lunes, 30 de septiembre de 2013

LA OLEADA NEOLIBERAL ¿Simples recortes o un nuevo modelo de gestión?

La crisis está sirviendo de coartada para los recortes y la privatización de los servicios públicos. Los partidarios de estas privatizaciones aseguran que la caída de los ingresos públicos imposibilita la financiación de estos servicios y que es más eficaz y barato que se ocupen de ellos en el sector privado. ¿Se está aprovechando la crisis para imponer el modelo económico neoliberal?

El pasado 3 de septiembre un juzgado de Madrid paralizó el proceso de privatización de seis hospitales públicos en la Comunidad de Madrid, paralización que fue confirmada días más tarde por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Un sindicato médico puso una denuncia al considerar que esta privatización atentaba contra el derecho universal a recibir una asistencia sanitaria, y el juez decidió parar el proceso al considerar que, de continuar, se podría incurrir a daños irreparables con respecto a la capacidad de los ciudadanos para poder ejercer ese derecho.

El auto judicial, además, ponía en duda que la privatización de los hospitales fuera el modelo de gestión más eficaz de los mismos, precisamente el argumento utilizado por el Gobierno de la Comunidad de Madrid (del PP) para justificar la venta de los centros hospitalarios. El PP dice que con la privatización se ahorra más de un 25% de gasto con respecto a la gestión pública. En concreto, el consejero de Sanidad de Madrid, Javier Fernández-Lasquetty, ha manifestado, para justificar su apuesta de ceder al sector privado seis hospitales, que la atención en estos centros cuesta 600 euros por habitante, mientras que en los de gestión privada es de 441 euros, un 26,5% inferior. La crisis, continúan los partidarios de la privatización, hace imposible mantener los actuales costes de los servicios públicos, por lo que hay que recortar y vender, sin que ello vaya a repercutir negativamente en la calidad.

Pero existe un modelo previo de privatización sanitaria en España, el modelo Alzira, llamado así por el hospital de esa localidad valenciana que fue el primero que pasó de ser gestionado por la administración pública a serlo por una empresa privada en 1999. Las cifras finales de ese experimento no avalan el supuesto ahorro para el contribuyente. Lo dice un estudio mencionado por el Diario El País el pasado mes de enero y coordinado por Salvador Peiró (coordinador de la unidad de investigación de servicios de salud del Centro Superior de Investigación en Salud Pública de Valencia) y Ricard Meneu (del Instituto de Investigación en Servicios de Salud y responsable de la revista Gestión Clínica y Sanitaria).  Las conclusiones del estudio indican que apenas hay diferencias en el gasto por habitante entre hospitales gestionados de forma pública o privada. En el primer caso, cuesta entre 608 y 707 euros, y en el segundo, entre 672 y 733 euros (con datos de 2009).

Estos datos están comenzando a calar entre la opinión pública que no entiende por qué se deben desprender de unos hospitales que son de todos si al final se acaba pagando lo mismo. Se preguntan por qué se privatiza si no se garantiza el ahorro y ni mucho menos una mejor gestión desde lo privado. Esta cuestión ha provocado una enorme contestación social con movilizaciones masivas en la calle -conocidas como ‘marea blanca’-, así como decenas de iniciativas de partidos y sindicatos desde la izquierda política. Una encuesta realizada por el Diario El País el pasado mes de mayo revelaba que un 71% de los madrileños estaba en contra del proceso de privatización. Un enorme coste y desgaste político para el PP en el Gobierno regional y nacional. Pero el PP insiste en su empeño, a pesar de la tremenda oposición pública y la falta de argumentos basados en la eficacia que justifiquen el desmantelamiento del sistema público. Entonces, ¿por qué insiste el PP?

La privatización de los servicios públicos –o su externalización como gustan decir los neoliberales- es una cuestión de fe que va más allá del mismísimo cálculo político o de la búsqueda de eficacia en la administración. Es parte de una manera de pensar, la expresión de una firme convicción ideológica absolutamente arraigada en unos sectores políticos y económicos que hace muchos años declararon la guerra al Estado del Bienestar, al que identifican con su mayor enemigo: la socialdemocracia.

El Estado del Bienestar, la edad de oro del keynesianismo
A partir de 1945, tras las traumáticas experiencias de la crisis económica que siguió al crack de 1929 y de la terrible Segunda Guerra Mundial, el pensamiento económico reinante era el keynesanismo. Sus fórmulas de actuar a favor de la demanda para estimular la economía tuvieron un éxito asombroso y lo legitimaron hasta convertirlo en el modelo hegemónico e indiscutible en las economías de libre mercado (enfrentadas en ese momento a las economías dirigidas del bloque soviético en plena guerra fría).

El keynesanismo, resumiendo su esencia en un ejemplo que podría ser demasiado simplista, basa su actuación estimulando la demanda en el mercado. Para ello cuenta con el poder inestimable del Estado, la única organización capaz de financiar enormes proyectos que ocupen a miles de trabajadores. Estos reciben un salario que inyectan en la economía que así sale de la recesión. Como hay más empleo y más riqueza, el Estado puede ingresar más dinero vía impuestos, por lo que puede financiar el gasto inicial que invirtió para crear el empleo necesario para reactivar la economía. Es decir, un círculo vicioso que se retroalimenta y que tiene al Estado como el catalizador necesario para una economía en crisis y capaz de invertir allí donde la empresa privada no puede o no quiere.

Este modelo fue adoptado por la socialdemocracia de Europa occidental, que apostó por el papel del Estado para corregir los defectos y carencias de la economía privada e incluso para enderezarla para evitar injusticias sociales, aunque siempre reconociendo al capitalismo como modelo inevitable. La consecuencia de esta apuesta fue el Estado del Bienestar, la manera de corregir las desigualdades sociales y de crear situaciones de igualdad de oportunidades a través de unos servicios públicos que se financian a través de un sistema fiscal progresivo que grava a los ciudadanos según su nivel de renta.

Mientras estuvo en vigor el modelo keynesiano y se desarrollaba el Estado del Bienestar en Europa, el Viejo Continente disfrutó de la etapa de mayor crecimiento económico y del bienestar de su historia. En pocos años la clase trabajadora accedió a unos derechos laborales y a una capacidad de consumo impensable tan sólo una generación antes. Los obreros tenían vacaciones pagadas, coches, viviendas, electrodomésticos, y sobre todo, pleno empleo.

Todo ello terminó con la crisis del petróleo de 1973, cuando los estados de la OPEP, fundamentalmente sus socios árabes, cortaron el suministro a los países de Europa occidental por su apoyo a Israel durante la guerra del Yom Kippur en ese año. De pronto el combustible del crecimiento económico, abundante y barato hasta entonces, empezó a escasear o se tenía que pagar a precio de oro. La consecuencia fue la crisis económica y el paro. El Estado del Bienestar, basado en el pleno empleo y en que todos los trabajadores pagaban impuestos con los que financiar los servicios públicos, entró en crisis al dejar muchos de los contribuyentes de pagar y a empezar a recibir prestaciones por desempleo. El sistema empezó a estar sometido a estrés y a gastar más de lo previsto. El modelo keynesiano omnipotente e intocable hasta entonces comenzó a agrietarse y sus enemigos empezaron a movilizarse.

