El premio Nobel de Literatura Günther Grass dijo en 1990, justo después de la caída del muro de Berlín hace hoy 22 años, que Alemania no merecía reunificarse ya que su división era el precio que debía pagar “por Auschwitz”. La Segunda Guerra Mundial y en concreto el Holocausto han perseguido al estado alemán y a los alemanes desde 1945 impidiendo cualquier normalidad en sus relaciones con sus vecinos europeos y con el resto del mundo. Siempre ha existido recelo hacia cualquier demostración de fuerza alemana, y los propios alemanes han sido reacios a sacar músculo precisamente por no reavivar viejos miedos. Sin embargo, la crisis económica que asola el mundo desde 2008, y que en los últimos meses está poniendo en peligro al Euro y a la UE, ha obligado a que Alemania haga esa demostración de poder, a pesar de sí misma.
Después de años de lenta construcción institucional y del sorprendente paso hacia atrás que supuso el rechazo de la Constitución Europea, la UE está siendo liderada y controlada por sus dos estados más fuertes tanto en lo económico, como en lo demográfico y político: el llamado eje franco-alemán. Esta alianza estratégica comenzó en época del general de Gaulle, que lideraba una pareja de estados que unían el prestigio y capacidad política de Francia con la impresionante capacidad económica de una Alemania dividida y sin soberanía política, pero impaciente por ser integrada en Occidente.
Treinta años después esa alianza se mantiene en pie, aunque la correlación de fuerzas se ha invertido. Alemania ya no es un estado que necesita tutela de otras potencias, ni Francia es ya la nación hegemónica de una Unión Europea que ha crecido hacia el este, lugar de influencia natural alemana. Sin embargo el eje franco-alemán ha seguido funcionando contra viento y marea, como por ejemplo cuando protagonizó la oposición a la invasión de Irak en 2003.
Pero la crisis económica ha puesto fin a esta igualdad ficticia. Francia es más débil económicamente de lo que aparenta, como ha demostrado el último susto provocado por las agencias de calificación y su debilidad financiera vinculada a la crisis griega, y Alemania es más fuerte e importante de lo que le gustaría reconocer a ella misma y, sobre todo, a sus vecinos.
Y es que el pasado sigue siendo un freno importante que ha impedido que la canciller Angela Merkel haya podido desplegar la autoridad que da una economía saneada, en crecimiento y que prácticamente es la única que mantiene vivo al Euro frente a los ataques despiadados de los ‘mercados’ y a los intereses de EEUU, que está deseando el fin de la moneda única europea para que el Dólar vuelva a reinar en el mundo. Pero ese no es único problema al que se enfrenta.
Los alemanes dudan de Merkel
La canciller Angela Merkel sufre una situación interna bastante delicada: millones de alemanes que ponen en duda su gestión de la crisis. En concreto, el 16 de septiembre el semanario Der Spiegel publicaba una encuesta en la que un 82% de los alemanes estaban descontentos y ponían en duda su papel en Europa. Se trata de una amplia mayoría, lo que está teniendo consecuencias nefastas para el partido de Merkel, la derecha de la CDU.
El poder de la CDU merma con cada elección regional que se celebra, lo que a su vez le va restando los votos necesarios en el Bundesrat para poder gobernar. Por el momento el socio de gobierno de Merkel, la FDP liberal ya es una organización políticamente amortizada en casi todos los Länder, donde en muchos casos ni siquiera ha conseguido superar el 5% mínimo de los votos para poder entrar en los parlamentos regionales. La defunción de la FDP, el socio natural y único de Merkel en el sistema de partidos alemán, significa que la derecha gobernante está obligada al triunfo electoral por mayoría absoluta si quiere mantener el poder o, lo que es lo más probable, renegociar ‘grandes coaliciones’ con su rival socialdemócrata del SPD.
Por su parte, el SPD, hundido electoralmente tras las elecciones generales de 2009 cuando solamente consiguió un raquítico 23% de los votos, se está recuperando lentamente y ya roza el 30% de intención de voto, según las últimas encuestas. Sin embargo, la progresión más espectacular la están protagonizando los verdes, que ahora serían votados por el 17%, mientras que en 2009 solamente lo fueron por el 10,7%. Es más, en regiones tradicionalmente conservadoras como Baden Württemberg fueron el segundo partido más votado después de la CDU y ahora tienen a uno de los suyos gobernando en Stuttgart, toda una revolución y una ruptura histórica del bipartidismo CDU-SPD.
Es decir, en el frente interno Merkel no tiene clara su continuidad en la cancillería si continúa la actual tendencia. Sin embargo, las presiones externas y, sobre todo, la salud del Euro, de la que dependen las exportaciones alemanas y su economía, obligan a la acción.
Alemania toma las riendas
Hace pocas semanas Alemania ha tomado las riendas de su destino y del de Europa. Por ejemplo, con la decisión de aumentar el fondo de rescate hasta superar el billón de euros, a pesar de la creciente oposición interna de los alemanes de “financiar” los agujeros económicos de los demás países, y de obligar a los bancos a refinanciarse, a pesar de la fuerte resistencia de colosos financieros como el Deutsche Bank y el Grupo Santander.
Esta medida ha sido interpretada por los medios de comunicación europeos como el primer paso hacia el control alemán de Europa. Incluso se llegó a señalar la votación en el Bundestag, que las aprobó poco antes de hacerlo la UE, como la prueba de que Europa se gobierna en Berlín y no en Bruselas. Esa percepción se acentuó aún más después de que el Tribunal Constitucional alemán declarase nula esa votación unos días después, destacando que ese tribunal "deja en el aire" el futuro de Europa. El tono con el que se da esta noticia es contradictorio: por un lado se celebra mientras que a la vez se recela de ese liderazgo utilizando tópicos que tienen su origen en los fantasmas del pasado.
Los alemanes son conscientes de que su liderazgo no es popular y que incluso puede ser un lastre para sus relaciones con sus vecinos. Tampoco tienen claro que moralmente Alemania esté capacitada para este liderazgo menos de 70 años después de la Segunda Guerra Mundial. Pero la crisis ha demostrado que una Europa excesivamente burocratizada y dependiente de los intereses de todos y cada uno de los estados miembros, no es operativa. A falta de que Bruselas pueda decidir e imponer sus decisiones, lo hace Berlín. Ahora la pregunta es si este liderazgo será temporal, o si en cambio ha comenzado una nueva época en Europa 22 años después de que el muro de Berlín se agrietase hasta desaparecer.
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