martes, 31 de octubre de 2017

Los independentistas catalanes, ¿prisioneros de su relato?


El balance del proceso soberanista catalán al finalizar el mes de octubre de 2017 es el siguiente: una república catalana proclamada sin ningún tipo de consecuencia real; las instituciones de autogobierno intervenidas por el Gobierno central; parte del ‘Govern’ viajando a Bélgica huyendo de una querella de la Fiscalía General del Estado por rebelión, sedición y malversación; el PP y Mariano Rajoy fuertes; el PSOE estable; Ciudadanos en alza y Podemos en plena crisis interna debido a su posicionamiento ante la proclamación de independencia. Y unas elecciones autonómicas convocadas para el 21 de diciembre en las que participarán los partidos independentistas, a pesar de que deberían ser los primeros en no reconocerlas. Y, sobre todo, una fractura social que tardará mucho tiempo en cicatrizar. ¿Por qué se ha llegado tan lejos?

El mes de octubre comenzó con la imagen de las cargas policiales explotadas al máximo por el independentismo, que buscaba en esa foto una justificación de su proyecto. Es decir, la independencia se justificaba en la supuesta represión del Estado español. Sin embargo, a los pocos días, el mismo independentismo titubeó ante su propia Declaración Unilateral de Independencia que debería haber seguido automáticamente al referéndum ilegal del 1 de octubre, y que fue retrasando a pesar de las expectativas creadas entre sus propios seguidores.

Los líderes independentistas provocaron un ‘impasse’ que se mantuvo hasta que finalmente se produjo esa declaración de independencia, pero retrasándola todo lo posible, probablemente a la espera de algún tipo de acuerdo que la hiciera innecesaria. Al final, y tras muchas presiones en el mismo campo independentista, hubo declaración, pero sin que sus líderes fueran consecuentes con ella en ningún momento como se demostró en los días siguientes en los que no tomaron ninguna medida para aplicar la nueva república, ante la desazón de sus propios seguidores.

¿Por qué los líderes independentistas han forzado la situación, llevando incluso a herir de manera considerable las posibilidades futuras del independentismo catalán?


El ‘storytelling’ como técnica de poder político

Una de las claves puede ser la técnica utilizada por el independentismo en los últimos años para afianzar su proyecto político en la sociedad catalana: el Storytelling. El escritor francés Christian Salmon lo explicó claramente en su libro “Storytelling, la máquina de fabricar historias y formatear las mentes”: “El objetivo del marketing narrativo ya no es simplemente convencer al consumidor de que compre un producto, sino sumergirlo en un universo narrativo, meterlo en un universo creíble. Ya no se trata de seducir o convencer, sino de producir un efecto de creencia”.

Se trata de una técnica muy atractiva, ya que consigue fidelizar a las personas en una sociedad en la que los consumidores (también de la política) no dudan en cambiar de producto sin sufrir mala conciencia. Sin embargo, existe un riesgo: Salmon citó al profesor David Boje: “Las historias pueden ser prisiones. Una vez inscritos en historias, con unos personajes y una intriga, estamos implicados con otros que esperan que reaccionemos, hablemos y evolucionemos de una cierta manera”. ¿Están Puigdemont, Junqueras y el resto de los líderes del independentismo atrapados en una maraña que ellos mismos crearon y de la que no pueden o saben salir?

Resulta evidente que el relato independentista ha sido un éxito. Antes de que lo comenzaran a poner en marcha, en 2006, solamente el 14,9% de los catalanes se declaraba independentista. Once años después, en octubre de 2017, esa cifra se había triplicado alcanzando el 48,7%, según datos del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat. Los partidos nacionalistas habían consumado su viraje independentista en 2012, y su mensaje estaba calando a gran velocidad.