Estos enemigos tenían a dos referentes económicos fundamentales que negaban la aplicabilidad del keynesianismo: Friedrich Hayek y la Escuela de Chicago en torno a Milton Friedman. Querían recuperar los viejos valores liberales de la superación y libertad individual que habían imperado en la economía a finales del S. XIX y la primera mitad del XX, y que habían quedado deslegitimados por las consecuencias de la crisis de 1929. Sus seguidores serían conocidos como neoliberales.

Adam Smith, “secuestrado”
De nuevo a riesgo de presentar un análisis simplista, la esencia de este modelo podría resumirse en el principio que estableció Adam Smith, el padre de la economía moderna: “laissez faire”, dejar hacer a la economía sin ningún tipo de traba o intervencionismo. Básicamente quiere decir que la ley de la oferta y de la demanda es lo suficientemente fuerte como para cubrir todas las necesidades humanas y hacerlo de manera que todos puedan acceder a los bienes y servicios sin necesidad de la intervención de un Estado que solamente interrumpe ese proceso. Es un principio que Smith dictó hace más de dos siglos, cuando la libertad individual se enfrentaba al despotismo de los reyes absolutos, que solamente recaudaban impuestos para sus cortes y ejércitos, y no para redistribuirlos ni mucho menos entre los pobres. Pero los neoliberales han “secuestrado” este principio del S. XVIII y lo quieren aplicar al S. XXI, a pesar de que Smith lo pensó en una sociedad absolutamente diferente a la actual.

Los neoliberales apuestan por eliminar toda intervención estatal, incluso en los servicios sociales, y dejarlo en manos de la iniciativa privada. Piensan que si alguien necesita un servicio, siempre habrá alguien dispuesto a ofrecerlo en el mercado. Los servicios sociales públicos sólo quedarían para aquellos cuyo bajo nivel adquisitivo no les permite pagarlo. Dándole la vuelta al modelo keynesiano, los neoliberales no creen en los impuestos como un instrumento de redistribución de la riqueza. De hecho, son partidarios de eliminar los tributos progresivos, los que gravan al contribuyente por su nivel de renta, y sustituir el ingreso perdido para el Estado mediante impuestos indirectos (IVA, tasas, etc.) que pagan todos los contribuyentes por igual, independientemente de su nivel de renta. Es decir, quieren que prime el interés individual sobre el colectivo.

Los neoliberales, al contrario que los keynesianos, consideran que el Estado y los impuestos son un estorbo para el buen camino de la economía y para crear empleo. Según este modelo al pagar menos impuestos, los empresarios tienen menos gastos fijos, por lo que pueden invertir ese dinero en crear más puestos de trabajo. Al crear más empleo hay más contribuyentes que pagan IRPF y, sobre todo, consumen más, por lo que suben los ingresos del Estado por el IVA. Es decir, los neoliberales presentan la cuadratura del círculo: ingresar más dinero bajando los impuestos, lo cual solamente se sostiene respetando la regla de oro del equilibrio presupuestario, no gastar más de lo que se ingresa.

Esta idea se ha ido imponiendo en EEUU y en Europa desde principios de los años 80, con la llamada “revolución conservadora” de Reagan y Thatcher, y vive una situación de hegemonía desde la desaparición de la URSS en 1991. Desde entonces se ha ido desmantelando el Estado del Bienestar y la idea de redistribución de la riqueza que había detrás, dejando el servicio público cada vez más como un servicio auxiliar de asistencia a los más desfavorecidos.

La sanidad pública y la escuela pública, dos de los pilares fundamentales de los servicios públicos, compiten cada vez con mayor desventaja frente a las aseguradoras y los colegios privados. Los servicios públicos sufren una decadencia provocada y un empeoramiento de su calidad que empuja a muchos ciudadanos al sector privado, lo que a su vez es utilizado por los neoliberales como un indicador de que existe una gran demanda en ese sector privado que legitima su política. Es decir, al debilitar paulatinamente al sector público alimentan al sector privado.

España y la aplicación del neoliberalismo
El problema y los graves riesgos de este modelo se están evidenciando en la actual crisis económica, en la que España presenta una tasa de paro superior al 27%. El PP es uno de los partidos conservadores más entusiastas a la hora de defender los principios neoliberales, unos principios que por otra parte están fuertemente anclados en los organismos e instituciones de la economía internacional.

El FMI, el Banco Mundial, los EEUU y la Unión Europea, funcionan con criterios básicamente neoliberales a la hora de diseñar sus políticas económicas. Por eso rechazan sistemáticamente aplicar el modelo keynesiano para combatir la crisis y se niegan a realizar grandes inversiones públicas para crear empleo y motivar la demanda –al menos se lo prohíben a los demás. Para ello se escudan en la regla de oro del equilibrio presupuestario que impide endeudarse a los estados (excepto para rescatar a los bancos, podría añadirse).

Por el contrario, su apuesta para crear empleo se basa en eliminar costes de producción, en concreto bajando los sueldos de los trabajadores, lo que se llama “moderación salarial”. Esto sólo se consigue debilitando previamente a los sindicatos y eliminando derechos laborales de los trabajadores, es decir la reforma laboral dictada por un PP con mayoría absoluta en el Congreso. Sin embargo, el éxito de este modelo está aún por ver. Por el momento sólo se ha conseguido que siga habiendo una tasa insostenible de desempleo y una bajada de los sueldos general, que el FMI quiere aumentar en otro 10% “para crear empleo”.

Las privatizaciones de los servicios públicos entran en esta lógica: menor presencia del Estado en la vida de los ciudadanos y su sustitución por una mayor presencia de las empresas. Ocurre en la sanidad madrileña, que no sólo compite contra las grandes aseguradoras sanitarias, sino que ve cómo se venden sus hospitales a sus competidores privados. Ocurre en la educación, por ejemplo otra vez en Madrid, donde el gobierno del PP recorta inversiones dejando a las escuelas y universidades públicas en peor situación de competitividad frente a las privadas. Y está ocurriendo en otros muchos servicios públicos.

Y ocurrirá con los otros dos pilares del Estado del Bienestar herederos de la socialdemocracia: las prestaciones de desempleo y las pensiones. El PP ya está presionando para una reforma de las pensiones con la excusa de que la bajada general de los sueldos -que ellos están imponiendo- impedirá poder pagar las pensiones del futuro. Es el mismo discurso que el de la necesidad de las privatizaciones: la dificultad de financiación pública. Ya avisan de que habrá que bajarlas, lo que empuja a los ciudadanos a abrirse planes de pensiones privados. Por el momento han anunciado que no subirán conforme a la subida anual del IPC, lo que supone una lenta pero segura bajada del poder adquisitivo de los futuros pensionistas.


En resumen, las fuerzas políticas y económicas están aplicando el modelo neoliberal con la excusa de la crisis económica. Una crisis, que por otra parte, es consecuencia de la falta de control y de reglas en los mercados financieros que fueron eliminadas precisamente al aplicar el modelo neoliberal.   

martes, 24 de septiembre de 2013

LA PARADOJA DEL PODER EN ALEMANIA

El pasado domingo Angela Merkel arrasó en las urnas. Alemania dio un apoyo masivo a su partido y castigó a los demás. Pero no es suficiente para alcanzar el poder. La ley electoral alemana y los caprichos del destino obligan a la gran vencedora a negociar con los perdedores para alcanzar su tan ansiado objetivo. En Alemania el poder está viviendo una paradoja que convierte en poderoso al débil y dependiente al fuerte. Aunque también el débil puede morir de poder.

