En las elecciones
alemanas del próximo domingo Merkel volverá a ganar, según las encuestas.
Gobernará en total 16 años y será, junto a Helmut Kohl, la persona que durante
más tiempo ha gobernado Alemania desde la Segunda Guerra Mundial. También se
producirá otro acontecimiento que lleva siendo algo habitual en las elecciones
alemanas: un nuevo descalabro de los socialdemócratas. Sería el tercero seguido
en unos comicios federales. Todo parece más de lo mismo, pero esta vez ocurrirá
algo nuevo y preocupante: la ultraderecha entrará en el Parlamento, y lo hará
con fuerza.
El domingo 24 de septiembre se celebrarán elecciones en Alemania. Merkel va
a volver a gobernar fuera de toda duda. La pregunta a estas alturas es con
quién: las encuestas dan al partido de Merkel, la conservadora CDU, una media
de intención de voto ligeramente inferior al 40%, mientras que su perseguidor,
los socialdemócratas del SPD, llegan sólo al 24% en los barómetros más
optimistas para ellos. El resto de partidos con representación en el Bundestag,
el parlamento federal, oscilan alrededor del 8-10%. Es el caso de los verdes y
de la izquierda. Los liberales del FDP también llegarían a esa cifra, por lo
que volverían al parlamento.
Es decir, Merkel seguiría gobernando, pero las cifras le impedirían un
gobierno en mayoría absoluta (históricamente muy improbable en Alemania) por lo
que tiene la capacidad de elegir socio. Este sería, con mucha probabilidad, el
FDP, aliado histórico de los conservadores. Pero también queda abierta la
posibilidad de una tercera gran coalición o incluso de una coalición con los
verdes, que han dado un giro conservador en los últimos años y cuya alianza con
la CDU, imposible años atrás, ya se ha ensayado en algún Land.
Con toda probabilidad, Merkel tratará de evitar una nueva gran coalición
con la SPD, ya que de esa manera debería ceder mucha influencia política a un
partido en plena caída. Sería la tercera gran coalición desde 2005, año desde
el cual la socialdemocracia no levanta cabeza. ¿Por qué? No se trata de un
problema exclusivo de Schulz. En las anteriores citas electorales, en las que
el SPD ha ido cosechando sus peores resultados desde 1945, se responsabilizaba
en gran parte a los candidatos a los que se calificaba de grises y faltos de
carisma. Con Schulz el SPD ha apostado claramente por un candidato con un gran carisma
que comenzó su carrera electoral con unos resultados en las encuestas muy
positivos. Sin embargo, esos números han ido empeorando con el tiempo y
amenazan al SPD con su peor derrota electoral.
Crisis socialdemócrata y auge de la
extrema derecha
Esto se debe fundamentalmente a la crisis global de la socialdemocracia, un
fenómeno que ya ha prácticamente borrado del mapa al hace no mucho todopoderoso
Partido Socialista de Francia. Las causas de esta crisis seguramente tengan que
ver con un problema en el mensaje y en la percepción del papel de estos
partidos en las sociedades actuales, cada vez más segmentadas en diferentes
grupos muy polarizados, lo cual está sustituyendo el clásico conflicto
derecha-izquierda: ahora los conflictos son entre 'arriba y abajo', centro y
periferia, los de dentro y los de fuera, etc... Y los partidos socialistas no
tienen espacio propio, claro y definido en esos conflictos y pierden
votantes.
Quien los gana es la ultraderecha populista de la Alternativa para Alemania
(AfD): hay encuestas que ya les sitúan en el 12%. El ascenso de la popularidad
del AfD es una de las consecuencias del fin del relato del conflicto
izquierda derecha en la sociedad. En este caso, la AfD se nutre del conflicto
'nosotros contra ellos', que puede interpretarse tanto como un rechazo a los
extranjeros como a la clase política. De hecho, los carteles contra Merkel son
tan numerosos como los que protestan por la presencia de inmigrantes.
El AfD es ante todo protesta. Votar a este partido se ha convertido en
un acto que refleja rabia ante la globalización y sus efectos: la
incertidumbre, el miedo al futuro, la precarización laboral, el
terrorismo, etc. No existe un votante homogéneo a este partido. Los hay de
todas las clases sociales y lugares de Alemania. Les mueven intereses
sociales y políticos diferentes, pero sobre todo les mueve un sentimiento
de protesta común. No es un voto constructivo sino para castigar.
Según las encuestas, el AfD podrá entrar en el Bundestag y con una
representación de unos 50-60 diputados, sin embargo, no tendrá efectos
políticos reales ya que no tendrán influencia parlamentaria real a la hora de
la aprobación de leyes o de apoyo al Gobierno. Su papel será simbólico y, sobre
todo, mediático. Se les intentará aislar, y su éxito o fracaso futuro, que se
medirá en su capacidad de seguir creciendo o no, estará supeditado a su
capacidad de poder romper ese aislamiento.
El futuro: seguirá el inmovilismo alemán
¿Qué pueden esperar los europeos de una nueva
victoria de Merkel? Seguramente nada
nuevo. La estabilidad, o si se quiere el inmovilismo, es la marca de Merkel. Su
votante busca precisamente la rutina y la falta de acciones espectaculares. La
única acción espectacular protagonizada por Merkel fue la apertura de las
fronteras a los refugiados, y eso ha provocado la única grieta en la intención
de voto a la canciller, de la que ha conseguido recuperarse. Es precisamente
esa mirada constante a las encuestas electorales lo que caracteriza no
solamente al gobierno de Merkel, sino a todos los gobiernos de las democracias
actuales. Y eso está condicionando de sobremanera su actuación en estos
momentos de cambios e incertidumbre política.
Precisamente esta constante observación de los
barómetros electorales será lo que determine el futuro de la política ante el
flujo de refugiados. Tendrá dos ejes: un
control estricto de la entrada de nuevos refugiados, y un esfuerzo importante
por tratar de integrar al mayor número de ellos en la economía, incluso antes
que en la propia sociedad. Esto sería coherente con la política y el mensaje de
Merkel, que quiere abarcar todo el arco social alemán, tanto a los que apoyan
la recepción de refugiados como a los que la rechazan. Sobre todo, responde a
la demanda de mano de obra de la economía alemana, que ha dejado de nutrirse de
los emigrantes europeos a medida que la crisis ha ido reduciéndose.
(Este artículo está basado en una entrevista concedida por el autor a la
Escuela de Periodismo Internacional EFE -UNED).
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