Seguidores de la AfD en la noche electoral en Turingia. |
El
sistema de partidos de Alemania podría estar viviendo el comienzo de un periodo
peligroso para su estabilidad y para la predecibilidad de su política. El
pequeño partido Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania, AfD) ha
conseguido irrumpir con fuerza y muy seguro de sí mismo. Al mismo tiempo, el
partido liberal FDP, un clásico de la política alemana, se ha hundido al
parecer por mucho tiempo. Al gran partido conservador CDU de Angela Merkel le
falta ahora un socio fiable y solamente puede encontrarlo en una impredecible y
populista AfD si no quiere depender exclusivamente y a largo plazo de la gran
coalición con los socialdemócratas. La irrupción de la AfD puede tener
consecuencias muy importantes para la futura gobernabilidad de Alemania, y por
lo tanto para el futuro de Europa.
El pasado 31 de agosto
se celebraron las elecciones regionales del Land de Sajonia, que con poco más
de 4 millones de habitantes es el estado federal más importante del este de
Alemania. Ese día el pequeño partido Alternative für Deutschland (AfD)
consiguió el 9,7% de los votos y 14 escaños (con el 49,1% de participación).
Dos semanas después, el pasado 14 de septiembre, la AfD repitió su éxito
electoral otra vez en el este del país. En las elecciones de Turingia
consiguieron el 10,6% de los votos y 11 escaños (con un 52,7% de participación),
mientras que en Brandemburgo la cosecha electoral fue del 12,2% con también 11
escaños (con una participación aún menor, del 47,9%). Hace algunos meses, en
las elecciones al Parlamento Europeo del pasado 25 de mayo, la AfD ya consiguió
el 7% de los votos y siete escaños.
Se trata de un despegue
espectacular para un partido que cuenta con poco más de un año de vida. Fundado
para presentarse a las elecciones federales de septiembre de 2013 -en las que
no consiguió superar la barrera electoral del 5% para entrar en el Bundestag
por solamente un 0,3% de votos-, la AfD ha logrado aterrizar con fuerza en tres
‘Länder’ alemanes y en el Parlamento Europeo. Pero la importancia de la llegada
de la AfD al ruedo de la política alemana no se debe solamente a su todavía
débil fuerza electoral, sino a que se está convirtiendo en el único socio a
largo plazo para Angela Merkel ya que su irrupción se está produciendo en el
mismo momento en el que se está hundiendo otro partido político, el FDP, el
hasta ahora socio natural e imprescindible de los conservadores.
La AfD está ocupando poco a poco el lugar del FDP en el
sistema de partidos alemán (aunque no ideológicamente) y eso puede tener
consecuencias impredecibles ya que en Alemania es prácticamente imposible que
un partido político logre la mayoría absoluta. En Alemania es imprescindible
pactar y las coaliciones de gobierno son lo habitual. Por lo tanto, es muy
probable que un partido con un porcentaje de votos no superior al 10% participe
de los gobiernos. La AfD va camino de instalarse en ese porcentaje y con ello
de convertirse en una pieza codiciada en el puzle político alemán.
¿Quién es y qué quiere el
recién llegado?
¿Qué es la Alternativa para
Alemania?
La Alternativa para
Alemania se fundó el 6 de febrero de 2013 como un partido euroescéptico y para
aglutinar las voces de aquellos que consideran la Unión Europea como un lastre
para Alemania antes que una oportunidad. Desde que comenzó la crisis financiera
y económica en 2008, y a medida que Alemania no solamente no se está viendo
afectada sino que incluso se está beneficiando políticamente de ella al
aumentar su poder en la UE, surgió el discurso demagógico y reduccionista de que
Alemania es un país exclusivamente pagador que no recibe nada a cambio de sus
sacrificios. La crisis de la economía griega puso sobre la mesa los miedos de
la clase media alemana y dio alas al discurso de fondo xenófobo (atizado por la
prensa sensacionalista), de que los países del sur de Europa se están
“aprovechando” del contribuyente alemán que les paga las infraestructuras, y
ahora también las pensiones.
