La
política española está siendo sacudida por una tormenta de escándalos de
corrupción que diariamente son publicados en los medios de comunicación. La
sensación que dejan estos escándalos en la opinión pública es que la corrupción
se ha apoderado del país, por lo que la confianza de los ciudadanos en sus
instituciones y en sus políticos está sufriendo un durísimo golpe. Pero esa desconfianza
también afecta a los medios de comunicación, el mensajero suicida que traslada estos escándalos hasta los
ciudadanos.
El caso Bárcenas sólo es el
último de una larga lista de escándalos de corrupción españoles. La lista de
los que actualmente copan las páginas de los periódicos y los minutos en las
radios y televisiones es preocupantemente larga: el caso Noos que implica a la
Familia Real española, el caso Gürtel –emparentado con el caso Bárcenas-, el
caso Palma Arena, el caso Pallerols de financiación ilegal de Unió Democràtica
de Catalunya, etc. Estos casos, entre otros, son noticia hoy. Ayer fueron otros
y antes de ayer otros. Los españoles conviven con los escándalos de corrupción
en los medios de comunicación prácticamente desde hace veinte años. Y no es
casualidad.
El catedrático de sociología Manuel
Castells explica que los medios de comunicación han sustituido al parlamento o
la plaza pública como el lugar del debate político. Como dice en su libro Comunicación
y poder: “Los medios de comunicación son el espacio donde se crea el poder”.
La consecuencia de la política mediática es la adaptación de la política a las
necesidades de los medios. Estos necesitan contar historias atractivas y “entretenidas”,
y eso se hace mejor con un rostro humano que con las siglas de un partido. Así
pues, la consecuencia es la personalización de la política.
Ataque
a la honradez del rival
Los electores buscan líderes de los
que se puedan fiar, por lo que la (imagen de) honradez se convierte en uno de
los pilares fundamentales para cualquier carrera política. O al revés, destruir
la (imagen de) honradez del rival se convierte así en una de las prioridades de
los contendientes políticos en su lucha por el poder. Aquí entran en juego los
medios de comunicación, fundamentales para llevar a cabo el ataque decisivo
entre políticos y difundirlo entre sus electores: el escándalo.
El problema es que este enfrentamiento
basado en el escándalo se ha generalizado de tal manera que ya es lo habitual.
Como dice Castells, “la política del
escándalo es una forma de lucha por el poder más enraizada y típica que el
desarrollo ordenado de la competencia política de acuerdo con las leyes del
estado”.
Es decir, el escándalo de
corrupción es parte de la munición habitual en la lucha diaria por el poder, un
hábito que en España comenzó a partir de 1993 cuando el socialista Felipe
González ganó las elecciones contra todo pronóstico y el PP comenzó a usar los
escándalos para hacer caer su gobierno (casos Roldán, Filesa, GAL, Mariano
Rubio, etc.).
La política como “problema”
El escándalo político
en España es pues un arma que se utiliza de manera indiscriminada y abusiva,
sin tener en cuenta las consecuencias. Existen y son muy peligrosas, ya que
como explica Castells, “Parece haber una
conexión, si bien mediada y compleja, entre la política mediática, la política
del escándalo y la disminución de la confianza en las instituciones políticas”.
Teniendo en cuenta el
constante bombardeo al que están expuestos, no es casualidad que los españoles
confíen cada vez menos en sus representantes públicos. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, “Los políticos en general, los partidos
políticos y la política” son
considerados por los encuestados el tercer problema más importante de España desde
octubre de 2009.
La percepción de la política como un problema está aumentando. Así, si
hace tres años y medio lo pensaba un 13,3% de los encuestados, en febrero de
este año lo consideran así el 30,3%. En comparación, en septiembre de 1993 –el año
de la última victoria electoral de Felipe González- sólo el 2,8% de los
encuestados identificaron a los políticos como un problema. En cambio, en marzo
de 1996, el mes de la primera victoria electoral del PP en una generales tras
los escándalos que salpicaron al PSOE, un 14,7% de los encuestados desconfiaba
de la política. ¿Casualidad o fruto de un proceso mediático basado en la
política del escándalo?
El “mensajero suicida”
Los medios de
comunicación son, por lo tanto, fundamentales en las luchas por el poder de las
organizaciones políticas y cómplices necesarios para la puesta en práctica de
la política del escándalo. Sin embargo, los medios deben tener cuidado ya que
juegan con fuego. Manuel Castells afirma que “lo irónico es que como los medios de comunicación desempeñan un papel
en la propagación de los escándalos y la deslegitimación de las instituciones, corren el riesgo de perder
su propia legitimidad ante su audiencia”. Es lo que el profesor David Fan
llama el mensajero suicida.
Los medios de comunicación
se han convertido en el lugar central en el que se desarrolla la lucha
política. Eso tiene la ventaja de que así se aseguran una audiencia millonaria y
que se convierten en actores con una gran influencia. Sin embargo, arrastran el
mismo desgaste que sus cómplices.
Según una encuesta de Gallup publicada en septiembre de 2012, un 60% de los estadounidenses
–país en el que la política del escándalo es una constante- desconfía de los
medios de comunicación de masas. En España la cifra de los que no confían en
los medios de masas es del 50%, según el último “Trustbarometer” de la
consultora Edelman publicado el pasado 20 de enero.
Los medios de
comunicación y la lucha política han entrado en una espiral autodestructiva muy
preocupante para sus intereses. Tanto más si se tiene en cuenta que la
revolución de internet ha roto los monopolios tradicionales de la comunicación.
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