La unión de cristianodemócratas de la CDU y la CSU (su hermano pequeño bávaro) liderada por Angela Merkel arrasó en Alemania el pasado 22 de septiembre. Fueron los más votados con el resultado más contundente alcanzado por un candidato alemán en los últimos 26 años. Merkel se hizo con el 41,5% de los votos, lo que le ha proporcionado 311 escaños de los 630 que forman el Bundestag en la nueva legislatura. A bastante distancia le siguen el SPD con el 25,7% y 192 diputados; Die Linke con el 8,6% y 64 diputados; y por último los ecologistas de Die Grüne con el 8,4% y 63 diputados. Son los partidos de siempre, los que han estado representados en el parlamento federal alemán en los últimos años, aunque con una excepción: faltan los liberales del FDP.


Este clásico lleva acompañando la vida parlamentaria alemana desde la fundación de la República Federal en 1949, pero en la nueva legislatura no estará. Los liberales no han conseguido superar la barrera electoral del 5% fijada por la ley electoral alemana para estar representado en el Bundestag. El FDP sólo consiguió el 4,8% de los votos, un verdadero desastre que incluso puede poner en peligro la vida de este pequeño partido de notables, al que solamente le queda una mínima representación institucional en el parlamento regional de Sajonia.

Militantes del FDP.
El FDP ha sido víctima de dos circunstancias: el auge inesperado de un pequeño partido antieuropeísta y anti euro que se ha volcado en el discurso contrario a los rescates de las maltrechas economías del sur de Europa, la Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland). Este pequeño partido de nuevo cuño ha logrado el 4,7% de los votos, un resultado similar a los liberales y por lo tanto igualmente insuficiente para entrar en el Bundestag, pero lo justo como para impedir la supervivencia de su rival liberal en el campo conservador.  

Por otro lado, el FDP ha sido literalmente absorbido por la CDU/CSU, sus socios tradicionales de gobierno y con los que ha compartido gran parte de su programa político. La CDU/CSU ha logrado un 7,7% más de votos que en la última cita electoral y claramente ha engordado su éxito a costa de los liberales, que han perdido un 9,8% de los apoyos con respecto a 2009. Merkel se ha tragado a los liberales, pero con un coste estratégico fatal para ella ya que ha perdido a su aliado y ahora le faltan cinco diputados para la mayoría absoluta, diputados que no le habrían faltado si el FDP hubiera conseguido tan sólo un 0,2% más de votos.

Así pues, a pesar de las cifras tan espectaculares y del apoyo masivo en las urnas, Merkel tiene que negociar. ¿Con quién? Sólo quedan dos posibilidades, y las dos son partidos de izquierdas.    

SPD y Die Linke, ¿una colaboración imposible?
En teoría la izquierda formada por SPD, Grüne y Linke podrían impedir un gobierno de Merkel. Entre los tres suman 319 diputados, ocho más que la CDU/CSU. Sin embargo, hoy por hoy resulta imposible un pacto entre ellos. El SPD, el partido más grande e importante de los tres con 192 diputados, ya ha anunciado por activa y por pasiva, incluso antes de las elecciones, que se niega a pactar con Die Linke. Las causas son históricas –por el pasado estalinista de sectores Die Linke en Alemania oriental-, programáticas e incluso personales.

Die Linke, a su vez, ha basado gran parte de su discurso en tratar deslegitimar el discurso social de los socialdemócratas para arrebatar al SPD la hegemonía en la izquierda. Muchos miembros de este pequeño partido de izquierdas son antiguos socialdemócratas desencantados con el SPD que se pasaron de filas y le han jurado odio eterno a su antiguo partido. Entre ellos destaca el ex líder histórico del SPD, Oskar Lafontaine, ahora también retirado de la jefatura de su nuevo partido.

Los líderes de Die Linke.
Hoy por hoy no existe confianza entre ambos partidos a nivel federal, aunque hay voces cada vez más fuertes que abogan por un entendimiento a corto plazo para poder romper la división en la izquierda y poder gobernar en conjunto. Esas voces son especialmente fuertes en el este alemán, donde dominan en Die Linke la antigua PDS, los herederos directos del partido comunista de la antigua RDA. Curiosamente son precisamente estos sectores los más pragmáticos y los más dispuestos a colaborar con el SPD, que a su vez está más dispuesta a contar con los ex comunistas en la parte oriental del país. De hecho, ambos partidos han colaborado activamente en los últimos años al gobernar en coalición en varios Länder del este, como Brandemburgo, Sajonia-Anhalt, Mecklemburgo o la misma capital, Berlín.

Para poder trasladar este modelo de colaboración al resto del territorio federal hace falta tiempo hasta que se desmonten los prejuicios y desconfianzas mutuas. Pero puede que a corto plazo se avance en ese sentido gracias a los acontecimientos que pueden ocurrir en el Land de Hesse, el territorio en el que se ubica el Banco Central Europeo en Frankfurt. Las elecciones en ese Land se celebraron también el pasado 22 de septiembre y allí la victoria fue claramente para la izquierda, siempre y cuando los tres partidos estén de acuerdo en negociar. Y parece que lo están. Sería un precedente muy importante para futuras colaboraciones entre SPD, Grüne y Die Linke. Pero, por el momento, se descarta a nivel federal.

Por lo tanto, al fallar una coalición con Die Linke, al SPD y a Die Grüne le faltan 57 diputados para superar a CDU/CSU. Así pues, el futuro gobierno alemán estará presidido forzosamente por Merkel.

Merkel y los ecologistas, ¿una asociación prohibida?
La pelota está en el tejado de la canciller. Los medios alemanes especulan desde hace meses con una posible coalición entre la CDU y Die Grünen. Dicen que los ecologistas se han moderado en los últimos años y que su base electoral es perfectamente compatible con los valores defendidos por Merkel. Se trata de profesionales liberales de clase media, funcionarios, etc., con un nivel de renta medio –alto. Die Grüne ha ido dejando atrás su discurso asambleario y hasta cierto punto ácrata y se ha centrado en la ecología y la justicia social. Este paso le ha acercado a la órbita del SPD, con el que ya ha compartido coalición de gobierno entre 1998 y 2005 y con quien colabora asiduamente a nivel regional y local.

Los líderes de Die Grüne.
La CDU, por su parte, está llevando a cabo en Alemania la política social que prohíbe a otros países de la zona euro. Merkel está lejos de parecer la enterradora del estado del bienestar, ya que de eso se encargó el ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, lo que explica en parte los fracasos electorales del SPD y su falta de credibilidad como partido socialdemócrata. También con respecto a la defensa del medio ambiente la derecha alemana ha avanzado hacia posiciones ecologistas. Por ejemplo, tras el desastre de Fukishima en enero de 2011, Merkel decidió retomar (forzosamente) la salida de Alemania de la energía nuclear, uno de los puntos centrales del programa de Die Grüne.

Sin embargo, aunque a nivel programático ecologistas y democratacristianos no están ya en las antípodas, ambas bases sí se consideran incompatibles. Una coalición tendría que ser refrenada en Die Grüne por una asamblea de militantes y en la CDU por su dirección federal, y en ambos casos el rechazo es más fuerte que la atracción.

