miércoles, 9 de diciembre de 2015

“Me puede tocar a mí”, el riesgo como arma terrorista

El terrorismo está presente en la mente de los ciudadanos. Desde el 11-S de 2001 la percepción del riesgo de sufrir las consecuencias del terror se ha hecho global. Los diferentes procesos de comunicación a escala mundial han hecho posible que la amenaza que se sufre en un lugar concreto sea percibida como propia en otros lugares del mundo, expandiendo así la sensación de amenaza por todo el planeta aunque sea totalmente desproporcionada. Ese es precisamente el objetivo fundamental que buscan los terroristas con sus acciones: provocar y aprovechar la incertidumbre de que “me puede tocar a mí”.

El 13 de noviembre de 2015 un grupo de terroristas ligados a Daesh asesinó a 130 personas en París. Durante las semanas posteriores el estado de alarma de extendía no solamente en Francia, sino que toda Europa sufría situaciones de emergencia y de excepción que interrumpieron su ritmo habitual de vida. En Francia se decretaba el estado de excepción, la vida en Bruselas se paralizaba durante días mientras duraba una alerta por un posible atentado, mientras que en Alemania se suspendía un partido de fútbol de alto nivel en Hannover al que iba a asistir el gobierno en pleno debido al mismo tipo de amenaza. La policía patrullaba armada hasta los dientes en todas las principales calles europeas. Un continente con 743 millones de habitantes vivía al vilo y veía cómo su rutina era gravemente afectada tras el cruel asesinato de 130 personas, que solamente supone el 0,000017% de la población europea.    

El experto en terrorismo, Fernando Reinares, explica en su libro “Terrorismo global” (2003) que “hablar de terrorismo es hablar de violencia. Pero no de cualquier violencia”. En las guerras convencionales los contendientes buscan fundamentalmente debilitar físicamente al enemigo a través de sus ataques. Los terroristas, en cambio,   suelen ser bastante más débiles que los ejércitos convencionales a los que no pueden vencer en combate y por eso buscan el mayor impacto posible de sus acciones que no pueden sino ser limitadas debido a las propias características de los grupos terroristas.

Los terroristas quieren influir en la agenda política, y por ello du objetivo es infringir daños y víctimas de manera ciega y conseguir así el mayor impacto psicológico posible para provocar unas reacciones políticas desproporcionadas con respecto al daño producido. En este sentido, Reinares explica que “ante todo podemos considerar terrorista un acto de violencia cuando el impacto psíquico que provoca en una determinada sociedad o en algún sector de la misma sobrepasa con creces sus consecuencias puramente materiales. Es decir, cuando las reacciones emocionales de ansiedad o miedo que el acto violento suscita en el seno de la población dada resultan desproporcionadas respecto al daño físico ocasionado de manera intencionada a personas o a cosas”.


El miedo como arma política

Para provocar las consecuencias políticas profundas que buscan, el arma que utilizan los terroristas es el miedo ya que no pueden enfrentarse militarmente. Reinares lo refleja así: “Quienes instigan o ejecutan el terrorismo pretenden, inoculando temor, condicionar las actitudes y los comportamientos de la población, precisamente mediante esos estados mentales generalizados que esta violencia ocasiona”.

Para conseguir provocar el miedo en una sociedad, el mensaje debe ser ante todo visual y muy violento. En este sentido, Reinares afirma que “la muerte o mutilación de las víctimas, se utilizan para transmitir mensajes y dotar de credibilidad a amenazas, lo que convierte al terrorismo en un virulento método, tanto de comunicación y propaganda, como de control social”.

Y para causar ese miedo hacen uso de la incertidumbre, ya que “el terrorismo es un fenómeno intrínsecamente indiscriminado”, según explica Reinares: “Para que la violencia terrorista consiga tales efectos suele perpetrarse de manera sistemática y a la vez imprevisible”. La clave del éxito de los ataques terroristas reside pues en su carácter imprevisible. Precisamente la característica de la llamada “sociedad del riesgo” descrita por el sociólogo alemán ya fallecido, Ulrich Beck.


Vivir bajo el riesgo constante

Ulrich Beck escribió en su libro “La sociedad del riesgo mundial” (2008) que “riesgo no significa lo mismo que catástrofe, riesgo significa la anticipación de la catástrofe”. “Los riesgos tratan sobre la posibilidad de futuros acontecimientos y evoluciones, visualizan una situación a nivel mundial que (todavía) no se ha dado. Mientras que cada catástrofe se determina de manera espacial, temporal y social, la anticipación a la catástrofe no conoce ninguna concreción social, temporal o espacial. La categoría del riesgo se refiere a la polémica realidad de la posibilidad”.

Es decir, vivimos en una sociedad en la que se visualizan los diferentes riesgos que pueden sufrir las personas, ya sean políticos, económicos, medioambientales, de salud, etc. Y por supuesto también ligados al terrorismo. La clave radica en que esa visualización de una posibilidad futura acaba convirtiéndola en una realidad con consecuencias presentes y muy reales. Según Beck, “los riesgos son siempre acontecimientos futuros, que posiblemente nos esperan, nos amenazan. Pero como esta amenaza constante determina nuestras expectativas, ocupa nuestras cabezas y guía nuestras acciones, se convierte en una fuerza política que cambia el mundo”.

“Solamente a través de la visualización, de la escenificación del riesgo mundial, la catástrofe futura se convierte en presente”, continua Beck. Y precisamente, los terroristas cuando cometen un atentado apelan directamente a esta escenificación, haciendo visible y plausible para el individuo la posibilidad de convertirse en víctima, aunque las probabilidades reales de serlo sean muy remotas.

Esta situación provoca un estado de ansiedad y de temor entre la población que tiene consecuencias políticas. Los gobiernos reaccionan respondiendo a esta ansiedad y, sobre todo, adelantándose a las demandas sociales que derivan de ella. Es por ello que se intensifica la presencia policial e incluso militar en las calles, se endurecen las leyes de seguridad y se debilitan los derechos y libertades individuales. Así, explica Beck, “no es el hecho terrorista, sino la escenificación global de ese hecho y las anticipaciones, acciones y reacciones políticas a esa escenificación, las que destruyen la libertad y la democracia de las instituciones occidentales”.

Es decir, los terroristas son generalmente grupos bastante más débiles en comparación con los estados y ejércitos a los que atacan. Pero saben cómo esquivar esa debilidad e influir en las decisiones políticas en su favor: provocando el miedo y la incertidumbre en las sociedades enemigas. Esta estrategia es muy efectiva, sobre todo en Occidente, ya que vivimos en una sociedad que, según explica Beck, visualiza las potenciales catástrofes y amenazas como riesgos reales y por lo tanto como realidades. Esto incluye también los ataques terroristas, que infringen un daño muy cruel pero limitado, pero que aún así provocan unas consecuencias políticas desproporcionadas porque los individuos se visualizan como víctimas potenciales y la sociedad demanda a sus gobiernos acciones desproporcionadas que, generalmente, se vuelven contra la propia sociedad, debilitándola así aún más frente a los terroristas. 

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