martes, 18 de marzo de 2014

India, los ultranacionalistas al asalto del poder

El próximo 7 de abril comienzan las elecciones en la India, el estado donde más personas del mundo tienen derecho a votar: 814,5 millones. Allí se enfrentan dos bloques ideológicos antagónicos: la Alianza Unida Progresista y la Alianza Democrática Nacional. Este último está dominado por el Bharatiya Janata Party (BJP), un partido ultranacionalista y ultraconservador defensor de una versión radical del hinduismo que no duda en enfrentar a la mayoría hindú con la minoría musulmana. Su candidato, Narendra Modi, ha sido acusado de instigar una matanza de musulmanes en el año 2002. Según las encuestas será el ganador de las elecciones. ¿Se avecina un futuro de radicalización política y de posibles enfrentamientos sectarios en esta potencia económica y nuclear?

La India, el segundo estado más habitado del planeta con más de 1.200 millones de personas y una de las potencias económicas globales emergentes del grupo de los BRICS, elegirá su nuevo parlamento dentro de un mes. Debido a la complejidad de su sociedad y a los problemas de infraestructura, el periodo de votación se alargará desde el 7 de abril hasta el 12 de mayo. Serán unas elecciones cruciales y costosísimas: Se estima que costarán más de dos billones de dólares, una cantidad que catapultará a estos comicios al ranking de las elecciones más caras de la historia solamente superadas por los siete billones de dólares que costaron las elecciones presidenciales de los EEUU en 2012. 

Pero esta cita electoral no será solamente importante por sus dimensiones. En ella se decide entre dos opciones antagonistas surgidas de la polarización política de los últimos años. Por un lado se presentan las fuerzas progresistas de la Alianza Unida Progresista (United Progressive Alliance) dominada por el histórico Partido Nacional del Congreso. Es el mismo partido que, liderado por Ghandi, llevó a la India a la independencia en 1947 y que ha estado gobernando el país casi sin interrupción desde entonces. Su cabeza de lista es Rahul Gandhi, continuador de la dinastía que ha estado dirigiendo los destinos de India desde su independencia. El Partido Nacional del Congreso sigue siendo hoy el partido del Gobierno, pero se enfrenta a un rival muy decidido que pone en riesgo su continuidad en el poder.

Narendra Modi
Se trata de las fuerzas ultraconservadoras de la Alianza Democrática Nacional (National Democratic Alliance), liderada a su vez por el partido Bharatiya Janata Party (BJP), que traducido al castellano significa Partido Popular Indio. El BJP ya gobernó la India entre 1998 y 2004, pero entonces le faltó la estabilidad interna y el liderazgo necesario para consolidarse en el poder.

Esta estabilidad y este liderazgo parece que lo han encontrado en la figura de Narendra Modi, el presidente del estado federal de Gujarat, al oeste de la India. Modi es un personaje controvertido por sus declaraciones y su radicalismo hinduista. Pero sobre todo, le persigue la sombra de la matanza de febrero de 2002 en su estado de Gujarat, cuando un estallido de violencia religiosa provocó casi 2.000 muertos, la mayoría musulmanes, mientras la policía se limitaba a mirar de forma pasiva. Desde entonces se ha acusado a Modi de, al menos, haber permitido la matanza, por no decir que fue él y su política sectaria la que la provocó.


Antiguos fantasmas

La violencia de Gujarat en 2002 despertó antiguos fantasmas que ni mucho menos dormían profundamente. En 1947, el año de la independencia, se produjo también la división de la antigua colonia británica en los estados actuales de India y Pakistán. Esta división se realizó con el argumento de que era imposible la convivencia entre hindúes y musulmanes en un mismo país. Sin embargo, en vez de garantizar la estabilidad, la división no pudo impedir que se produjera el mayor éxodo de la historia contemporánea con más de 16 millones desplazados y más de un millón de personas asesinadas en el tránsito debido a la violencia religiosa. Desde entonces, la sombra del odio y de la intolerancia ha estado planeando sobre India incansablemente y también ha condicionado sus relaciones con Pakistán.

