Hace
dos años la política en Alemania vivió un fenómeno parecido al que hoy ocurre
en España: el hastío del electorado hacia los grandes partidos provocó la
irrupción en las urnas de una pequeña e inexperta formación. Durante meses, los
medios de comunicación ensalzaron al Partido Pirata (Piratenpartei) e incluso
dieron la bienvenida a una nueva forma de hacer política, fresca, joven, directa,
más democrática y basada en las redes sociales. El éxito parecía arrollador e
imparable. Sin embargo, en sólo dos años pasaron de una intención de voto del
13% (lo que les hubiera convertido en tercer partido en Alemania) a un resultado del 1,4% en las pasadas
elecciones europeas.
Empezó como una pequeña
e inofensiva expresión de rebeldía. El 10 de septiembre de 2006 nació la versión
alemana del Partido Pirata, creado en Suecia ese mismo año con el objetivo de
protestar contra las prohibiciones que los gobiernos europeos estaban
legislando contra las descargas gratuitas de internet. Sus miembros eran pocos
y pertenecían a un grupo social concreto y definido. Urbano, joven y “enganchado” a las nuevas tecnologías, según la web de la Central Federal para la Formación política (Bundeszentrale für politische Bildung).
Apenas nadie se hacía
eco de sus actividades e incluso de su existencia más allá de la reducida
comunidad de internautas activos. Eran una tribu reducida y homogénea. Pero
súbitamente se dieron una serie de circunstancias que catapultaron al Partido
Pirata al éxito y a la fama: la
aparición de las redes sociales y el cansancio entre los votantes de los
grandes partidos, CDU y SPD, que en ese momento compartían una gran
coalición (2005-2009).
"¿Por qué aparezco en este cartel, si ni siquiera vais a ir a votar?" |
El desencanto de una
parte cada vez mayor del electorado, sobre todo joven, con respecto a la
política tradicional, abrió la puerta a los piratas que supieron enganchar
perfectamente con ese estado de ánimo y acertaron tanto en el mensaje como en
los medios de propagarlo. Mientras los grandes partidos todavía se preguntaban
qué eran las redes sociales y para qué servían, los piratas ya estaban inundando Facebook y Twitter con su relato
inconformista, rebelde y transgresor.
En los carteles
electorales podía leerse mensajes como: “Preparados para cambiar”, “Somos
románticos”, “Por fin gente normal”, “Existe una actualización para este
sistema”, etc… Un lenguaje, unos temas y
una forma de presentación que conectaban perfectamente con el electorado joven,
urbano, usuario de las redes y muy crítico con el sistema de partidos
tradicional. No podía fallar, y no lo hizo precisamente en el lugar más
adecuado: Berlín.
Los buenos tiempos
El 18 de septiembre de 2011,
justo cinco años después de su nacimiento, el Partido Pirata celebró su primer y
espectacular éxito electoral: 120.000
votos, el 8,9% del total, en las elecciones al parlamento regional de Berlín.
Fue una gran sorpresa y su inesperada victoria y el exotismo de sus miembros
(iban disfrazados de piratas en la noche electoral) provocó las delicias de los medios de comunicación que rivalizaban
en su entusiasmo a través de sus titulares. El semanario Focus tituló “Ola perfecta para los piratas”; Der Spiegel tiró por lo obvio (“Los piratas al abordaje del Parlamento”); y el periódico considerado más serio de Alemania, Die Zeit,
apostó por las emociones: “El fundador de los piratas llora de alegría”.
Fue
el comienzo de un fenómeno mediático sin precedentes en la política alemana. Los medios de comunicación competían
por ofrecer el lado más simpático e idealista de estos novatos en la política
alemana. Les atribuían valores como “inteligencia emocional”, “transparencia”, “participación”,
incluso se les presentó como los adalides de la “democracia líquida” o “democracia 4.0”, según la cual la existencia
de internet permite a los ciudadanos una participación directa en la toma de
decisiones sin la necesidad de intermediarios.
Eran el partido de
moda. De la noche a la mañana todos querían conocer a los piratas y pertenecer
al grupo. Según la web de datos estadísticos http://de.statista.com/, si los
piratas tenían 11.720 miembros en diciembre de 2010 (11.394 en diciembre de
2009), en diciembre de 2011, tres meses después del éxito de Berlín, los afiliados ya se habían casi doblado hasta
alcanzar los 19.200. Empezaba 2012 y la espiral de éxitos no tenía fin.
Llegaron otras
elecciones regionales y el Partido Pirata aprovechó la ola para entrar en los
parlamentos de los Länder de Sarre (con el 7,4% de los votos), Schleswig
Holstein (con el 8,2%) y en el Land más poblado de Alemania, Nordrhein-Westfalen
(con el 7,8% de los votos). La popularidad iba en aumento y con ella el número
de afiliados, que en agosto de 2012 ya superó los 34.000 (tres veces más que antes
del éxito en Berlín).
