El pequeño Land alemán de Mecklenburgo-Antepomerania saltó el pasado 4 de
septiembre a las portadas de la prensa mundial por ser el escenario de un hecho
simbólico: el pequeño partido Alternativa para Alemania consiguió adelantar a
la CDU de la todopoderosa canciller Angela Merkel en su propia tierra de origen.
A parte de este dato, estas elecciones regionales no tienen consecuencias a
corto plazo para la gobernabilidad del país más poderoso de Europa. Pero sí podrían
ser un aviso de que algo se está fraguando.
Los socialdemócratas del SPD ganaron las elecciones pero se dejaron cinco
puntos en el camino. Los cristianodemócratas de la CDU pasaron de la segunda a
la tercera posición perdiendo también cinco puntos. Lo mismo que el partido de
izquierdas Die Linke, con un fuerte arraigo en el este alemán, que también
perdiendo cinco puntos ha descendido hasta una irrelevante cuarta posición
cuando hace tan sólo unos años era socio de Gobierno regional. La gran vencedora
de las elecciones fue Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland,
AfD), que de la nada ha conseguido el 20,8% de los votos colocándose en la
segunda posición, aunque a bastante distancia del 30,6% de los
socialdemócratas.
El impacto de estos resultados es más simbólico que práctico.
Mecklenburgo-Antepomerania es un Land comparativamente pequeño. Tiene 1,6
millones de habitantes (frente a los 12,8 de Baviera o los 17,8 millones de
Renania del Norte- Westfalia) y su sociedad es fundamentalmente de carácter
rural. Carece de grandes ciudades. Rostock, la urbe más importante tiene poco
más de 200.000 habitantes y su capital Schwerin no llega a los 100.000. Tampoco
es un Land rico. Su economía se basa en la agricultura y el valor de su PIB por
habitante es un 78,3% con respecto a la media de la Unión Europea, mientras que
el del conjunto de Alemania es del 115,2%. Es decir, Mecklenburgo-Antepomerania
no es precisamente un referente ni un lugar central en el tejido económico y
social alemán. Sin embargo, esto no quiere decir que el ascenso local de la AfD
no resulte significativo a nivel nacional.
Alternativa para Alemania se creó para poder participar en las elecciones
federales de 2013 y no entró en el Parlamento, el Bundestag, por no superar por
unas décimas la barrera del 5% de los votos, imprescindible según la ley
electoral alemana para poder tener representación parlamentaria tanto a nivel
nacional como regional. Sin embargo, desde entonces, la AfD ha logrado entrar
en todos los parlamentos de los Länder donde se han celebrado elecciones: nueve
de un total de 16 con resultados dispares que ha ido mejorando a medida que
avanzaba el tiempo. Así, por ejemplo, si en 2014, el año tras las elecciones
federales, el mejor resultado regional de la AfD fue en Brandemburgo con un
12,2%, en 2016 ha conseguido resultados como el 15,1% en el Land rico y
occidental de Baden-Würtemberg, o el 24,3% en el Land más humilde y oriental de
Sajonia-Anhalt, a lo que se suma ahora el 20,8% de Mecklenburgo-Antepomerania.
Es decir, las cifras demuestran un crecimiento de la AfD a medida que se
van produciendo elecciones.
¿Qué es Alternativa para Alemania?
Alternativa para Alemania se fundó el 6 de febrero de 2013 como un partido
euroescéptico y para aglutinar las voces de aquellos que consideran la Unión
Europea como un lastre para Alemania antes que una oportunidad. Desde que
comenzó la crisis financiera y económica en 2008, y a medida que Alemania no
solamente no se veía afectada sino que incluso se beneficiaba políticamente de
ella al aumentar su poder en la UE, surgió el discurso demagógico y
reduccionista de que Alemania es un país exclusivamente pagador que no recibe
nada a cambio de sus sacrificios. La crisis de la economía griega puso sobre la
mesa los miedos de la clase media alemana y dio alas al discurso de fondo
xenófobo (atizado por la prensa sensacionalista), de que los países del sur de
Europa se están “aprovechando” del contribuyente alemán que les paga las
infraestructuras y las pensiones.
