miércoles, 30 de noviembre de 2011

¿ESTÁ MURIENDO LA HUELGA?

La huelga es un derecho constitucional y una de las armas más importantes de los sindicatos a la hora de presionar para conseguir sus objetivos en una negociación. Es un instrumento totalmente normalizado en una sociedad democrática –a diferencia de sus primeros tiempos a finales del siglo XIX y durante las dictaduras totalitarias del siglo XX, incluida la soviética- y seguramente que todo/as hemos participado en alguna. Sin embargo, su utilidad real últimamente se está poniendo en entredicho. ¿Está muriendo la huelga como instrumento de presión?

Las huelgas más conocidas y que afectan a más personas suelen ser aquellas convocadas en los servicios públicos. Es la culminación de las medidas de presión ideadas por los sindicatos para negociar con la administración pública, contando con que el desgaste que sufre el gobierno de turno ante los electores le obligará a actuar rápidamente y de manera favorable a sus intereses. Sin embargo, algunas de las huelgas y protestas más intensas desarrolladas en España en los últimos años, y que han tenido lugar en la Comunidad de Madrid, se han mostrado como un fracaso a la hora de conseguir algún beneficio para los trabajadores. Es más, han terminado desgastando más a los sindicatos que al Gobierno regional, que además consiguió salir reforzado.

Por ejemplo, en las navidades de 2007 los sindicatos de los servicios de limpieza del metro convocaron una huelga, lo que provocó que las estaciones del interurbano estuvieran llenas de basura durante días. Pero lejos de querer negociar y de temer algún perjuicio a su imagen por mantener el metro sucio en Navidad, la presidenta regional Esperanza Aguirre contraatacó culpabilizando a los sindicatos y endureciendo el clima de la negociación haciendo imposible llegar a un acuerdo. Consiguió darle la vuelta al problema siendo ahora los sindicatos los que tenían que mantener la huelga para no salir derrotados, con el consiguiente desgaste de su imagen y discurso, y con la dificultad añadida de que los trabajadores no cobraban las jornadas de protesta. Al final ganó Aguirre.

La ‘huelga salvaje’ de Metro
Otro ejemplo. A finales de junio de 2010 los trabajadores de Metro convocaron una huelga sin respetar los servicios mínimos -abusivos- para protestar contra los recortes aprobados por el Gobierno de Aguirre ignorando el convenio colectivo. Los hechos fueron muy parecidos a los señalados arriba. La ciudad de Madrid se paralizó durante días y Aguirre estuvo más ágil y se adueñó de la iniciativa mediática desde el primer momento al calificar la huelga de “salvaje” y de restar razón y legitimidad a los sindicatos. Ofreció a los ciudadanos enfadados un culpable. Por mucho que los sindicatos y la izquierda trataran de responsabilizar a Aguirre, ella ya había ganado la batalla mediática y los sindicatos se vieron acorralados: si desconvocaban la huelga sin conseguir nada a cambio perderían apoyos entre los trabajadores; en cambio si la mantenían, sufrirían un duro desgaste social y por cada día que pasaba sin resultados, también perderían apoyos, ya que muchos trabajadores no podían permitirse pasar un número indefinido de días sin cobrar. Al final, también ganó Aguirre.

Por último, la comunidad educativa (profesores, padres y alumnos) encadenan protestas y huelgas contra los recortes educativos del Gobierno madrileño. Las jornadas de huelga y de manifestaciones se suceden, pero al igual que en los ejemplos anteriores, Aguirre no toma ninguna medida excepto la de dar la batalla mediática tratando de desgastar a sus contrarios con ayuda del tiempo. Y es que llegan los exámenes y las jornadas de huelga están poniendo en riesgo que los alumnos puedan estudiar el temario establecido en tiempo y forma, lo que podría tener consecuencias en su rendimiento escolar, un factor evidentemente desmovilizador para padres y alumnos y que puede dividir el movimiento de protesta sin que Aguirre haya tomado medida alguna de las reivindicadas. Podría ser una nueva victoria para la presidenta madrileña con consecuencias nefastas para el movimiento sindical en el ámbito educativo.

Estos ejemplos se circunscriben a la Comunidad de Madrid y tienen como protagonista a su presidenta Esperanza Aguirre, que tanto disfruta comparándose con Margaret Thatcher, la “Dama de Hierro” que también ganó el pulso a los sindicatos en los años 80 poniendo fin a su influencia y posibilitando así la aplicación de sus políticas neoliberales. Pero el éxito de Aguirre no se debe tanto a su postura intransigente como a la falta de efectividad y de representatividad sindical, así como a su falta de capacidad de adaptarse a los problemas del presente.

Bajada masiva de la afiliación sindical
Los sindicatos españoles evidentemente nada han aprendido de la historia, ya que mantienen los mismos principios y sistemas de protesta y de movilización de las últimas décadas, y eso a pesar de que la sociedad y el mundo laboral han cambiado radicalmente. La consecuencia es que desde que comenzó la crisis económica en 2008 hay medio millón menos de afiliados a la UGT y a CC OO, según datos del Ministerio de Trabajo, a pesar de que este es un momento histórico en el que la afiliación debería crecer.

De cara al futuro el horizonte parece todavía más negro, ya que entre los jóvenes menores de 30 años la afiliación es de menos del 10%, mientras que se mantiene en cuotas también bajas de entorno al 20% entre los mayores de 45 años.

Los sindicatos no han sabido adaptarse a la precariedad laboral, a la llegada de la inmigración -y a la ocupación de los puestos de trabajo sin cualificación por esta mano de obra-, a la bajada de los salarios, y en los últimos años, al aumento masivo del desempleo. Es decir, el actual marco laboral inestable, precario e individualizado pone en riesgo la existencia misma de los sindicatos, que no están diseñados para esta realidad sino para representar a trabajadores con empleos estables.

Es por ello que el único bastión que les queda a las centrales sindicales son los trabajadores de los servicios públicos. Por eso resulta fatal su desgaste ante Aguirre y el fracaso de la huelga como último método de presión, ya que si no funciona la huelga ¿qué puede funcionar?

Cuanto antes se pongan en práctica métodos de movilización y de protesta más eficaces, antes se podrá tratar de frenar el constante recorte del Estado social y de su calidad. Para ello hace falta discurso, recursos y capacidad de innovación, algo muy difícil para unas centrales sindicales altamente burocratizadas. Mientras tanto, los empresarios ya han pedido limitar el derecho a la huelga.

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