Es muy pronto para hablar de un pacto o futuro pacto entre CDU y Grüne, pero el tiempo dirá si esa colaboración es imposible. Depende del papel que jugará Die Grüne en el futuro en el sistema de partidos alemán, si girará a la izquierda tratando de alcanzar la hegemonía en ese sector, o si en cambio se conformará con ser un partido pequeño y por lo tanto abierto a pactos con los grandes. Y para eso es fundamental conocer qué hará el SPD.

La elección de Merkel, ¿vuelta a la gran coalición?
Ante sus escasas opciones, Angela Merkel no esconde su preferencia por un pacto con sus rivales socialdemócratas. Para ello esgrime dos argumentos: sería el escenario de mayor estabilidad política posible, ya que implicaría a una suma impresionante de 503 diputados de un total de 630. La oposición se reduciría a 127 diputados de Grüne y Die Linke, y el rodillo CDU y SPD sería imbatible. Esto daría estabilidad al Gobierno, sobre todo de cara a las futuras decisiones imprescindibles en el escenario europeo.

El segundo argumento es que la gran coalición ya existió entre 2005 y 2009 con unos resultados bastante aceptables en términos de estabilidad. Se agotó la legislatura y, aunque ambos partidos son rivales naturales, no trataron de boicotearse mutuamente. Es decir, la colaboración ha demostrado ser posible.    

Ahora bien, el escenario de hoy es muy diferente al de 2005. Entonces Merkel era la aspirante a canciller y el SPD terminaba una etapa de siete años en el poder en los que realizó la dolorosa reforma del estado social que le valió el rechazó de amplios sectores de la izquierda. Ambos partidos consiguieron resultados electorales muy altos fruto de una campaña bipolarizada de confrontación sin cuartel y tras la cual el SPD pudo remontar milagrosamente. En ese momento no había mayorías claras y la única salida a unas nuevas elecciones era el pacto basado en la práctica igualdad entre los rivales.

Hoy a Merkel sólo le interesan 5 de los 192 diputados del SPD. Los socialdemócratas no tienen una base negociadora fuerte y convincente desde la que poder exigir demasiadas concesiones a la canciller. Y en este caso esas concesiones son importantes para la credibilidad del SPD.

El poder, una tentación mortal para el SPD
En 2009 el SPD cosechó su peor resultado electoral de la historia con el 23%, sólo un poco peor que el 25,7% del pasado 22 de septiembre. Entonces se achacó el desastre a que la colaboración con Merkel había quemado al SPD y su imagen de izquierdas. Los votantes no se creían sus mensajes socialdemócratas y prefirieron votar a otras formaciones de izquierdas, como Die Grünen y Die Linke, que en ambos casos superaron el 10% de los votos. Es decir, el SPD perdió su credibilidad durante su colaboración con Merkel.

Desde entonces los socialdemócratas tratan de recuperar su imagen y diseñaron la campaña basándose en la recuperación del discurso por la justicia social y contra la precariedad laboral. Uno de los argumentos fundamentales del SPD es la creación de un salario mínimo, una medida que pondría freno a los minijobs que ya afectan al 22% del mercado laboral alemán. Si los socialdemócratas pactan con Merkel, por ejemplo tendrán que conseguir que esta medida se haga realidad para no quemar su último cartucho ante su electorado. Sin embargo, Merkel se ha negado repetida y vehementemente a aplicar un salario mínimo, porque pondría en peligro el secreto del éxito de la economía alemana basado en la reducción de los costes de producción y en aumentar la competitividad empresarial a base de bajar salarios de los trabajadores. Y además, al SPD le falta fuerza como para imponer esa medida a una canciller triunfante.

Por otro lado, la dirección del SPD es muy sensible a la llamada a la responsabilidad (Verantwortung) de Merkel para lograr la estabilidad política. ¿El partido o el país?, ese es el dilema actual de los líderes del SPD que temen enfrentarse a la acusación de poner en peligro la estabilidad de Alemania por un cálculo partidista. Pero por otro lado, en caso de aceptar el abrazo de la canciller, se enfrentarían a una enorme resistencia interna por parte de las bases e importantes sectores socialdemócratas que se niegan en redondo que su partido sea absorbido por su rival de la CDU, lo que tendría seguramente consecuencias desastrosas en el futuro de cara a los votantes.

Los líderes del SPD, Steinbrück y Gabriel.
Hay argumentos entre los socialdemócratas para negarse a la gran coalición. Ahora mismo el SPD es el principal partido de la oposición. Es el único de los tres partidos progresistas que ha sumado votos (pocos) con respecto a las elecciones de 2009 y su posición en el espectro electoral de la izquierda se ha visto mínimamente fortalecida. Las aspiraciones de Grüne y Die Linke de superar electoralmente al SPD se han visto truncadas, y este sería el momento para los socialdemócratas de aprovechar esta legislatura en la oposición para consolidar su hegemonía en la izquierda. Esa hegemonía se vería reforzada probablemente con una Linke dispuesta a trabajar en un futuro no muy lejano junto a SPD y Grüne. La izquierda alemana unida podría tratar de batir así en 2017 a una Angela Merkel seguramente bastante desgastada tras gobernar en solitario y sin socio al que absorber. Hay que recordar que la suma de esos tres partidos ya sería suficiente hoy para desbancar a la canciller.

Además, si el SPD aceptase la gran coalición, estaría dando en bandeja a Merkel la mayoría que necesita para gobernar, lo que sería un golpe para los votantes socialdemócratas que votaron al SPD precisamente para evitar eso. También daría en bandeja la oportunidad a Grüne y Die Linke de ser los únicos partidos de la oposición y repartirse definitivamente al electorado de izquierdas alemán. Si el SPD no consiguiera imponer su programa social a su poderosísima socia se quedaría deslegitimado, solo y sin credibilidad, lo que sería seguramente su fin a no tan largo plazo. Una circunstancia que, con toda seguridad, no estaría mal vista por Merkel y la CDU.

Por otro lado, si el SPD no acepta participar en la gran coalición se le acusaría de falta de responsabilidad y de partidismo, sería señalado como el responsable de que Alemania no tuviera un gobierno estable mientras necesita liderar a Europa en la crisis. Eso alejaría al votante de centro de los socialdemócratas, lo que podría aislar al SPD en el electorado únicamente de izquierdas, un espectro que, además, tendría que compartir con Die Linke y Grüne, absolutamente insuficiente para ganar las elecciones en el futuro. En definitiva, los líderes del SPD se enfrentan a una decisión muy delicada.

El poder en Alemania está viviendo una gran paradoja: por un lado Merkel necesita de la izquierda para poder gobernar con la derecha. Por el otro el SPD está tentado de volver al poder a pesar de sus míseros resultados, aunque esa tentación seguramente acabaría por matarlo si no toma la decisión correcta. ¿Y cuál es esa decisión?


martes, 17 de septiembre de 2013

ELECCIONES EN ALEMANIA, EMPIEZA LA CUENTA ATRÁS

El próximo domingo Alemania vota. Hasta ahora la actual canciller Angela Merkel ha contado con una cómoda ventaja en las encuestas, pero por cada día que pasa su posición dominante no deja de menguar. Empieza la cuenta atrás. ¿Quién ganará? ¿Qué escenarios políticos se abren? ¿Qué pasará con Europa? ¿Qué quieren los alemanes? Aquí propongo algunas claves.