Pero la guinda llegó en
abril de 2012, cuando en una encuesta del instituto Forsa se atribuyó al Partido Pirata una intención de voto directo
del 13%, lo que hubiera convertido a los piratas en el tercer partido a nivel
federal por encima de Los Verdes (Die Grünen). Su popularidad era tan
grande que uno de cada tres votantes alemanes sentía simpatía hacia ellos e
incluso podría imaginarse votarles en alguna ocasión.
La decadencia
Todo iba viento en popa para los piratas hasta que se dieron de bruces
con la realidad. En pleno auge de su popularidad, comenzó la decadencia. Surgió
una brecha insalvable entre la dirección
del partido, los recién nombrados diputados y el resto de la base de
militantes.
"Perdonad. También nos lo imaginábamos más sencillo. Pero eso no quiere decir que vayamos a claudicar". |
Cuando los diputados de los piratas empezaron a conocer las rutinas
parlamentarias se dieron cuenta de que no
eran compatibles con la transparencia y la participación directa que les
exigían sus bases. Los militantes querían tomar todas las decisiones, hasta
las más nimias. Esto chocaba con las complejidades técnicas de la vida
parlamentaria. La elaboración y presentación de iniciativas parlamentarias,
enmiendas, preguntas, etc. Todo debía ser sometido a la democracia directa. Un
imposible para el día a día de un grupo parlamentario.
Los piratas entraron en una contradicción interna
grave. Por un lado se mostraban como los únicos defensores de la
democracia directa y los únicos que la aplicaban gracias a internet. Era su
seña de identidad, el elemento que les diferenciaba del resto de partidos. Sin
embargo, a la hora de querer trabajar en la política real, esa participación
directa y la transparencia en internet “demostraron ser una maldición, ya que
la propia dirección terminó por despedazarse en público a través de las redes
sociales” (Der Spiegel).
Surgieron varios conflictos: por un lado entre la
dirección y la militancia de base, que calificó a sus dirigentes de traidores por
no someter la totalidad de su actividad a referéndum electrónico (incluso se
llegó a debatir seriamente celebrar congresos online), y entre la misma élite del partido por falta de un proyecto común y de
disciplina a la hora de asumir las decisiones.
Es decir, el Partido Pirata acabó
sufriendo la contradicción de ser un partido que funcionaba como partido y que quería
estar en un parlamento, pero que abjuraba a los cuatro vientos de su naturaleza
de partido. En la propia esencia de su éxito estaba la semilla de su
fracaso, ya que los electores les eligieron por ser diferentes al resto de
partidos, incluso por ser un no partido, y por eso mismo se acabó rompiendo y
hundiendo porque no pudo ser operativo en el parlamento.
"Existe una actualización para este sistema". |
Lo que siguió fue un camino de sufrimientos y
muerte lenta para los piratas. Solamente entre noviembre de 2012 y enero de
2014 celebraron cuatro congresos en los que la ejecutiva fue cambiando de
nombres sin cesar. Las luchas internas se hacían cada vez más encarnizadas y de la imagen de modernidad, juventud y
frescura, se pasó rápidamente a la del ridículo. Los medios de comunicación
dieron un giro de 180 grados en el contenido de sus informaciones, y el Partido
Pirata dejó de ser el referente de la nueva política para convertirse en un ejemplo de decadencia y de utopía mal
gestionada: El periódico conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung
escribía: “Los piratas: anatomía de un desastre”; el semanario Der Spiegel se
preguntaba “¿Ha fracasado el experimento de la democracia líquida?”; incluso el
diario de izquierdas berlinés TAZ (muy próximo al segmento del votante de los
piratas) publicó una guía de “9 pasos para la autodisolución” del Partido
Pirata.
El fenómeno mediático se acabó convirtiendo en un
infierno y la imagen de los piratas se arruinó con la misma rapidez con la que
se encumbró. Las consecuencias electorales no se dejaron esperar. En las
elecciones generales al Bundestag el pasado septiembre de 2013, los piratas
solamente consiguieron el 2,2% de los votos y no pudieron superar la barrera
del 5% para tener representación parlamentaria, cuando tan solo un año y medio antes
las encuestas les daban el 13% de intención de voto. Las pasadas elecciones europeas
del 25 de mayo, generalmente propicias para el voto protesta, el resultado fue
aún peor: un 1,4%.
Ante esta experiencia surgen una serie de preguntas: ¿Son los piratas de Alemania una lección
para otros fenómenos políticos y mediáticos? ¿Puede funcionar una organización
política en un sistema de partidos sin ser un partido? Y, en definitiva, ¿puede
una organización que se convierte en fenómeno mediático sobrevivir a las modas?
Artículo disponible en Ssociólogos.com
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