesor. Libertad para un griego del S. V. a.C. era, ante todo, “la libertad de comprender, de discutir y de
contribuir con arreglo a su innata capacidad y su mérito, no con arreglo a su
rango o a su riqueza. El fin de todo ello consiste en producir una vida en común que sea para el individuo la mejor
escuela que le permita desarrollar sus
facultades naturales y que aporte a la comunidad la ventaja de una vida
civilizada”.
Es decir, la libertad del
ciudadano de una polis se daba si podía desarrollar “sus facultades naturales”
dentro de su comunidad y “en una vida en común”. Surge aquí la cuestión, ¿cuáles eran esas facultades naturales?
La naturaleza del ser humano
Sabine recordó que esta
cuestión provocó un debate muy amplio entre los griegos del S. V. a.C. En un
mundo en el que cada comunidad humana era muy diferente en sus culturas, lenguas
y tradiciones, los griegos se preguntaban si ¿existe una naturaleza común a todos los humanos más allá de las leyes
específicas de cada comunidad política? O por el contrario, ¿los seres humanos son diferentes en su
naturaleza como lo son las leyes de cada ciudad o reino?
Este debate lo ganaron
los defensores de la existencia de una ley natural innata a todo ser humano más
allá de las leyes locales. Como escribió Sabine: “Salvo para los escépticos, que acabaron por declarar, por cansancio,
que una cosa es tan natural como otra y que el uso y la costumbre son
literalmente ‘señores de todo’, los demás autores estaban de acuerdo en que
algo es natural. Es decir, existe alguna
ley que, de ser comprendida, explicaría por qué obran los hombres como lo hacen
y por qué creen que algunos modos de obrar son honorables y buenos y otros
bajos y malos”.
Por lo tanto se impuso la
idea de que todas las personas comparten
una naturaleza común que dicta su comportamiento. Nació así el concepto de
Derecho Natural y de la existencia de leyes que son comunes a todos los seres
humanos porque representan la naturaleza de las personas. Pero nació así una
nueva cuestión: ¿Cómo es la naturaleza
del ser humano?
Surgieron aquí otra vez
dos corrientes enfrentadas. Según Sabine, por un lado estaban los que concebían
la naturaleza como “una ley de justicia y rectitud inherente a los seres humanos y al mundo. Esta opinión se apoyaba necesariamente en
el supuesto de que el orden es
inteligente y benéfico”. Pero por el otro lado, existía otra corriente
que “concebía a la naturaleza como no moral y creía que se manifestaba en los seres
humanos como autoafirmación o egoísmo, deseo de placer o de poder”.
La lucha entre democracia y
aristocracia
En la Grecia del S.V.
a.C. este debate creó un conflicto dentro de la comunidad de cada polis y
también entre ellas mismas. Un combate que los propios griegos denominaron Stasis
(entre otras muchas acepciones): la
lucha entre los que defendían un modelo político democrático y los que defendían
uno aristocrático.
No era solamente la
lucha entre dos modelos de gobierno, sino entre dos visiones enfrentadas sobre la manera de alcanzar el objetivo vital de
cada ciudadano griego, es decir, “la armonía de la vida en común” que decía
Sabine, ya que esa armonía solamente se podía alcanzar respetando la libertad
(dentro de la comunidad, no nuestro concepto de libertad individual actual). Y
esa libertad dentro de la comunidad, a su vez, solamente se alcanzaba si se
respetaban las “facultades de la naturaleza humana”.
Así pues, la lucha por el modelo político era también
la lucha por crear el marco en el que cada griego podía realizarse como
persona.
Los
que creían que la naturaleza humana era, ante todo, la búsqueda del bien común,
eran partidarios de la democracia.
Generalmente eran las clases menos pudientes, que defendían que sólo el poder
de la comunidad completa de ciudadanos de una polis representaba el marco
necesario en el que se podría desarrollar la naturaleza humana y por lo tanto
era el único sistema en el que se podría alcanzar la armonía de la vida en
común.
En cambio, para los partidarios de la idea de que la
naturaleza humana es egoísta, generalmente las clases más pudientes, la mejor
forma de gobierno era la aristocracia, el gobierno de los mejores.
Solamente de esa manera, gobernando los que habían demostrado ser los más
aptos, se podría desarrollar la naturaleza del ser humano y por lo tanto
alcanzar la armonía en la comunidad.
Este
conflicto no tenía posibilidad de llegar a un consenso ya que no se podía
negociar la naturaleza humana: o es egoísta o busca el bien común. Ambas visiones tan incompatibles
acabaron desembocando en lo inevitable. La Grecia del S. V a.C. fue escenario
de una terrible guerra, la Guerra del Peloponeso, que en esencia (aunque
también fue una guerra por el poder geopolítico) significó la lucha entre las
ciudades partidarias de la democracia, lideradas por Atenas, contra las que
defendían el gobierno aristocrático lideradas por Esparta. Esta lucha también se
produjo entre las propias polis. Se debilitaron tanto en esta lucha fratricida
que, tras años de guerras fueron engullidas por sus vecinos macedonios y más
tarde por los romanos, lo que puso fin al concepto de polis y, con ello, a la
búsqueda de la armonía de la vida en común.
Progresistas y conservadores
en el mundo contemporáneo
Sin embargo, el debate
sobre la naturaleza de ser humano sigue abierto, aunque es cierto que tras
siglos de evolución y de adaptación al pensamiento político contemporáneo basado
en el concepto de libertad individual, y no en el de libertad como parte de una
comunidad como el que poseían los griegos (una diferencia sustancial que tan
magistralmente señaló Benjamin Constant en su clásico “La libertad de los antiguos comparada con la de los modernos”).
¿Somos
seres que buscan el bien común? Esto es lo que en su esencia defiende el
pensamiento político progresista actual. Según esta visión, las leyes del Estado deben adaptarse
a la naturaleza humana ayudando a los más débiles de la sociedad a alcanzar sus
metas a través de políticas de redistribución de la riqueza. Hoy en día se
expresa en que hace falta una sanidad y una educación de acceso universal, un
sistema de seguro de desempleo y de pensiones público, etc. sufragado mediante
un sistema de impuestos indirecto, en el que cada miembro de la comunidad paga
en concordancia a su nivel de ingreso. Es decir, la igualdad sería el medio para adaptar la sociedad a la naturaleza
humana y de hacer avanzar a la sociedad.
En cambio, los conservadores defienden el bienestar
individual como la esencia de la naturaleza humana. Consideran que las
leyes del Estado deben, ante todo, preservar el bienestar individual y defender
la propiedad privada, así como crear un espacio en el que cada uno puede
desarrollar sus intereses egoístas sin ser molestado, pero respetando la
convivencia. Por ello hacen hincapié en la necesidad de que el Estado tenga
poca presencia en la sociedad excepto para proteger al individuo y a sus
propiedades. Creen en el libre mercado y en la libre competencia como la base
de la economía y del crecimiento de la sociedad. En definitiva, la desigualdad sería el motor que haría
avanzar a la sociedad y que mejor se adaptaría a la naturaleza del ser humano.
¿Buscamos el bien común
o el individual? 2.500 años después el debate sigue abierto.
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