viernes, 11 de julio de 2014

Los días contados de la prensa española

En diez años se extinguirán los periódicos tradicionales en España o se volverán insignificantes en su forma impresa en papel. Lo dice una predicción de Future Exploration Network compartida por la Asociación de la Prensa de Madrid en sus redes sociales. Precisamente las redes sociales representan ya la segunda fuente de información más importante entre los españoles menores de 35 años y la primera entre los menores de 24 años, según el último estudio Reuters Digital News Report 2014. La prensa clásica, los periódicos impresos de las cabeceras que han acompañado a la democracia española desde la Transición, tienen los días contados.

El año 2014 está siendo un año de cambios profundos en España. Juan Carlos I, el rey que simbolizó la transición de la dictadura hacia la democracia, ha dado paso a su hijo Felipe VI para que simbolice, a su vez, el paso hacia un nuevo futuro. Por otro lado, los resultados de las pasadas elecciones europeas han confirmado que el sistema de partidos imperante desde la llegada de la democracia está en entredicho. También se ha puesto en duda el sistema de organización territorial del Estado y, sobre todo, se ha puesto fin al optimismo que reinaba en la sociedad acerca de sus posibilidades de bienestar en el futuro. Hoy mandan el miedo y la incertidumbre.

Pero no son los únicos ejemplos de cambios en los tiempos recientes tras una generación sin movimientos traumáticos en el panorama político y social español. En las últimas semanas se han publicado una serie de datos que avisan sobre el destino de otro actor que ha acompañado a los españoles a lo largo de la democracia: la prensa española tradicional está enferma y no tiene cura. No es que vaya a morir el periodismo, pero sí el formato clásico del periódico impreso en papel. Y puede que esta muerte se lleve con ella a alguna cabecera que nos ha acompañado a lo largo de las últimas décadas.  


La última década de los periódicos

Un estudio de Future Exploration Network, una red global de empresas y organizaciones que tiene el objetivo de prever escenarios de futuro para la toma de decisiones (es decir, los que analizan y crean las tendencias), asegura que a la prensa tradicional española le quedan diez años de vida. Al menos en ese tiempo “su formato actual se volverá insignificante”, afirma. Es decir, en una década se dejará de vender periódicos en los kioscos.   

El caso de España no es el más inmediato. El cambio revolucionario que se avecina afectará primero a la prensa anglosajona, siempre a la vanguardia de las transformaciones. Así, la prensa tradicional de los EEUU pasará a la historia en fecha tan cercana como 2017 y la del Reino Unido en 2019. En el resto de Europa se lo tomarán con más calma. La prensa francesa existirá en su forma impresa hasta 2029 y la alemana hasta 2030. Y los últimos en el mundo en ver un periódico impreso serán los argentinos en 2039. Esas fechas parecen lejanas, pero ocurrirá en solamente 25 años.



La causa de esta muerte del periódico en papel es evidente: Internet. La revolución que ha provocado la red ha supuesto un cambio en la comunicación solamente comparable a la aparición de la imprenta hace 500 años. Son inventos que rompen el mundo concebido hasta ese momento, ya que si la imprenta permitió multiplicar el número de personas que recibían información, internet rompe el concepto del espacio y del tiempo porque permite la distribución de esa información por todo el mundo en cuestión de segundos.

Esa es la clave del futuro, según Future Exploration Network. Los periódicos dejarán de ser estrictamente nacionales para traspasar las fronteras y convertirse en medios globales, un proceso en el que el papel impreso es un estorbo. Una rémora para nostálgicos. Solamente los medios que sean capaces de romper las fronteras y adaptarse sobrevivirán. No porque es tecnológicamente posible, sino porque ya es una demanda dominante.

Otro estudio publicado recientemente, el Reuters Digital News Report 2014, dice que más del 60 por ciento de los menores de 35 años emplea como segunda fuente de información las redes sociales”. Es decir, la actual generación adulta ya consume más información en internet que a través del papel. Y la tendencia va en aumento, ya que, según señala el mismo estudio, los jóvenes entre 18 y 24 años prefieren internet incluso por delante de la televisión. El fin del periódico en papel está servido y que tiemble la televisión a largo plazo.

Datos del estudio Reuters Digital News Report 2014. 

Sin embargo, el fin de un soporte de comunicación no debe significar necesariamente el fin de la empresa periodística que lo administra. Pero en España la crisis del soporte va de la mano de la crisis de la empresa editora.

