Cuando
en algún momento aproximado del año 1440 el herrero alemán Johannes Gutenberg
logró imprimir un ejemplar de la Biblia todo cambió. Y lo hizo para siempre. De
pronto se había hecho posible hacer infinidad de copias de este libro en un
tiempo récord, pudiendo distribuirlo en unas cifras antes impensables. Había
nacido la imprenta moderna, y las consecuencias fueron decisivas. 550 años
después, en 1990 las personas corrientes escuchamos por primera vez un nombre
que iba a cambiar nuestras vidas, también para siempre: internet. Dos
herramientas, dos consecuencias. Dos cambios. Después de ellos, nada será como
antes.
Antes de que Gutenberg
estableciera su taller en Maguncia (Alemania), las élites políticas y sobre
todo las religiosas y culturales lo eran porque poseían la fuerza bruta (armas)
necesarias para ello y, sobre todo, la información necesaria. Esa información
se transmitía por libros escasos y muy caros. Se copiaban a mano y su
distribución era lenta y muy reducida. Por ello prácticamente sólo los
sacerdotes –en concreto los monjes- y unos pocos estudiantes sabían leer y por
ello tenían el monopolio de la interpretación de la palabra de Dios. Y como lo
que decía Dios era ley, su poder era inmenso.
Sin embargo, la
imprenta moderna permitió hacer muchas más copias y de forma mucho más rápida.
Las primeras barreras, la económica y la física, empezaban a desaparecer. De pronto,
los libros empezaban a estar al alcance de muchas más personas que antes. La
barrera del poder estaba a punto de caer también: Lutero tradujo la Biblia al
alemán dando lugar a la Reforma Protestante. Ahora todos los que pudieran
costearse un libro y aprender a leer podían descifrar los secretos de la
religión y con ello acceder directamente a la ley de Dios sin intermediarios.
La Iglesia Católica sufrió un duro golpe del que no se ha vuelto a recuperar
desde entonces.
El libro fue
evolucionando. Se fue haciendo cada vez más sencillo, barato, accesible. Las
personas comenzaron a aprender a leer. Ya eran cada vez más los que lo hacían y
menos los que no. Gracias a ello las ideas pudieron circular y con ello
peligros para todos aquellos que basaban su poder en el control de la
información, tanto de lo que se podía saber como de lo que no. Y con el tiempo
lo que no se debía saber fue leído por cada vez más personas que actuaron. La
revolución Francesa, 1848, la Comuna de París, 1917, 1968, etc., son
acontecimientos que no se podrían comprender sin el libro: El Capital, El Manifiesto
Comunista, El Tercer Estado, la Enciclopedia y muchísimas obras más que
removieron conciencias. Antes de la revolución siempre había un libro.
Hace tan sólo 22 años,
en 1990, recién terminada la Guerra Fría, el mundo escuchó por primera vez la palabra
internet. Esta herramienta, ideada y desarrollada a la sombra del conflicto
como una manera de garantizar las comunicaciones en un mundo devastado por las
armas nucleares, es la nueva imprenta.
Aunque han tenido que
pasar dos décadas desde que el WWW accedió a nuestro lenguaje, el todavía joven
siglo XXI ya es la centuria de internet. Las redes sociales surgidas gracias a
esta herramienta están poniendo en contacto a cientos millones de personas de
todo el mundo sin necesidad de largos viajes o costosísimas llamadas
telefónicas. La capacidad de compartir un acontecimiento con miles de personas
alejadas por miles de kilómetros es real, e igualmente revolucionaria que lo
fue la imprenta hace más de medio milenio.
A un simple y peligroso ‘click’
De pronto, los que en
su día destronaron a la élite medieval gracias al invento de Gutenberg están
siendo destronados por los millones de perfiles anónimos que se encuentran
detrás de la red. Los monopolios de la información caen, y con ello se está
poniendo en peligro el poder acumulado en unas pocas manos. Para muestra un
botón: un ciudadano tiene la capacidad de competir directamente y con las
mismas herramientas con un poderoso grupo mediático.
Por ejemplo, un humilde
periodista puede ofrecer una información veraz, objetiva y profesional, sin
edulcoraciones partidistas ni dobles lecturas provocadas por intereses
financieros con solamente abrir un blog. No hace falta que se endeude para
adquirir una imprenta o que tenga que repartir pasquines por la calle. Está a
un simple y peligroso ‘click’ de la página de un poderoso diario convencional.
¿Qué consecuencias tendrá
esto en nuestras vidas? Todavía es pronto, pero seguramente que todo cambie. La
información ya está cada vez más cerca de ser un bien colectivo –no exento de
la manipulación, pero al igual que tuvieron que aprender a leer en el S. XVI,
tendremos que aprender a leer la nueva realidad. En todos los sentidos. Como
por ejemplo, el propio sentido de democracia.
Una de las razones de
la existencia de la democracia representativa es la imposibilidad técnica de la
democracia directa. En un territorio amplio y muy poblado resulta imposible que
la acción legislativa se realice consultando a todos sus ciudadanos cada vez.
Por ello se eligen a representantes, los parlamentarios, que se reúnen en el
Parlamento, el edificio que simboliza la soberanía popular. Pero, ¿y si fuera
posible la participación directa e individual por vía internet?
Vivir en un país y
trabajar telemáticamente en otro, hacer la compra, divertirse, vivir a
distancia. Ya es una realidad. ¿Por qué tengo que soportar el atasco de todas
las mañanas en una gran ciudad cara si puedo vivir en el campo o una ciudad más
barata y trabajar desde casa?
Política, información,
trabajo, relaciones sociales, vida. Todas estas cuestiones ya se han planteado
y se siguen formulando. Estamos en pleno cambio de paradigma, como dirían los
sociólogos. Existen todavía muchos obstáculos que evitan que la revolución
tecnológica desemboque en una revolución social. La brecha digital sigue siendo
inmensa, la educación continúa siendo un bien escaso y limitado a una zona –pequeña-
del planeta.
Sin embargo, al igual
que la imprenta rompió el monopolio de la Iglesia para interpretar a Dios,
internet ha roto el monopolio para informarnos y decidir. Todo queda aún por
ocurrir, pero nada volverá a ser como antes. Esta entrada sólo es una reflexión.
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