Fieles hinduistas en el Ganges
Debido a este pasado violento y al mosaico de etnias, religiones y culturas que conviven en India, el estado ha optado por no reconocer a ninguna religión como oficial o principal, a pesar de que el hinduismo es con gran diferencia la mayoritaria.  La convivencia es complicada en un país con más de 1.200 millones de habitantes, 14 idiomas oficiales y cuatro grandes grupos religiosos: el hinduismo (80,5% de la población), el Islam (13,4%) –India es el estado con el tercer mayor número de musulmanes del mundo-, el cristianismo (2,3%) y el sikhismo (1,9%).

Sin embargo, y aunque la India es un estado laico, las religiones siguen jugando un papel fundamental. El estado no ha sido capaz de crear una identidad mayoritaria basada en la lealtad a las instituciones o a la nación. Por ello cada individuo está etiquetado de alguna que otra forma por su pertenencia a alguno de los grupos religiosos. Más que una opción religiosa personal, estos grupos todavía marcan unas pautas culturales y sociales muy fuertes de las que el individuo no puede sustraerse. Crean identidad en un país en el que sus habitantes hablan diferentes idiomas, y es precisamente en esa identidad donde radica el principal desafío a la viabilidad del Estado indio. Y más cuando existe una seria amenaza contra la convivencia entre las religiones.


La intolerancia religiosa como arma política

Esta amenaza es principalmente la intolerancia basada en criterios religiosos, lo que en India se llama ‘comunalism’. Sigue viva desde 1947 y constituye un instrumento político muy potente y a la vez muy peligroso que hoy está siendo utilizado por algunas organizaciones que ponen en peligro el delicadísimo equilibrio de la convivencia en aras de conseguir mayor rédito político.

Es el caso del discurso sectario que está catapultando al BJP y a su líder hacia el poder. El BJP basa su ideología en el nacionalismo cultural llamado “Hindutva”. Aunque insiste en que este concepto es en esencia nacionalista y no religioso, construye este nacionalismo en torno a la religión hindú. Es decir, según el BJP solamente se es indio si se pertenece a esta religión y no por poseer la nacionalidad, lo que dejaría fuera de la comunidad nacional al 20% de la población, más de 240 millones de personas.

Militantes del "Hindutva"
El BJP no solamente excluye, también ataca frontalmente a las minorías, sobre todo a los 150 millones de musulmanes a los que identifica como partidarios de Pakistán y prácticamente como a terroristas. La historia de la India está marcada por siglos de dominación musulmana y los ultranacionalistas tergiversan el pasado para justificar los ataques contra sus compatriotas musulmanes a los que niegan la identidad india.

Por ejemplo, hoy los templos y mezquitas en India parecen en estado de emergencia. En todos ellos la policía monta guardia y cachea a los fieles ante el riesgo de atentados terroristas. Es una situación de amenaza constante que en cualquier momento puede estallar, literalmente. Y es que los templos hindúes y las mezquitas en muchos casos conviven en casi el mismo terreno porque durante las conquistas musulmanas a partir del S. XII, sobre todo en el norte de India, los sultanes ordenaron demoler los antiguos templos hindúes para construir sobre sus cimientos las nuevas mezquitas de los conquistadores. Hoy este episodio de la historia está siendo utilizado por los extremistas para argumentar su odio hacia el Islam y para exigir la demolición de las mezquitas, lo que a su vez moviliza a los musulmanes.

El discurso del BJP es claramente radical y sectario. Sin embargo, lo realmente inquietante es el atractivo de este mensaje entre la población, sobre todo entre los más humildes, harta de la corrupción y de la ineficacia del Partido Nacional del Congreso: Segúntodas las últimas encuestas, el BJP sería el más votado con una diferencia de casi 100 escaños con respecto al Partido Nacional del Congreso, y por lo tanto Modi sería el próximo presidente del país.




Encuestas que dan el doble de escaños a Modi respecto a su rival.