Los medios de comunicación alemanes son unánimes al calificar la campaña electoral de intrascendente e incluso de previsible y aburrida. Al menos hasta hace dos semanas, cuando Peer Steinbrück, el candidato socialdemócrata y aspirante a derrotar a Angela Merkel, hizo una actuación más que notable en el único debate televisado entre ambos, y después del cual se han ido recortando las distancias que comenzaron por ser casi abismales. Y es que hay razones para Merkel para no bajar la guardia.

En Alemania no hay crisis económica y los temas de la campaña electoral son los clásicos que enfrentan a la derecha y a la izquierda: crecimiento económico frente a protección social y medioambiental. Pero la crisis sí está presente, inconscientemente y siempre amenazando como una espada de Damocles. Los alemanes ya no viven tan bien como antes. Es la cuarta economía mundial, pero la precariedad laboral ya afecta al 22% y los recortes en los sistemas de la seguridad social y en la prestación de seguro de desempleo son una realidad palpable. Con una tasa de paro de sólo el 5,3% ahora la inmensa mayoría tiene un empleo que le proporciona ingresos, pero ¿qué pasaría si la crisis llega a Alemania y los trabajadores se encuentran desprotegidos y con una red social recortada? Esa es la gran baza discursiva de la izquierda, que se centra en las injusticias sociales y el recorte del estado del bienestar, mientras que la derecha confía en que la economía alemana resistirá a largo plazo.


¿Quién ganará?
En política nunca se debería dar nada por sentado. Es cierto que en Alemania la tendencia en los últimos meses ha sido la de una hegemonía prácticamente monolítica de Angela Merkel en las encuestas. Sin embargo, en los últimos días hay estudios que comienzan a romper esa imagen. Por ejemplo, el SPD de Steinbrück ha subido en intención de voto. Es cierto que el 28% del SPD es bastante inferior al 40% de la CDU, el partido de Merkel, sin embargo en Alemania los gobiernos se hacen con coaliciones, y en los últimos días las diferencias entre las dos grandes coaliciones está menguando. Al final, si la suma de los tres partidos de izquierda (SPD, Verdes y Linke) supera a la de la derecha (CDU y FDP), Merkel puede tener problemas, y hoy la izquierda tiene un 46% mientras que la derecha un 45% según una encuesta de la televisión pública alemana ARD.  


¿Qué coaliciones políticas son posibles?
Merkel desea fervientemente mantenerse en el poder junto a sus socios actuales del FDP. Son los socios naturales de la CDU desde los años 80 y comparten la inmensa mayoría de su discurso económico y político. De hecho, la propia FDP ha enfocado su campaña electoral en la movilización de los votantes de la CDU en su favor atizando el miedo a una posible coalición de izquierdas. Necesitan superar la barrera electoral del 5% de los votos para poder tener representación parlamentaria y entrar así en el Gobierno. Por el momento eso no está claro, ya que el FDP no consigue remontar desde hace meses precisamente del 5% en las encuestas de intención de voto, lo que supone un margen muy estrecho para el día de las elecciones en el que todo puede pasar, incluso no llegar a ese 5%. En ese caso Merkel tendría un grave problema ya que podría ser superada por la coalición de izquierdas.

Para que la izquierda gobierne Alemania hoy por hoy necesitaría contar con Die Linke, un partido que se escapa de la tradicional colaboración entre SPD y Verdes. De hecho, es la heredera de los comunistas de la antigua República Democrática Alemana y se fundó con la unión éstos con socialdemócratas y sindicalistas desencantados como una oposición izquierdista a las reformas que el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder efectuó en el mercado laboral durante la primera mitad de la década de 2000. Es decir, es una organización en muchos sentidos enfrentada a los socialdemócratas, que tampoco se fían de ellos. No está claro que pueda existir un entendimiento entre ambas partes y menos para formar el gobierno que dirigirá Europa, y no está claro que Steinbrück quiera firmar una hipoteca con este partido, aunque sería su única oportunidad para ser canciller.

Sin embargo, existiría una oportunidad para el SPD de entrar en el Gobierno, aunque sin su candidato a la cabeza: reeditando la gran coalición con Merkel, un gobierno CDU y SPD como el que ya gobernó entre 2005 y 2009. Merkel vería esta solución como un mal menor ya que ella seguiría siendo canciller y el SPD a largo plazo acabaría completamente desacreditado como opción de izquierdas. Los socialdemócratas perderían toda su credibilidad al pactar de nuevo con una CDU a la que responsabilizan de la injusticia social en Alemania. Ya en las elecciones de 2009 la participación del SPD en la gran coalición fue castigada con un 23% de los votos, el peor resultado de su historia, y eso podría repetirse en 2017 si vuelven a pactar.

Sin embargo, existen otras posibilidades más exóticas, como entre CDU y los Verdes. Muchos autores apuntan a una posible colaboración entre ambos, que no estaría mal vista por Merkel, pero que sigue siendo rechazada masivamente en el seno de los Verdes. Es muy poco probable, por ahora. 


¿Por qué ha paralizado Merkel la política europea?
El miedo de Merkel a actuar en Europa de manera que pueda perjudicar a su campaña es evidente. Ella ha utilizado el relato de que “Alemania es el país responsable que hace los deberes y paga sus facturas a tiempo frente a los demás países menos serios, sobre todo los del sur, que engañan en las cuentas y viven del dinero del contribuyente alemán”. Ese es el discurso con el que justifica su política de austeridad. Sin embargo, la realidad es que Alemania es el país más fuerte de la UE y eso le convierte de facto en su líder. Ese liderazgo implica tomar medidas y realizar compromisos para combatir la crisis, o mejor dicho, para limitar sus consecuencias. Y eso a su vez cuesta dinero que solamente puede salir del contribuyente alemán.

Actuar en Europa contra la crisis supondría así una grave contradicción para Merkel, por lo que prefiere no hacer nada. Un ejemplo de los riesgos que corre es la metedura de pata (¿involuntaria?) de su ministro de finanzas, Wolfgang Schäuble, que anunció públicamente la necesidad de un nuevo rescate a Grecia, fundamentalmente con dinero alemán. Esto abrió una profunda crisis de credibilidad en el Gobierno en plena campaña electoral.


¿Qué puede esperar Europa si gana la izquierda?
Por otro lado, en caso de ganar una coalición de izquierdas deberían cambiar los parámetros utilizados para combatir la crisis en Europa. Al menos ese es el compromiso electoral de SPD, que asegura que pondrá fin a la política de austeridad de Merkel. En concreto, Steinbrück ha afirmado textualmente que “la superación de la crisis europea va a costar dinero. Y será así: a Alemania solamente le irá bien si la va bien a nuestros vecinos”. El SPD se presenta frente a Merkel como la opción de la justicia social. Eso incluye también la relación de Alemania con el resto de Europa, aunque el discurso del contribuyente agraviado es demasiado poderoso y popular como para rechazarlo sin esperar un importante desgaste e impopularidad.

Sin embargo, no olvidemos que, hoy por hoy, Steinbrück sólo pude ser canciller si le apoya el partido de izquierda Die Linke, que se caracteriza por su crítica directa y brutal contra el sistema financiero y el origen de la crisis. Steinbrück tendría que cambiar las reglas del juego en Europa aunque sólo fuera porque sus socios minoritarios se lo exigirían para mantener su Gobierno. Se abriría así una nueva fase en Europa que implicaría no sólo cambios en la lucha contra la crisis sino en el propio diseño de la UE. Por lo tanto, la reacción del resto de estados europeos a una derrota de Merkel sería, seguramente, de expectativa y de incertidumbre. La pregunta sería ¿y ahora qué? A ello se añadirían los correspondientes castigos en las bolsas al nuevo gobierno de izquierdas y ataques desde los mercados, que no aceptarían tranquilamente un cambio de las reglas que les perjudicaría claramente.

