lunes, 25 de junio de 2012

EL PODER DEL CANAL DE SUEZ


Portaaviones de EEUU en el Canal de Suez.
Egipto es un país peculiar. Completamente dominado por su posición geográfica entre África y Asia y totalmente dependiente del Nilo, el río más largo del mundo. Durante milenios albergó la civilización más sofisticada y misteriosa, y hoy es el país árabe más poblado y poderoso. Pero sobre todo, desde 1869 es el guardián del atajo más rentable del mundo y el cordón umbilical que une Europa con el resto de Asia y su petróleo: el Canal de Suez.


Desde finales del S.XIX el Canal de Suez ha determinado el destino de Egipto, que durante siglos quedó degradado a una provincia semiautónoma y adormilada del Imperio Otomano. De pronto volvió a ocupar la prioridad estratégica mundial, ya que esta insigne obra de ingeniería desarrollada por el ingeniero francés Lesseps de sólo 163 kilómetros de largo ahorra tener que navegar miles de kilómetros para bordear el continente africano. Así, más de 21.400 barcos lo usaron en 2008, por ejemplo, una media de más de 58 buques al día. El Canal se ha convertido en básico para la economía egipcia, de Oriente Próximo y de Occidente. Tiempo y dinero.


Hoy Egipto se encuentra sumido en un proceso político confuso pero crucial en el que la masa popular exige libertades democráticas ante un ejército que no está por la labor de permitirlo. Una cosa es entregar al ex presidente y dictador Mubarak como cabeza de turco, y otra es ceder el poder legal y legítimamente conseguido en las urnas a los islamistas. Y es que los militares tienen grandes aliados que les respaldan: EEUU e Israel. La causa, el Canal de Suez y el miedo. Tiempo y dinero.



La efímera independencia

Primero fueron los británicos los que se hicieron con su control. Gracias al Canal, su imperio en la India se acercaba semanas a la metrópoli. Egipto fue convertido en un estado títere británico y en una base militar. Durante la segunda Guerra Mundial fue el objetivo de italianos y alemanes que no pudieron conquistarlo. Pero despertaron un sentimiento de independencia y de oposición a los ocupantes que desembocó años después en un golpe de estado militar que expulsó al rey y llevó a Egipto a desarrollar su propia agenda independiente por primera vez desde la época de los faraones. El protagonista de esta aventura era un militar: Nasser.
El presidente Nasser.


En Occidente cundió el pánico: Nasser se hizo con el control del Canal de Suez. En un mundo europeo y estadounidense que había apostado por la sociedad de consumo como motor económico, el suministro de petróleo para hacer funcionar a los coches particulares era cada vez más importante. Y el Canal de Suez abarataba los costes. Por ello en 1956 Francia e Inglaterra, los antiguos colonizadores, se inventaron una guerra con ayuda de Israel para reconquistar el Canal. Fracasaron, pero el aviso ya estaba dado. Egipto se echó en manos de la URSS, que le ayudó con armas contra el enemigo israelí y en construir la presa de Assuán, la verdadera revolución industrial egipcia.


Pero a medida que la política económica de Egipto fracasaba, Nasser se fue volcando cada vez más en su papel de líder árabe internacional contra Israel, hasta que fue aplastado en la Guerra de los Seis Días, en 1967. Israel conquistó la Península de Sinaí y ocupó la orilla oriental del Canal de Suez. Se barruntaba un cambio. La derrota había sido total. El heredero de Nasser, otro militar, Sadat, invadió Israel en 1973 y cuando también fue aplastado, negoció con su enemigo la paz.



Egipto vuelve al redil

Primero a escondidas, pero finalmente con la firma pública en Camp Davis con el patrocinio de EEUU. Egipto recuperaba el Sinaí y el control del Canal de Suez a cambio de abandonar a la URSS y de aliarse con EEUU. Occidente consiguió así asegurarse el control del Canal de Suez, Israel un flanco seguro y el régimen militar egipcio el apoyo occidental para mantenerse en el poder una vez perdido el apoyo popular. La consecuencia fue la venganza: un soldado asesinó a Sadat en pleno desfile en 1981.

Blindado estadounidense vendido a Egipto.

