Portaaviones de EEUU en el Canal de Suez. |
Egipto es un país peculiar.
Completamente dominado por su posición geográfica entre África y Asia y
totalmente dependiente del Nilo, el río más largo del mundo. Durante milenios albergó
la civilización más sofisticada y misteriosa, y hoy es el país árabe más
poblado y poderoso. Pero sobre todo, desde 1869 es el guardián del atajo más
rentable del mundo y el cordón umbilical que une Europa con el resto de Asia y su
petróleo: el Canal de Suez.
Desde finales del S.XIX
el Canal de Suez ha determinado el destino de Egipto, que durante siglos quedó
degradado a una provincia semiautónoma y adormilada del Imperio Otomano. De
pronto volvió a ocupar la prioridad estratégica mundial, ya que esta insigne
obra de ingeniería desarrollada por el ingeniero francés Lesseps de sólo 163
kilómetros de largo ahorra tener que navegar miles de kilómetros para bordear
el continente africano. Así, más de 21.400 barcos lo usaron en 2008, por
ejemplo, una media de más de 58 buques al día. El Canal se ha convertido en
básico para la economía egipcia, de Oriente Próximo y de Occidente. Tiempo y
dinero.
Hoy Egipto se encuentra
sumido en un proceso político confuso pero crucial en el que la masa popular
exige libertades democráticas ante un ejército que no está por la labor de
permitirlo. Una cosa es entregar al ex presidente y dictador Mubarak como
cabeza de turco, y otra es ceder el poder legal y legítimamente conseguido en
las urnas a los islamistas. Y es que los militares tienen grandes aliados que les
respaldan: EEUU e Israel. La causa, el Canal de Suez y el miedo. Tiempo y
dinero.
La efímera independencia
Primero fueron los
británicos los que se hicieron con su control. Gracias al Canal, su imperio en
la India se acercaba semanas a la metrópoli. Egipto fue convertido en un estado
títere británico y en una base militar. Durante la segunda Guerra Mundial fue
el objetivo de italianos y alemanes que no pudieron conquistarlo. Pero despertaron
un sentimiento de independencia y de oposición a los ocupantes que desembocó
años después en un golpe de estado militar que expulsó al rey y llevó a Egipto
a desarrollar su propia agenda independiente por primera vez desde la época de los
faraones. El protagonista de esta aventura era un militar: Nasser.
El presidente Nasser. |
En Occidente cundió el
pánico: Nasser se hizo con el control del Canal de Suez. En un mundo europeo y
estadounidense que había apostado por la sociedad de consumo como motor
económico, el suministro de petróleo para hacer funcionar a los coches
particulares era cada vez más importante. Y el Canal de Suez abarataba los
costes. Por ello en 1956 Francia e Inglaterra, los antiguos colonizadores, se
inventaron una guerra con ayuda de Israel para reconquistar el Canal.
Fracasaron, pero el aviso ya estaba dado. Egipto se echó en manos de la URSS,
que le ayudó con armas contra el enemigo israelí y en construir la presa de
Assuán, la verdadera revolución industrial egipcia.
Pero a medida que la
política económica de Egipto fracasaba, Nasser se fue volcando cada vez más en
su papel de líder árabe internacional contra Israel, hasta que fue aplastado en
la Guerra de los Seis Días, en 1967. Israel conquistó la Península de Sinaí y
ocupó la orilla oriental del Canal de Suez. Se barruntaba un cambio. La derrota
había sido total. El heredero de Nasser, otro militar, Sadat, invadió Israel en 1973 y cuando también fue aplastado, negoció con su enemigo la paz.
Egipto vuelve al redil
Primero a escondidas,
pero finalmente con la firma pública en Camp Davis con el patrocinio de EEUU.
Egipto recuperaba el Sinaí y el control del Canal de Suez a cambio de abandonar
a la URSS y de aliarse con EEUU. Occidente consiguió así asegurarse el control
del Canal de Suez, Israel un flanco seguro y el régimen militar egipcio el
apoyo occidental para mantenerse en el poder una vez perdido el apoyo popular.
La consecuencia fue la venganza: un soldado asesinó a Sadat en pleno desfile en
1981.
Blindado estadounidense vendido a Egipto. |
Le sucedió Hosni Mubarak, el presidente depuesto por los militares en 2011 y juzgado
recientemente después de que el pueblo egipcio saliera a la calle a exigir
libertad, trabajo y una vida mejor. Mubarak continuó una dictadura cruel
apoyada por Occidente y dirigida a asegurar el Canal, mantener la paz con
Israel y aplastar al nuevo enemigo común: el islamismo. EEUU ha ayudado con
armas para el ejército, convirtiendo a Egipto en el segundo receptor de
armamento en Oriente Próximo después de Israel. Pero a cambio de dinero, claro:
más de 4.000 millones de dólares solamente en 2011, un 2% del PIB egipcio, según el instituto SIPRI. Amnistía Internacional denuncia que este trasiego de armas incluso continuó durante los
sucesos de la Plaza de Tahir en El Cairo. Armas que iban para el ejército de
Mubarak.
Egipto, sus barriadas
pobres, han sido germen de islamistas radicales. Pero también de una
organización moderada y masiva: los Hermanos Musulmanes, los vencedores de las recientes
elecciones. Aunque se autodenominan como moderados, no están controlados por
Occidente, por lo que en EEUU y en Israel existe miedo e incertidumbre sobre el
futuro del Canal de Suez y de la frontera con el Sinaí.
¿Serán un nuevo Nasser?
¿Querrán usar el Canal para financiar su economía o para extorsionar a
Occidente? El gobierno israelí de Netanyahu se siente rodeado de enemigos, una
vez más. Irán por un lado y ahora posiblemente Egipto si los Hermanos Musulmanes
llegan al poder. Sólo los militares egipcios, los mismos contra los que los
israelíes lucharon en 1948, 1956, 1967 y 1973, cuentan hoy con su confianza.
Y existen precedentes.
En 1992 Argelia, gran exportadora de gas a Europa, sobre todo a España, celebró
elecciones libres tras la caída de la URSS –de la que Argelia había sido
cliente. El resultado fue una victoria masiva de los islamistas moderados del
FIS. Hubo un golpe de estado militar y una guerra civil sangrienta.
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