Walter Lippmann. |
La
opinión pública española considera que la democracia parlamentaria está en
crisis, no por el surgimiento de otros modelos políticos alternativos, sino debido
al desprestigio de sus propios actores. Los políticos son señalados como responsables
de su decadencia. ¿Pero qué pasa con otros actores igual de cruciales para la
salud democrática como son los medios de comunicación? Ya en 1920 el periodista
Walter Lippmann describió la influencia de los informadores. Dijo, “la crisis
de la democracia es la crisis del periodismo”. ¿Son los medios también
responsables?
El mítico periodista
estadounidense Walter Lippmann publicó en 1920 el ensayo “Libertad y prensa” (Liberty and the News) ,
un texto en el que vincula directamente
la salud de la democracia con la salud del periodismo.
Lippmann explicaba que en
una democracia de masas en un mundo moderno, burocratizado y complejo, la
acción parlamentaria se estaba “volviendo
notablemente ineficaz”. Como consecuencia había surgido “una clase de gobierno que se ha descrito
abiertamente como autocracia
plebiscitaria o gobierno por los periódicos”.
La opinión pública, es
decir la opinión de los votantes, se habría convertido en el elemento político
crucial en vez del Parlamento. Por su parte, los políticos que quieren llegar
al gobierno y los gobiernos que desean ser reelegidos, deben tener muy en
cuenta esa opinión por lo que su futuro depende de la información que reciben
los votantes. Para que la democracia
funcione, esta información debe ser veraz (que no es lo mismo que
verosímil), seria y responsable para que las decisiones que se tomen sean las
mejores para la sociedad.
Sin embargo, esa información es suministrada por los
medios de comunicación que son, a su vez, en su mayoría entes privados con
intereses privados que no tienen por qué coincidir con el interés general.
Lippmann ya advirtió sobre los riesgos entraña para la democracia: “Las noticias son la principal fuente de
opinión por la que se guían los gobiernos en la actualidad. En la medida en que
se interponga entre el ciudadano común y los hechos una organización de
noticias guiada por criterios enteramente privados y ajenos a todo examen, no
importa lo sublime que sean, nadie podrá afirmar que la esencia del gobierno
democrático esté segura”.
Conflicto de intereses
¿Es incompatible el interés
de un medio con la democracia? Hace casi un siglo Lippmann planteó el conflicto entre los intereses privados de
los dueños de los medios de comunicación con los intereses del consenso social,
básico para el funcionamiento de la democracia.
“Las columnas de prensa son mensajeros”, afirmaba Lippmann. “Cuando quienes las controlan se arrogan el
derecho de determinar según sus convicciones qué es noticia y con qué fin, la
democracia deja de funcionar y la opinión pública se bloquea”. En este
sentido Lippmann llegaba a ser bastante explícito cuando afirmaba que “la opinión pública aparece ella misma
agrupada en torno a determinados grupos
particulares que actúan como órganos del gobierno al margen de toda regulación”.
Es decir, cuando a la
hora de publicar una información prima el interés privado sobre el interés
común, la verdad ya no constituye la
materia prima de la información que los ciudadanos reciben para tomar sus
decisiones y la democracia queda
adulterada y dañada. Esto hizo plantearse a Lippmann la siguiente cuestión
crucial sobre el futuro de la democracia: “¿Un
gobierno basado en el consenso puede sobrevivir en una época en que la
manufactura del consenso está en manos de una actividad privada que carece de
regulación?”
¿Regulación sí o no?
A raíz de este
planteamiento el periodista estadounidense abordaba indirectamente un asunto
espinoso pero no por ello menos importante: ¿Es posible una democracia sin un control de la calidad del periodismo?
Pero también, ¿es posible un periodismo
controlado?
Lippmann defendía un
periodismo veraz e independiente (incluso de sus propios propietarios). Es decir,
un periodismo libre, cuya importancia era tal para él que incluso constituía la
esencia de su propia definición de libertad. Decía: “La libertad es el nombre que damos a las medidas mediante las cuales
protegemos e incrementamos la veracidad de la información sobre la base de la
cual actuamos”.
Es decir, la libertad de prensa es fundamental para
su independencia y por lo tanto para que se publique la verdad y hacer posible
la democracia. Pero también es cierto que esa libertad permite jugar con la verdad dañando así la información,
ya que la tergiversación queda impune. Lippmann ponía el siguiente ejemplo
bastante gráfico: “Si yo miento en un
pleito sobre la suerte de la vaca de mi vecino puedo ir a la cárcel. En cambio,
si miento a un millón de personas en un tema que afecta a la guerra o a la paz,
puedo decir lo que me plazca y, si elijo la serie adecuada de mentiras,
resultar sin responsabilidad alguna”.
