The Guardian |
El que fue ministro de
finanzas canadiense, George Eulas Foster, dijo el 16 de enero de 1896 ante el
Parlamento de Canadá –que pertenecía por esa época al Imperio Británico-: “En
estos días tormentosos la gran madre patria imperial se mantiene
espléndidamente aislada del resto de Europa”. Esta frase tiene 120 años de
antigüedad, pero podría haberse dicho este mismo fin de semana, después de que
el Gobierno del Reino Unido haya anunciado que el próximo 23 de junio se
celebrará el referéndum para decidir si se procede o no al ‘brexit’, es decir,
la salida o no del Reino Unido de la Unión Europea.
“Espléndidamente
aislada” describe perfectamente la política exterior británica en el S. XIX con
respecto a Europa: absoluto desinterés por el viejo continente y abstención en
sus enredos diplomáticos. Los británicos se volcaron en sus colonias, en
especial en la explotación de la India –la joya de la corona- y en el control
de los mares que les comunicaban con ellas. Solamente habría una excepción: que
alguno de los estados del continente europeo se hiciera más poderoso que los
demás y pusiera en peligro el equilibrio de poder y con ello el control
británico de los mares y sus colonias. Los británicos se convirtieron en los
garantes del equilibrio de poder entre los estados.
Contra
los imperios europeos
Esta política mantuvo a
los británicos fuera de Europa durante todo un siglo, con las notables
excepciones de las guerras contra los franceses y los rusos. En el primer caso
se trataba de luchar contra Napoleón y su imperio, que ponía en peligro el
poderío comercial británico, y en el segundo invadieron Crimea para frenar la
imparable expansión rusa a costa del Imperio Otomano que pondría en peligro la
hegemonía de la Royal Navy en el Mediterráneo. Estos fueron los únicos casos de
intervención británica en la política europea durante la época de mayor auge de
su imperio, que llegó a dominar un tercio del planeta. El resto de conflictos
que vieron actuar a los funcionarios y militares de su majestad fueron
coloniales, para preservar el dominio británico del resto del mundo.
Pero esta política
tendría sangrientas consecuencias. Siendo fieles a su estrategia de mantener el
equilibrio, solamente el auge económico y militar alemán a finales del siglo
XIX y principios del XX obligó a los británicos a aceptar una alianza con
Francia (su enemiga tradicional) para evitar la hegemonía alemana sobre Europa
y frenar sus reivindicaciones coloniales. Las consecuencias fueron dos guerras
mundiales y, a partir de 1947, una guerra fría contra la Unión Soviética y sus
estados satélites.
Para entonces el
Imperio Británico ya no existía y el Reino Unido se había convertido en un
auxiliar de los EE UU, aunque manteniendo una posición privilegiada en el
conjunto de Europa. Pero a pesar de esta nueva situación geoestratégica, la
mayoría de los británicos no aceptaron la pérdida de su posición imperial y
mantuvieron sus sospechas ante los acontecimientos del continente. Y esas
sospechas dominaban la política.
Europa
se reorganiza
Mientras tanto,
vencedores y vencidos europeos se organizaron para afrontar la nueva era de
reconstrucción y guerra fría. En 1957 Alemania y Francia firmaron el Tratado de
Roma junto a Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. Era la primera piedra
de lo que sería la UE. Apostaron por la cooperación en vez del conflicto y
centraron sus esfuerzos en eliminar las trabas al comercio, pero con un
objetivo declarado a largo plazo de unidad política.
Esto hizo saltar las
alarmas en Londres, ya que de pronto sus dos grandes rivales tradicionales
europeos se unían haciendo saltar por los aires una vez más el equilibrio entre
estados. Sin embargo, esta vez era más difícil de evitar, ya que las bases de
esta nueva hegemonía francoalemana era la cooperación a la que no se podía
responder con la violencia, y menos en plena guerra fría y en el marco de la
alianza militar de la OTAN.
El Reino Unido tenía
que reaccionar de manera diferente a como lo había hecho hasta el momento y lo
hizo creando en 1960 la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA). Atrajeron
a ella a países próximos al Reino Unido como Dinamarca, Portugal o Austria. La
idea era el libre comercio, una zona sin aranceles como la Comunidad Económica
Europea (CEE), pero sin el objetivo de la integración política. Este era un
objetivo muy poderoso y la EFTA no pudo competir con la CEE. Finalmente el
Reino Unido tiró la toalla e intentó integrarse en la CEE, lo que no consiguió
hasta 1973 debido al veto de Francia y de su vengativo presidente De Gaulle.
Pero lo hizo con condiciones que subrayaban su voluntad de exclusividad: en
1984 Margaret Thatcher consiguió arrancar el llamado Cheque Británico, una
cantidad de dinero que se pagaba al Reino Unido de la aportación a las arcas europeas.
Un
socio conflictivo
El Reino Unido siempre
ha sido un socio diferente y conflictivo en la Unión Europea. No se integró en
el Euro cuando pudo hacerlo, y no lo hizo por razones de orgullo nacional a
pesar de que en un principio esta actitud perjudicaba su economía ya que
encarecía sus exportaciones con respecto al Euro. Esta circunstancia hizo que
se debatiera muy seriamente su entrada en la moneda única durante los gobiernos
del laborista Tony Blair, aunque ahora se aplauda la existencia de la Libra.
Los británicos también
han impedido que la Unión Europea tenga una posición política fuerte en los
acontecimientos internacionales más allá de su papel de región económicamente
integrada. Para el Reino Unido siempre ha sido más valiosa su alianza estratégica
–y privilegiada- con los EE UU que fortalecer el papel de Europa en el mundo, algo
que los norteamericanos querrían evitar a toda costa. Así, no es de extrañar
que Tony Blair apoyase sin reservas la invasión de Irak en 2003 a pesar de la
oposición frontal del eje franco-alemán.
Londres ha tomado la
decisión de permitir a sus ciudadanos poder elegir entre permanecer en la UE y
con ello apostar por Europa, o por el contrario, cortar las amarras que la mantenían unida al
viejo continente y dejarse llevar por las corrientes del Canal de la Mancha y
alejarse aún más en dirección a América.
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