La
encuesta del CIS elaborada después de las elecciones europeas del pasado 25 de
mayo revela una serie de datos fundamentales para conocer un poco mejor al
votante de Podemos. Según este estudio, estas personas son las que más temor
sienten sobre su futuro laboral y las que reconocen sentirse menos felices en
comparación con los votantes de otros partidos. Sufren lo que el sociólogo
Zygmunt Bauman denomina la “profana trinidad”: incertidumbre, inseguridad y
desprotección ante el futuro. ¿Es el auge de Podemos la expresión en las urnas
de las consecuencias de la llamada modernidad líquida?
A medias del mes de
julio el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicó su estudio
poselectoral de las elecciones europeas celebradas el pasado 25 de mayo. En
esas elecciones la gran sorpresa fue Podemos, que consiguió más de 1,2 millones
de votos prácticamente sin previo aviso en ningún sondeo preelectoral. Según el estudio del CIS, estos votantes
son, sobre todo, urbanos, de clase media y jóvenes. Pero lo que les
diferencia de los votantes del resto de partidos es su sentimiento de miedo e incertidumbre respecto a su futuro laboral
inmediato, lo que podría explicar que sean estas personas las que sufren un mayor grado de infelicidad comparado
con el resto.
En concreto, los datos
del CIS dicen que Podemos fue el partido que contó con apoyos mayoritarios en
las franjas de edad de los 18 y 24
años (25%) y la de los 25 y 34 años (19,4%), además de una importante presencia
entre los 35 y 44 años (14,9%) y los 45 y 54 años (15,3%). También lidera entre
los votantes con estudios de segunda
etapa de Secundaria (17,5%) y FP (15,2%), y tiene una gran presencia entre los
votantes con estudios superiores (14%). Las ciudades a partir de 100.000 habitantes son sus hábitats
mayoritarios, y se ubican, sobre todo, como miembros de las nuevas clases medias (14,4%) y como
obreros no cualificados (14,4%), pero también con una importante presencia en
la clase alta/media-alta (12,7%).
Pero donde los votantes
de Podemos destacan por encima del resto es en su pesimismo con respecto a sus expectativas de futuro laboral. Así,
en la pregunta “¿Piensa usted que es muy probable, bastante, poco o nada
probable que durante los próximos doce meses pierda su empleo actual?”, la proporción de los votantes de Podemos que creen que
es ‘probable (muy o bastante)’ que pierdan su empleo es mayor que en los demás
partidos (23,5%). Por otro lado, la proporción de los que creen que es ‘nada
probable’ es menor entre los votantes de Podemos (24,5%) que en el resto.
Una de las
consecuencias de esta percepción podría ser el menor grado de felicidad entre
los votantes de Podemos. En la pregunta “En términos generales, ¿en qué medida
se considera usted una persona feliz o infeliz?”, la media de los electores de
Podemos en una escala de 0 (completamente infeliz) a 10 (completamente feliz)
es del 6,93. Es decir, se consideran más infelices que los votantes del PP
(7,49), PSOE (7,04), Izquierda Plural (7,23), o UPyD (7,34). En concreto, los votantes de Podemos se sienten más
infelices que la media de los votantes (6,93 frente a 7,12).
En resumen, a pesar de
encontrarse en la plenitud de su vida, contar con una buena base de estudios y
formación, de vivir en las zonas con mayor riqueza y oportunidades del país y
de ubicarse entre las clases sociales con mejor nivel de vida, los votantes de
Podemos son los más pesimistas con respecto a su futuro laboral y se sienten
más infelices. ¿Por qué?
En el pre-borrador de
su ponencia política, publicado en la prensa, Podemos apunta a la causa de
estos miedos y la identifica como la clave de su éxito: “Una buena parte de la contestación social hoy existente deriva de una
crisis de expectativas que ya no se repetirá para las siguientes generaciones”.
Para Podemos su voto es una expresión de contestación social y su auge es
consecuencia de la crisis de expectativas de futuro entre la generación joven,
de clase media, con estudios y urbana. ¿Cómo se ha llegado a esa crisis?
Incertidumbre, inseguridad y
desprotección
El sociólogo Zygmunt
Bauman describe la sociedad actual utilizando tres palabras que denomina como “la profana trinidad”: incertidumbre,
inseguridad y desprotección, y explica que “cada una de las cuales genera
una angustia aguda y dolorosa al ignorar su procedencia”. Esta es una de las
consecuencias de lo que Bauman califica como ‘modernidad líquida’, que es
también el nombre de una de sus obras clave.
