viernes, 6 de julio de 2012

NADA VOLVERÁ A SER COMO ANTES

Cuando en algún momento aproximado del año 1440 el herrero alemán Johannes Gutenberg logró imprimir un ejemplar de la Biblia todo cambió. Y lo hizo para siempre. De pronto se había hecho posible hacer infinidad de copias de este libro en un tiempo récord, pudiendo distribuirlo en unas cifras antes impensables. Había nacido la imprenta moderna, y las consecuencias fueron decisivas. 550 años después, en 1990 las personas corrientes escuchamos por primera vez un nombre que iba a cambiar nuestras vidas, también para siempre: internet. Dos herramientas, dos consecuencias. Dos cambios. Después de ellos, nada será como antes.


Antes de que Gutenberg estableciera su taller en Maguncia (Alemania), las élites políticas y sobre todo las religiosas y culturales lo eran porque poseían la fuerza bruta (armas) necesarias para ello y, sobre todo, la información necesaria. Esa información se transmitía por libros escasos y muy caros. Se copiaban a mano y su distribución era lenta y muy reducida. Por ello prácticamente sólo los sacerdotes –en concreto los monjes- y unos pocos estudiantes sabían leer y por ello tenían el monopolio de la interpretación de la palabra de Dios. Y como lo que decía Dios era ley, su poder era inmenso.

Sin embargo, la imprenta moderna permitió hacer muchas más copias y de forma mucho más rápida. Las primeras barreras, la económica y la física, empezaban a desaparecer. De pronto, los libros empezaban a estar al alcance de muchas más personas que antes. La barrera del poder estaba a punto de caer también: Lutero tradujo la Biblia al alemán dando lugar a la Reforma Protestante. Ahora todos los que pudieran costearse un libro y aprender a leer podían descifrar los secretos de la religión y con ello acceder directamente a la ley de Dios sin intermediarios. La Iglesia Católica sufrió un duro golpe del que no se ha vuelto a recuperar desde entonces.


El libro fue evolucionando. Se fue haciendo cada vez más sencillo, barato, accesible. Las personas comenzaron a aprender a leer. Ya eran cada vez más los que lo hacían y menos los que no. Gracias a ello las ideas pudieron circular y con ello peligros para todos aquellos que basaban su poder en el control de la información, tanto de lo que se podía saber como de lo que no. Y con el tiempo lo que no se debía saber fue leído por cada vez más personas que actuaron. La revolución Francesa, 1848, la Comuna de París, 1917, 1968, etc., son acontecimientos que no se podrían comprender sin el libro: El Capital, El Manifiesto Comunista, El Tercer Estado, la Enciclopedia y muchísimas obras más que removieron conciencias. Antes de la revolución siempre había un libro.


Hace tan sólo 22 años, en 1990, recién terminada la Guerra Fría, el mundo escuchó por primera vez la palabra internet. Esta herramienta, ideada y desarrollada a la sombra del conflicto como una manera de garantizar las comunicaciones en un mundo devastado por las armas nucleares, es la nueva imprenta.


Aunque han tenido que pasar dos décadas desde que el WWW accedió a nuestro lenguaje, el todavía joven siglo XXI ya es la centuria de internet. Las redes sociales surgidas gracias a esta herramienta están poniendo en contacto a cientos millones de personas de todo el mundo sin necesidad de largos viajes o costosísimas llamadas telefónicas. La capacidad de compartir un acontecimiento con miles de personas alejadas por miles de kilómetros es real, e igualmente revolucionaria que lo fue la imprenta hace más de medio milenio.



A un simple y peligroso ‘click’

De pronto, los que en su día destronaron a la élite medieval gracias al invento de Gutenberg están siendo destronados por los millones de perfiles anónimos que se encuentran detrás de la red. Los monopolios de la información caen, y con ello se está poniendo en peligro el poder acumulado en unas pocas manos. Para muestra un botón: un ciudadano tiene la capacidad de competir directamente y con las mismas herramientas con un poderoso grupo mediático.


Por ejemplo, un humilde periodista puede ofrecer una información veraz, objetiva y profesional, sin edulcoraciones partidistas ni dobles lecturas provocadas por intereses financieros con solamente abrir un blog. No hace falta que se endeude para adquirir una imprenta o que tenga que repartir pasquines por la calle. Está a un simple y peligroso ‘click’ de la página de un poderoso diario convencional.  


¿Qué consecuencias tendrá esto en nuestras vidas? Todavía es pronto, pero seguramente que todo cambie. La información ya está cada vez más cerca de ser un bien colectivo –no exento de la manipulación, pero al igual que tuvieron que aprender a leer en el S. XVI, tendremos que aprender a leer la nueva realidad. En todos los sentidos. Como por ejemplo, el propio sentido de democracia.


Una de las razones de la existencia de la democracia representativa es la imposibilidad técnica de la democracia directa. En un territorio amplio y muy poblado resulta imposible que la acción legislativa se realice consultando a todos sus ciudadanos cada vez. Por ello se eligen a representantes, los parlamentarios, que se reúnen en el Parlamento, el edificio que simboliza la soberanía popular. Pero, ¿y si fuera posible la participación directa e individual por vía internet?


Vivir en un país y trabajar telemáticamente en otro, hacer la compra, divertirse, vivir a distancia. Ya es una realidad. ¿Por qué tengo que soportar el atasco de todas las mañanas en una gran ciudad cara si puedo vivir en el campo o una ciudad más barata y trabajar desde casa?


Política, información, trabajo, relaciones sociales, vida. Todas estas cuestiones ya se han planteado y se siguen formulando. Estamos en pleno cambio de paradigma, como dirían los sociólogos. Existen todavía muchos obstáculos que evitan que la revolución tecnológica desemboque en una revolución social. La brecha digital sigue siendo inmensa, la educación continúa siendo un bien escaso y limitado a una zona –pequeña- del planeta.

Sin embargo, al igual que la imprenta rompió el monopolio de la Iglesia para interpretar a Dios, internet ha roto el monopolio para informarnos y decidir. Todo queda aún por ocurrir, pero nada volverá a ser como antes. Esta entrada sólo es una reflexión. 

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