La AfD nació en ese
contexto. Por eso en su programa político aboga abiertamente por la
desaparición del Euro y la vuelta de Alemania a la Deutsche Mark, todo un
símbolo nacional que en la psicología colectiva alemana (sobre todo de la gente
mayor) representa el milagro económico alemán después de la Segunda Guerra
Mundial. Paralelamente al desmantelamiento del Euro, la AfD también pide
reducir el poder de la Unión Europea (aunque no su desaparición), así como su
burocracia. Está a favor de devolver soberanía a los estados nacionales y
revertir así poco a poco el proceso de integración europeo. Se trata pues de un
típico partido euroescéptico. Sin embargo, hay otros elementos preocupantes en
su discurso.
Destaca la ambigua
relación de la AfD con la emigración. En su programa aseguran no negar el
derecho de las personas a buscar un futuro mejor en Alemania, pero enseguida
ponen condiciones: deben ser personas cualificadas y, sobre todo, no se deben
“aprovechar” del sistema de Seguridad Social alemán. Precisamente el Gobierno
federal está preparando una ley que expulsaría a los extranjeros (incluidos
ciudadanos de la UE) que en seis meses no encuentren trabajo para evitar un
“abuso” del sistema de ayudas sociales. ¿Una primera reacción al auge de la AfD?
"Inmigración sí, pero no en nuestro sistema de ayudas sociales" |
La Alternativa para
Alemania también se presenta como defensora de la familia clásica compuesta por
un hombre y una mujer, y en general es partidaria de políticas fiscales
regresivas y de eliminar el sistema educativo unitario para todos los alumnos,
apostando por favorecer a aquellos con mejor rendimiento para no “entorpecer”
su progreso por aquellos con menor rendimiento. Es decir, la AfD no solamente
es un partido con un discurso hostil a la Unión Europea, sino que presenta el
menú ideológico completo de un partido muy conservador con ramificaciones
incluso de carácter ultraderechista, mientras que la prensa alemana lo califica
ya habitualmente de “populista de derechas” (rechtspopulist).
No parece pues
casualidad que un número no despreciable de sus miembros hayan estado
vinculados en el pasado con partidos de extrema derecha, como denunció el
periódico Neues Deutschland el pasado 8 de septiembre, o que algunos de sus
dirigentes hayan destacado en los medios de comunicación con opiniones
claramente racistas.
Es el caso de Petra Federau, de la AfD del Land de Mecklenburgo, que escribió en su página de
Facebook que la actual política de inmigración alemana hacía posible “no solamente
la llegada de las guerras de religión, sino de toda clase de enfermedades del
mundo”. No son pocas las citas polémicas que se atribuyen a miembros de la AfD.
Otro ejemplo es de enero de 2014, cuando el líder del partido, Bernd Lucke,
habría dicho que “el problema radica en los grupos marginales como los gitanos,
que desgraciadamente llegan en gran número y no se pueden integrar”. O cuando
el propio Lucke afirmó en vísperas de las elecciones europeas que “la única
manera de salvar la crisis es expulsando a los países del sur de Europa del
Euro”.
La prensa alemana califica
a este partido ya habitualmente de “populista de derechas” (rechtspopulist). Su
discurso oficial es muy conservador y demagógico, con algunos ‘deslices’ ultraderechistas
muy oportunos para movilizar al electorado de derechas descontento con la CDU y
Merkel. Por el momento no está erosionando la base electoral de los
conservadores, pero el hundimiento del FDP está poniendo al AfD en el
escaparate.