En resumen, en caso de ganar, Steinbrück tendría un problema grave: por un lado una izquierda que sostendría su gobierno y que le exigiría actuar contra la impunidad del poder financiero y cambiar las relaciones alemanas con sus vecinos, y una población mayoritaria que no estaría dispuesta a cargar con los costes económicos que supondría reconstruir la economía europea sin compensación, y sobre todo un poder financiero que no aceptaría cambios en sus privilegios.      


¿Seguirá imponiendo Alemania su política de austeridad a Europa?
Depende de si Merkel es reelegida y de cómo los sea. Si la combinación CDU y FDP logra una victoria clara, será interpretada como la confirmación de la actual política de austeridad y de mano firme, por lo que Merkel seguirá aplicándola. Si Merkel necesita pactar con otros para gobernar tendrá que adaptar las líneas maestras de su política europea a las necesidades del pacto de Gobierno, y si pierde, la credibilidad del nuevo Ejecutivo dependerá de que sea capaz de marcar un ritmo y una política diferentes. Al final todos son esclavos de sus discursos. Si gana la coalición actual de gobierno, Europa tendrá más austeridad y más condiciones draconianas para los rescates. A Merkel se lo impone su discurso muy popular de madre protectora de los intereses de los contribuyentes alemanes frente a los irresponsables y manirrotos del sur de europa. Si no lo hiciera, perdería su credibilidad y con ello a la larga el poder.

En caso de un cambio de Gobierno hacia la izquierda, Steinbrück tendría que buscar un elemento diferenciador y cambiar la política alemana con respecto a Merkel. ¿Supone eso que adoptaría un discurso de defensa del interés europeo común, aunque sea a costa de rescatar otras economías a fondo perdido? Eso cambiaría radicalmente la imagen de Alemania en el exterior, pero a costa de un desgaste político interno desaconsejable. ¿Y una gran coalición? Sería el escenario más complicado, ya que ambos polos opuestos tendrían que cooperar y encontrar un punto en común en el que ambas partes tendrían que ceder. La lucha por ver quién cede menos sería atroz.


¿Cuál es la relación de Alemania con Europa?
Alemania está absolutamente enraizada en Europa, por lo que su crecimiento está totalmente supeditado al crecimiento de Europa. Así pues, Alemania crecerá en la medida en que lo haga Europa como bloque económico y político. Alemania necesita el euro y necesita el inmenso territorio de libre mercado para sus exportaciones. Sin embargo, el discurso populista de Merkel de la austeridad y de la defensa del dinero del contribuyente alemán es nacionalista y atenta directamente contra el principio básico de la interdependencia Alemania-Europa.

Merkel justifica su política dando lecciones a los demás. Dice que la economía de Alemania va bien porque realizó una serie de reformas en su sistema de la seguridad social y en el mercado laboral que han permitido a sus empresas rebajar los costes de producción y ganar en competitividad. Sin embargo, lo que no dice es que eso se ha hecho a costa del nivel adquisitivo de los trabajadores, un proceso que, por otra parte, se está realizando ahora en el sur de Europa de manera traumática.

Esta rebaja del coste de producción basado en la moderación salarial ha permitido a las empresas alemanas mantener su competitividad en un escenario internacional en el que las economías de los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) presentan cifras espectaculares de crecimiento económico. Pero sobre todo, ha permitido a Alemania mantener unas cifras de exportación y una balanza comercial con muy buenos resultados.


Sin embargo, las ventajas sólo son a corto y medio plazo, ya que  los terribles costes sociales en forma de trabajos muy mal remunerados (minijobs) e insuficientes para cubrir las necesidades de cada vez más trabajadores, en realidad están creando un escenario en el que estos trabajadores se están quedando desprotegidos frente a la próxima crisis que tarde o temprano llegará a Alemania cuando no sea capaz de mantener sus cifras de exportación y su balanza comercial por sí misma.

Por lo tanto, tarde o temprano dejará su camino en solitario y necesitará a Europa para crecer y protegerse, y evitar así un derrumbe de su sociedad. Y entonces la cuestión será: ¿el crecimiento alemán será europeo? O por el contrario ¿el crecimiento europeo será alemán? Cuando Alemania necesite a la UE para seguir siendo una potencia, entonces es cuando realmente se abrirá un debate sobre el poder en Europa, ya que ahora Alemania está actuando por su cuenta.


¿Qué esperan los alemanes?
En general los alemanes son muy conservadores. Esperan estabilidad política y bienestar económico. Los gobiernos se caracterizan por sus largos años de existencia. La República Federal de Alemania tiene 64 años, 30 de los cuales fueron gobernados por sólo dos cancilleres: Adenauer (1949-1963) y Kohl (1982-1998). Son dos ejemplos de la cultura de la estabilidad, que hizo también posible la gran coalición SPD y CDU entre 2005 y 2009 para evitar una nueva cita electoral cuando no hubo posibilidad de crear gobiernos de otra manera. Por eso a partir de septiembre los alemanes exigirán mantener esa estabilidad, lo que hace que no se deba descartar una nueva gran coalición teniendo en cuenta las actuales previsiones de resultados que impiden una hegemonía clara para alguno de los dos grandes polos políticos.

Esa estabilidad política tiene que venir acompañada de la continuidad de los buenos datos económicos. Aunque de manera general ha bajado el nivel salarial y ha aumentado la precariedad, es cierto que la actual tasa del paro del 5,3% es prácticamente pleno empleo, lo que crea confianza a una población que vive con la conciencia de que la economía de Alemania va bien y que tienen trabajo, mientras están rodeados de países en los que la economía va mal y el paro es altísimo. Esto da una sensación de privilegio y también de temor de que la crisis se pueda contagiar a Alemania. Aquí es donde el discurso maternal y protector de Merkel ha conseguido una aceptación altísima, ya que está diciendo a los alemanes que están haciendo bien las cosas y que por eso no pagarán las consecuencias.


Esta es la razón por la que la o el canciller que gobernará Alemania entre 2013 y 2017 tendrá muy difícil apartarse de este discurso si no quiere sufrir las consecuencias de una enorme impopularidad. Es decir, los alemanes esperan que el próximo mandatario alemán ofrezca estabilidad y garantice el bienestar, aunque sea a costa de todo lo demás.   

sábado, 14 de septiembre de 2013

PRECARIEDAD LABORAL, LO QUE QUEDARÁ DE LA CRISIS

Un buen día en el futuro el Gobierno, los actores sociales (sobre todo los empresarios) y los medios de comunicación decidirán que la crisis ha terminado. Lo harán basándose en los datos del paro de ese momento, más bajos que los actuales. Dirán que se ha creado de nuevo empleo y que la maquinaria económica vuelve a tirar porque la gente podrá volver a consumir. La rueda volverá a moverse, pero, ¿a qué precio? Y ¿qué tipo de empleo nos espera? - Publicado en MBC Times

El pasado 3 de septiembre el Ministerio de Empleo y Seguridad Social publicó los datos del paro registrado del mes de agosto de 2013: Por primera vez en 13 años bajó el desempleo en ese mes – ¡aunque sólo en 31 personas a nivel nacional! -, siguiendo una tendencia que también se dio en julio. El paro está bajando. Según los últimos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del segundo trimestre de 2013, la tasa de paro es ya del 26,26%, con casi 6 millones de desempleados, más de 200.000 menos que en el primer trimestre del año.

