El
pasado domingo Angela Merkel arrasó en las urnas. Alemania dio un apoyo masivo
a su partido y castigó a los demás. Pero no es suficiente para alcanzar el
poder. La ley electoral alemana y los caprichos del destino obligan a la gran
vencedora a negociar con los perdedores para alcanzar su tan ansiado objetivo.
En Alemania el poder está viviendo una paradoja que convierte en poderoso al
débil y dependiente al fuerte. Aunque también el débil puede morir de poder.
La unión de
cristianodemócratas de la CDU y la CSU (su hermano pequeño bávaro) liderada por
Angela Merkel arrasó en Alemania el pasado 22 de septiembre. Fueron los más
votados con el resultado más contundente alcanzado por un candidato alemán en
los últimos 26 años. Merkel se hizo con el 41,5% de los votos, lo que le ha
proporcionado 311 escaños de los 630 que forman el Bundestag en la nueva
legislatura. A bastante distancia le siguen el SPD con el 25,7% y 192
diputados; Die Linke con el 8,6% y 64 diputados; y por último los ecologistas
de Die Grüne con el 8,4% y 63 diputados. Son los partidos de siempre, los que
han estado representados en el parlamento federal alemán en los últimos años,
aunque con una excepción: faltan los liberales del FDP.
Este clásico lleva
acompañando la vida parlamentaria alemana desde la fundación de la República
Federal en 1949, pero en la nueva legislatura no estará. Los liberales no han
conseguido superar la barrera electoral del 5% fijada por la ley electoral alemana
para estar representado en el Bundestag. El FDP sólo consiguió el 4,8% de los
votos, un verdadero desastre que incluso puede poner en peligro la vida de este
pequeño partido de notables, al que solamente le queda una mínima
representación institucional en el parlamento regional de Sajonia.
Militantes del FDP. |
El FDP ha sido víctima
de dos circunstancias: el auge inesperado de un pequeño partido antieuropeísta
y anti euro que se ha volcado en el discurso contrario a los rescates de las maltrechas
economías del sur de Europa, la Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland).
Este pequeño partido de nuevo cuño ha logrado el 4,7% de los votos, un
resultado similar a los liberales y por lo tanto igualmente insuficiente para entrar
en el Bundestag, pero lo justo como para impedir la supervivencia de su rival liberal
en el campo conservador.
Por otro lado, el FDP ha
sido literalmente absorbido por la CDU/CSU, sus socios tradicionales de
gobierno y con los que ha compartido gran parte de su programa político. La
CDU/CSU ha logrado un 7,7% más de votos que en la última cita electoral y
claramente ha engordado su éxito a costa de los liberales, que han perdido un 9,8%
de los apoyos con respecto a 2009. Merkel se ha tragado a los liberales, pero con
un coste estratégico fatal para ella ya que ha perdido a su aliado y ahora le
faltan cinco diputados para la mayoría absoluta, diputados que no le habrían
faltado si el FDP hubiera conseguido tan sólo un 0,2% más de votos.
Así pues, a pesar de
las cifras tan espectaculares y del apoyo masivo en las urnas, Merkel tiene que
negociar. ¿Con quién? Sólo quedan dos posibilidades, y las dos son partidos de
izquierdas.
SPD y Die Linke, ¿una
colaboración imposible?
En teoría la izquierda
formada por SPD, Grüne y Linke podrían impedir un gobierno de Merkel. Entre los
tres suman 319 diputados, ocho más que la CDU/CSU. Sin embargo, hoy por hoy
resulta imposible un pacto entre ellos. El SPD, el partido más grande e
importante de los tres con 192 diputados, ya ha anunciado por activa y por
pasiva, incluso antes de las elecciones, que se niega a pactar con Die Linke.
Las causas son históricas –por el pasado estalinista de sectores Die Linke en
Alemania oriental-, programáticas e incluso personales.
Die Linke, a su vez, ha
basado gran parte de su discurso en tratar deslegitimar el discurso social de
los socialdemócratas para arrebatar al SPD la hegemonía en la izquierda. Muchos
miembros de este pequeño partido de izquierdas son antiguos socialdemócratas
desencantados con el SPD que se pasaron de filas y le han jurado odio eterno a
su antiguo partido. Entre ellos destaca el ex líder histórico del SPD, Oskar
Lafontaine, ahora también retirado de la jefatura de su nuevo partido.