Salmon explicó que “el storytelling es una operación más compleja de lo que se podría creer a primera vista: no se trata sólo de contar historias, sino también de compartir un conjunto de creencias capaces de suscitar la adhesión u orientar los flujos de emociones; en resumen, de crear un mito colectivo constrictivo”. Y las ventajas de esta técnica son poderosas: El relato, según Salmon, “permite no solo captar la atención como lo hacen el logo, la imagen de marca, sino también fidelizar a las audiencias, guiar y retener las atenciones gracias a auténticos engranajes narrativos”. Y eso en política significa llegar al poder o mantenerse en él. 


La dinámica del relato independentista

Los independentistas construyeron un relato a partir de imágenes y clichés que ya circulaban entre muchos catalanes desde hace décadas, como, por ejemplo, que el desarrollo económico catalán es resultado de una sociedad más avanzada con respecto al resto de España. Con este punto de partida, y con la crisis económica haciendo estragos, resultaba verosímil vender la idea de que la ‘laboriosa’ Cataluña se veía arrastrada a la crisis por el resto de España, y que, por lo tanto, pertenecer a este Estado era un lastre. Además, la llegada al Gobierno central de Mariano Rajoy, así como los sucesivos escándalos de corrupción en el PP, daban alas al discurso de que la ‘próspera’ y ‘progresista’ Cataluña no debería seguir formando parte de un Estado en el que gana la derecha más ‘rancia’.  Según este relato, la única salida es la independencia. 

El éxito de este hilo narrativo fue arrollador. Como dijo el gurú del storytelling Steve Denning, citado por Salmon: “Cuando veo cómo unas historias bien atadas pueden penetrar fácilmente en las mentes, hasta yo me sorprendo de la propensión del ser humano a absorber historias”Precisamente fueron las pequeñas historias dentro del marco narrativo independentista las que iban reforzando el relato día a día. Cada acontecimiento político, económico o incluso deportivo, era enmarcado en el relato por una serie de medios de comunicación al servicio de la causa, tanto los medios tradicionales como, sobre todo, las redes sociales. Es lo que Salmon explicó como “el espíritu de nuestra época, calificado de posmoderno y que privilegiaría, tras el reflujo de los grandes relatos, las anécdotas, el espejismo de pequeñas historias que ilustran la competencia feroz de los valores y vectores de legitimación”.

Sin embargo, el relato debía ser alimentado constantemente si no se quería decepcionar a los seguidores ávidos de historias que les emocionaran y movilizaran. Los independentistas han acabado por tener que recurrir a lo que Salmon denomina la “Estrategia de Sherezade”. Podría resumirse así: basándose en “Los cuentos de las mil y una noches”, Sherezade es el personaje protagonista condenado a muerte por el sultán al que debe contar una historia nueva cada noche para sobrevivir. Los independentistas tuvieron que ir adaptando constantemente su “storytelling” a la demanda de su público para poder sobrevivir, creando nuevas historias y adaptando la actualidad a los deseos de sus seguidores, movilizados a su vez por esas mismas élites.

El storytelling es un arma potente pero necesita ser alimentado constantemente, lo que conlleva un riesgo. Salmon afirmó que “la puesta en relato de la acción política destruye a la larga la credibilidad del narrador”. Es decir, la necesidad de captar la atención constantemente provoca una movilización permanente del relato, lo que a su vez provoca una “sobreinterpretación” y una “inflación de discursos y de historias” con un “efecto corrosivo sobre la credibilidad de toda palabra pública”. Inevitablemente, después de crear, alimentar y estirar el relato, al final siempre llega la decepción de la audiencia, advirtió Salmon.

Los últimos acontecimientos políticos en Cataluña tras años de hacer crecer el relato independentista, hacen surgir una serie de preguntas: ¿Es el deseo de evitar o de retrasar esta decepción lo que ha empujado a los líderes independentistas a declarar la independencia sin tener claro qué hacer el día después? Y, en este sentido, ¿se podría entender la falta de coherencia de las élites independentistas tras la declaración de independencia, como el fin de su capacidad para alimentar el relato? ¿La dinámica del ‘storytelling’ del independentismo catalán ha tomado prisionero a su creador?

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