Lo
sólido se resquebraja y es inundado por lo líquido que es, por definición,
móvil y constante. Las relaciones sociales, el trabajo, la identidad, las
expectativas, todo es inundado por la nueva realidad líquida y es arrasado sin
contemplación. Los valores que servían
de referencia para las generaciones anteriores hoy no sirven, como ocurre por
ejemplo en el mundo del trabajo. “Los códigos y conductas que uno podía
elegir como puntos de orientación estables, y por los cuales era posible
guiarse, escasean cada vez más en la actualidad”, afirma Bauman en su obra.
Zygmunt Bauman |
En la época llamada de
la modernidad sólida, Bauman explica que el trabajo era el elemento clave
contra la incertidumbre y para la participación del individuo en la sociedad. En
el llamado modelo de producción fordista existía una dependencia mutua entre el
capital y el trabajo que anclaba a ambos sobre el terreno y hacía de la previsibilidad y de la falta de movilidad un
valor fundamental. El capital necesitaba contar con sus trabajadores a
largo plazo para asegurar la producción, y éstos podían presionar a través de
la acción colectiva y los sindicatos para conseguir mejoras en las condiciones
de trabajo.
Era una época en la que
el individuo se percibía como productor
y la ética del trabajo lo convertía en un fin. El trabajo marcaba la vida, se
era alguien en la sociedad en función del tipo de trabajo que se tenía y la
utilidad de una persona en el seno de la sociedad se medía en función de su
productividad. Las carreras profesionales a largo plazo estaban aseguradas en
los empleos cualificados. Era un mundo en el que se podía planificar el futuro
con bastantes posibilidades de acierto.
Sin embargo, en las
últimas décadas la sociedad ha cambiado. “La
sociedad posmoderna considera a sus miembros primordialmente en calidad de
consumidores, no de productores. Esa diferencia es crucial”, asegura
Bauman.
En la era de la posmodernidad
o modernidad líquida “la flexibilidad es
el eslogan de la época, que cuando es aplicado al mercado de trabajo
presagia el fin del empleo tal y como lo conocemos”, caracterizado por “contratos breves, renovables o directamente
sin contratos”, afirma el sociólogo. Esta flexibilidad ha cambiado el
carácter del trabajo. Todo es a corto plazo y “es más el resultado de una
oportunidad que de una planificación”, escribe Bauman.
El capital ha dejado de
depender del trabajo. Ahora el capital es “ligero, liviano, viaja sin equipaje
y es móvil”. El capital ha dejado de
estar atado a un territorio y como consecuencia viene y va de un lugar a otro
sin compromisos ni ataduras. La deslocalización de la producción, las
fusiones de empresas, o la simple eliminación de plantillas enteras que ya no
se necesitan, marcan el fin de la posibilidad de vivir una carrera profesional
en el seno de una misma empresa a lo largo de la vida laboral.
Esta ruptura con los
compromisos hacia los trabajadores tiene como consecuencia que el trabajo haya
dejado de ser el fundamento ético de la sociedad y el elemento que define a las
personas para convertirse en un instrumento que, simplemente, permite actuar a
los individuos como consumidores. Como dice Bauman, “el trabajo ya no puede ofrecer un huso seguro en el cual enrollar y
fijar definiciones del yo, identidades y proyectos de vida”.
El Estado tampoco puede
cumplir ya su papel protector, horadado implacablemente por las fuerzas móviles
del capital que marcan el paso y ponen las condiciones bajo la amenaza de
marcharse del lugar de producción y dejar un páramo sin posibilidad de
recuperación. Las condiciones impuestas al Estado son tajantes: rebajas
fiscales, reformas laborales, privatización de servicios, cambios en el
ordenamiento jurídico para controlar la deuda, etc. “Parece haber poca esperanza de rescatar los servicios estatales que
proporcionaban certidumbre y seguridad”, lamenta Bauman.
De la previsibilidad,
seguridad y rutina en el trabajo (hablando en términos generales) se ha pasado
a la incertidumbre, inseguridad y desprotección. La incertidumbre provocada por
la falta de control sobre el presente provoca que la planificación sólo sea a
corto plazo: “Cuanto menos control
tenemos del presente, menos abarcadora será la planificación del futuro. La
franja de tiempo llamada ‘futuro’ se acorta, y el lapso total de una vida se
fragmenta en episodios que son majeados ‘de una sola vez’”, explica Bauman.
