miércoles, 6 de enero de 2016

La bomba y Corea del Norte, ¿amenaza o llave del cambio?

Corea del Norte dice que tiene la Bomba-H. La comunidad internacional condena esta escalada que es percibida unánimemente como una acción hostil y amenazante. Sin embargo, según algunos analistas la carrera nuclear de Corea del Norte tendría en el fondo un objetivo diferente al de poner en peligro a sus vecinos. Los que correrían peligro serían los militares norcoreanos y su enorme ejército cuyo mantenimiento lastra decisivamente la economía de ese país.  


En la mañana del 6 de enero de 2016 el Gobierno de la República Popular de Corea anunció oficialmente que había llevado a cabo con éxito el ensayo de una bomba de hidrógeno. De ser cierto, el régimen comunista de Pyongyang poseería en su arsenal nuclear un arma superior a la bomba atómica y capaz de destruir una gran ciudad como, por ejemplo, la cercana Seúl o incluso Tokio.

Los gobiernos e instituciones de la comunidad internacional han condenado esta escalada armamentística, aunque algunas voces expertas ponen en duda la veracidad del anuncio. Para ello se basan en los datos sísmicos: efectivamente en la fecha del ensayo se registró un temblor de tierra en territorio de Corea del Norte que podría deberse a la actividad humana, pero su intensidad sería menor a la que habría provocado una bomba-H. Se trataría, en todo caso, de una explosión que como mínimo habría alcanzado la misma intensidad del último ensayo nuclear reconocido públicamente por los norcoreanos a principios de 2013 y que provocó una crisis de gran alcance a nivel mundial.

Cada vez que el régimen de Pyongyang realiza un ensayo nuclear la comunidad internacional reacciona intensificando su rechazo y tomando medidas que aíslan más a este país y debilitan su ya muy maltrecha economía. Y sobre todo, alejan cada vez más la posibilidad de llegar a acuerdos económicos y políticos beneficiosos y necesarios para la continuidad del régimen a largo plazo. Por ello surge la pregunta: ¿por qué Corea del Norte insiste entonces en continuar estos ensayos nucleares que el resto del mundo percibe como un peligro?

A principios de abril de 2013 el Instituto Elcano, el ‘think tank’ español más importante, publicó un análisis de Féliz Arteaga, investigador principal del centro, en el que se planteaba un punto de vista diferente sobre la cuestión nuclear norcoreana: el éxito del programa nuclear y el reconocimiento de Corea del Norte como potencia atómica podrían liberar al régimen comunista de parte de sus enormes gastos militares convencionales (no conocidos por el secretismo que le caracteriza) e invertir esos recursos en reformar el país y el régimen.

Según subraya el análisis, si se reconoce por parte de la comunidad internacional que la capacidad de respuesta nuclear de Corea del Norte es seria y real, el régimen de Pyongyang podría modificar su actual doctrina estratégica basada en mantener un enorme ejército convencional estimado en más de un millón de soldados. Con un arsenal nuclear no harían falta tantos soldados ni tanques, por lo que el estado no tendría que gastar tantos recursos en el ejército.

Esto tendría dos ventajas para Kim Jong-Un, el líder norcoreano. Por un lado debilitaría a la actual élite militar de su país que basa su poder y su función en el ejército convencional masivo. Ya no jugarían un papel tan fundamental en el estado y eso proporcionaría al líder mayor libertad de acción para emprender reformas que los militares podrían percibir como amenazas a sus privilegios.

Por otro lado, una vez reducidos los recursos militares y debilitada la élite castrense, estos recursos y manos de obra liberados se destinarían a la economía civil y a mejorar la calidad de vida de la sociedad norcoreana, iniciando así a lo mejor un proceso de reforma interna del régimen. Para ello Kim Jong-Un necesita la bomba atómica.

El resumen de la paradoja señalada en el análisis del Instituto Elcano es que la comunidad internacional no permite a Corea del Norte acelerar su programa nuclear que necesita para poder realizar sus reformas internas que la misma comunidad internacional le demanda.

El secretismo que rodea a todo lo que ocurre en Corea del Norte reducen los análisis en muchos casos a simples conjeturas ya que nadie es capaz de saber realmente lo que motiva a los líderes norcoreanos en su toma de decisiones. Esto les convierte en impredecibles y ahí está el peligro. La comunidad internacional en general, y los EEUU en concreto, tienen que juzgar cada paso de Corea del Norte sin saber qué se esconde detrás y hasta dónde pueden presionar sin provocar una reacción real.


Es decir, no se sabe cuánto se puede estirar la cuerda antes de que se rompa. Es un juego que no está exento de riesgos. 

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