Le sucedió Hosni Mubarak, el presidente depuesto por los militares en 2011 y juzgado recientemente después de que el pueblo egipcio saliera a la calle a exigir libertad, trabajo y una vida mejor. Mubarak continuó una dictadura cruel apoyada por Occidente y dirigida a asegurar el Canal, mantener la paz con Israel y aplastar al nuevo enemigo común: el islamismo. EEUU ha ayudado con armas para el ejército, convirtiendo a Egipto en el segundo receptor de armamento en Oriente Próximo después de Israel. Pero a cambio de dinero, claro: más de 4.000 millones de dólares solamente en 2011, un 2% del PIB egipcio, según el instituto SIPRI. Amnistía Internacional denuncia que este trasiego de armas incluso continuó durante los sucesos de la Plaza de Tahir en El Cairo. Armas que iban para el ejército de Mubarak.


Egipto, sus barriadas pobres, han sido germen de islamistas radicales. Pero también de una organización moderada y masiva: los Hermanos Musulmanes, los vencedores de las recientes elecciones. Aunque se autodenominan como moderados, no están controlados por Occidente, por lo que en EEUU y en Israel existe miedo e incertidumbre sobre el futuro del Canal de Suez y de la frontera con el Sinaí.


¿Serán un nuevo Nasser? ¿Querrán usar el Canal para financiar su economía o para extorsionar a Occidente? El gobierno israelí de Netanyahu se siente rodeado de enemigos, una vez más. Irán por un lado y ahora posiblemente Egipto si los Hermanos Musulmanes llegan al poder. Sólo los militares egipcios, los mismos contra los que los israelíes lucharon en 1948, 1956, 1967 y 1973, cuentan hoy con su confianza.


Y existen precedentes. En 1992 Argelia, gran exportadora de gas a Europa, sobre todo a España, celebró elecciones libres tras la caída de la URSS –de la que Argelia había sido cliente. El resultado fue una victoria masiva de los islamistas moderados del FIS. Hubo un golpe de estado militar y una guerra civil sangrienta.  

jueves, 21 de junio de 2012

LOS SEIS MESES MÁS LARGOS DE RAJOY


Hoy se cumplen seis meses de Mariano Rajoy al frente del Gobierno de España, seis meses muy intensos y llenos de decisiones polémicas marcadas por la crisis y que en las últimas semanas han desembocado en la intervención financiera europea en España. ¿Hay rescate o no? ¿Y si es así por cuanto y para qué? Estas son las preguntas que el Gobierno no ha respondido o lo ha hecho de manera confusa e incompleta. Y es que si algo ha caracterizado a estos primeros meses del Gobierno del PP ha sido su intento de alejar la imagen de Rajoy de la crisis para no desgastarla. Por el momento están consiguiendo todo lo contrario.


El pasado 20 de noviembre el PP arrasó en España. Nunca un partido político consiguió tantos votos y tantos escaños en el parlamento como en esas elecciones generales. El Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero estaba absolutamente desgastado por la crisis y eso afectó evidentemente a la marca PSOE y a su candidato Alfredo Pérez Rubalcaba. Fue una campaña extraña, en la que todo el mundo conocía el resultado. Sin embargo, el PP jugó la baza de la confianza frente al fracaso de gestión socialista. En concreto, Rajoy se presentó como el candidato del empleo, cuestión que declaró como prioridad absoluta. Y arrasó.


Este fue precisamente el primer frente polémico de su gestión. La reforma laboral, retrasada conscientemente por el Gobierno todo lo posible para poder ser aprobada después de las elecciones andaluzas y asturianas, resultó ser un instrumento para el despido fácil que solamente satisfizo a los empresarios más neoliberales, mientras dejaba desprotegidos a los trabajadores. La consecuencia: más desempleo y una huelga general.


Políticamente resultó un fallo estratégico importante para el PP, ya que la Unión Europea presionó a Rajoy para aprobar la reforma cuanto antes, lo que obligó al Ejecutivo a hacerlo antes de la cita electoral en Andalucía y Asturias. Consecuencia: dos elecciones que parecían ganadas por el PP se le escaparon literalmente de las manos.


Primer balance: Cuatro meses después de llegar a la Moncloa Rajoy ya llevaba una huelga general y dos elecciones regionales perdidas a pesar de un PSOE hundido en las encuestas. Pero quedaba lo peor.



