El
terrorismo está presente en la mente de los ciudadanos. Desde el 11-S de 2001 la
percepción del riesgo de sufrir las consecuencias del terror se ha hecho
global. Los diferentes procesos de comunicación a escala mundial han hecho
posible que la amenaza que se sufre en un lugar concreto sea percibida como
propia en otros lugares del mundo, expandiendo así la sensación de amenaza por
todo el planeta aunque sea totalmente desproporcionada. Ese es precisamente el
objetivo fundamental que buscan los terroristas con sus acciones: provocar y
aprovechar la incertidumbre de que “me puede tocar a mí”.
El 13 de noviembre de
2015 un grupo de terroristas ligados a Daesh asesinó a 130 personas en París.
Durante las semanas posteriores el estado de alarma de extendía no solamente en
Francia, sino que toda Europa sufría situaciones de emergencia y de excepción
que interrumpieron su ritmo habitual de vida. En Francia se decretaba el estado
de excepción, la vida en Bruselas se paralizaba durante días mientras duraba
una alerta por un posible atentado, mientras que en Alemania se suspendía un
partido de fútbol de alto nivel en Hannover al que iba a asistir el gobierno en
pleno debido al mismo tipo de amenaza. La policía patrullaba armada hasta los
dientes en todas las principales calles europeas. Un continente con 743
millones de habitantes vivía al vilo y veía cómo su rutina era gravemente
afectada tras el cruel asesinato de 130 personas, que solamente supone el
0,000017% de la población europea.
El experto en
terrorismo, Fernando Reinares, explica en su libro “Terrorismo global” (2003)
que “hablar de terrorismo es hablar de violencia. Pero no de cualquier
violencia”. En las guerras convencionales los contendientes buscan fundamentalmente
debilitar físicamente al enemigo a través de sus ataques. Los terroristas, en
cambio, suelen ser bastante más débiles que los
ejércitos convencionales a los que no pueden vencer en combate y por eso buscan
el mayor impacto posible de sus acciones que no pueden sino ser limitadas
debido a las propias características de los grupos terroristas.
Los terroristas quieren
influir en la agenda política, y por ello du objetivo es infringir daños y
víctimas de manera ciega y conseguir así el mayor impacto psicológico posible
para provocar unas reacciones políticas desproporcionadas con respecto al daño
producido. En este sentido, Reinares explica que “ante todo podemos considerar
terrorista un acto de violencia cuando el impacto psíquico que provoca en una
determinada sociedad o en algún sector de la misma sobrepasa con creces sus
consecuencias puramente materiales. Es decir, cuando las reacciones emocionales
de ansiedad o miedo que el acto violento suscita en el seno de la población
dada resultan desproporcionadas respecto al daño físico ocasionado de manera
intencionada a personas o a cosas”.
El
miedo como arma política
Para provocar las consecuencias
políticas profundas que buscan, el arma que utilizan los terroristas es el
miedo ya que no pueden enfrentarse militarmente. Reinares lo refleja así: “Quienes
instigan o ejecutan el terrorismo pretenden, inoculando temor, condicionar las
actitudes y los comportamientos de la población, precisamente mediante esos
estados mentales generalizados que esta violencia ocasiona”.
Para conseguir provocar
el miedo en una sociedad, el mensaje debe ser ante todo visual y muy violento.
En este sentido, Reinares afirma que “la muerte o mutilación de las víctimas,
se utilizan para transmitir mensajes y dotar de credibilidad a amenazas, lo que
convierte al terrorismo en un virulento método, tanto de comunicación y
propaganda, como de control social”.
Y para causar ese miedo
hacen uso de la incertidumbre, ya que “el terrorismo es un fenómeno
intrínsecamente indiscriminado”, según explica Reinares: “Para que la violencia
terrorista consiga tales efectos suele perpetrarse de manera sistemática y a la
vez imprevisible”. La clave del éxito de los ataques terroristas reside pues en
su carácter imprevisible. Precisamente la característica de la llamada
“sociedad del riesgo” descrita por el sociólogo alemán ya fallecido, Ulrich
Beck.
Vivir
bajo el riesgo constante
Ulrich Beck escribió en
su libro “La sociedad del riesgo mundial” (2008) que “riesgo no significa lo mismo
que catástrofe, riesgo significa la anticipación de la catástrofe”. “Los
riesgos tratan sobre la posibilidad de futuros acontecimientos y evoluciones,
visualizan una situación a nivel mundial que (todavía) no se ha dado. Mientras
que cada catástrofe se determina de manera espacial, temporal y social, la
anticipación a la catástrofe no conoce ninguna concreción social, temporal o
espacial. La categoría del riesgo se refiere a la polémica realidad de la
posibilidad”.
Es decir, vivimos en
una sociedad en la que se visualizan los diferentes riesgos que pueden sufrir
las personas, ya sean políticos, económicos, medioambientales, de salud, etc. Y
por supuesto también ligados al terrorismo. La clave radica en que esa
visualización de una posibilidad futura acaba convirtiéndola en una realidad
con consecuencias presentes y muy reales. Según Beck, “los riesgos son siempre
acontecimientos futuros, que posiblemente nos esperan, nos amenazan. Pero como
esta amenaza constante determina nuestras expectativas, ocupa nuestras cabezas y
guía nuestras acciones, se convierte en una fuerza política que cambia el
mundo”.
“Solamente a través de
la visualización, de la escenificación del riesgo mundial, la catástrofe futura
se convierte en presente”, continua Beck. Y precisamente, los terroristas
cuando cometen un atentado apelan directamente a esta escenificación, haciendo
visible y plausible para el individuo la posibilidad de convertirse en víctima,
aunque las probabilidades reales de serlo sean muy remotas.
Esta situación provoca
un estado de ansiedad y de temor entre la población que tiene consecuencias
políticas. Los gobiernos reaccionan respondiendo a esta ansiedad y, sobre todo,
adelantándose a las demandas sociales que derivan de ella. Es por ello que se
intensifica la presencia policial e incluso militar en las calles, se endurecen
las leyes de seguridad y se debilitan los derechos y libertades individuales.
Así, explica Beck, “no es el hecho terrorista, sino la escenificación global de
ese hecho y las anticipaciones, acciones y reacciones políticas a esa
escenificación, las que destruyen la libertad y la democracia de las
instituciones occidentales”.
Es decir, los
terroristas son generalmente grupos bastante más débiles en comparación con los
estados y ejércitos a los que atacan. Pero saben cómo esquivar esa debilidad e influir
en las decisiones políticas en su favor: provocando el miedo y la incertidumbre
en las sociedades enemigas. Esta estrategia es muy efectiva, sobre todo en
Occidente, ya que vivimos en una sociedad que, según explica Beck, visualiza
las potenciales catástrofes y amenazas como riesgos reales y por lo tanto como
realidades. Esto incluye también los ataques terroristas, que infringen un daño
muy cruel pero limitado, pero que aún así provocan unas consecuencias políticas
desproporcionadas porque los individuos se visualizan como víctimas potenciales
y la sociedad demanda a sus gobiernos acciones desproporcionadas que,
generalmente, se vuelven contra la propia sociedad, debilitándola así aún más
frente a los terroristas.
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