Los líderes de Die Linke. |
Hoy por hoy no existe confianza
entre ambos partidos a nivel federal, aunque hay voces cada vez más fuertes que
abogan por un entendimiento a corto plazo para poder romper la división en la
izquierda y poder gobernar en conjunto. Esas voces son especialmente fuertes en
el este alemán, donde dominan en Die Linke la antigua PDS, los herederos
directos del partido comunista de la antigua RDA. Curiosamente son precisamente
estos sectores los más pragmáticos y los más dispuestos a colaborar con el SPD,
que a su vez está más dispuesta a contar con los ex comunistas en la parte
oriental del país. De hecho, ambos partidos han colaborado activamente en los
últimos años al gobernar en coalición en varios Länder del este, como Brandemburgo,
Sajonia-Anhalt, Mecklemburgo o la misma capital, Berlín.
Para poder trasladar
este modelo de colaboración al resto del territorio federal hace falta tiempo
hasta que se desmonten los prejuicios y desconfianzas mutuas. Pero puede que a
corto plazo se avance en ese sentido gracias a los acontecimientos que pueden
ocurrir en el Land de Hesse, el territorio en el que se ubica el Banco Central
Europeo en Frankfurt. Las elecciones en ese Land se celebraron también el
pasado 22 de septiembre y allí la victoria fue claramente para la izquierda,
siempre y cuando los tres partidos estén de acuerdo en negociar. Y parece que
lo están. Sería un precedente muy importante para futuras colaboraciones entre
SPD, Grüne y Die Linke. Pero, por el momento, se descarta a nivel federal.
Por lo tanto, al fallar
una coalición con Die Linke, al SPD y a Die Grüne le faltan 57 diputados para
superar a CDU/CSU. Así pues, el futuro gobierno alemán estará presidido
forzosamente por Merkel.
Merkel y los ecologistas,
¿una asociación prohibida?
La pelota está en el
tejado de la canciller. Los medios alemanes especulan desde hace meses con una
posible coalición entre la CDU y Die Grünen. Dicen que los ecologistas se han
moderado en los últimos años y que su base electoral es perfectamente
compatible con los valores defendidos por Merkel. Se trata de profesionales
liberales de clase media, funcionarios, etc., con un nivel de renta medio –alto.
Die Grüne ha ido dejando atrás su discurso asambleario y hasta cierto punto
ácrata y se ha centrado en la ecología y la justicia social. Este paso le ha
acercado a la órbita del SPD, con el que ya ha compartido coalición de gobierno
entre 1998 y 2005 y con quien colabora asiduamente a nivel regional y local.
Los líderes de Die Grüne. |
La CDU, por su parte,
está llevando a cabo en Alemania la política social que prohíbe a otros países
de la zona euro. Merkel está lejos de parecer la enterradora del estado del
bienestar, ya que de eso se encargó el ex canciller socialdemócrata Gerhard
Schröder, lo que explica en parte los fracasos electorales del SPD y su falta
de credibilidad como partido socialdemócrata. También con respecto a la defensa
del medio ambiente la derecha alemana ha avanzado hacia posiciones ecologistas.
Por ejemplo, tras el desastre de Fukishima en enero de 2011, Merkel decidió
retomar (forzosamente) la salida de Alemania de la energía nuclear, uno de los
puntos centrales del programa de Die Grüne.
Sin embargo, aunque a
nivel programático ecologistas y democratacristianos no están ya en las
antípodas, ambas bases sí se consideran incompatibles. Una coalición tendría que
ser refrenada en Die Grüne por una asamblea de militantes y en la CDU por su
dirección federal, y en ambos casos el rechazo es más fuerte que la atracción.
Es muy pronto para
hablar de un pacto o futuro pacto entre CDU y Grüne, pero el tiempo dirá si esa
colaboración es imposible. Depende del papel que jugará Die Grüne en el futuro
en el sistema de partidos alemán, si girará a la izquierda tratando de alcanzar
la hegemonía en ese sector, o si en cambio se conformará con ser un partido
pequeño y por lo tanto abierto a pactos con los grandes. Y para eso es
fundamental conocer qué hará el SPD.
La elección de Merkel,
¿vuelta a la gran coalición?
Ante sus escasas
opciones, Angela Merkel no esconde su preferencia por un pacto con sus rivales
socialdemócratas. Para ello esgrime dos argumentos: sería el escenario de mayor
estabilidad política posible, ya que implicaría a una suma impresionante de 503
diputados de un total de 630. La oposición se reduciría a 127 diputados de
Grüne y Die Linke, y el rodillo CDU y SPD sería imbatible. Esto daría
estabilidad al Gobierno, sobre todo de cara a las futuras decisiones imprescindibles
en el escenario europeo.
El segundo argumento es
que la gran coalición ya existió entre 2005 y 2009 con unos resultados bastante
aceptables en términos de estabilidad. Se agotó la legislatura y, aunque ambos
partidos son rivales naturales, no trataron de boicotearse mutuamente. Es
decir, la colaboración ha demostrado ser posible.