Crisis de expectativas
Como afirma el
documento de Podemos, se ha producido una “crisis de expectativas” que afecta,
sobre todo, a aquellos que se educaron con los antiguos valores y objetivos vitales
sin llegar a percibir y comprender las consecuencias del actual cambio social.
Es decir, la franja de edad en la que predominan sus votantes, entre los 18 y 44
años, son personas que se han visto
impedidas a cumplir sus deseos de emancipación o que están sufriendo
incertidumbre e inseguridad, sobre todo en sus ámbitos laborales, lo que
les impide una planificación a largo plazo de sus objetivos vitales (por
ejemplo, sufren la inseguridad de poder cumplir con el pago de hipotecas a lo
largo de 20 o 30 años). Esto explicaría, por un lado, su temor a perder sus
empleos y, sobre todo, su insatisfacción e infelicidad porque no ven el momento
de llegar a la meta de sus aspiraciones.
Zygmunt Bauman describe
así esta situación en la sociedad “líquida”: “Existe más bien una variedad del juego de las sillas en las que
dichas sillas tienen diversos tamaños y estilos, cuya cantidad y ubicación
varían, obligando a hombres y mujeres a estar en permanente movimiento sin
prometerles completud alguna, ni el descanso o la satisfacción de haber
llegado, de haber alcanzado la meta final donde uno pueda deponer las armas,
relajarse y dejar de preocuparse”.
Mientras la economía
funcionaba y era factible y verosímil encontrar un empleo con unos ingresos que
permitían hacer frente a los gastos de la sociedad de consumo y de las
expectativas vitales (vivienda, coche, vacaciones, educación de los hijos,
etc.), la incertidumbre no tenía por qué
transformarse en temor. Sin embargo, debido a la crisis económica y con un
paro superior al 25%, la inseguridad laboral se transforma en terror,
alimentado por las imágenes y mensajes repetidos en los medios de comunicación
sobre desahucios, paro de larga duración, etc.
¿Un futuro a corto plazo para
Podemos?
Podemos ha conseguido
conectar con este temor y debido a sus críticas y ataques a lo que llama
“régimen de 1978” y “casta” (y a una masiva presencia mediática que le ha
permitido trasladar su mensaje), es
capaz de proyectar ante sus votantes la imagen de un culpable concreto de
sus frustraciones y miedos.
Podemos ha capitalizado
el voto del segmento de población afectado por la incertidumbre y la
inseguridad, sin embargo prevé que su actual momento de auge tendrá un fin
inevitable. En el mismo pre-borrador de la ponencia política, esta formación
augura que la crisis de expectativas que
ahora le nutre de votos “ya no se repetirá para las siguientes generaciones”,
porque, según su análisis, “les hace mella el efecto domesticador del miedo y
del empobrecimiento”. En otras palabras, según Podemos, las siguientes
generaciones ya educadas en la modernidad líquida carecerán de las frustraciones
políticamente movilizables de los actuales votantes de Podemos y aceptarán la
nueva realidad postcrisis caracterizada por la precariedad y el empobrecimiento.
Pero Podemos no sólo se
preocupa de la presumible pérdida de gancho electoral a largo plazo, sino que,
al más puro estilo del pensamiento cortoplacista posmoderno que describe Zygmunt
Bauman, ya alerta sobre lo que podrían ser las causas inmediatas de un posible
parón en su crecimiento: “La crisis
política puede tener mucha menos duración que la económica: no tenemos todo el
tiempo del mundo”. No pueden esperar a que pase una generación para
instalarse definitivamente en el espectro político español, y tampoco pueden
contar con que los insatisfechos de hoy con los partidos tradicionales no lo
vayan a estar mañana con Podemos si no cumple con las expectativas que ha
despertado. Es decir, si Podemos consigue instalarse en las instituciones y el
miedo y la incertidumbre de sus votantes sigue existiendo, ¿qué le
diferenciaría del resto de partidos?
La base electoral de
Podemos entre el segmento del ciudadano atemorizado e indignado por la crisis
de expectativas, provoca la formulación de una serie de cuestiones sobre su
futuro: ¿Puede sobrevivir a largo plazo en una sociedad cuyas próximas
generaciones podrían aceptar la incertidumbre y la inseguridad en sus vidas? ¿Ha alcanzado ya el límite de crecimiento o
puede encontrar apoyos en otros segmentos sociales? ¿Es una expresión
política coyuntural de un segmento insatisfecho que podría negarle su apoyo a
medio o corto plazo?
Artículo disponible en la web Ssociologos
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