En un análisis del periodista Carlos Díaz Güell publicado en Zoom News el pasado 22 de junio, el diagnóstico no puede ser más sombrío: “El escenario de los grupos de comunicación españoles -rama prensa escrita-, es estremecedor y los últimos resultados conocidos no permiten albergar demasiadas esperanzas”. Las causas de este escenario serían, según el periodista, “una considerable caída de lectores, una descomunal mengua de la tarta publicitaria, un errático comportamiento del mundo digital y la acumulación de costosos errores cometidos en el pasado”.   

Díaz Güell destripa los últimos números de las cuentas de las principales empresas editoras españolas y muestra un panorama inquietante:

  •  Vocento (ABC): “Perdió en los tres primeros meses de este año 6,4 millones de euros, y aunque reduce las pérdidas en 1,3 millones con respecto al mismo periodo del año pasado, llueve sobre mojado, ya que pese a las mejoras de 2013, los ingresos de explotación en periódicos se sitúan en 428,6 millones, un 9,6% menos que en 2012. En definitiva, Vocento tuvo unas pérdidas en 2013 de 15,1 millones de euros, cifra inferior, bien es verdad, a los 53,3 millones del año anterior”.

  •       Prisa (El País, Cinco Días, As): “En 2013 registró unas pérdidas de 648,70 millones de euros, lo que supone un 154,4% más que en 2012 y al cierre del último ejercicio, la deuda neta total ascendía a 3.227 millones de euros, 144 millones más que un año antes”.

  •       Unedisa (El Mundo, Expansión, Marca): “El resultado de explotación del grupo fue en 2012 de 32 millones de euros negativos, y el resultado antes de impuestos registró también unos número rojos de 69 millones. La pérdida final del grupo editor, registrados los deterioros de activos por los malos resultados continuados de las distintas cabeceras, se ha elevado a 511 millones. (…) El 30 de septiembre de 2013 Unedisa presentaba un resultado de explotación negativo de 7,6 millones, 1,5 millones más que en el mismo período de 2012, es decir un deterioro del 24 por ciento”.

Millones de euros de pérdidas para las empresas que tan sólo una década atrás eran los gigantes españoles de la comunicación, con un poder inmenso en la creación y gestión de la agenda pública (“agenda setting” como decía Walter Lippmann) y una influencia política y económica considerable.

Hoy ese poder no existe y mucho menos la independencia que otorgaba esa influencia, ya que las deudas millonarias hacen surgir la pregunta si no son en realidad los acreedores los que deciden una agenda cada vez más fugaz, en la que la velocidad y la intensa competencia con los pequeños medios digitales marcan los tiempos y los tonos de los contenidos. Los grandes periódicos españoles están en crisis. No solamente en sus números. Son como gigantes desorientados que tratan de encontrar un hueco en el mundo de la modernidad líquida” (Zymunt Bauman) en el que lo que cuenta es la flexibilidad y la incertidumbre.


Un cambio generacional

Hace cuatro décadas, en los años 70, la prensa vivió otro tiempo de transformación. El franquismo agonizaba y la democracia comenzaba a asomarse poco a poco. La prensa escrita (llamada así para diferenciarse de la radio y de la televisión) era la reina del periodismo, la que marcaba la tendencia. Los periódicos del franquismo eran antiguos, en estilo, aspecto y contenido. Reflejaban el tiempo anterior, en el que habían funcionado como correas de transmisión de un régimen que quería tenerlo todo atado. No eran aptos para ocupar un lugar central en la futura sociedad democrática española. Por eso, el diario El País, fundado en 1976, simbolizaba ese cambio inevitable en España que era también cultural, social, económico y generacional, además de político.

Primera portada de El País, 1976.
En un reciente laboratorio de periodismo celebrado por la Asociación de la Prensa de Madrid, el periodista Enric Juliana definió el papel que jugó El País en esos días. Su rol, crucial, era “la reordenación de la narración en España”. El País seguía el modelo anglosajón basado en el estilo narrativo objetivo, que tuvo en el caso Watergate su momento estelar y catapultó a la prensa al pedestal del llamado cuarto poder”. España salía de una dictadura que duró una generación, y la que iba a tomar el relevo necesitaba un nuevo estilo narrativo para contar lo que estaba pasando. El diario El País supo adoptar ese estilo e implantarlo en España, lo que le valió una influencia prácticamente hegemónica.

Han pasado 40 años desde la fundación de El País y, de la misma manera que en los años 70 la generación joven de entonces quiso hacerse con el mando, una nueva generación pugna hoy por suceder a sus padres que hicieron la Transición. Vivimos de nuevo días de cambio, también cultural, social, económico y en cierto modo político. Estos momentos de cambio tienen también su propio estilo narrativo. En este caso se trata del relato, o storytelling. Este estilo es consecuencia directa de la era posmoderna en la que se prima la brevedad, la anécdota y el entretenimiento por encima de la información.

