La victoria de François
Hollande abre la cuestión sobre la gobernabilidad de Europa y sobre las recetas
contra la crisis. ¿Afectará al eje franco-alemán? ¿Las medidas anticrisis
cambiarán tomando un cariz más social y sobrevivirá el Estado del Bienestar?
¿Prevalecerá la política sobre los mercados? Estas son algunas cuestiones que
surgen tras la vuelta de los socialistas al Palacio del Eliseo.
Al margen de estas
preguntas la victoria socialista en Francia ha dejado claro que una mayoría de
franceses –aunque no demasiado holgada del 51,7%- se opone a las políticas de
austeridad planteadas por el eje ‘merkozy’. No en vano Hollande aseguró en su
discurso de la victoria que “la austeridad no puede ser una condena” y durante
la campaña basó su programa en el mantenimiento del Estado del Bienestar.
Había que ofrecer un
cambio y una alternativa a la forma de gestionar la crisis, y había que hacerlo
en el marco de los partidos políticos comprometidos con las instituciones
democráticas y europeas para evitar el riesgo que supone el auge de los
partidos extremistas como en Grecia, Holanda y en la propia Francia en la
primera vuelta de las elecciones presidenciales.
Ahora el rumbo lo
marcará el Partido Socialista francés, al menos en Francia. Pero, ¿podrá
imponerse en Europa? Existe una gran oleada de esperanza entre la izquierda
europea de que así será. En España, ya conscientes del papel secundario del Estado
Español en el entramado de las tomas de decisiones europeas, los progresistas
españoles esperan que Hollande imponga unas políticas más benignas con el
estado social, mientras que los conservadores temen que se acabe la cobertura
europea a sus recortes. Pero en este pensamiento falta el factor Alemania.
El factor alemán
Alemania es la economía
más fuerte de Europa y el país más poblado de la UE. Prácticamente su Gobierno
presidido por Angela Merkel decide en solitario el rumbo de Europa en esta
crisis, pasando por encima de las instituciones europeas y del consenso
interestatal. Es el más fuerte, y en momentos extraordinarios se necesitan
medidas extraordinarias. Francia solamente ha jugado un papel secundario y
basado más bien en legitimar las decisiones de Berlín.
Alemania y los alemanes
siguen pagando la tremenda hipoteca que supone la Segunda Guerra Mundial. Saben
que en Europa la mayoría de los estados se opondrían a una hegemonía alemana
evidente, así como muchos alemanes a los que también les asusta que su país
asuma la responsabilidad del mando europeo. Es por ello que Alemania necesita a
Francia para legitimar y enmascarar su propia hegemonía, y Francia necesita
esta postura de Alemania para seguir manteniendo viva la ficción de la ‘grande
nation’. Ya en el tándem ‘Merkozy’ se veía claramente que era la canciller
alemana quien llevaba la batuta. Ahora habrá que esperar para saber si Hollande
cederá también o tratará de imponer su criterio económico y político.
De todas formas, Merkel
ha tomado nota de la demanda de cada vez más ciudadanos europeos antes las
políticas de austeridad y recortes, incluso en la propia Alemania. La propia
Merkel no tiene asegurada su reelección en 2013 y hace tiempo que perdió la
mayoría en la Cámara Alta del Bundesrat en la que están representados los
Länder.
La izquierda alemana,
dividida
Pero por el momento le
salva la incapacidad del SPD de plantear un discurso convincente y, sobre todo,
de presentar un líder capaz de aglutinar la oposición a las políticas de la
derecha de la CDU. La izquierda alemana está dividida entre los
socialdemócratas del SPD, los verdes y los ex comunistas y socialistas de
izquierda de Die Linke. Ahora, además, está tomando fuerza una nueva
alternativa política, los ‘piratas’, un partido que niega ser un partido y que
solamente tiene clara su oposición al sistema político y económico actual. Lo
compone una amalgama de personas de diferentes orígenes y con diferentes
objetivos. Es lo más parecido a los ‘indignados’ en España y las encuestas les
dan un 8% de intención de voto, es decir, presencia parlamentaria.
Con estos mimbres es
difícil que la izquierda alemana pueda recuperar el poder el año que viene,
sobre todo teniendo en cuenta que en Alemania, al igual que en España, el poder
se encuentra concentrado en el Parlamento, que es quien nombra al Gobierno, mientras
que en Francia el Presidente de la República es el que atesora la mayoría de
las competencias, sobre todo en materia de política exterior. No se debe
olvidar que la constitución de la V República francesa se hizo a medida de
Charles de Gaulle tras su ‘golpe de estado’ en 1958. Por lo tanto, a
diferencias de Francia, en Alemania el Gobierno saldrá de la alianza de una
serie de partidos que, sobre todo en la izquierda, no saben o no quieren
ponerse de acuerdo. Esto claramente favorece a la derecha.
Esta es la gran baza de
Merkel y la razón por la que, al menos hasta el momento, ha estado tomando las
decisiones que afectan a toda Europa teniendo en cuenta primordialmente los
intereses de sus electores conservadores, no más que el 30% de los votantes
alemanes que, sin embargo, no se dispersan en otros partidos. Entre ellos está
muy extendido el miedo histórico a la inflación (como la ocurrida en la Alemania
de los años 20) y el prejuicio ante los europeos del sur y su supuesto ‘derroche’
del dinero europeo en gran medida pagado por los contribuyentes alemanes. Este
es el electorado de Merkel y es a ellos a los que debe convencer si quiere
mantener el poder.
Hollande asumirá la
Presidencia de Francia y tendrá que aplicar su programa socialista si no quiere
perder legitimidad y aumentar la desconfianza hacia los partidos políticos
tradicionales en Francia y sumir en la depresión y la impotencia a la izquierda
europea. Para ello, sin embargo, necesitará la colaboración y el visto bueno de
Merkel, y ella depende de un electorado conservador ajeno e incluso hostil a la
demanda de mantener el Estado del bienestar francés y de los países del sur de
Europa.
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