El rescate que no es un rescate

Una vez que se había calmado (temporalmente) la tormenta en torno a Grecia y se había confirmado el cambio de rumbo en Francia con la elección de Hollande, los focos de la crisis se centraron en España. La causa era el gran agujero de las cajas de ahorro visualizado en el escándalo de Bankia.


El día después de que el BCE se reuniera en Barcelona dimitió el presidente de Bankia, Rodrigo Rato, y se destapó un enorme agujero en la entidad causado por la devaluación del ladrillo y millares de hipotecas impagadas y pisos y locales vacíos en manos de la entidad sin poder ser vendidos. Había explotado la burbuja en el lugar más peligroso. Aunque era algo que se sabía que iba a suceder, aparentemente nadie tomó ningún tipo de medida. Incluso Rajoy negó públicamente que fuera a producirse un rescate de la banca. Ahora se trata de contabilizar ese agujero, no sólo en Bankia, sino en el resto de cajas y bancos.


La falta de información fue la respuesta del Gobierno, que consecuentemente veía como subía la prima de riesgo a cotas históricas (100 puntos por encima del verano desastroso de 2011 en el que Zapatero se vio obligado a adelantar las elecciones).   


Finalmente el Eurogrupo reaccionó y aceptó poner 100.000 millones de euros a disposición de España. Pero necesitaba saber cuánto necesitaba realmente el sector financiero español para no desplomarse (y con ello hacer desaparecer el dinero de los ahorradores, es decir, de todos nosotros), una información que no se ha hecho pública hasta hoy, casi dos semanas después: 62.000 millones de euros.


Mientras tanto, Mariano Rajoy primero desapareció y delegó en Luis de Guindos la explicación del Gobierno. Al día siguiente compareció ante los periodistas, pero para negar que España estaba siendo rescatada, que Europa le había presionado para aceptar el dinero, y que los 100.000 millones fueran a computar como deuda pública. Su mensaje fue básicamente que esta inyección de dinero era una muy buena noticia y que prácticamente venía del cielo gracias a sus esfuerzos. El rey escenificó este mensaje con un sonoro “enhorabuena” a Rajoy y de Guindos en una recepción en Zarzuela.


Mientras Rajoy afirmaba todo eso en rueda de prensa, los medios de comunicación europeos –en concreto de aquellos países que van a poner los 100.000 millones- desmentían al presidente del Gobierno: Europa impuso las condiciones y el dinero será garantizado por el Estado español, es decir, se sumará a la deuda pública. Parece que Rajoy trataba de engañar a los españoles con la esperanza de que no leerían la prensa extranjera. No fue así, pero Rajoy fue al fútbol a ver empatar a la selección española contra Italia en Polonia.


Seis meses después el balance de Rajoy es el siguiente: una huelga general por la reforma laboral, aumento del desempleo, la pérdida de las elecciones en Asturias y Andalucía, la explosión de la burbuja inmobiliaria en el sistema financiero y el rescate de España por Europa a cambio de unas condiciones que aún se desconocen y de endeudar a los españoles por 100.000 millones de euros más. Todo esto sin contar los recortes a las políticas sociales llevadas a cabo por los gobiernos regionales pero alentadas y dirigidas por la Moncloa.


Han sido seis meses muy intensos. Es cierto que en el primer año del mandato de un Gobierno no está obligado a celebrar un Debate sobre el Estado de la Nación, pero han ocurrido muchas cosas en ese tiempo, más que en una legislatura en condiciones normales.


Mariano Rajoy, por supuesto, ha elegido no celebrar ese debate.

lunes, 11 de junio de 2012

NORTE Y SUR, EUROPA DIVIDIDA

La crisis ha dividido Europa. Si siempre han existido diferencias entre países ricos y pobres, esta división ahora supone para sus ciudadanos la diferencia entre una existencia desahogada y relativamente segura por un lado y la incertidumbre y el miedo por el futuro por el otro. Estos sentimientos están claramente definidos en el mapa y nítidamente separados por las fronteras que Europa, se supone, había desmantelado.