El Gobierno de Mariano Rajoy no esconde su entusiasmo. La secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, insistió repetidas veces en rueda de prensa que se trata del “mejor mes de agosto desde el año 2000”. “Todos los meses han sido mejores que los meses del año 2012 y si las cosas siguen así, al final el año que viene tendrá un comportamiento mejor en términos de desempleo", aseguró. El paro baja en España, pero, como matizó el Instituto Nacional de Estadística (INE) a finales de julio, se trata exclusivamente por las contrataciones temporales propias del turismo y de los trabajos agrícolas, el llamado “efecto verano”. Así pues, ¿qué trabajo se está creando?

Según los mismos datos del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, de los 1.043.166 contratos de trabajo firmados en agosto, sólo 62.454 lo fueron por tiempo indefinido. O dicho de otra manera, 980.712 contratos firmados fueron temporales, de ellos 343.565 temporales a tiempo parcial, es decir, los más precarios de los precarios. El pasado mes de julio fue parecido: De los 1.507.341 contratos firmados en ese mes, sólo 96.338 fueron a indefinidos, y el resto, 1.411.003, lo fueron temporales.


Los sindicatos advierten sobre los efectos reales de estos datos en el mercado laboral. Se está creando empleo, pero al precio de empeorar drásticamente las condiciones de trabajo. En un comunicado publicado a finales de julio para valorar los datos de la EPA del segundo trimestre, UGT mostró su “preocupación por la fuerte reducción de la población activa que se está produciendo (349.100 personas en el último año), lo que a medio plazo supondrá una pérdida en la capacidad productiva de nuestro país; y porque el empleo que se crea es íntegramente temporal, destruyéndose de manera masiva empleo indefinido (se han perdido 434.900, en el último año)”. Asimismo, el sindicato destacó que “todo el empleo que se está destruyendo es a tiempo completo, que se está transformando parte del que se mantiene en empleo a tiempo parcial y que se está consolidando el porcentaje de desempleo de larga duración (solo 3.500 personas salieron del paro de larga duración en el segundo trimestre de 2013)”.

La crisis está empezando a entrar en su siguiente fase. De la destrucción masiva de empleo se está pasando a la creación –lenta e insegura- de puestos de trabajo. Pero se trata de empleo precario y temporal, con condiciones mucho peores para los trabajadores. La mayoría han perdido poder adquisitivo al rebajarse sus sueldos, también entre los que no han perdido sus empleos, y trabajan más horas que antes. Horas extras sin cobrar, sueldos mínimos, trabajo gratis, explotación laboral. Un reportaje del diario El País publicado el pasado 25 de agosto contaba la historia de una camarera de 42 años que había encontrado un empleo tras medio año en el paro. Cobraba 500 euros al mes y triplicaba las 20 horas semanales estipuladas en su contrato.

Sólo es uno de miles de casos de explotación en los que el Estatuto de los Trabajadores es simplemente ignorado. Semanas seguidas trabajando sin librar con contratos a tiempo parcial (y sueldos a tiempo parcial). También se han multiplicado los contratos por obra y servicio, en los que el trabajador sólo cobra por servicio prestado. Es decir, si cae enfermo no cobra.

Todo esto lo ha hecho posible la reforma laboral aprobada por el Gobierno de Rajoy en febrero de 2012, que permite lo que los empresarios llaman “flexibilizar” el mercado de trabajo. Se facilita el despido rebajando sustancialmente (o incluso eliminando) las indemnizaciones y se permite la contratación temporal casi sin restricciones. Se ha creado así un contexto perfecto a la medida de las necesidades de la patronal y del empresariado con la excusa de que hay que crear empleo a toda costa, aunque sea destruyendo los derechos de los trabajadores, que viven atemorizados por la amenaza constante a perder su empleo, o por el terror que implica no encontrar uno.

Trabajar por menos
Este miedo hace que también se acepte trabajar por menos. De acuerdo con los datos del INE, entre 2010 y 2012, los costes laborales unitarios han caído casi un 7%. En lo referido al coste laboral total por trabajador y mes, en el cuarto trimestre del año pasado bajó el 3,2%. Y entre enero y marzo de 2013 se ha reducido un 1,4% hasta los 2.480,22 euros.  Por su parte, el Banco de España en su boletín económico de julio-agosto, subraya que en términos de los indicadores más amplios de coste laboral, ha habido una “notable moderación salarial”. Finalmente, según los datos de Eurostat, el coste laboral en España es uno de los que más ha bajado, con Portugal e Irlanda, de Europa. En concreto ha caído 5,1 puntos entre 2010 y 2012, frente al incremento de 4,8 puntos de la UE-27.

Esto ha provocado un incremento muy notable de las diferencias sociales. Según un estudio de la Fundación 1º de Mayo (ligada al sindicato CCOO) publicado a principios de junio, se denuncia que España es el segundo país de la Unión Europea que presenta mayores desigualdades sociales, sólo superada por Letonia. Según datos de Eurostat (la agencia de estadística europea), el índice de la desigualdad (el índice de Gini) aumentó en España 2,1 puntos (del 31,8% al 33,9%) entre 2005 y 2010, mientras que la media de la Unión se redujo en una décima pasando del 30,6% al 30,5%. Esta diferencia está vinculada a la evolución de la desigualdad de los ingresos. Según estos datos, en España la relación entre el 20% de la población que más ingresa y el 20% que menos ingresa ha variado de un índice de 5,5 al 6,9 entre 2005 y 2010, mientras que en el resto de la UE ha permanecido en el 5. 

Traducido al mundo real, un empleado español con un suelo medio necesita trabajar ininterrumpidamente siete días para ganar lo mismo que recibe el director general de su empresa en sólo una hora, según un estudio publicado por la revista The Economist también el pasado mes de junio. Y si el empleado se encuentra en el tramo de salarios más bajos, la diferencia se dispara: tendrá que emplearse a fondo durante tres semanas seguidas para ingresar la cantidad que recibe su máximo jefe en apenas sesenta minutos.

Sin embargo, y a pesar de que han bajado los costes laborales (véase los sueldos) en los últimos años y se ha “flexibilizado” el mercado de trabajo (véase la reforma laboral), el Fondo Monetario Internacional (FMI) pidió a España a principios del pasado mes de agosto mayores esfuerzos, con una bajada adicional de los sueldos del 10% y una subida del IVA. Esta receta fue secundada con entusiasmo por el vicepresidente económico de la Comisión Europea, Olli Rehn, que en su blog personal llegó a advertir incluso que “aquellos actores que lo rechacen frontalmente cargarían sobre sus hombros con la enorme responsabilidad de los costes sociales y humanos". ¿Por qué piden el FMI y Ollie Rehn que sigan bajando los sueldos y además se suban los impuestos?

