domingo, 21 de septiembre de 2014

Alternativa para Alemania, ¿un futuro impredecible para Europa?

Seguidores de la AfD en la noche electoral en Turingia.
El sistema de partidos de Alemania podría estar viviendo el comienzo de un periodo peligroso para su estabilidad y para la predecibilidad de su política. El pequeño partido Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania, AfD) ha conseguido irrumpir con fuerza y muy seguro de sí mismo. Al mismo tiempo, el partido liberal FDP, un clásico de la política alemana, se ha hundido al parecer por mucho tiempo. Al gran partido conservador CDU de Angela Merkel le falta ahora un socio fiable y solamente puede encontrarlo en una impredecible y populista AfD si no quiere depender exclusivamente y a largo plazo de la gran coalición con los socialdemócratas. La irrupción de la AfD puede tener consecuencias muy importantes para la futura gobernabilidad de Alemania, y por lo tanto para el futuro de Europa.

El pasado 31 de agosto se celebraron las elecciones regionales del Land de Sajonia, que con poco más de 4 millones de habitantes es el estado federal más importante del este de Alemania. Ese día el pequeño partido Alternative für Deutschland (AfD) consiguió el 9,7% de los votos y 14 escaños (con el 49,1% de participación). Dos semanas después, el pasado 14 de septiembre, la AfD repitió su éxito electoral otra vez en el este del país. En las elecciones de Turingia consiguieron el 10,6% de los votos y 11 escaños (con un 52,7% de participación), mientras que en Brandemburgo la cosecha electoral fue del 12,2% con también 11 escaños (con una participación aún menor, del 47,9%). Hace algunos meses, en las elecciones al Parlamento Europeo del pasado 25 de mayo, la AfD ya consiguió el 7% de los votos y siete escaños.  

Se trata de un despegue espectacular para un partido que cuenta con poco más de un año de vida. Fundado para presentarse a las elecciones federales de septiembre de 2013 -en las que no consiguió superar la barrera electoral del 5% para entrar en el Bundestag por solamente un 0,3% de votos-, la AfD ha logrado aterrizar con fuerza en tres ‘Länder’ alemanes y en el Parlamento Europeo. Pero la importancia de la llegada de la AfD al ruedo de la política alemana no se debe solamente a su todavía débil fuerza electoral, sino a que se está convirtiendo en el único socio a largo plazo para Angela Merkel ya que su irrupción se está produciendo en el mismo momento en el que se está hundiendo otro partido político, el FDP, el hasta ahora socio natural e imprescindible de los conservadores.

La AfD está  ocupando poco a poco el lugar del FDP en el sistema de partidos alemán (aunque no ideológicamente) y eso puede tener consecuencias impredecibles ya que en Alemania es prácticamente imposible que un partido político logre la mayoría absoluta. En Alemania es imprescindible pactar y las coaliciones de gobierno son lo habitual. Por lo tanto, es muy probable que un partido con un porcentaje de votos no superior al 10% participe de los gobiernos. La AfD va camino de instalarse en ese porcentaje y con ello de convertirse en una pieza codiciada en el puzle político alemán.
¿Quién es y qué quiere el recién llegado?  


¿Qué es la Alternativa para Alemania?

La Alternativa para Alemania se fundó el 6 de febrero de 2013 como un partido euroescéptico y para aglutinar las voces de aquellos que consideran la Unión Europea como un lastre para Alemania antes que una oportunidad. Desde que comenzó la crisis financiera y económica en 2008, y a medida que Alemania no solamente no se está viendo afectada sino que incluso se está beneficiando políticamente de ella al aumentar su poder en la UE, surgió el discurso demagógico y reduccionista de que Alemania es un país exclusivamente pagador que no recibe nada a cambio de sus sacrificios. La crisis de la economía griega puso sobre la mesa los miedos de la clase media alemana y dio alas al discurso de fondo xenófobo (atizado por la prensa sensacionalista), de que los países del sur de Europa se están “aprovechando” del contribuyente alemán que les paga las infraestructuras, y ahora también las pensiones.

La AfD nació en ese contexto. Por eso en su programa político aboga abiertamente por la desaparición del Euro y la vuelta de Alemania a la Deutsche Mark, todo un símbolo nacional que en la psicología colectiva alemana (sobre todo de la gente mayor) representa el milagro económico alemán después de la Segunda Guerra Mundial. Paralelamente al desmantelamiento del Euro, la AfD también pide reducir el poder de la Unión Europea (aunque no su desaparición), así como su burocracia. Está a favor de devolver soberanía a los estados nacionales y revertir así poco a poco el proceso de integración europeo. Se trata pues de un típico partido euroescéptico. Sin embargo, hay otros elementos preocupantes en su discurso.

Destaca la ambigua relación de la AfD con la emigración. En su programa aseguran no negar el derecho de las personas a buscar un futuro mejor en Alemania, pero enseguida ponen condiciones: deben ser personas cualificadas y, sobre todo, no se deben “aprovechar” del sistema de Seguridad Social alemán. Precisamente el Gobierno federal está preparando una ley que expulsaría a los extranjeros (incluidos ciudadanos de la UE) que en seis meses no encuentren trabajo para evitar un “abuso” del sistema de ayudas sociales. ¿Una primera reacción al auge de la AfD?

"Inmigración sí, pero no en nuestro sistema de ayudas sociales"
La Alternativa para Alemania también se presenta como defensora de la familia clásica compuesta por un hombre y una mujer, y en general es partidaria de políticas fiscales regresivas y de eliminar el sistema educativo unitario para todos los alumnos, apostando por favorecer a aquellos con mejor rendimiento para no “entorpecer” su progreso por aquellos con menor rendimiento. Es decir, la AfD no solamente es un partido con un discurso hostil a la Unión Europea, sino que presenta el menú ideológico completo de un partido muy conservador con ramificaciones incluso de carácter ultraderechista, mientras que la prensa alemana lo califica ya habitualmente de “populista de derechas” (rechtspopulist).  