Surge un problema. La enorme responsabilidad de la prensa en
el funcionamiento de la democracia le obliga a publicar la verdad y hacerlo con
rigor. Pero, ¿quién controla que así sea? ¿Los poderes públicos? ¿Otros
poderes privados? ¿El mismo periodista? Todas las respuestas son polémicas ya
que no existe un control sincero y completamente neutral que obligue a un periodista
a ser veraz, e incluso las propias nociones de libertad y de independencia
rechazan cualquier tipo de control.
Sin embargo, los
intereses ajenos (y propios) del periodista no son los únicos enemigos de la
verdad a la hora de informar a la sociedad. La propia sociedad y las
condiciones del entorno del periodista influyen en su trabajo.
La sobreinformación y la precariedad
en el periodismo
Ya en 1920 Lippmann observó
que la propia complejidad de la sociedad
moderna hace muy difícil que las noticias sean tratadas con el rigor que
merecen, así como su interpretación correcta por parte del público. Como
decía Lippmann: “Esta vasta reelaboración
de los asuntos de la política es la raíz de todo el problema. Las noticias
llegan desde la distancia; llegan sin orden ni concierto, en una confusión
inconcebible; abordan materias que no son fáciles de entender; y son asimiladas
por gente ocupada y cansada que tiene que contentarse con lo que le dan”.
Esta frase tiene casi
un siglo pero perfectamente podría trasladarse al actual panorama mediático caracterizado por el bombardeo constante de
información, la rapidez y brevedad (de 140 caracteres) que se exigen para
informar sobre cuestiones cruciales para la vida de los ciudadanos. Éstos a su
vez apenas pueden asimilar esta sobreinformación, por lo que se quedan con
simples generalidades y titulares de lo que ocurre. Así configuran la opinión
pública que es la que domina el rumbo de la democracia.
Por otro lado, los periodistas sufren cada vez una mayor
carga de trabajo que les impide analizar mejor sus informaciones, y una
precariedad laboral que les empuja a una mayor dependencia de los dueños de
los medios de comunicación y por lo tanto de sus intereses privados. Pero no se
trata de una situación nueva. Como ya decía Lippmann hace casi un siglo, la
identificación de los periodistas dependientes con los intereses de sus
patrones provoca que “el trabajo de los
reporteros ha terminado así por confundirse con el de los predicadores, los misioneros,
los profetas y los agitadores”.
Esta
degradación tiene su causa en la vulnerabilidad de los periodistas que no ha
dejado nunca de ser una realidad, tanto
en 1920 como en la actualidad. Según el “Informe Anual de la Profesión Periodística 2013” elaborado por la Asociación de la Prensa de Madrid, desde
mediados de 2008 –el comienzo de la actual crisis económica en España- hasta
octubre de 2013, se han visto afectados 11.151 empleos periodísticos en España,
4.434 –un 40 % del total- en 2013. Igualmente, desde mediados de 2008, se ha
constatado el cierre de 284 medios, 73 correspondieron a 2013.
Muchos periodistas han
sido despedidos y el resto tiene miedo a perder su trabajo. Esto incrementa el poder de sus jefes que pueden
imponer impunemente sus criterios privados a los profesionales del periodismo.
Por ejemplo, el 79,3% de los periodistas encuestados afirma haber recibido
alguna presión por parte de sus superiores para realizar su trabajo. Como
consecuencia esto afecta a la calidad de los medios de comunicación. Sólo el
56,4% de los propios periodistas confía a medias en la información que recibe a
través de los medios.
Esta es la situación
del periodismo en España, el actor
encargado de hacer de intermediario entre los ciudadanos y la política y de configurar la opinión pública, la misma
que considera que la democracia parlamentaria está en crisis. Es cada vez más
complicado para los periodistas trabajar con libertad, y por lo tanto poder
publicar la verdad. Lippmann ya lo advertía: “Donde todas las noticias proceden de segunda mano, donde todos los
testimonios son inciertos, los hombres dejan de responder a las verdades y
comienzan a hacerlo simplemente a las opiniones”.
Por lo tanto, cabe
preguntarse ¿hasta qué punto los medios de comunicación reflejan una realidad cuando
hablan de crisis de legitimidad de la democracia, o están reproduciendo la
opinión de los intereses que les sustentan?
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