¿Quién ha ganado el Debate
sobre el Estado de la Nación? ¿Tiene el público un interés real por escuchar
los argumentos políticos, o simplemente se trata de recopilar datos para
movilizar a los respectivos partidarios ya convencidos? ¿Qué papel juegan los
medios de comunicación a la hora de trasladar esos argumentos?
La semana pasada se ha celebrado en el Congreso de los Diputados el
Debate sobre el Estado de la Nación que, sin duda, fue protagonizado por el
gran duelo entre el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, líder del Partido
Popular, y el líder de la oposición, el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba. El
duelo entre ambos fue el más comentado y, con mucha diferencia, el que mayor
interés ha despertado entre los medios de comunicación. Y como viene siendo
habitual tras cada debate de este tipo, siempre surge la pregunta sobre el ganador.
Esta pregunta en realidad no es necesaria ya que, según a quien se
formule, habrá ganado el líder de su partido preferido, da igual lo que haya
dicho. La respuesta generalmente no está motivada por la calidad de los
discursos ni por un análisis de éstos. Es decir, no hace falta ver ni escuchar el
debate para poder opinar después sobre el ganador. De hecho ha sido el debate menos seguido en televisión en los últimos años, con solamente un 1,2% de audiencia, unas 73.000 personas. Pero da igual, ya que de lo que en realidad se trata no es de
ganar al rival en el hemiciclo, sino de movilizar a los propios seguidores y de
proporcionarles argumentos. Por ejemplo, en una encuesta de Metroscopia publicada después del debate, entre los votantes del PP sólo un 8% reconocía que Rubalcaba conocía mejor la situación de España, y de entre los votantes del PSOE, sólo un 3% pensaba que Rajoy tenía un mejor conocimiento del país.
Medios de trinchera
Si hubiera que calificar con una palabra el tipo de medios de
comunicación que existen en España, en mi opinión son claramente de “trinchera”,
es decir, participan como un actor más en la lucha política diaria. La prueba
más reciente es la valoración que han hecho sobre el debate los grandes
periódicos de alcance nacional. Cada
portada publicada al día siguiente contaba el mismo acontecimiento de manera
completamente opuesta, de tal forma que los lectores de los diferentes
periódicos leyeron (y acabaron asumiendo) una valoración muy distinta del mismo
hecho.
Comenzando por los periódicos más próximos en simpatía al Gobierno,
ABC titula “Rajoy descoloca a Rubalcaba con una gran rebaja en las
cotizaciones”, y La Razón, por su parte, destaca: “La ambición de Rajoy derrota
al apocalipsis de Rubalcaba”. Por otro lado, El Mundo titula “Rajoy presume de
datos y Rubalcaba le culpa del ‘sufrimiento de la gente’” (entrecomillando esta
última parte); El País afirma que “Rajoy da por acabada la crisis y anuncia
estímulos al empleo”, mientras que por último La Vanguardia asegura que “Rajoy
promete mejoría, Rubalcaba pide realismo”. Estos
titulares son ejemplos de interpretación subjetiva de lo que ocurrió en el
Congreso de los Diputados. ¿Por qué?
Apenas existen medios de comunicación que verdaderamente tengan un
interés por proporcionar la información objetiva necesaria y suficiente para
que el ciudadano pueda entrar en contexto y juzgar los hechos de manera que
pueda tomar sus decisiones políticas de la forma más racional posible. En
definitiva, cumplir con el papel fundamental de la prensa para el
funcionamiento de la democracia que propugna Walter Lippmann en su libro “Libertad
y prensa”.
En cambio, los medios
españoles están diseñados y funcionan para dar argumentos para que sus lectores
refuercen sus ideas preconcebidas. Así, no es
difícil encontrar dos enfoques absolutamente enfrentados sobre un mismo
acontecimiento en dos medios diferentes, como por ejemplo se puede observar en
los titulares de La Razón y de La Vanguardia a la hora de valorar el mismo discurso
de Rubalcaba: “apocalipsis” frente a
“realismo”.
Además de subjetiva, esta valoración no es inocente. La posición
de liderazgo, incluso el futuro político del orador en este caso, depende de la
opinión publicada por los medios que tienen así la oportunidad de influir en
los procesos internos de toma de decisiones de los partidos. Es decir, si los periódicos próximos a “la causa”
hubieran titulado con una derrota de su candidato, éste tendría muy difícil
mantener el liderato dentro de su partido y se podrían producir
consecuencias en las luchas internas por el poder.
