España está de
elecciones. Lleva así desde que empezó 2015 y seguirá así hasta que se hayan
celebrado las generales, las que de verdad importan. Las elecciones andaluzas,
las municipales y autonómicas y las catalanas solamente se perciben para muchos
como meros sondeos (muy detallados y caros) para medir el ambiente antes de la
batalla decisiva.
Los principales actores
ya se están preparando. El PSOE tiene candidato oficial tras un proceso exprés
con bandera gigante incluida. Pedro Sánchez encabezará la lista del PSOE al
Congreso de los Diputados en Madrid sin necesidad de pelea interna (al menos
visible). Ciudadanos también tiene candidato-marca, Albert Rivera (¿quién si
no?) y Podemos, que ya ha convocado un proceso de primarias que ha provocado
algunas críticas internas por su supuesto caudillismo, no tardará en presentar
a Pablo Iglesias como su estandarte electoral (¿volverán a imprimir su cara en
las papeletas como hicieron en las Europeas?). Por parte del PP nadie duda de
que el candidato será el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, aunque las
voces críticas con su figura dentro de su propia casa empiezan a ser cada vez
más fuertes y contundentes.
Todos tienen el mismo
objetivo: ganar. Aunque esto no signifique exactamente lo mismo en cada caso.
Porque si Rajoy no es capaz de revalidar la mayoría absoluta, o al menos de
conseguir una mayoría clara, habrá perdido y sus enemigos en el PP saldrán a
por él. Porque si el PP consigue apuntalar su poder sin necesidad de una
muleta, Ciudadanos y Albert Rivera habrán fracasado al no poder convertirse en
un actor político decisivo. Porque si Podemos no consigue superar en votos al
PSOE no conseguirá cumplir su objetivo estratégico de hacerse con la hegemonía
en la izquierda española. Y porque si el PSOE no supera a Podemos, Pedro
Sánchez no será presidente del Gobierno.
Los primeros datos que
ofrecen las encuestas dicen que todo está al rojo vivo. La encuesta de Invymark
del mes de junio para La Sexta habla de una victoria mínima del PP que en
realidad sería una derrota: el 25.9% de intención de voto. Necesitaría una
muleta que podría ser Ciudadanos, pero según el sondeo aún así no sería
suficiente: Los de Rivera solamente llegarían al 13,2%. PP y C’s no sumarían
más que el 39,1% frente al 46% de la suma de PSOE y Podemos. Pero esa suma es
complicada, porque Pedro Sánchez y Pablo Iglesias empatarían cada uno con el
23%.
Si fuera por las
preferencias del público, Pedro Sánchez sería el presidente. Siempre según esta
encuesta que dice que un 31,1% de españoles le prefiere a él frente a un 20,1%
que elegiría antes a Pablo Iglesias. Pero como el sistema político español no
es presidencialista cuentan las marcas. Y no estaría claro cual de los dos,
Podemos o PSOE, aceptaría ser el socio menor en caso de un empate técnico en el
mundo político de la izquierda.
Barómetro de Metroscopia, julio 2015. |
El último sondeo de
Metroscopia publicado en El País abunda en el mismo escenario: un empate
virtual entre PSOE (22,5%) y Podemos (21,5%) con un margen de erros de más
menos 3,2 puntos. El PP, por su parte, conseguiría el 23%, lo que, sumado al
15% que conseguiría Ciudadanos no le permitiría gobernar.
La carrera ya ha
empezado. Todos deben necesariamente sumar para despegarse de sus rivales. Al
final del camino, ¿conseguirá el PP una amplia mayoría?, ¿quién se hará
finalmente con la hegemonía de la izquierda? y ¿quién se presentará al debate
de investidura?
Empiezan
las ofertas electoralistas
Junto al
posicionamiento de los líderes, estamos siendo testigos de las primeras promesas
y medidas electorales. Parte del PP parece que está pasando a un discurso algo
más progresista ante la ola de izquierdismo que vive el país. Así, por ejemplo,
Cristina Cifuentes, la flamante presidenta de la Comunidad de Madrid, y Jesús
Posada, el presidente del Congreso de los Diputados, han izado la bandera del
arco iris en la semana del Orgullo Gay. Por otro lado, el presidente del
Gobierno ha adelantado una bajada del IRPF mientras insiste en que la
recuperación económica es una realidad. Rajoy sigue confiando en que los
bolsillos, o mejor dicho la expectativa de aumentar sus contenidos, determinen
buena parte de los votos y le permitan repetir en La Moncloa.
El PSOE, por su parte,
se aferra en que esa expectativa no cuaje entre el electorado y basa su
discurso en la denuncia de la desigualdad que está causando la crisis entre los
españoles. Mientras los socialistas denuncian la cara amarga del capitalismo, y
para cortocircuitar denuncias de radicalismos ideológicos, lo hacen
reivindicando los símbolos del Estado y con ello una imagen de centralidad. Es
el eterno viaje al centro que nunca se deja de emprender en vísperas
electorales.
De eso sabe mucho
Podemos, que en su camino hacia la “transversalidad” ya ha tenido que vivir las
primeras disensiones internas de un sector que considera que se están
traicionando las esencias asamblearias y de izquierdas. Pablo Iglesias tiene
claro que la razón de ser y la clave del éxito de Podemos se basa en que
permanezcan intactos su imagen y su discurso irreverentes y diferentes frente a
los partidos tradicionales, pero a la vez necesita centrar esa misma imagen y
ese mismo discurso para atraer al mayor número de votantes del PSOE,
fundamentalmente, y ganar así su batalla por la hegemonía de la izquierda. Parece
la cuadratura del círculo: ¿se puede ser un rebelde de centro?
Ese es el objetivo de
Albert Rivera y de Ciudadanos. Las elecciones municipales y autonómicas del
pasado mes de mayo no han supuesto una explosión impresionante de votos a la
formación naranja teniendo en cuenta su proyección demoscópica, pero sí la ha
puesto en el centro del tablero. Igual que los pactos postelectorales han
situado a Podemos en la izquierda con el PSOE como único socio posible,
ocupando así el espacio de IU, Ciudadanos juega a dos bandas. Con menos votos,
está desempeñando un papel más destacado en la gobernabilidad de ciudades y
autonomías importantes, y lo hace sin
hacer ascos a ni al PP, al que permite gobernar en la Comunidad de Madrid,
ni al PSOE, al que permite hacerlo en Andalucía.
Sin embargo, tanta
centralidad puede resultar complicada para los electores acostumbrados a la
confrontación entre derecha e izquierda. Aunque puede resultar práctico no
casarse con nadie, también puede restar votos. Los de Rivera se entienden como
los luchadores por una España sin corrupción y comprometida con la llamada
regeneración democrática, aunque sin especificar exactamente qué supone eso. La
pregunta que tendrán que responder a su electorado será si el juego a dos
bandas realmente supone una mayor democracia y menos corrupción, o si es
simplemente mercantilismo.
Cada voto contará y
para ello ninguno de los actores implicados dudará en movilizar todas sus
fuerzas y discursos para alcanzar su objetivo. Si la situación política y mediática
en España ya es convulsa, después del verano nos espera la vorágine, o lo que
es lo mismo, una “pasión
desenfrenada o mezcla de sentimientos muy intensos”, como lo define la RAE.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.