lunes, 9 de enero de 2012

FRANCIA: LA VENGANZA ES EUROPA

Francia siempre ha querido dominar Europa. Ya desde época de Carlomagno, el antiguo reino de los francos ha tratado de controlar el destino del viejo continente y en más de una ocasión ha estado a punto de conseguirlo. Sin embargo siempre surgía una coalición o un estado más fuerte que daba al traste con su expansión. Hace unas décadas Francia cambió de planes pero no de objetivos. Ya que no podía conquistar Europa militar y económicamente, trató de dominarla políticamente. Pero recientemente se ha vuelto a repetir la misma historia de siempre. De ser los amos del continente, los franceses han pasado a ser la comparsa de Alemania. Es la eterna frustración francesa, para quien la venganza tiene un nombre: Europa.

Para comprender el desasosiego que reina a orillas del Sena hay que remontarse algunos siglos atrás, a la propia raíz de la existencia de Francia surgida tras el reparto del Imperio Carolingio en el Tratado de Verdún en el año 843. Francia estaba rodeada de enemigos. Los primeros y más peligrosos eran los ingleses. Entre los siglos XIV y XV la eterna lucha dio lugar a la Guerra de los Cien Años que terminó con la victoria francesa. Sin embargo, poco después, a principios del S. XVI surgió una nueva amenaza.

Luis XIV, el Rey Sol.
El imperio de los Habsburgo rodeaba totalmente el territorio francés. España y el Sacro Imperio Romano Germánico (lo que hoy sería Alemania), ambos gobernados por Carlos V, representaban una amenaza constante para la soberanía francesa. La consecuencia fue otra vez la guerra, otra vez durante más de un siglo. No fue hasta el fin de la Guerra de los Treinta Años, con la Paz de Westfalia en 1648, que Francia consiguió desembarazarse de sus enemigos inmediatos y pasar a la ofensiva.

El Rey Sol quiere la hegemonía
A finales del siglo XVII, Luis XIV, el Rey Sol, además de dominar a su nobleza e instaurar un régimen autocrático que se conocería como absolutismo, trató de expandir su territorio y alcanzar la hegemonía en Europa sustituyendo al imperio de los Habsburgo. Otra vez la guerra, esta vez durante todo el siglo y en el mundo entero (América del Norte, Caribe, India, el Atlántico, el Pacífico, etc.). Francia quedó exhausta. La consecuencia fue la pobreza del pueblo y la subida de impuestos. Esto provocó, a su vez, la revolución en 1789.

El absolutismo había muerto pero no los planes de hegemonía de Francia. Ahora la ideología reinante no era el rey y Dios, sino la libertad, la igualdad y la fraternidad revolucionarias que debían ser exportadas a punta de bayoneta. Las guerras revolucionarias llevaron al poder a Napoleón Bonaparte que cambió el espíritu revolucionario por el Imperio. No hacían falta más excusas para justificar su ansia de expansión. Otra vez hubo guerras, toda Europa contra Francia, y otra vez fue vencida.

Napoleón Bonaparte.
Pero Francia volvió a resurgir en el siglo XIX y otra vez en forma de imperio. Pero en 1870 una Alemania en pleno proceso de unificación la derrotó y humilló. Había nacido un nuevo y poderosísimo enemigo al otro lado del Rin. La consecuencia de este auge del poder alemán fueron la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Esta vez Francia estaba en el bando vencedor, pero en ambas ocasiones acabó agotada en extremo. En 1945 incluso peligraba su prestigio y su posición en el mundo: en 1940 el ejército alemán barrió a los franceses y les sometió a cuatro años de ocupación humillando al Estado francés que incluso colaboró con el enemigo, al menos una parte, la de Vichy.

Al acabar la guerra el principal objetivo de la estrategia francesa era mantener a Alemania débil y explotada, incluso pretendía hacerse con el Sarre y sus reservas de carbón imprescindibles para la industria francesa. Pero sus aliados angloamericanos tenían otros planes. En pleno comienzo de la Guerra Fría necesitaban una Alemania Occidental que hiciera de barrera ante una posible expansión soviética. Francia recibió una zona de ocupación, pero tuvo que decir adiós a sus planes de anexión.

En general los franceses estaban resentidos porque se sentían menospreciados por sus aliados. Nunca se les consultaba las grandes decisiones y sus ejércitos cosechaban derrotas en las guerras de ultramar. En 1954 Francia perdió sus colonias en Indochina y en 1962 la importantísima Argelia, lo que provocó una gran inestabilidad en la propia metrópolis: terrorismo de los colonos franceses, protestas del ejército y un golpe de estado del general De Gaulle.

Cambio de estrategia
A principios de los años 60 Francia estaba sin colonias, maniatada por sus aliados angloamericanos, en plena Guerra Fría entre dos superpotencias, económicamente debilitada por las guerras coloniales y con su ejército tocado. Pero aún así no abandonó su objetivo histórico de dominar Europa. Si no lo podía hacer militar ni económicamente, lo haría políticamente. Para ello necesitaba un socio: su enemigo histórico, Alemania, que una vez más se había convertido en la locomotora económica de Europa Occidental. Era el socio perfecto para Francia, la marioneta que necesitaba.

Charles De Gaulle.
En 1963 un Charles de Gaulle con ánimo de revancha y un canciller Konrad Adenauer impaciente por normalizar las relaciones exteriores alemanas firmaron el Tratado del Elíseo. Había nacido el eje franco-alemán, la columna vertebral de la actual Unión Europea. Pero había nacido como un instrumento francés para hacerse con el dominio del continente frente a los angloamericanos. En palabras de un político francés, “Europa era la venganza de Francia”.

Al principio este eje estaba a entera disposición francesa, que era la que decidía quien podía participar en el nuevo proyecto europeo. Por ejemplo, en 1966 De Gaulle ejecutó su venganza obstruyendo la entrada del Reino Unido en la Comunidad Económica Europea y sacando a Francia de la estructura militar de la OTAN.

El proyecto europeo comenzó a crecer y a adquirir una dimensión propia convirtiéndose en una potencia económica y política regional en la que el eje franco-alemán ha jugado un papel fundamental. Esta asociación es ahora la que encabeza Europa en su peor crisis monetaria e institucional de su historia. Pero Francia ya no es el socio principal. Con su economía estancada, casi tres millones de parados y la calificación de su deuda amenazada por las agencias de rating, París está a merced de Berlín. Ahora es Alemania la que utiliza a Francia para hacer más aceptables sus decisiones ante los demás socios. La marioneta ahora es francesa.

Francia sigue sin ser hegemónica en el continente. Si Europa era la venganza de Francia, la que se ha vengado es Europa. Una vez más.

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