La AfD nació en ese contexto. Por eso en su programa político aboga
abiertamente por la desaparición del Euro y la vuelta de Alemania a la Deutsche
Mark, todo un símbolo nacional que en la psicología colectiva alemana (sobre
todo de la gente mayor) representa el milagro económico alemán después de la
Segunda Guerra Mundial. Paralelamente al desmantelamiento del Euro, la AfD
también pide reducir el poder de la Unión Europea (aunque no su desaparición),
así como su burocracia. Está a favor de devolver soberanía a los estados
nacionales y revertir así poco a poco el proceso de integración europeo. Se
trata pues de un típico partido euroescéptico.
Alternativa para Alemania también se presenta como defensora de la familia
clásica compuesta por un hombre y una mujer, y en general es partidaria de
políticas fiscales regresivas y de eliminar el sistema educativo unitario para
todos los alumnos, apostando por favorecer a aquellos con mejor rendimiento
para no “entorpecer” su progreso por aquellos con menor rendimiento. Es decir,
la AfD no solamente es un partido con un discurso hostil a la Unión Europea,
sino que presenta el menú ideológico completo de un partido muy conservador con
ramificaciones incluso de carácter ultraderechista, mientras que la prensa
alemana lo califica ya habitualmente de “populista de derechas”
(rechtspopulist).
Sin embargo, hay otros elementos todavía más preocupantes en su discurso.
“Ellos frente a nosotros”
Desde que explotó la crisis de los refugiados en Europa en el verano de
2015, y sobre todo desde que la canciller Merkel abanderó en un primer momento
una política de acogida, la AfD ha centrado su discurso en el rechazo a este
fenómeno. En las elecciones de Mecklenburgo-Antepomerania los refugiados se
convirtieron en el argumento electoral central, a pesar de su escasa presencia
en esta región. Con lemas como “El asilo necesita fronteras”, “Asegurar las
fronteras, parar el terrorismo”, “vamos a tener que pagar la inmigración
descontrolada” o “No habrá un segundo milagro económico por los refugiados”,
este partido apela directamente a los miedos más profundos del electorado.
La AfD ha retomado un discurso denostado en Alemania desde el Tercer Reich
basado en la “comunidad del pueblo” (Volksgemeinschaft), cultural e incluso
étnicamente homogéneo, frente al concepto de “sociedad” (Gesellschaft), más
abierto e integrador que es el que defienden los partidos tradicionales desde
la fundación de la República Federal Alemana en 1949. Es precisamente el
rechazo a los partidos y a la política tradicional lo que está dando alas a la
AfD en Alemania, de la misma manera que está ocurriendo con otros partidos
populistas y extremistas en el resto de Europa o con la candidatura de Trump en
los EEUU.
El discurso del conflicto entre “ellos y nosotros”, “los de arriba y los de
abajo”, está sustituyendo en Alemania poco a poco el tradicional eje discursivo
de derecha e izquierda. En el “ellos”, la AfD coloca a la élite política de
todos los partidos y a los extranjeros, es decir, todos aquellos que no corresponden
a la imagen del ciudadano medio alemán, al que animan en sus eslóganes a “ser
valientes ante la verdad” y a “decir basta”, y al que ofrece la presunta
protección de la comunidad del pueblo y de sus valores frente a la intemperie y
el caos de los procesos desencadenados por la globalización.
La AfD se presenta como la alternativa por la derecha a Merkel después de
años de monopolio político en este espacio y de una popularidad incontestable
de la canciller que, sin embargo, está empezando a resquebrajarse. Según las
últimas encuestas a nivel federal, la CDU perdería 7,5 puntos con respecto a
las elecciones de 2013 mientras que la AfD conseguiría el 12% de los votos
(Emnid). Estos datos empeorarían según los datos del instituto INSA, que prevé
una pérdida de once puntos por la CDU (30,5% en 2017 frente al 41,5% de 2013),
mientras que la AfD conseguiría el 15% y se convertiría en tercera fuerza
política.
La AfD, ¿susto o amenaza seria? En un año podremos salir de dudas.
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