La receta neoliberal para salir de la crisis
Muchos expertos y economistas han escrito kilómetros de líneas sobre los orígenes de la crisis y de las maneras que hay para combatirla. José V. Sevilla, ex Secretario de Estado de Hacienda en el primer gobierno socialista en 1982, cuenta en su libro “El declive de la socialdemocracia” que hay dos maneras de combatir la crisis. Resumiendo, viene a decir que se puede invertir en modernizar las empresas para mejorar su valor añadido y su competitividad, o se puede rebajar sus costes de producción para que puedan ser más competitivas, tocando fundamentalmente los sueldos de los trabajadores a la baja.


La primera opción es más segura en sus resultados, es la que, por ejemplo, se llevó a cabo en Alemania en los últimos años 90 y principios de la década del 2000. Así las empresas alemanas mantuvieron su liderazgo mundial en exportaciones, lo que le permite a Alemania hoy seguir siendo el gigante económico europeo, aunque también se tocaron bastante los sueldos y los derechos laborales para bajar los costes de producción. El inconveniente de esta vía es que es lenta y hace falta capital para invertir.

En España se ha escogido la segunda vía. Los bancos –profundamente afectados por la crisis del ladrillo- no tienen dinero que prestar, a pesar de los miles de millones de euros de dinero público. Y también porque la bajada de costes de producción tiene unos efectos más rápidos en el tiempo, pero a costa de mantener a las empresas anticuadas y con el único factor competitivo en el precio, y no en la calidad del producto, lo que a la larga provocará otra vez su desfase y falta de competitividad en el mercado internacional. Un ejemplo de esta tendencia cortoplacista: España se encuentra hoy en el puesto número 18 de Europa en inversión I+D+I con un 0,8% del PIB, lejos del 2% que gasta la media de la Unión Europea.

Para poder llevar a cabo la bajada de los costes de producción hacen falta una serie de factores fundamentales, entre los que destacan el apoyo político e ideológico a este camino, en este caso del Gobierno del Partido Popular, que ha diseñado y puesto en funcionamiento una reforma laboral que crea un marco legal que precisamente permite la bajada de los sueldos y el empeoramiento de las condiciones de los trabajadores. Así se bajan los costes mientras se aumentan las horas de producción. Es decir, se produce más por menos, o lo que es lo mismo, se trabaja más por menos.


Sin embargo, para poder aplicar este empeoramiento de las condiciones de trabajo, es fundamental haber debilitado previamente la posición de los sindicatos. Esta es una labor que los neoliberales y la derecha política han ido llevando a cabo en los últimos años con notable éxito social dañando la imagen de los sindicatos entre los trabajadores. Así, desde que comenzó la crisis en 2008, en España hay medio millón menos de afiliados a la UGT y a CC OO. Según un informe de la “Fundación 1 de Mayo” de CCOO fechado en mayo de 2012, en España sólo el 19% de los trabajadores está afiliado a algún sindicato. De cara al futuro el horizonte parece todavía más negro, ya que entre los jóvenes menores de 30 años la afiliación es de menos del 10%, mientras que se mantiene en cotas también bajas de entorno al 20% entre los mayores de 45 años.

A los sindicatos débiles se suma una tasa de paro muy alta, de más del 26%, lo que pone en ventaja al empresario a la hora de elegir a los trabajadores e imponer las condiciones. El enorme número de parados interesa a la patronal. Es lo que Karl Marx denominó en “El Capital” como el “ejército de reserva” de trabajadores siempre disponibles y sumisos a las condiciones de los patronos, lo que mantiene los sueldos bajos y las condiciones de trabajo precarias, es decir, los costes de producción bajos. Este es el camino elegido para sacar a España de la crisis y el señalado por el FMI.

La guerra contra la socialdemocracia
No es casualidad que se haya elegido este camino. Desde los años 80 los neoliberales y la derecha política llevan desempeñando una lucha sin cuartel contra el modelo socialdemócrata que imperaba en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, y gracias al cual se consiguió el crecimiento económico y la mejora del nivel de vida más espectacular en la historia del continente. Esa mejora del nivel de vida benefició sobre todo a la clase trabajadora, ya que el crecimiento se gestionó basándose en criterios redistributivos de la riqueza.

Esa redistribución se realizó creando el Estado del Bienestar, que proporcionaba servicios públicos a toda la población, ya sea fomentando la igualdad de oportunidades mediante una educación pública o la igualdad en la atención en la sanidad. Pero sobre todo, el Estado del Bienestar proporcionaba por primera vez a todos los ciudadanos un sistema de pensiones públicos que hacía posible el concepto de jubilación, y una seguridad de cara al desempleo mediante un sistema de prestaciones.

Este entramado social se financiaba vía impuestos, y aquí era donde radicaba esencialmente el concepto de redistribución de la renta. La base del sistema socialdemócrata está en un sistema fiscal basado en la proporcionalidad de la renta, es decir, se paga en función de la riqueza de cada cual. Ese principio lleva siendo golpeado por los neoliberales desde hace más de 30 años. Ellos defienden la recaudación a través de impuestos indirectos, por ejemplo el IVA, una tasa fija que se pone sobre el precio de un producto. Todos sus consumidores lo pagan igual, sean ricos o pobres. Un millonario paga el mismo IVA que un desempleado de larga duración, por ejemplo.

El FMI o la Comisión Europea, baluartes del neoliberalismo, defienden siempre la subida del IVA y no del IRPF. Así es como se explica que el FMI pida la subida de este impuesto mientras a la vez pide la bajada del 10% de los sueldos: Para compensar los ingresos fiscales que el Estado deja de percibir vía IRPF, ya que si los contribuyentes cobran menos sueldo, pagan menos IRPF.

Por lo tanto, se va eliminando el concepto de redistribución socialdemócrata vía impuestos que se sustituye por el auge de los impuestos indirectos y tasas que pagan todos por igual aprovechando la debilidad (ideológica y política) de los partidos socialistas, lo que también tiene consecuencias fundamentales en la financiación de los servicios públicos y del Estado del Bienestar.

El catedrático de Sociología Ignacio Sotelo explica en su libro “El Estado Social” que el Estado del Bienestar sólo se puede financiar con el pleno empleo. Las pensiones, las prestaciones de los parados, la sanidad, la educación, etc…, necesitan dinero y ese llega vía impuestos. Con una tasa de paro alta los desempleados pagan menos impuestos y se convierten en receptores de dinero público. El sistema público cuenta con menos medios y más demanda, y acaba por sufrir las consecuencias. En España el 26% de parados está sirviendo al PP como excusa para pasar a la privatización de los servicios públicos, como la sanidad en Madrid, o para empezar a reformar el sistema de pensiones que algunos “expertos” ya están señalando como “insostenible”. También está sirviendo de excusa para debilitar a los sindicatos y eliminar así derechos laborales y bajar los salarios.


Es decir, la alta tasa de paro sirve para legitimar el marco legal necesario que permite a la derecha neoliberal desmantelar el sistema de protección social de origen socialdemócrata, y a los grandes empresarios aumentar sus beneficios a costa de sus trabajadores. Por lo tanto, en el futuro y si no se remedia, cuando los efectos de la crisis vayan disminuyendo en intensidad, seguramente se mantendrá una tasa de paro alta durante años. Será una cifra que permita a la economía funcionar de nuevo y reactivar el consumo, pero a la vez mantener la tensión entre los trabajadores, que ante el miedo al desempleo aceptarán un mercado laboral precarizado de sueldos bajos y largas horas de trabajo para mantener la competitividad de a sus empresas y los beneficios altos de sus jefes.  

Publicado en MBC Times