Algo
insólito ha ocurrido en la política madrileña. A menos de dos meses de las
elecciones autonómicas y municipales, los partidos han esperado hasta el último
minuto para presentar a sus candidatos. En el caso del PP, PSOE e IU podría
interpretarse como un síntoma de crisis y de nervios ante la pujanza de los
nuevos partidos, que ponen en serio riesgo el bipartidismo. Sin embargo,
también Podemos, Ciudadanos o Ahora Madrid han apurado los tiempos.
Mariano
Rajoy ha anunciado los nombres de Cristina Cifuentes y de Esperanza Aguirre a
tan sólo 70 días antes de que se celebren las elecciones a la Asamblea de
Madrid y al Consistorio de la capital, respectivamente. La mayoría de los
comentarios sobre esta decisión han estado relacionados con su tardanza,
buscando en ella síntomas de debilidad, crisis y dudas por parte del líder del
PP.
El
próximo 31 de marzo se firma el decreto de convocatoria electoral y el PSOE
también ha cambiado de candidato a la Presidencia regional en el último
momento, pasando de Tomás Gómez al exministro Ángel Gabilondo. Tras la
espantada de Tania Sánchez, que ha impulsado una lista de convergencia –en la
que no participará- para integrar a la izquierda en Podemos, IU se ha sacado de
la manga al poeta Luis García Montero.
Lo
que hasta hace no mucho parecía un acto suicida en cualquier campaña electoral,
como es retrasar el nombramiento del candidato todo lo que se pueda, ahora
parece un fenómeno buscado, independientemente de los problemas internos que lo
provoquen. Pero, incluso sin los conflictos internos, está cada vez más claro
que retrasar el nombre del candidato tiene más ventajas que inconvenientes. ¿Por
qué?
Rosa Díez, “chamuscada”
En
la era de las tertulias, las redes sociales y los programas políticos de sábado
noche. Los políticos se abrasan más rápido que nunca. Y sin motivo aparente.
Es
el caso, por ejemplo, de Rosa Díez. La portavoz de UPyD ha pasado de ser la más
valorada por los españoles a ser una política del montón.
En
noviembre de 2011, a tan solo días de las elecciones generales, era la líder más popular con una nota de 4,95. Tres meses después, descendió
al 4,91 sobre 10. En noviembre de 2012, la caída
comenzaba a preocupar: 4,31. Su puntuación fue de 4,28 pasado un año. En
noviembre de 2014 bajó al cuarto puesto con un 3,63. En febrero de 2015, el
último barómetro del CIS publicado con valoración de políticos, Rosa Díez era
tercera con un 3,66.
Durante este período, Mariano
Rajoy ha vivido una auténtica caída en barrena, pasando del 4,43 en noviembre
de 2011 (mes en el que conseguiría la mayoría absoluta) al 2,24 del pasado
febrero.
La caída de la popularidad del
presidente del Gobierno se debe, como es lógico, al desgaste de su gestión, ¿pero
cómo se explica la caída de Rosa Díez? ¿Qué había hecho desde la oposición –aparte
de hacer propuestas, poner la cara colorada al PP e iniciar una ofensiva por el
caso Bankia- para perder casi 1,30 puntos en tres años y medio?
La respuesta es nada; simplemente,
dejar de ser la novedad o paradójicamente, hacerse conocida, desgastarse en el
campo político. Quemarse, en definitiva.
Ahora,
los encuestados premian la novedad –y aparentemente la falta de notoriedad-. Lo
demuestra la nota a Pedro Sánchez, secretario general del PSOE desde julio de
2014 y que en su primer CIS en noviembre de 2014 ya superaba en popularidad a
Mariano Rajoy (aunque con un precario 3,85, muy celebrado en Ferraz, frente al
2,31 del presidente). En ese momento Sánchez solamente era superado por Uxue
Barkos, pero sería una cifra efímera, porque el CIS del pasado febrero rebajó su
calificación al 3,68 en tan sólo tres meses.
La única política que ha
conseguido estar siempre en los primeros puestos de popularidad es la navarra Uxue
Barkos, de Geroa Bai, que nunca ha bajado del 4 a pesar de ser una desconocida
para la inmensa mayoría del electorado español. De hecho, ocho de cada diez
encuestados no saben quién es.