Surge entonces la pregunta, ¿controlan los partidos políticos a
los medios de comunicación? O por el contrario, ¿son los medios los que
controlan a los partidos?
Partidos
y medios, una relación de dependencia mutua
No
es solamente cierto que los partidos políticos dependan de los medios de
comunicación y que sean éstos los que dicten
sus agendas a golpe de titular. Tampoco es solamente cierto que los
partidos dicten a los medios lo que tienen que decir y que estos obedezcan
ciegamente sus órdenes. La relación
entre ambos es de dependencia mutua.
En un contexto de una democracia con sufragio universal, los medios de masas son cruciales para
poder hacer llegar el mensaje y la imagen (positiva y negativa) de los
políticos a los electores e influir en el voto. Ambas partes lo saben, por ello
los políticos tratan de tener buenas relaciones con (sus) medios. Como ya se ha
comentado, la fuerza de la influencia de los medios en los partidos radica en
que pueden provocar movimientos internos e incluso la desmovilización de los
votantes propios si no prestan el apoyo mediático adecuado en las campañas
electorales.
Sin embargo, los medios
necesitan a su vez tener buenas relaciones con los políticos porque estos,
si están en el poder, controlan la maquinaria que otorga las licencias
necesarias para expandir los negocios (por ejemplo para abrir nuevos canales de
TV o de radio) y también porque las
instituciones públicas son los principales publicitarios en los medios de
comunicación.
Las campañas públicas, incluso la propaganda
descarada, supone mucho dinero para los medios, dinero crucial para subsistir. Por
ejemplo, en 2014 el Gobierno ha aumentado en un 24% el gasto en publicidad institucional,
según informó eldiario.es el pasado 31 de enero. Este aumento supone un plan de publicidad de 41 millones de euros a los que
hay que sumar 106 para financiar 44 campañas de organismos públicos. Es decir, 147 millones de euros a repartir entre los medios de
comunicación solamente por parte de una de las administraciones públicas del Estado,
sin contar las comunidades autónomas y los ayuntamientos.
Representa una inyección económica
fundamental para un sector muy golpeado por la crisis. Según el último Informe Anual de la Profesión Periodística elaborado por la Asociación de la Prensa de
Madrid, en 2013 han cerrado en España 73 medios de
comunicación y han perdido su trabajo 4.434
periodistas.
Pero no se trata solamente de que ambas partes consigan el “apoyo
institucional” del otro. Los medios son,
sobre todo, empresas con el objetivo de ganar dinero, y para ello no es
suficiente con el de la publicidad institucional. Son necesarios los ingresos
de la publicidad privada, y para que esta sea importante, hay que ser atractivo entre los consumidores. En el caso de las
empresas periodísticas, buscan su público en un determinado nicho entre el
espectro ideológico y lo alimentan para mantenerlo fiel como consumidor,
sirviendo así de paso a los intereses de los partidos.
Por ejemplo, El País no ha creado a los progresistas españoles, ni
ellos a El País en 1974 (Fraga fue uno de sus accionistas fundadores), sino que
este periódico se adaptó a ellos porque en la transición reconoció que en la
nueva democracia este nicho ideológico quedaba abierto y listo para explotar. Desde
entonces El País se ha convertido en la cabecera clásica de los progresistas
españoles, a los que ha ido alimentando con argumentos para reafirmar sus
creencias, y ellos han demandado estos argumentos que han comprado (literalmente)
con gusto. Este es un ejemplo que funciona exactamente igual en el resto de los
medios tradicionales españoles con respecto a otros espectros ideológicos.
Es decir, los medios en
España alimentan a sus lectores/consumidores con argumentos para reforzar sus
ideas previas, y los lectores/consumidores eligen a los medios en función de su
necesidad de ver alimentadas sus ideas preconcebidas y no tanto para
informarse de manera objetiva.
Surge así un tercer tipo de interdependencia
entre partidos y medios de comunicación después del económico (publicidad) y el del poder
(licencias), y es el del suministro de
esos argumentos por parte del partido al
medio y su publicación: el partido necesita que el medio difunda sus
argumentos entre sus electores, y el medio necesita que el partido le surta de
argumentos con los que alimentar a sus consumidores.
Por lo tanto, no es de extrañar que un día después del principal
duelo en el Debate sobre el Estado de la Nación, los titulares de los grandes
periódicos se parecieran a los argumentarios que manejan las oficinas de prensa
de los partidos. Porque su objetivo principal no es informar sobre lo que ha
pasado, sino nutrir con argumentos al lector que compra su ejemplar y busca
precisamente eso: leer que su líder
político ha machacado a su rival.
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