Ahora bien, el
escenario de hoy es muy diferente al de 2005. Entonces Merkel era la aspirante
a canciller y el SPD terminaba una etapa de siete años en el poder en los que
realizó la dolorosa reforma del estado social que le valió el rechazó de
amplios sectores de la izquierda. Ambos partidos consiguieron resultados electorales
muy altos fruto de una campaña bipolarizada de confrontación sin cuartel y tras
la cual el SPD pudo remontar milagrosamente. En ese momento no había mayorías
claras y la única salida a unas nuevas elecciones era el pacto basado en la
práctica igualdad entre los rivales.
Hoy a Merkel sólo le
interesan 5 de los 192 diputados del SPD. Los socialdemócratas no tienen una
base negociadora fuerte y convincente desde la que poder exigir demasiadas
concesiones a la canciller. Y en este caso esas concesiones son importantes
para la credibilidad del SPD.
El poder, una tentación
mortal para el SPD
En 2009 el SPD cosechó
su peor resultado electoral de la historia con el 23%, sólo un poco peor que el
25,7% del pasado 22 de septiembre. Entonces se achacó el desastre a que la
colaboración con Merkel había quemado al SPD y su imagen de izquierdas. Los
votantes no se creían sus mensajes socialdemócratas y prefirieron votar a otras
formaciones de izquierdas, como Die Grünen y Die Linke, que en ambos casos
superaron el 10% de los votos. Es decir, el SPD perdió su credibilidad durante
su colaboración con Merkel.
Desde entonces los
socialdemócratas tratan de recuperar su imagen y diseñaron la campaña basándose
en la recuperación del discurso por la justicia social y contra la precariedad
laboral. Uno de los argumentos fundamentales del SPD es la creación de un
salario mínimo, una medida que pondría freno a los minijobs que ya afectan al
22% del mercado laboral alemán. Si los socialdemócratas pactan con Merkel, por
ejemplo tendrán que conseguir que esta medida se haga realidad para no quemar
su último cartucho ante su electorado. Sin embargo, Merkel se ha negado
repetida y vehementemente a aplicar un salario mínimo, porque pondría en
peligro el secreto del éxito de la economía alemana basado en la reducción de
los costes de producción y en aumentar la competitividad empresarial a base de
bajar salarios de los trabajadores. Y además, al SPD le falta fuerza como para
imponer esa medida a una canciller triunfante.
Por otro lado, la
dirección del SPD es muy sensible a la llamada a la responsabilidad
(Verantwortung) de Merkel para lograr la estabilidad política. ¿El partido o el
país?, ese es el dilema actual de los líderes del SPD que temen enfrentarse a
la acusación de poner en peligro la estabilidad de Alemania por un cálculo
partidista. Pero por otro lado, en caso de aceptar el abrazo de la canciller,
se enfrentarían a una enorme resistencia interna por parte de las bases e
importantes sectores socialdemócratas que se niegan en redondo que su partido
sea absorbido por su rival de la CDU, lo que tendría seguramente consecuencias
desastrosas en el futuro de cara a los votantes.
Los líderes del SPD, Steinbrück y Gabriel. |
Además, si el SPD
aceptase la gran coalición, estaría dando en bandeja a Merkel la mayoría que
necesita para gobernar, lo que sería un golpe para los votantes
socialdemócratas que votaron al SPD precisamente para evitar eso. También daría
en bandeja la oportunidad a Grüne y Die Linke de ser los únicos partidos de la
oposición y repartirse definitivamente al electorado de izquierdas alemán. Si el
SPD no consiguiera imponer su programa social a su poderosísima socia se quedaría
deslegitimado, solo y sin credibilidad, lo que sería seguramente su fin a no
tan largo plazo. Una circunstancia que, con toda seguridad, no estaría mal
vista por Merkel y la CDU.
Por otro lado, si el
SPD no acepta participar en la gran coalición se le acusaría de falta de
responsabilidad y de partidismo, sería señalado como el responsable de que
Alemania no tuviera un gobierno estable mientras necesita liderar a Europa en
la crisis. Eso alejaría al votante de centro de los socialdemócratas, lo que podría
aislar al SPD en el electorado únicamente de izquierdas, un espectro que,
además, tendría que compartir con Die Linke y Grüne, absolutamente insuficiente
para ganar las elecciones en el futuro. En definitiva, los líderes del SPD se
enfrentan a una decisión muy delicada.
El poder en Alemania
está viviendo una gran paradoja: por un lado Merkel necesita de la izquierda
para poder gobernar con la derecha. Por el otro el SPD está tentado de volver
al poder a pesar de sus míseros resultados, aunque esa tentación seguramente
acabaría por matarlo si no toma la decisión correcta. ¿Y cuál es esa decisión?
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