Pablo Iglesias y Albert Rivera, fuera
del Congreso
El
CIS es uno de los instrumentos más fiables para medir la intención de voto
porque realiza la encuesta con la muestra más amplia. Sin embargo, tiene la
desventaja de no computar a los partidos sin representación parlamentaria, y son
Podemos y Ciudadanos los que han revolucionado las encuestas en los últimos
meses.
El
barómetro de Metroscopia del mes de marzo de 2015 coloca a Podemos, PSOE, PP y
a Ciudadanos prácticamente empatados, con una diferencia de cuatro puntos entre
los dos más alejados.
Según este sondeo, el político
más popular y el único al que aprueban más que desaprueban los votantes es el
líder de Ciudadanos, Albert Rivera. Pablo Iglesias, secretario general de
Podemos, se encuentra en quinto lugar. Sin embargo, al igual que pasa con Uxue
Barkos, Rivera es el más popular pero también el menos conocido con un nada
despreciable 71%. A Iglesias le ponen rostro el 98% de los consultados. A Rosa
Díez, el 91%. Rajoy es conocido por el 100% de ellos, pese a que le ponen la
peor nota. La estrategia del nuevo equipo de Ferraz para aumentar la
visibilidad de Pedro Sánchez parece hacer funcionado: 94% de conocimiento.
Albert Rivera ya era el político
más valorado, según Metroscopia, en enero de 2015, aunque solo le conocía el
58%. El resto superaba el 90% de conocimiento y mantenía la misma popularidad
que en marzo (a excepción de Pedro Sánchez, que entonces era quinto, dos
puestos por detrás del barómetro más actual). Tan solo 30 días antes de esa
encuesta, en diciembre de 2014, Albert Rivera no aparecía en la terna de
políticos más valorados y el más popular era Pablo Iglesias, entonces ya
conocido por el 96%. Sólo un mes después era el cuarto entre las preferencias
de los españoles.
La
espiral de pérdida de legitimidad
De nuevo, la misma pregunta: ¿Por
qué Pablo Iglesias, el más popular durante prácticamente toda la segunda mitad
de 2014, o Rosa Díez, que lo ha sido casi ininterrumpidamente durante dos años,
han pasado al ‘montón’ de políticos? ¿Cómo les ha superado literalmente en el
último momento –justo antes de unas elecciones autonómicas y municipales
decisivas- un Albert Rivera que, excepto en Cataluña, era un auténtico extraño?
El autor francés Cristian Salmon
esgrimiría como respuesta que los políticos se han convertido en un producto de
entretenimiento más. Ya no actúan en los escenarios
tradicionales en los que se desplegaba el poder político, sino que han tenido
que subir al escenario común de la sociedad de la información junto a las demás
mercancías mediáticas. Los programas importan menos que la imagen y la promesa
de cambio.
La
consecuencia es lo que Salmon denomina la “espiral de pérdida de legitimidad”, que destruye la política desarrollada
durante siglos convirtiéndola en un bien de consumo más. Sus líderes ya no son
respetados hombres y mujeres de Estado, sino personajes que surgen en función
de la demanda mediática y que juegan un papel en función a la misma. Y, al
igual que cualquier otro producto, caducan cuando no cumplen las expectativas o
cuando surge un nuevo producto más atractivo y, sobre todo, más novedoso.
La
política ha dejado de ser lo que se hace en el parlamento o en las sedes de los
partidos. El ciudadano ha recuperado su espacio y la discusión lo invade todo.
En un momento convulso, de crisis económica y social, el debate sobre lo
público lo invade todo y está en la calle, en las redes sociales y en las
tertulias y programas sobre política del fin de semana, que han tomado el prime
time televisivo. El desinterés ha dejado paso a la sobreexposición.
Así
pues, no se puede calificar de torpeza o incluso de debilidad nombrar a un
candidato a tan sólo dos meses de las elecciones. Se trata, más bien, de un
acto de prudencia, ya que, incluso en ese escaso periodo de tiempo, nada impide
que los candidatos acaben carbonizados en la hoguera mediática.
Publicado en el blog "Las Malas Noticias".
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