No parece pues casualidad que un número no despreciable de sus miembros hayan estado vinculados en el pasado con partidos de extrema derecha, como denunció el periódico Neues Deutschland el pasado 8 de septiembre, o que algunos de sus dirigentes hayan destacado en los medios de comunicación con opiniones claramente racistas.

Es el caso de Petra Federau, de la AfD del Land de Mecklenburgo, que escribió en su página de Facebook que la actual política de inmigración alemana hacía posible “no solamente la llegada de las guerras de religión, sino de toda clase de enfermedades del mundo”. No son pocas las citas polémicas que se atribuyen a miembros de la AfD. Otro ejemplo es de enero de 2014, cuando el líder del partido, Bernd Lucke, habría dicho que “el problema radica en los grupos marginales como los gitanos, que desgraciadamente llegan en gran número y no se pueden integrar”. O cuando el propio Lucke afirmó en vísperas de las elecciones europeas que “la única manera de salvar la crisis es expulsando a los países del sur de Europa del Euro”.   

La prensa alemana califica a este partido ya habitualmente de “populista de derechas” (rechtspopulist). Su discurso oficial es muy conservador y demagógico, con algunos ‘deslices’ ultraderechistas muy oportunos para movilizar al electorado de derechas descontento con la CDU y Merkel. Por el momento no está erosionando la base electoral de los conservadores, pero el hundimiento del FDP está poniendo al AfD en el escaparate.


La soledad de Merkel

Actualmente existen cuatro partidos representados en el Bundestag tras las elecciones de septiembre de 2013: CDU (conservadores, cristianodemócratas),  SPD (socialdemócratas), Linke (la Izquierda, herederos del antiguo Partido Comunista de Alemania del Este y sindicalistas del oeste) y Grüne (los Verdes). Estos partidos son los mismos que han protagonizado la política alemana en los últimos 25 años, aunque falta uno que podría calificarse de clásico y cuya ausencia podría resultar problemática para la gobernabilidad del país.

Bernd Lucke, el líder de AfD.
Hasta 2013 el Bundestag ha contado con la presencia del FDP (liberales), un partido que históricamente nunca había dejado de estar representado en el Parlamento Federal y que ha jugado un papel fundamental para la estabilidad política de Alemania.  Cuando solamente había tres partidos en el Parlamento (CDU, SPD y FDP) y no se daba un resultado de mayoría absoluta (casi siempre), el FDP hacía de partido bisagra, pactando primero con los conservadores (1949-1956 y 1962-1967), después con los socialdemócratas (1969-1982) y otra vez con los conservadores (1982-1998 y 2009-2013). De hecho, el FDP ha estado históricamente más tiempo en el Gobierno que en la oposición: 45 años de los 64 de existencia de la República Federal.

Aunque había pactado con los socialdemócratas en el pasado, el FDP ha sido desde 1982 el socio natural de los conservadores de la CDU, sobre todo tras la irrupción de los Verdes en los años 80 y de la Izquierda (antes llamada PDS) en los 90. Pero su catástrofe electoral en septiembre de 2013 ha cambiado las cosas. La canciller Angela Merkel, a pesar de su éxito arrollador en las urnas con uno de los mejores resultados de su partido pero que no llegó a la mayoría absoluta, se vio obligada a pactar una gran coalición con su rival socialdemócrata para evitar una nueva convocatoria electoral. Faltaba su socio del FDP, que ahora también está desapareciendo de los parlamentos regionales haciendo muy difícil que la CDU pueda seguir gobernando en solitario allí donde lo ha estado haciendo con ayuda de los liberales.

A Merkel le falta su socio natural y tiene que echar mano de alianzas coyunturales y basadas en la búsqueda de la estabilidad. Son coaliciones “antinaturales”, de corta vida y solamente posibles tras apelar al sentido de la responsabilidad de sus socios socialdemócratas y de sus propias bases. A nadie se le escapa que la gran coalición con el SPD no tiene más que una legislatura de vida, ya que los socialdemócratas aspiran a gobernar ellos con sus propios socios, preferentemente de izquierdas. Pero mientras que el SPD tiene a los Verdes (con los que gobernó entre 1998 y 2005) y a la Izquierda, (con los que tarde o temprano acabará llegando a un acuerdo a pesar de sus muchas discrepancias), la CDU no tiene a nadie a no ser que intente experimentos complicados como una coalición con los Verdes, ya que con la Izquierda es imposible debido a su distancia ideológica y su posicionamiento con respecto al pasado de la RDA.

A falta del FDP solamente queda la AfD. Ahora es un rival que pugna por arrebatar parte del electorado más conservador de la CDU. Pero a medio plazo puede convertirse en la única posibilidad de gobierno para unos demócratacristianos que carecen de socios minoritarios en otros lugares del espectro político. Pero, ¿a qué precio se haría esa alianza? ¿Podría la CDU controlar las aspiraciones de su socio, o sería la AfD capaz de imponer su agenda?

Por el momento, y según las últimas encuestas, la Alternativa para Alemania cuenta con una intención de voto del 7% a nivel federal, mientras que la CDU se mantiene en el 41%. El FDP cuenta con un 3% y seguiría fuera del Bundestag por la barrera electoral del 5%. ¿Necesitará Merkel la ayuda de la AfD para seguir siendo canciller a partir de 2017? En ese caso las consecuencias para Alemania y para Europa serían, sencillamente, impredecibles.

Artículo disponible en Ssociólogos.com.

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