Posibles consecuencias de una victoria ultranacionalista

Las consecuencias de esta victoria pueden ser arriesgadas para la estabilidad de la zona y para la propia India ya que, en caso de un triunfo electoral contundente, el BJP y, sobre todo sus seguidores, se sentirán libres para poder aplicar su política al país y a sus relaciones internacionales.

Los baluartes del BJP
A nivel interno, el discurso sectario que enfrenta a los hindúes con los musulmanes obligaría al BJP a aplicar este sectarismo en las relaciones entre las minorías a riesgo de perder credibilidad entre sus votantes. Es decir, al radicalizar el mensaje y polarizar la vida política, el BJP acabará por ser rehén de su propio discurso y se le exigirá mano dura con los supuestos “terroristas” islamistas so pena de perder a largo plazo terreno ante organizaciones hinduistas aún más radicales.

El liderazgo de Modi puede ser decisivo en el futuro de la convivencia: si realmente es un radical y la matanza de Gujarat en 2002 tiene su firma, llegarían malos tiempos para la minoría musulmana. En cambio si el poder terminara por moderarlo, su “autoridad” dentro del campo radical le permitiría cierta libertad de acción entre los suyos y podría aplicar una política basada en el pragmatismo, incluida la decisión de no llevar a cabo ninguna política discriminatoria contra las minorías. En sus manos está decidir qué camino tomará

En el campo de las relaciones internacionales, una victoria del BJP no tendría a priori consecuencias en el crecimiento económico de India y en su papel en el club de los BRICS, ya que fue precisamente en su mandato entre 1998 y 2004 cuando se sentaron las bases de su actual pujanza a nivel global.

Sin embargo, sí podría tener consecuencias serias en las relaciones con Pakistán. Gran parte del mensaje excluyente del BJP se basa en el miedo al vecino musulmán, por lo que las malas relaciones están aseguradas al menos a corto plazo. No es precisamente un escenario recomendable para una región en la que India y Pakistán cuentan con armas nucleares, y en la que los vecinos no ayudan a la estabilidad. Al este de Pakistán están un Afganistán en eterna guerra civil y un Irán aislado de la comunidad internacional, y al noroeste China, aliada de Pakistán y rival regional -aunque hoy algo menos- de India.

Tampoco hay que olvidar que Asia es un continente en el que la compra de armas se está multiplicando en la última década. El continente más poblado de la Tierra está inmersa en una carrera armamentística en la que la India participa de manera destacada: Según datos del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) en 2012 ocupó el octavo puesto mundial en gasto armamentístico, triplicando su gasto militar (47.735 millones de dólares, el 2,5% de su PIB) con respecto al año 2000, cuando gastó 14.440 millones de dólares (entonces el 3,1% de su PIB).

Atentados de Bombay, 2008
La clave de las relaciones de la india con Pakistán será, como siempre, el conflicto de Cachemira, una guerra congelada desde 1947 en la que los dos países reivindican la soberanía de este principado montañoso con mayoría de población musulmana. Las trincheras siguen en activo y los fusiles de ambos bandos continúan apuntándose sin descanso. Aunque ambos bandos no se disparan, India acusa a Pakistán de infiltrar grupos terroristas en su retaguardia. Los atentados de grupos islamistas contra las tropas indias son una rutina en Cachemira, interrumpida por ataques ocasionales pero muy sangrientos contra las principales ciudades del subcontinente, como por ejemplo en 2008 en Bombay.

Estos atentados han tenido una gran responsabilidad en el crecimiento de la desconfianza y la radicalización de las relaciones entre hindúes y musulmanes, y explican en parte el atractivo del discurso del BJP entre la población. Si este partido llega al poder a partir de mayo, los terroristas islamistas tendrán enfrente a un gobierno que estará obligado a responder con fuerza a un nuevo ataque, una ocasión de oro para cualquier grupo radical que desee tirar una cerilla en el bidón inflamable que es el subcontinente indio, donde un partido ultranacionalista y ultraconservador está a punto de llegar al poder.   
  




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