Hoy los medios de comunicación no tratan de proporcionar sólo noticias a sus lectores, sino que aspiran poder competir en el mundo inabarcable de internet en el que coinciden millones de mensajes al mismo tiempo y que la mente humana sencillamente no pude asimilar. Vivimos en un mundo de “sobrecarga de la información”, como escribió Christian Salmon, autor de la obra de referencia que nos advierte sobre los efectos del “storytelling”.


Un nuevo estilo para un nuevo tiempo

Las personas son convertidas en consumidores que eligen entre millones de mensajes a los que prestan atención de la misma manera que escogen cualquier otro producto de consumo. Por eso las técnicas de los medios de comunicación para atraer a esos consumidores están más cerca del marketing que del periodismo. El storytelling, el relato, es hoy la piedra angular sobre la que gira el periodismo. Salmon lo describe perfectamente: “Queremos relatos íntimos, sorpresas, golpes de efecto. Lo último just in time. Sin tiempos muertos. Emoción en flujo continuo”. Nada de periodismo objetivo.

Lejos queda la época de la crónica periodística que exige al lector que se tome su tiempo para repasar la actualidad con cierta atención. Este es el estilo que catapultó a El País al Olimpo del periodismo hace una generación. Hoy sólo se puede aspirar a atrapar al lector de forma fugaz, y la única manera de conseguirlo es entreteniéndolo y llamándole la atención con una historia jugosa en Facebook y en Twitter. Se considera un éxito si pasa del titular y entra a ojear el texto antes de que pase a la siguiente historia.

La prueba es que se está multiplicando la consulta de información a través de los teléfonos móviles. Como informa la web media-tics.com: “Los smartphones han superado en audiencia a la TV en Estados Unidos. Los ingresos  móviles ya representan el 60% del consumo de información en algunos mercados  y es el segmento que más crece con diferencia”. Nada menos reposado y tranquilo que la consulta de información a través del móvil, un soporte en el que “la información deberá ofrecerse en capas sucesivas, modulable, escalable. Consultaremos durante unos pocos minutos titulares y resúmenes, luego visionaremos lo que nos interese y navegaremos por diferentes opciones, ampliaciones, referencias, informes, imágenes, ante una amplísima oferta de opciones relacionadas, producidas por la misma editorial o por cualquier otra”, explican en media-tics.com.

Pero la nueva era de la rapidez a través de internet lo es también de la pérdida de calidad de la información. Un estudio realizado por ING recogido por la web trecebits.com, solamente el 20% de los periodistas online comprueba los datos de sus artículos antes de publicarlos. “Al parecer más que la precisión, se sigue premiando la velocidad”, informa la web. “La mayor parte de los periodistas señala que incluso llega a publicar cuando ya tiene escrito un 60% del texto que quiere hacer, y después continúa ampliando la información”. Llegar antes que la competencia, aunque sea equivocándose, para arañar ese minuto de atención al lector en internet, aunque lo que se escriba no esté contrastado.  

Hoy, lo que da ganancias es la desenfrenada velocidad de circulación”, escribió Zygmunt Bauman, el eminente sociólogo que teorizó sobre la llamada “modernidad líquida”. Estamos viviendo tiempos en los que lo sólido se resquebraja y es inundado por lo líquido que es, por definición, móvil y constante y tiende a arrasar lo sólido. Nada se salva de esta modernidad líquida. “Los códigos y conductas que uno podía elegir como puntos de orientación estables, y por los cuales era posible guiarse, escasean cada vez más en la actualidad”, advirtió Bauman.

Este autor citó a otro profundo observador de nuestro tiempo, el sociólogo Ulrich Beck, que ha acuñado el término “categorías zombis” e “instituciones zombis” para describir a las que “están muertas y todavía vivas”: aquellos representantes de otros tiempos más sólidos a los que la modernidad líquida ha vaciado de contenido o cortado el oxígeno, pero que se resisten a desaparecer definitivamente.       

Tras acompañarnos durante todas nuestras vidas, a los periódicos españoles tradicionales les queda sólo una década de vida antes de convertirse en otra cosa. No sabemos si sus cabeceras sobrevivirán a la transformación. Sólo lo conseguirán si logran adaptarse a la nueva realidad. Entonces sabremos si no son ya unos zombis que siguen vivos a pesar de haber muerto.

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