Existe un centro-norte europeo económicamente próspero y por tanto políticamente poderoso capitaneado por Alemania, y un cinturón de países del sur, mediterráneos y católicos (excepto Grecia) que están siendo arrollados por la crisis. España está en este último grupo y ya ha perdido el último y ficticio resquicio de soberanía y orgullo nacional al admitir la necesidad de un rescate de su economía, aunque Rajoy se empeñe en no llamarlo así y en tratar de no admitir la realidad.


El presidente español sabe que reconocer el rescate de la economía española supondría un duro golpe a su gestión política y a su continuidad en La Moncloa. Por lo tanto los 100.000 millones de euros concedidos por el Eurogrupo no irán directamente al Estado español sino que llegarán por un desvío: los bancos y cajas, que a cambio tendrán que conceder créditos.


Rajoy y el Gobierno usan este argumento para negar que Europa haya rescatado a la administración española y, por tanto, que su Gobierno necesite ayuda. Según este relato -en el que insistió Rajoy en su comparecencia ante los periodistas- los malos gestores habrían sido los bancos y las cajas (que no dejan de ser bancos públicos) y deberán ser ellos los que acarreen con el rescate y con sus consecuencias, y no el Estado y mucho menos los ciudadanos.


Sin embargo, los medios de comunicación europeos, en concreto los de aquellos países de los que provendrán los 100.000 millones de euros, sobre todo Alemania, no cuentan lo mismo. El semanario alemán Der Spiegel explicó en su edición digital que ha sido Europa la que ha impuesto el rescate a España –Rajoy por su parte afirmó que nadie le había presionado- y que serán España y los españoles los que se responsabilicen de la devolución de este dineral, y no los bancos ni las cajas como ha dicho Rajoy.


100.000 millones ¿para qué a cambio de qué?

Los españoles no saben si ese dinero servirá para recuperar su economía y, sobre todo, ignoran la hipoteca que tendrán que pagar por este préstamo. Por otro lado, los contribuyentes de los países prósperos no saben para qué exactamente se usará el  dinero de sus impuestos y, sobre todo, si tendrá efecto alguno.    


Según una encuesta publicada por el diario alemán Bild am Sonntag, un 66% de los encuestados se muestra contrario a que su dinero sea utilizado para capitalizar los bancos españoles. Por otro lado, según una encuesta de Metroscopia publicada por el Diario El País, un 74% de los encuestados considera que la actuación de Alemania en la crisis es negativa. Dos puntos de vista procedentes de ambos lados de la crisis.   

Estas encuestas reflejan perfectamente el principal problema que se está creando con esta crisis: la desconfianza y animadversión entre los propios ciudadanos europeos, al margen ya de sus élites políticas.


El ciudadano alemán medio se siente estafado. Ha gastado mucho dinero. Después de haber sufrido una serie de reformas muy duras hace una década que recortaron su confortable estado del bienestar, después de haber pagado millones cada año para reflotar la mitad oriental del país tras la caída del muro y después de ser desde siempre el país que aporta dinero a Europa sin recibir ni un céntimo, su paciencia está a punto de acabarse.


El ciudadano español también se siente estafado. Por la clase política y los bancos, los que hace unos años le dijeron que podía endeudarse sin problemas, que podía comprarse un piso carísimo por la especulación –y no por ello de buena calidad-, un coche nuevo e irse de vacaciones a lugares cada vez más lejanos y exóticos a pesar de tener uno de los sueldos más bajos de Europa. Fueron estos políticos y empresarios los mismos que decían que España era el milagro económico de Europa y un modelo a seguir, hasta que la burbuja estalló y la gente no podía seguir pagando su nivel de vida.


Los alemanes no entienden que tengan que pagar de su bolsillo las deudas españolas, y los españoles no entienden que los alemanes les quieran poner condiciones para sacarles de un fuego del que no se sienten responsables. Son las dos caras de la misma crisis, pero también son dos voces de un mismo proyecto político ahora gravemente dañado: Europa.


El contribuyente alemán tiene que aprender que sus fronteras no acaban en el Rin o el Oder, sino en Tarifa y los Cárpatos, y el español –en concreto su clase política y empresarial- tienen que aprender que Europa no es la ‘vaca lechera’ que se puede ordeñar sin límite para financiar cualquier gasto. Europa es algo más, pero para que así sea sus ciudadanos tienen que madurarlo y dar el siguiente paso.