Corea
del Norte dice que tiene la Bomba-H. La comunidad internacional condena esta
escalada que es percibida unánimemente como una acción hostil y amenazante. Sin
embargo, según algunos analistas la carrera nuclear de Corea del Norte tendría en
el fondo un objetivo diferente al de poner en peligro a sus vecinos. Los que
correrían peligro serían los militares norcoreanos y su enorme ejército cuyo
mantenimiento lastra decisivamente la economía de ese país.
En la mañana del 6 de
enero de 2016 el Gobierno de la República Popular de Corea anunció oficialmente
que había llevado a cabo con éxito el ensayo de una bomba de hidrógeno. De ser
cierto, el régimen comunista de Pyongyang poseería en su arsenal nuclear un
arma superior a la bomba atómica y capaz de destruir una gran ciudad como, por
ejemplo, la cercana Seúl o incluso Tokio.
Los gobiernos e
instituciones de la comunidad internacional han condenado esta escalada
armamentística, aunque algunas voces expertas ponen en duda la veracidad del
anuncio. Para ello se basan en los datos sísmicos: efectivamente en la fecha
del ensayo se registró un temblor de tierra en territorio de Corea del Norte
que podría deberse a la actividad humana, pero su intensidad sería menor a la
que habría provocado una bomba-H. Se trataría, en todo caso, de una explosión que
como mínimo habría alcanzado la misma intensidad del último ensayo nuclear
reconocido públicamente por los norcoreanos a principios de 2013 y que provocó
una crisis de gran alcance a nivel mundial.
Cada vez que el régimen
de Pyongyang realiza un ensayo nuclear la comunidad internacional reacciona
intensificando su rechazo y tomando medidas que aíslan más a este país y debilitan
su ya muy maltrecha economía. Y sobre todo, alejan cada vez más la posibilidad
de llegar a acuerdos económicos y políticos beneficiosos y necesarios para la continuidad
del régimen a largo plazo. Por ello surge la pregunta: ¿por qué Corea del Norte
insiste entonces en continuar estos ensayos nucleares que el resto del mundo
percibe como un peligro?
A principios de abril
de 2013 el Instituto Elcano, el ‘think tank’ español más importante, publicó un análisis de Féliz Arteaga, investigador principal del centro, en el que se
planteaba un punto de vista diferente sobre la cuestión nuclear norcoreana: el
éxito del programa nuclear y el reconocimiento de Corea del Norte como potencia
atómica podrían liberar al régimen comunista de parte de sus enormes gastos
militares convencionales (no conocidos por el secretismo que le caracteriza) e
invertir esos recursos en reformar el país y el régimen.
Según subraya el
análisis, si se reconoce por parte de la comunidad internacional que la
capacidad de respuesta nuclear de Corea del Norte es seria y real, el régimen
de Pyongyang podría modificar su actual doctrina estratégica basada en mantener
un enorme ejército convencional estimado en más de un millón de soldados. Con
un arsenal nuclear no harían falta tantos soldados ni tanques, por lo que el
estado no tendría que gastar tantos recursos en el ejército.
Esto tendría dos
ventajas para Kim Jong-Un, el líder norcoreano. Por un lado debilitaría a la
actual élite militar de su país que basa su poder y su función en el ejército
convencional masivo. Ya no jugarían un papel tan fundamental en el estado y eso
proporcionaría al líder mayor libertad de acción para emprender reformas que
los militares podrían percibir como amenazas a sus privilegios.
Por otro lado, una vez
reducidos los recursos militares y debilitada la élite castrense, estos
recursos y manos de obra liberados se destinarían a la economía civil y a
mejorar la calidad de vida de la sociedad norcoreana, iniciando así a lo mejor
un proceso de reforma interna del régimen. Para ello Kim Jong-Un necesita
la bomba atómica.
El resumen de la
paradoja señalada en el análisis del Instituto Elcano es que la comunidad
internacional no permite a Corea del Norte acelerar su programa nuclear que
necesita para poder realizar sus reformas internas que la misma comunidad
internacional le demanda.
El secretismo que rodea
a todo lo que ocurre en Corea del Norte reducen los análisis en muchos casos a
simples conjeturas ya que nadie es capaz de saber realmente lo que motiva a los
líderes norcoreanos en su toma de decisiones. Esto les convierte en
impredecibles y ahí está el peligro. La comunidad internacional en general, y
los EEUU en concreto, tienen que juzgar cada paso de Corea del Norte sin saber
qué se esconde detrás y hasta dónde pueden presionar sin provocar una reacción
real.
Es decir, no se sabe
cuánto se puede estirar la cuerda antes de que se rompa. Es un juego que no
está exento de riesgos.
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