El 6 de diciembre de 1923 ocurrió lo que hacía tiempo se estaba pergeñando. El antaño todopoderoso Partido Liberal británico fue derrotado en las elecciones generales, superado por algo más de 130.000 votos por el Partido Laborista. Los liberales ya no estaban en primera línea de la política. Eran los terceros, lo que en el sistema electoral británico –que busca el bipartidismo- supone la muerte.
Habían sido superados por un cambio social irresistible y muy veloz. Si en el S. XIX los liberales gobernaron el Imperio Británico con hombres tan ilustres como Palmerston o Gladstone, a principios del XX fueron barridos por un partido Laborista en auge y en sintonía con los nuevos tiempos.
La Primera Guerra Mundial lo había cambiado todo. Las democracias burguesas, que solamente permitían una participación política elitista que impedía la participación de los trabajadores, había tenido que dar paso a una democracia de masas. Era el justo premio a la sangre que la clase trabajadora había vertido en las trincheras. Como dijo Max Weber, había que compensar este sufrimiento en el Parlamento. Y con millones de obreros votando por primera vez había llegado el momento de la socialdemocracia, un momento que se consolidó tras la siguiente guerra, mucho más terrible, a partir de 1945.
También en Francia e incluso en la vencida Alemania los poderosos partidos socialdemócratas se convirtieron en pilares del Estado en la época de entreguerras, convirtiéndose en los referentes de las políticas progresistas frente a los conservadores. Los liberales, que antes de la guerra defendían ciertas políticas de progreso y sobre todo un sistema económico sin intervención alguna, habían sido barridos del mapa. Los horrores de la guerra habían acelerado el cambio en las sociedades y las políticas liberales parecían obsoletas, propias de otros tiempos.
Obsoletos y de otros tiempos
Casi un siglo después son los partidos socialdemócratas los que parecen obsoletos y propios de otros tiempos. La crisis financiera de 2008 ha dado paso a una crisis económica brutal que está poniendo a prueba la existencia de la Unión Europea y, sobre todo, la existencia del estado social, mal llamado estado del bienestar.
Este es el mayor logro histórico de la socialdemocracia, introducir la justicia social por ley y que durante casi tres generaciones las personas creyeran firmemente que la cobertura de los servicios básicos por el Estado era un derecho que no corría peligro. Sin embargo, cada día que la crisis sigue viva y mientras aumenta la cifra de desempleados, este sistema se ve arrastrado cada vez más al borde del abismo.
Los conservadores, que desde los años 70-80 se adueñaron del discurso económico liberal gracias a la Escuela de Chicago, llevan años preparando a los ciudadanos para el fin del estado social. Dicen que no es viable, que no hay dinero, que el gratis total no existe. Pero callan que este colapso económico es consecuencia de la aplicación de sus dogmas económicos. Este desastre es el que ha provocado los actuales índices de paro, y con millones de desempleados –es decir, con millones de cotizantes menos que pasan a recibir dinero del Estado en concepto de prestación social- efectivamente es muy difícil mantener los servicios públicos como se ha hecho hasta el momento. La consecuencia es el déficit y la deuda, y el colapso del sistema.
Pero la socialdemocracia está paralizada y muda. Sus ideas no han provocado esta crisis que puede matar a este movimiento político que, a mi juicio, representa mejor que cualquier otro la esencia de Europa. Pero no hay apenas resistencia al actual cambio social provocado por la crisis y que le ha costado millones de votos a los socialistas europeos. El único discurso es defensivo, si acaso, denunciando las políticas de la derecha. O peor, se aplican las políticas y recetas dictadas por los conservadores destruyendo la credibilidad de los partidos socialdemócratas. Nada que movilice al electorado, más bien lo contrario.
Los ciudadanos claman con fuerza por una reacción firme y una respuesta convincente y clara a la crisis, pero los partidos socialistas están mudos. Son como los liberales de principios del S. XX, que no pudieron adaptarse al nuevo siglo y a los cambios traumáticos que llegaron con él.
Cambios traumáticos
A principios del S. XXI los tiempos también están cambiando de manera traumática –aunque sin guerras hasta el momento- y los socialdemócratas no se están adaptando a ellos. Continúan aferrados a la defensa de un sistema de protección social que, hoy por hoy, resulta casi imposible de financiar. Y no porque no existan recursos, sino porque éstos están controlados por sectores hostiles al estado social.
Los llamados mercados -especuladores, multinacionales, agencias de calificación, entidades financieras, etc.- penalizan a los gobiernos socialistas hasta tal punto que hacen imposible la aplicación de sus políticas. Han hurtado al Estado su soberanía y actúan como agentes globales motivados por intereses puramente egoístas, sin ningún tipo de compromiso social a no ser que se entienda como tal percibir a los ciudadanos como meros consumidores.
Los mercados son hoy para los socialistas lo que los obreros para los liberales hace cien años. Han cambiado los escenarios. El Estado nacional, marco tradicional de aplicación del estado social, está muriendo por momentos. El sindicalismo basado en los obreros especializados está dejando de ser realista en un panorama laboral de precariedad y desempleo. Y una oposición exclusivamente institucional-nacional a la acción de los nuevos actores globales es inútil.
Los partidos socialdemócratas deben cambiar si quieren sobrevivir. Deben ser cambios profundos. Hay que pasar de la defensiva a la ofensiva, elaborando un nuevo ideario propio de los tiempos actuales. Pensar y actuar de forma global. Y sobre todo, apostar por los ciudadanos y la libertad, una palabra que los conservadores se han apropiado y que hay que recuperar.
Comparto en gran medida la visión de la situación que aquí se desgrana. En los próximos días espero disponer de un tiempo para aportar algún elemento más a esta reflexión. Feliz 2012 para todos.
ResponderEliminarGracias Extremenian por tu comentario. Espero con impaciencia tu aportación. Creo que vivimos un momento histórico en el que, entre otras cuestiones, se está debatiendo este asunto que tiene una gran repercusión sobre la vida de millones de personas. Un saludo
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