La soledad de Merkel
Actualmente existen
cuatro partidos representados en el Bundestag tras las elecciones de septiembre
de 2013: CDU (conservadores, cristianodemócratas), SPD (socialdemócratas), Linke (la Izquierda,
herederos del antiguo Partido Comunista de Alemania del Este y sindicalistas
del oeste) y Grüne (los Verdes). Estos partidos son los mismos que han
protagonizado la política alemana en los últimos 25 años, aunque falta uno que
podría calificarse de clásico y cuya ausencia podría resultar problemática para
la gobernabilidad del país.
Bernd Lucke, el líder de AfD. |
Hasta 2013 el Bundestag
ha contado con la presencia del FDP (liberales), un partido que históricamente
nunca había dejado de estar representado en el Parlamento Federal y que ha
jugado un papel fundamental para la estabilidad política de Alemania. Cuando solamente había tres partidos en el Parlamento
(CDU, SPD y FDP) y no se daba un resultado de mayoría absoluta (casi siempre),
el FDP hacía de partido bisagra, pactando primero con los conservadores
(1949-1956 y 1962-1967), después con los socialdemócratas (1969-1982) y otra
vez con los conservadores (1982-1998 y 2009-2013). De hecho, el FDP ha estado
históricamente más tiempo en el Gobierno que en la oposición: 45 años de los 64
de existencia de la República Federal.
Aunque había pactado
con los socialdemócratas en el pasado, el FDP ha sido desde 1982 el socio
natural de los conservadores de la CDU, sobre todo tras la irrupción de los Verdes
en los años 80 y de la Izquierda (antes llamada PDS) en los 90. Pero su
catástrofe electoral en septiembre de 2013 ha cambiado las cosas. La canciller
Angela Merkel, a pesar de su éxito arrollador en las urnas con uno de los
mejores resultados de su partido pero que no llegó a la mayoría absoluta, se
vio obligada a pactar una gran coalición con su rival socialdemócrata para
evitar una nueva convocatoria electoral. Faltaba su socio del FDP, que ahora
también está desapareciendo de los parlamentos regionales haciendo muy difícil
que la CDU pueda seguir gobernando en solitario allí donde lo ha estado
haciendo con ayuda de los liberales.
A Merkel le falta su
socio natural y tiene que echar mano de alianzas coyunturales y basadas en la
búsqueda de la estabilidad. Son coaliciones “antinaturales”, de corta vida y
solamente posibles tras apelar al sentido de la responsabilidad de sus socios
socialdemócratas y de sus propias bases. A nadie se le escapa que la gran
coalición con el SPD no tiene más que una legislatura de vida, ya que los
socialdemócratas aspiran a gobernar ellos con sus propios socios,
preferentemente de izquierdas. Pero mientras que el SPD tiene a los Verdes (con
los que gobernó entre 1998 y 2005) y a la Izquierda, (con los que tarde o temprano
acabará llegando a un acuerdo a pesar de sus muchas discrepancias), la CDU no
tiene a nadie a no ser que intente experimentos complicados como una coalición
con los Verdes, ya que con la Izquierda es imposible debido a su distancia
ideológica y su posicionamiento con respecto al pasado de la RDA.
A falta del FDP
solamente queda la AfD. Ahora es un rival que pugna por arrebatar parte del
electorado más conservador de la CDU. Pero a medio plazo puede convertirse en
la única posibilidad de gobierno para unos demócratacristianos que carecen de
socios minoritarios en otros lugares del espectro político. Pero, ¿a qué precio
se haría esa alianza? ¿Podría la CDU controlar las aspiraciones de su socio, o
sería la AfD capaz de imponer su agenda?
Por el momento, y según
las últimas encuestas, la Alternativa para Alemania cuenta con una intención de
voto del 7% a nivel federal, mientras que la CDU se mantiene en el 41%. El FDP
cuenta con un 3% y seguiría fuera del Bundestag por la barrera electoral del 5%.
¿Necesitará Merkel la ayuda de la AfD para seguir siendo canciller a partir de
2017? En ese caso las consecuencias para Alemania y para Europa serían,
sencillamente, impredecibles.
Artículo disponible en Ssociólogos.com.
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